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Echoes

Exposición / Es Baluard Museu d'Art Contemporani de Palma / Pl. Porta de Santa Catalina, 10 / Palma, Baleares, España
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Cuándo:
24 jul de 2008 - 12 oct de 2008

Comisariada por:
Jonathan Turner, Manuel Romero

Organizada por:
Es Baluard Museu d'Art Contemporani de Palma

Artistas participantes:
Francesca Martí
Etiquetas
Instalacion  Instalacion en Baleares 

       


Descripción de la Exposición

La exposición combina pintura, fotografía, vídeo, música y performance, en una potente mezcla de perspectivas cambiantes. Este conjunto de obras está inspirado en mitos griegos y romanos que rodeaban a la ninfa Eco. Las fotografías que presenta la instalación, están acompañadas de video proyecciones sobre telas, enmarcadas dentro de enormes marcos, y en las que aparecen figuras masculinas moviéndose seductoramente por espacios acotados. En las obras de Martí, las cabezas y las partes del cuerpo en movimiento emergen de las oquedades desfigurando las formas, confundiéndose lo que es real de lo que es pintado; lo que es filmado de lo que es imaginado. Comisarios: Jonathan Turner y Manuel Romero.

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Un eco rebota. Se distorsiona y se desvanece. Puede sonar auténtico y real, pero en realidad es un fósil sonoro, un fragmento de realidad de segunda mano. En nada desaparece. Un reflejo es una copia fidedigna de una imagen. En un espejo, se ve perfecto, aunque esté invertido. Un reflejo en el agua, en cambio, es ondulado, irregular, turbio. Una sombra es el eco visual de un objeto o de una forma. La sombra de una persona puede ser mucho más grande que el cuerpo que la proyecta. A veces, una sombra plana, negra, bidimensional, puede resultar más expresiva y dramática que el propio objeto que la ha creado. Estas reflexiones son cruciales a la hora de abordar la obra reciente de Francesca Martí. En sus instalaciones, de técnica mixta en la que combina pintura, fotografía, vídeo, música y performance, Martí supera la rigidez plana de las sombras y las limitaciones conceptuales habituales de una obra de arte ligada a un lugar y un momento. Lo consigue en parte gracias a la duplicidad, engañándonos la mirada con una potente mezcla de movimiento abstracto y perspectiva cambiante, a las que añade una nueva capa de intriga mediante el uso de resonancias. Sus instalaciones de vídeo muestran figuras humanas que se mueven dentro de espacios muy angostos, delimitados por los marcos dorados de sus grandes lienzos, que han sido rasgados con el fin de crear vacíos y fisuras. Los vídeos se proyectan entonces a escala natural sobre el fondo de los lienzos originales. Cabezas y partes de cuerpos en movimiento surgen con precisión de las rasgaduras en la tela, creando una confusión con respecto a qué es real, qué es pintado, qué es filmado y qué es imaginado. A veces traza amplias pinceladas sobre la piel de los propios modelos, desdibujando aún más las fronteras entre las diferentes texturas y tonos. De esta forma, el retrato clásico, de cuerpo entero, se transforma en una imagen dinámica. Martí coreografía una danza lenta, estilizada. Cada figura es como una criatura de la belleza que surge de una crisálida, acompañada de cantos musicales. Sus gestos y acciones modifican físicamente la forma de las telas con las que interactúan. Deslizan brazos y piernas a través de las rasgaduras y así las desgarran aún más. Estiran el tejido apoyándose en la tela tensa, explorando los límites de su entorno, tanteando el terreno, y al final los bailarines dejan tras de sí el eco físico de sus movimientos. Las incisiones limpias y desiguales en la tosca tela añaden un elemento de peligro cuando entran en contacto con la delicada piel de los modelos. Estas incisiones son profundas y misteriosas, puertas hacia otro mundo, pintado en ocres, marrones y grises, pero también en un azul purísimo. Esta paleta está inspirada en parte por los viajes de Martí a los templos de Petra, en Jordania. «Los templos son como rasgaduras practicadas en la montaña, donde los tonos rojizos de la tierra penetran en el azul del cielo claro», explica Martí en su estudio de Sóller. «Los modelos de mis últimos vídeos tienen la libertad de moverse y expresarse físicamente. Los movimientos son improvisados. Del cuerpo masculino, lo que me atrae es la fuerza y la composición física. Del cuerpo de una mujer, es lo que hay detrás de su personalidad lo que me parece más potente, y no tanto la belleza clásica. Pero como quería que las superficies de mis obras fuesen más táctiles, empecé a abrir literalmente la tela, cogí un cuchillo y me puse a desgarrarla. Quería ir más adentro, abrir una ventana hacia las capas más oscuras.
