Descripción de la Exposición La Historia, a pesar de ser un proceso continuo y sin interrupción, es un ente susceptible de ser pautado conceptualmente: hay momentos que sirven de hito para distinguir distintas épocas y así, a través del estudio y la contemplación, la humanidad ha sido capaz de señalar diferentes periodos con sus características. Por ejemplo, las décadas de un siglo pueden ser descritas de manera autónoma, haciendo referencia a particularidades propias de cada una de ellas. Sin embargo, a pesar de esa aparente singularidad de los decenios, cada uno de ellos no se puede entender sin el anterior e, incluso, sin otros mucho más alejados en el tiempo. De esta manera, la historia presente se convierte en un bucle que hace referencia a sí misma, avanzando, retrocediendo y, en muchas ocasiones, haciendo uso de elementos peculiares de antaño, pero que ya han pasado a formar parte de su fundamento consustancial. Por lo tanto, la Historia se compone de factores superpuestos y necesarios los unos de los otros, que sirven, a su vez, para la generación de venideros que se sumarán a los anteriores. Al igual que ocurre con la Historia, entendida ésta como el conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc de un pueblo o una nación, también sucede en la Historia del Arte y, más particularmente, en la evolución de un artista. Partiendo de esta premisa, este texto pretende hacer un recorrido por la obra de Gonzalo Torné, desde que empezara pintar en su infancia, utilizando sus creaciones actuales como soporte, guía y base argumental. Los mejores momentos suelen ser uno de esos hitos que marcan un antes y un después en la vida de una persona. A pesar de que solemos dar mayor relevancia a estos, los peores también aportan aprendizajes, inclusive pueden orientar un camino a seguir que, sin su presencia, no habría sido ni valorado como posibilidad. Visto de esta forma, cualquier experiencia de la vida, sea del carácter que sea y, aún siendo algo ajeno al individuo, una vez vivida pasa a formar parte del propio ser, enriqueciendo su vivencia. Esto acontece sobre todo en el caso de los artistas: ellos tienen la capacidad de utilizar todos los sucesos, tanto agradables como desagradables, en pro de su objetivo final que es la creación. En la actualidad, podríamos hacer un balance de los más importantes instantes de nuestra existencia y unirlos gráficamente. De esa suma surgiría nuestro 'yo'; tendríamos ante los ojos la imagen de nosotros mismos, de lo que somos ahora. Esto es lo que ocurre en la última serie de Torné titulada, no casualmente, Los mejores momentos (2010/14). Desde finales de la década de 1970 hasta finales de los 90, la obra de Torné siempre ha mantenido cierta relación con artistas o estéticas que le han interesado: en los 70, con el arte formalista característico de la época; en los 80, con el Expresionismo americano, hijo del alemán; y en los 90, con maestros de la pintura española, en concreto con Goya. Sin embargo, en los 90 ya comenzamos a ver cómo su lenguaje personal se impone ante otras influencias. De este modo, el uso de los grabados de Goya pasa a ser un componente más de producción, al mismo nivel que el color o la composición. Pero, a pesar del avance de su propio estilo, todavía hay una necesidad de diálogo con los grandes artistas: un aprendizaje de lo que Torné entiende como verdadero Arte; un guía en la aventura de la creación artística. Es a partir de 1999 cuando Torné se libera de esa bagaje, sin olvidar nunca lo asimilado a lo largo de tantos años de trabajo, y cuando la interrelación pasa a ser consigo mismo, con el Arte y sus engranajes, sin intermediarios: la madurez le ha aportado seguridad pudiendo enfrentarse de tú a tú con el Arte en mayúsculas para, por un lado, tambalear algunos de sus cimientos y, por otro, para profundizar en sus conceptos más establecidos, es decir, para unir novedad con tradición. La verdadera madurez y la verdadera juventud se asemejan en ciertos rasgos: en ambos estados de la vida, el individuo se siente lo bastante fuerte y seguro como para tomar decisiones sin premeditación y sin importarle el reconocimiento ajeno. En las dos fases, el pensamiento se enfoca sin esfuerzo hacia intereses subjetivos. Y esto es lo que sucede en el caso de la última década de Torné, en la que, en algunos casos notorios, podemos observar un hilo estructural muy similar al que muestran sus primeras obras. En realidad, estas coincidencias no están realizadas con intencionalidad, sino que surgen de manera espontánea. No es fortuito que justo cuando Torné comienza a rescatar inconscientemente composiciones de su pasado, entorno a 2001, a la vez empiece a recuperar imágenes de los dibujos de su infancia, haciendo trabajos en los que vemos una unión totalmente evidente del artista joven con el maduro. Valga como ejemplo la comparación entre dos de sus pinturas: una de 1973, titulada Las ciudades, y otra de 1999, Razones de caballeros A02; una realizada con rotuladores, otra con técnica digital; una de pequeño formato y otra de gran tamaño; una con gran carga reivindicativa, otra con enorme peso artístico. A primera vista, dos obras sin aparente relación. Sin embargo, tras un examen más profundo, se observa