Descripción de la Exposición
En 1911, Léon Baskt cubría de flores al gran Nijinsky mediante el vestuario creado para el pas de deux: “Le spectre de la rose”. El deseo manifiesto del bailarín por interpretar el papel femenino, promovió la expresión de un nuevo género fluido, que ponía en cuestión con cada representación, la normatividad de la época desde lugares que podríamos calificar, desde la contemporaneidad, como performativos. El ballet clásico, que permanecía sustentado por la estricta observancia del movimiento perfecto, parametrizado, regulado milimétricamente, el triunfo de los cuerpos que obedecen al dictamen de la voluntad, quedará sublimado por su concepción libertaria que comenzará a poner en valor la parte animal y atávica de la carne; la dinámica libre apartada de la subordinación a la regla. La danza, en su dimensión ritual, artefacto cultural presente desde los albores de la civilización, proporcionaba un efecto catártico, liberador.
Tratando de desentrañar la etimología de ballet, descubrimos que proviene del griego “ballein” (βάλλειν) cuyo significado es bailar, pero también comprende campos semánticos como arrojar, lanzar, disparar y comparte familia etimológica con la palabra “símbolo” (σύμβολον) signo, contraseña… que no es sino un modo de lanzar al exterior un pensamiento o idea.
Quizá la rosa extinguida del ballet, arrebatada, no fuera otra que la flor producida por el adusto y amenazador cactus semejante a un erizo denominado Echinopsis Oxygona (ἐχῖνος – echinos). Huidiza, huraña, asocial, o quizá tan solo sea una cuestión de timidez, su floración, como un rito arcano, se produce única y exclusivamente al atardecer, alejada de la mirada escrutadora del mundo. En el limbo místico que separa el día de la noche despliega su fragancia dulce y sus colores pálidos para indefectible morir en el desdichado transcurso del día, únicamente visible para las personas iniciadas, pacientes o lunáticas. No es una flor para cualquiera.
José Miguel Marín Guevara y Jean Carlos Puerto, mediante sus personales prácticas artísticas, en ocasiones dialécticas, convergen en un puzle semántico-estético cuyo eje temático y conceptual queda definido por la flor como elemento simbólico, bisagra entre la naturaleza y la cultura. Ambos artistas estructuran una narración metafórica en torno al desarrollo de la personalidad humana y su némesis: la represión, en cualquiera de sus manifestaciones sean estas sociales, políticas o psicológicas. Lo represivo es entendido como una acción o proceso que promueve la escisión del ser humano con la libertad y con su propia esencia. Naturaleza y cultura aparecen como los escenarios en los que la flor queda asimilada a la plenitud y el ritual a la vía, ya sea esta colectiva o íntima y particular, para alcanzarla. En este proyecto, la flor del echinocactus adquiere un carácter alegórico ligado a la personalidad humana o por qué no, a su espíritu.
A través de su dimensión instalativa, y más precisamente ritual y generadora de diálogo, ambos artistas realizan una ocupación espacial de ecos cabalísticos. Cinco pinturas y once esculturas, a modo de sefirot, proponen con un sentido programático cercano al árbol de la vida, nuevos hitos y senderos por los que transitar hasta llegar a completar de manera plena y satisfactoria el proceso de individuación. Nuevas asociaciones mítico-simbólicas y nuevos rituales para nuevas identidades más libres, autónomas y auto-conscientes.
Desde un punto de vista plástico, Jean Carlos Puerto parte de su tradicional estilo “naturalista” para indagar en cuestiones mucho más profundas acerca de la psique y la naturaleza humana. Quizá ese realismo fotográfico sea solo una excusa para trabajar desde el símbolo y el mito formas que están mucho mas allá de la mirada.
Por su parte, Marín Guevara ha puesto en marcha todo un laboratorio de pruebas, experimental, trabajando con nuevos materiales como resinas, cementados, siliconas e incluso con algo tan intangible como la luz. En estos procesos los descartes han sido tan importantes como los aciertos.
El apartado procesual del proyecto toma verdadera presencia, tanto a nivel conceptual como técnico, mediante el planteamiento de una serie de preguntas teóricas y técnicas que desemboca en una dinámica de selección matérica, de saturación o reducción hasta encontrar la respuesta estética idónea. Trabajando desde el color, las densidades, las transparencias, se ha determinado la elección de diferentes panes de cobre, oro o plata, resina epoxi, poliéster o cemento para las estructuras de sustentación, tratando de encontrar siempre el espíritu en la materia.
En ambas estrategias el diálogo con el pasado es múltiple, aludiendo explícitamente a técnicas, protocolos y manifestaciones tradicionales como puede ser el “icono” medieval; la escultura de retablo o el vaciado, mediante la cita o el cuestionamiento a partir de la contemporaneidad que proporcionan las nuevas técnicas y materiales.
Es importante incidir sobre como en ese diálogo, dos artistas con presupuestos estéticos a priori diferentes, han ido encontrándose en vórtices de divergencia y de consenso. Han generado un discurso abierto a partir de diferentes planos y niveles de significación que van, desde un apartado visual hipnótico y fascinante a una investigación profunda sobre los procesos plásticos, para albergar un cuestionamiento crítico acerca de la sociedad actual y los modos y modelos de las personas para poder, o no, imbricarse en ella.
Podemos, por lo tanto, concluir manifestando que estos procesos represivos se muestran normativizados e institucionalizados en una sociedad dirigida y controlada por unas estructuras de poder rígidas, cimentadas en instituciones basales como pueden ser: la familia, la religión, la política, los medios de comunicación, la medicina en su determinismo biológico, la propia psicología y dominios conceptuales como la sexualidad, la orientación del deseo, la expresión de género, la clase social y la raza.
Jean Carlos Puerto y José Miguel Marín Guevara, se proponen re-velar, volver a poner el velo mágico al arte, retornar a las formas elocuentes, re-direccionar el camino irreverente que va de la transparencia del discurso a la profundidad de la magia, transitar por la seducción de la polisemia y la contradicción. Volver al origen mágico del arte en el que cada pieza, como una flor mística, conforma un jardín mistérico de luces y sombras, un pequeño edén privado y esotérico. El cactus con forma de erizo amenazante, transmutado, ha manifestado su verdadera naturaleza, diferente, única, oculta y bella.
Ricardo Recuero