Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Coinciden en Luis G. Adalid el hombre de acción y el hombre que creación. A su capacidad de organización, al orden riguroso que impone a sus proyectos (siempre de naturaleza creativa) suma un ardor inconsumible por la pintura. A su actividad pragmática le sigue como una sombra su generosa dedicación al acto de pintar. A una constante iniciativa, no fácilmente asimilable, añade una vitalidad que le hace a uno comprender, por momentos, lo que de verdad es necesario. Hago este rápido panegírico como reconocimiento de ese tipo de individuo que, alejado del ruido insoportable del servilismo artístico, sin llamarse a sí mismo artista, realiza, aún en la adversidad social, consciente del dolor que desplaza el propio acto de crear, una acción revitalizadora de lo que ama, en su caso la pintura.
Esta exposición forma parte del "pac" de Murcia, dentro del programa de actividades paralelas, sección galerías de arte. Componen la exposición unas 30 obras: dibujos, fotografías retocadas, video instalación…
Al hablar de la obra de Luis G. Adalid ha de hacerse en términos de creación fuerte (en sintonía con alguno de sus admirados “nuevos salvajes” alemanes). Mas al emplear el adjetivo fuerte lo hago sobre todo por entender que se acepta, por parte del creador -en nuestro caso un artista plástico- convivir con el riesgo que supone abandonarse a un lugar en el que la memoria se pierde.
Acto de crear, como “pérdida de conocimiento”. Y, acaso simultáneamente, acto de crear como imaginación nemotécnica que devuelve al presente los lugares de la infancia. Este es un hecho que se percibe a lo largo de toda la obra de Luis G. Adalid, y que en los últimos años enfatiza una dedicación a la fotografía (que le viene de lejos) y que es propia de un documentalista emocionado, o dicho de otro modo, de un hombre en cuya conciencia y en cuyo inconsciente late con intensidad la memoria del lugar de la experiencia.
Nos lo señala sucesivamente la atmósfera cenicienta que impregna sus pinturas, sus grabados, sus dibujos. La textura arenosa, los terrenos humeantes, las simas. Más ¿una atmósfera cenicienta proveniente del Mediterráneo? Sí, si se mira el suelo, la orografía de un paisaje que desde la cercanía hasta la lejanía va adquiriendo ese tinte. En tal sentido, ha resultado un gran acierto que Adalid se empeñase en reunir ese conjunto de estampas en el libro Calblanque: entre el agua y la piedra, entre la voz y la palabra (realizado conjuntamente con Francisco Carreño Espinosa, de cuyo poemario Formas de sed se alimenta). De este modo se comprende mejor cómo su mirada está atravesada por esa tonalidad que vierte en sus creaciones, confiriéndoles la alta intensidad cromática que las caracteriza, así como ese lirismo sofocante, esos espacios cuya localidad universaliza un desasosiego cósmico a ras de suelo.
Su actual proyecto, que él ha titulado “El árbol”, se inserta con una lógica de la emoción y de la rememoración en su devenir creador. Un trabajo que corre en paralelo a su habitual trabajo plástico y visual.
Perteneciendo la pintura de Luis G. Adalid a una genealogía con un marcado carácter expresionista y simbólico, “El árbol” se constituye en este momento en su máxima encarnación, pues se erige en auténtico símbolo de ese lugar de la experiencia del que estamos hablando. Un árbol que dice, un ser animado en cuyas hojas susurran las voces, en cuyas ramas se murmullan sonidos, en cuyo tronco se representa el corpus de una aventura personal cuya persistencia le impulsa y le alumbra, y a la que el artista confiere, hoy, categoría de emblema (de ahí que esta creación concreta se aleje deliberadamente de la noción de paisaje).
Un almendro en floración, unas palabras que nada arbitrariamente podríamos interpretar como sus hojas o sus frutos, una constelación, en fin -la de su ramaje- que teje la correspondencia, en un solo ser, de los seres del mundo. Tal es la potente carga simbólica que funda este árbol que, en la pieza que adquiere –tanto por su ambición formal como conceptual- mayor protagonismo, actualiza para la representación contemporánea la de la tradición hermética.
Sólo me cabe recordar, por último, las palabras que ya utilizara en otra ocasión para referirme a la pintura de Luis G. Adalid: que de ella se infiere una verdadera experiencia, no una referencia, ni una información, ni un signo, sino una vivencia física, emocional e intelectual apasionada, sostenida sobre su fe en la autoridad de la pintura.
Eugenio Castro
Madrid, diciembre de 2007
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España