Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Tratemos de mirar las obras del arte prehispánico no sólo como expresiones de una cosmovisión diferente, tampoco como testimonios antropológicos de sociedades remotas: intentemos apreciar el puro valor de sus formas. Ahí está la imaginación estética que diseña las vasijas, que inventa vías de abstracción para mirar el cuerpo. Desde épocas muy tempranas los artistas del México antiguo exploraron la representación de la figura humana; observaron movimientos y posturas, y miraron también aquello de antropomorfo que había en otros animales. Mostrar el movimiento, sugerir el reposo, dotar de una impresión de realidad a los cuerpos, y de un aspecto verosímil a la piel, a la carne, fueron búsquedas que acompañaron al surgimiento mismo de las formas artísticas en estas tierras. Incluso la expresión facial, y aun la individualidad de un rostro, como la que exige el retrato, estaban ya en los remotos orígenes del arte indígena. Podemos seguir sorprendiéndonos con un arte original, que tiene una personalidad distinta a la de otras civilizaciones. Pero inevitablemente, al valorar sus formas y apreciar sus capacidades expresivas, nos convenceremos también de la universalidad del arte prehispánico. Apreciaremos lo que es común a toda historia: hombre, mujer, recipiente, rey, color, sonrisa, mueca y muerte. Detrás de una jarra, percibimos la mano que toma el asa; percibimos lo de todos, lo común y corriente. En el amanecer de las formas está también el amanecer de lo humano.
Esta exposición forma parte del Programa de Estudios e Investigación de la Colección Permanente del Museo Amparo y ha sido curada por el Dr. Pablo Escalante Gonzalbo, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM quien realizó una selección de 87 piezas de la colección de arte prehispánico del Museo Amparo, de diferentes culturas, épocas y materiales -que incluye esculturas, vasijas y pintura mural-, invitándonos a mirarlas no sólo como expresiones de una cosmovisión diferente, tampoco como testimonios antropológicos de sociedades remotas, sino a apreciarlas por el valor de sus formas. Desde épocas muy tempranas los artistas del México antiguo exploraron la representación de la figura humana; observaron movimientos y posturas, y miraron también aquello de antropomorfo que había en otros animales. Mostrar el movimiento, sugerir el reposo, dotar de una impresión de realidad a los cuerpos, y de un aspecto verosímil a la piel y a la carne, fueron búsquedas que acompañaron al surgimiento mismo de las formas artísticas en estas tierras. Incluso la expresión facial, y aun la individualidad de un rostro, como la que exige el retrato, estaban ya en los remotos orígenes del arte indígena. Al valorar sus formas y apreciar sus capacidades expresivas, nos convenceremos también de la universalidad del arte prehispánico y apreciaremos lo que es común a toda historia: hombre, mujer, recipiente, rey, color, sonrisa, mueca y muerte. Detrás de una jarra, percibimos la mano que toma el asa; percibimos lo de todos, lo común y corriente. En el amanecer de las formas está también el amanecer de lo humano.
Actualidad, 17 dic de 2013
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