que ambas resuelven la contextura de similar manera: la superficie está dividida en cuadrados, de igual proporciones todos ellos, estando la última fila vertical de la derecha y la fila horizontal de la parte más baja incompletas, es decir, las cuadriláteros están cortados, como si el límite del cuadro no nos dejara ver la continuación infinita de lo representado. Además, en las dos, esos cuadrados que las componen no tienen relación directa entre sí: las figuras que en ellos aparecen no invaden el área de los contiguos, aunque todos ellos mantienen una misma estética formal. Por otro lado, en ambas pinturas, los trazos curvos, semejantes a estelas lumínicas, en puntos exactos se convierten en líneas rectas y paralelas, lo que les concede un estilo muy peculiar y llamativo. Las diferencias vienen dadas por los intereses del pintor en cada momento: en la del 73 encontramos referencias políticas y elementos de paisajes urbanos; en la del 99 encontramos alusiones, aunque muy fragmentadas, ampliadas y distorsionadas, de grabados de Goya. La cultura española, sobre todo la andaluza, ha tenido una fuerte influencia en casi toda la trayectoria de Torné, unas veces representada de manera explícita y otras, más abstracta, aludiendo a los sentimientos que le causan ciertas situaciones y lugares, como en la serie Noches en Conil (2006/08) Quisiera resaltar ese 'casi' con el que me acabo de expresar, puesto que en ese pequeño adverbio, residen grandes verdades sobre él. En su infancia abundan los dibujos de escenas taurinas y de la fiesta flamenca. En los posteriores años 70 la colorida tradición es sustituida por el blanco y negro formalista, justo en el momento en el que Torné se centra en la lucha política. Al desaparecer la necesidad de enfrentamiento por la llegada de la democracia a España, hay una vuelta a sus raíces y encontramos en su repertorio pictórico paisajes marítimos de carácter expresionista de Sanlúcar de Barrameda, entre otros. No obstante, hay situaciones, como en los 80, en el que le vemos más interesado en otros mundos más lejanos como, por ejemplo, en New York. Pero, precisamente ese contacto con otras civilizaciones, con diferentes iconos y maneras de pensamiento, le llevan casi inmediatamente, al aprecio más profundo de sus orígenes. Y es entonces cuando coge como aliado a uno de los mayores representantes de la cultura española: Goya. Tanto en escenas festivas, como la Tauromaquia, como en situaciones tensas, como los Desastres de la guerra, el artista zaragozano se convierte en el compañero de aventuras y cómplice de Torné aportándole valiosas estructuras que él sabrá manejar con gran maestría y respeto. Al principio, tales referencias aparecen íntegras. Es hacia el año 2000 cuando los fragmentos extraídos de Goya aumentan de tamaño, como si sus grabados fueran pasados por una ampliadora, hasta alcanzar proporciones gigantescas respecto a los modelos, desvirtuándose por completo la imagen original. Así sucede paulatinamente hasta desaparecer por completo, como si la visión y el pensamiento de Torné se fueran sumergiendo en los engranajes más profundos del Arte, hasta alcanzar el corazón de la pintura. No es fortuito que en esa coyuntura aparezcan en escena formas con aspecto más orgánico que recuerdan a distintos componentes del fluido sanguíneo visto por un microscopio, como podemos observar en Cruzando por diagonales. Tampoco es azaroso que esa penetración de la mirada en el esqueleto de las ilustraciones de Goya sea coincidente con las posibilidades que facilitan las denominadas 'nuevas tecnologías' (denominación egocéntrica del hombre occidental actual, ya que cada época y cada civilización ha tenido sus propias 'nuevas tecnologías', y las nuestras serán, en algún momento, antiguas, caducas o simplemente habituales para las futuras sociedades, pero eso es otra historia). La técnica digital permite algo que ningún otro sistema ha posibilitado con anterioridad: al trabajar con capas independientes, el artista puede, siempre que quiera, modificar cada una de ellas sin alterar las otras. A diferencia de ello, en la pintura tradicional, solo se puede superponer capas, nunca cambiar las subyacentes. Por ese motivo, la digitalización favorece un nuevo pensamiento a la hora de la creación plástica que consiste en la sensación de poder acceder al armazón de la obra: el creador puede estar delante, detrás e incluso dentro de ella, como si de un cirujano se tratase. Otra característica fundamental del trabajo de Gonzalo Torné, salvo en el periodo más arriba comentado perteneciente al final de la época dictatorial en España, es el uso del color como generador de la composición y como fundamento expresivo. Torné hace un llamamiento al disfrute, y un ingrediente fundamental del gozo artístico es el color: la iluminación y viveza de las gamas cromáticas anima el alma de quien las contempla. Su arte no tiene más pretensión que la de hacer la vida del espectador más amable, más agradable. Pero, ¡menuda intención aparentemente tan básica y a la vez tan arriesgada!. Lo difícil está en hacer palpitar la sensibilidad del público sin grandes pre-tensiones, usando solo elementos básicos del ser humano, como es el deleite del colorido. Sin embargo, la manera