Y aunque es verdad que el gesto es violento, no creo que la emoción sea agresiva.» Con la incorporación de colores candentes y gestos apasionados, Martí se adentra en los mitos y las tradiciones del arte occidental y, más concretamente, del mediterráneo. Como referencias que la han influido, cita al pintor cubano Wilfredo Lam y su diálogo con la naturaleza, los estudios espaciales de Lucio Fontana y los expresivos rostros de los retratos de Kees van Dongen ?curiosamente, todos ellos artistas representados en la colección de Es Baluard Museu d?Art Modern i Contemporani de Palma?, aunque también las fotografías de Shirin Neshat por «el extraño silencio de su imaginario y la idea de cómo se puede alterar una fotografía.» La serie de obras que presenta en la exposición de Es Baluard ha sido inspirada por el mito grecorromano de la ninfa Eco. En la galería de personajes de Martí aparecen «retratos» en vídeo de Eco, Zeus, Hera, Ameinias y Cefis, así como una foto dorada de Narciso. Como todos los mitos, el relato de Eco ha sido objeto de múltiples interpretaciones. Eco era una ninfa de montaña joven y muy parlanchina, a la que las musas habían enseñado a tocar música. Eco se dedicaba a distraer con entretenidos relatos a la esposa de Zeus, Hera, mientras su marido hacía la corte a otras bellas ninfas. Alertada por la sospecha, Hera descendió del Monte Olimpo, descubrió la estratagema y, para castigar a Eco, le quitó la voz, salvo por la inane repetición de las palabras proferidas por los demás. Eco se enamoró entonces de un vanidoso joven llamado Narciso, el dramático hijo del dios del río Cefis y la ninfa azul Liriope (Cefis había atrapado a su mujer desviando el curso de un río). A escondidas, Eco seguía a Narciso por los umbríos bosques durante sus cacerías, pero ella no podía ser la primera en hablar. Cuando Narciso oyó pasos a sus espaldas, interpeló a la invisible Eco, pero ella sólo podía repetir sus palabras. Exasperado, le dijo que le dejase en paz; a Eco se le partió el corazón y su cuerpo se fue difuminando hasta quedar sólo su voz. En otra versión, la ninfa llora hasta convertirse en piedra. Por su crueldad, Eco maldice a Narciso a sufrir en igual medida por un amor no correspondido. Esta fábula helénica prosigue aún con la llegada de Ameinias, un joven que también está enamorado de Narciso pero que es igualmente rechazado. En un gesto de desprecio, Narciso le regala su espada y Ameinias la utiliza para suicidarse en el portal de la casa de Narciso, clamando venganza a los dioses. Poco después, Narciso queda prendido del reflejo de su propia imagen en el agua de un estanque. En una versión del mito, no puede dejar de contemplarse en el agua hasta que se consume de amor y las ninfas le convierten en una flor. En otra versión, Narciso muere de sed, pues al remover el agua para beber se borraría su imagen perfecta. Y en aún otra alternativa, Narciso besa al joven cautivador y se da cuenta de que no es más que su propia imagen reflejada en el agua. Poseído por la aflicción, se clava la espada. En todas las versiones, es transformado en la flor dorada que lleva su nombre. Martí recoge esta leyenda y le da diversas y sutiles reinterpretaciones. Aparecen las profundas heridas de los cuchillos en las telas, la impulsiva punzada de dolor, los ecos de voces y músicas, los reflejos, las sombras y las figuras que surgen como criaturas en eclosión. Según Giuliana Stella, comisaria independiente de Roma, «la obra de Francesca Martí trata de aquel momento en que se renace: un reino en el que el cuerpo puede surgir por fin como objeto macizo, viviente. Mediante la fuerza que le proporcionan la luz y la naturaleza, el cuerpo humano puede influir aún más en el mundo al que está destinado. Las potentes expresiones de sus figuras manifiestan esta luz interior. Con el concurso del cromatismo de Martí, estas expresiones apuntan hacia una vida que se puede ver como la cristalización de la existencia. En estas obras, el ocre aporta las nociones de crecimiento y calidez, y el amarillo es el color del esplendor, aunque también el ancla firmemente clavada en un suelo robusto. El rojo es el color de la tierra sangrienta, mil veces pisada, ardiente y henchida de dolor pese a su belleza, un memorial a los cuerpos que están encadenados, encarcelados, incrustados. El índigo es como un profundo
mensajero, vasto, indefinido, una enigmática expansión». En el pasado, la obra de Martí se había centrado en temas y técnicas como la malévola presencia de una mosca como símbolo zumbante de una muerte inminente, las fotografías manchadas de pigmento rojo y las formas carbonizadas de esculturas negras, retorcidas. Actualmente, Martí narra sus nuevas adaptaciones de fábulas inmemoriales, mezclando medios electrónicos de alta tecnología con la pintura monocroma. «Estoy aprendiendo a dejarlas respirar», comenta de sus nuevas obras. «No están asfixiadas de pintura. Es un lenguaje diferente». Es el lenguaje cantarín del eco, ingeniosamente combinado con esas figuras mágicas que deambulan por las telas enmarcadas de Martí. No es el triste destino de Eco. En la Metamorfosis de Ovidio, Hera le dice a Eco: «Esa lengua tuya, que ha sido instrumento de mi engaño, perderá su poder y sólo disfrutará del más nimio don de la palabra». Francesca Martí, en cambio, inventa un lenguaje rico en metáforas, matices y sutileza.


Imágenes de la Exposición
Francesca Martí

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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