Descripción de la Exposición
Parte fundamental del trabajo de Ana Navas (Quito, 1984) gira en torno a revelar cómo el arte moderno se ha infiltrado en nuestra vida cotidiana, logrando definir la cualidad estética del mundo material que nos rodea, tanto en los espacios públicos como en los más íntimos.
La artista identifica cómo nuestros primeros acercamientos al arte moderno ocurren paradojicamente fuera del mundo del arte, a través del consumo de objetos de disciplinas afines, como el diseño, la moda y la decoración; pero también de contextos que lo exceden, como la música e incluso la gastronomia. Entonces, en contraposición a artistas que investigan las grandes narrativas del modernismo artístico, Navas busca ahondar en sus manifestaciones más mundanas o espurias.
La metodología de trabajo de la artista parece estar inspirada en la mente inquieta de una adolescente: objetos de procedencias y con funciones heterogeneas son analizados con meticulosidad en un afán de construir una genealogía, pero al mismo tiempo, de potenciar los puntos de contagio y contaminación de los estilos y los discursos políticos que los atraviesan.
Para El barro, la culebra y sus principios, Navas profundiza en esta dirección y vuelve su mirada a la esfera de lo doméstico, discutiendo la idea de que que los objetos con los que cohabitamos son meras herramientas que nos facilitan el día a día, para revelar cómo están física e ideologicamente organizando nuestra experiencia –personal y social– de manera diferenciada de acuerdo al género.
El resultado de este ejercicio son una serie de obras sincréticas que cuestionan la diferencia entre “gran arte” y las “estéticas menores”: un video en que la artista amasa una porción de pasta cruda al ritmo de una famosa canción del pop, estableciendo una conexión entre la cocina, la cerámica y el pensamiento escultórico; un par de pinturas que retratan al detalle –como si de obras de arte se tratase– un orecchiette y un tortellini; una serie de vasijas de las cuales se desprenden frases de empoderamiento femenino en el espacio laboral; un grupo de esamblajes construidos a partir de traducciones de la moda femenina conocida como power dressing; una chompa de niña que condensa las tendencias de la moda contemporánea y sostiene granos de arroz con el primer nombre de cada uno de los jefes de Estado del mundo; una tabla de planchar disfrazada de una escultura de Barbara Hepworth; una serpiente camuflada de cuarenta y cinco metros que atraviesa la galería uniendo los objetos individuales; entre algunas otras curiosidades inclasificables.
Sin ninguna pretensión de grandeza y con mucho sentido del humor en El barro, la culebra y sus principios los materiales y discursos que habitan el espacio doméstico, con sus significados y estatus preestablecidos, han sido recombinados hasta ser subvertidos. La muestra no sólo problematiza la idea de un punto cero de creación, sino que abraza “formas de hacer” consideradas amateurs, kitsch o cursis –que históricamente han servido como criterios de descalificación del trabajo de las artistas mujeres– para reivindicar lo doméstico como un territorio de inspiración y creación artística.
Florencia Portocarrero, 2019
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