de llevar a buen puerto este objetivo radica en otro factor: él no pinta pensando en la posible mirada ajena, sino que lo hace para su placer o por una necesidad innata si se prefiere. Y eso es lo que emanan sus cuadros: la alegría de haber vivido una aventura. Torné comparte con nosotros sus andanzas y sus logros. Como muy bien describió Georg Simmel, el aventurero y el artista mantienen una estrecha relación: el explorador no es solo aquel que viaja en busca de emociones fuertes, sino que es toda aquella persona que siente intensamente la vida, que quiere hacer de cada momento vivido, de cada acción que realiza, una experiencia apasionante. Y así es Torné: desde su estudio escala montañas, cruza ríos, se enfrenta a monstruos gigantescos y consigue llegar a los más bellos paraísos. Antes, en el tiempo en el que la juventud era todavía muy patente, cuando llegaba a esos maravillosos lugares, su anhelo de aventura la hacía abandonar rápidamente la tierra conquistada, para empezar con la siguiente hazaña, y, así, según él, el cuadro le dejaba de interesar: en él estaba todo resuelto, no había nada más que descubrir. Pero la serenidad de la madurez le ha modificado en ciertos aspectos: ahora cuando llega a un nuevo lugar, a un nuevo misterio plástico, prefiere quedarse a explorar durante más tiempo, como quien se queda a vivir una temporada en una ciudad que le ha cautivado. Y de ahí surgen las series, posibilitadas a su vez por la técnica digital utilizada por él los últimos años. Hacer repertorios pictóricos sobre un mismo tema no es un práctica novedosa en el mundo del arte, puesto que responde a una propiedad de ciertos artistas: el querer experimentar, casi como un científico, con las distintas posibilidades cromáticas, formales o lumínicas de la obra en la que se está trabajando, a modo de hipótesis o distintas resoluciones de un problema. En los últimos años, Torné ha producido varias series, algunas de ellas, y a pesar del paso del tiempo, todavía inconclusas: mientras comienza una nueva, retoma otra anterior, avanzando siempre en la creación, pero reanalizando y reintentando fórmulas antecedentes. Aunque desde 1998 hasta la actualidad Torné haya basado su producción en procedimientos digitalizados, nunca ha abandonado la pintura analógica, e incluso, en numerosas ocasiones, ha unido ambos métodos. Pese a que cada tecnología puede contribuir a la generación de ciertos aspectos identificables con ellas, para él lo importante no es el proceso utilizado, sino el resultado conseguido. Se puede entender con la siguiente analogía: lo importante no es si una novela ha sido escrita con pluma o con un programa de ordenador, sino si el texto resultante es o no una obra de arte. Torné hace verdadera pintura sea con el procedimiento que sea. En cuanto a los ejemplos que aúnan las dos maneras de trabajar, observamos cómo lo digital sirve como base para lo analógico que fluye sobre ella, estableciendo un diálogo, tanto formal como conceptual, entre la tradición y la coetaneidad. En realidad, siempre le han atraído las oportunidades que le ofrecían los nuevos avances científicos: utilizó en sus dibujos infantiles algo tan moderno como eran los rotuladores en los años 60, cuando en España no eran popularmente conocidos; en los 70, descubrió el mundo de las fotocopiadoras; en los 80, y tras un contacto directo con el mundo del diseño gráfico, adquirió métodos de transferencias entre otros. Por lo tanto, y después de estos antecedentes, no era difícil de prever que se acabara interesando por la digitalización. Este también pudiera ser relacionado con otro de sus intereses: la intervención en obras arquitectónicas, tanto en grandes edificios (como el proyecto de Hoyeswerda de 1993/94) como en espacios de menor tamaño (como el proyecto de intervención de la Galería Versión del 2000), interés que ya le surgió allá por 1973 cuando realizó bocetos y esquemas en los que brochazos recorrían paredes y suelos de lugares de exposición, lo que él denominó 'pintar por el espacio'. Al igual que en las obras híbridas entre lo digital y lo analógico, aquí nos encontramos con una base estructurada y realizada mecánicamente sobre la que se superpone unas formas más espontáneas: de esa unión surge un lugar placentero, donde poder sentarse y descansar de la vida diaria. Como hemos ido viendo, un denominador común en el pensamiento creador de Torné, es la fusión de componentes tradicionales con atributos característicos de la contemporaneidad. Es un artista que ha sabido absorber los logros de tantos siglos de arte y, a la vez, no se ha distanciado de la herencia de la sociedad actual, con sus recientes herramientas y sus consecuentes novedosas mentalidades. Tanto en la historia personal como en el camino creativo de Gonzalo Torné se armonizan, de forma espontánea y sencilla, el interés por la técnica más avanzada con el apego a la tradición, para que nosotros, los espectadores de sus obras, podamos ser partícipes de sus mejores momentos, para que podamos descansar, en nuestro paseo cotidiano, en un remanso de color, plasticidad y verdadero goce estético. Zulima Torné Historiadora del arte Universidad Complutense de Madrid 2014
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