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Días deshojados

Exposición / Sala de Arte Canarias Instituto Cabrera Pinto / San Agustín, 48 / San Cristóbal de La Laguna, Tenerife, España
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Cuándo:
24 oct de 2020 - 06 ene de 2021

Inauguración:
24 oct de 2020 / 11:00

Horario:
De lunes a viernes de 11:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:00 horas. Sábado y domingo de 11:00 a 14:00 horas.

Precio:
Entrada gratuita

Organizada por:
Sala de Arte Canarias Instituto Cabrera Pinto

Artistas participantes:
José Herrera

ENLACES OFICIALES
Web 

       



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Descripción de la Exposición

¿Y si el silencio no fuera, en el fondo, más que la realización de una palabra extrema, como lo invisible bien podría ser el último estado de lo visible? Edmond Jabès «Solo lo que vive en el interior tiene un exterior vivo. Solo lo que tiene intensidad de vida puede tener intensidad de forma», escribió Mies van der Rohe en su carta al doctor Riezler (1927). José Herrera fundamenta su arte de ascesis, su estética de la negatividad (abierta a una metafísica neoplatónica de la espera, el aquietamiento, la contemplación, el silencio, la escasez, el retraimiento, la intraducibilidad...), en la fortaleza de la actitud como soporte de la práctica artística y en la dialéctica de la presencia y la ausencia, del exterior y el interior, como energía de su lenguaje. Por un lado, las depuradas formas abstractas de la conciencia, la piel, las estructuras poligonales, la vibración del color, los gestos expresivos: el positivismo, la encarnación visible; por otro, la inmaterialidad, lo invisible, la respiración interna, la riqueza emocional, el misterio: la subjetividad, el vientre grávido. Una tensión conceptual que conduce a «lo bello más allá de lo bello». Su mundo se concentra en dibujos y construcciones concretas, inespecíficas, suficientes en sí mismas, y, sin embargo, apoyadas espacialmente en dispositivos sintácticos muy ajustados, que se muestran susceptibles de avivar la mirada y abrir lugares de experiencia a su alrededor, de diseminar su aura y acreditar el enigma de lo real disipando la mera lectura autorreferencial. La capacidad de resonancia e incorporeidad que acopian sus piezas las proyecta como manifestaciones ligadas a una sustancialidad que, estando más allá de la constatación visible, las constituye; algo que no es susceptible de ser corroborado como evidencia tangible, pero sin cuyo concurso la obra no sería lo que es. José Herrera despliega en Días deshojados un recorrido visual elegíaco, privado de engranaje narrativo e ilusorio como es habitual en su trabajo, inserto en el campo expandido del arte: su discurso se asienta en el lenguaje. No obstante, la proyección simbólica y la carga expresiva de su mundo plástico, comunicado con medios pobres y dicción despojada, facilita remontarse a la cualidad humana, que contrapuntea la austeridad, la demanda de literalidad y el rigor formal de las tendencias en las que el artista hunde su raíz lingüística. La temática del tempus fugit parece deslizarse por sus figuras de alusión antropomorfa, arquetipos arraigados en la memoria primordial del ser humano, que remiten al cuerpo ausente, a los abrigos funerarios (sarcófagos, cenotafios o hitos tumulares encriptados, sudarios de uso temporal en su taller para cubrir las esculturas, revestimiento de la extinción y el misterio), trazos y extraños armazones adheridos a la idea de devenir y evanescencia, al flujo de la temporalidad. Materia, espacio habitado y percepción se funden en la experiencia aprehensiva que provoca la intervención del artista en las estancias que acogen sus obras, articuladas en torno a una sintaxis que vincula y cohesiona objetos, dibujos e instalaciones con el recinto que las recibe, para finalmente involucrar la mirada. La situación fenomenológica se ve desbordada por capas agregadas de conceptos, secuencias y emociones que modulan la arquitectura con el delicado propósito de habilitar atmósferas incluyentes. Un sereno clima ritual se infiltra, sedimenta el silencio y moviliza la conciencia desde lo material a lo inmaterial, desde lo visible a lo invisible, desde lo finito a lo infinito, mientras las obras adquieren el carácter de presencias cuyo aliento indescifrable reverbera en las salas. Se dibuja así un estado fuera del tiempo donde es posible penetrar en el significado de las cosas, provistas de un fecundo resorte de reticencia, como ocurre en la poesía china: las palabras concluyen pero el sentido se extiende y reverbera más allá del decir. Un estado de espera, de introspección y deleite, con el que José Herrera, persigue, como sucede en la estética taoísta, abrir las puertas de la percepción («ver algo»), sellar una alianza de empatía entre la obra y quien la contempla. A través de sus territorios mentales, de sus formas pensativas, primarias, recogidas sobre sí mismas, y de los lugares que activan, ofrece al público la oportunidad de convertirse en habitante de momentos en los que es posible percibir la respiración o neuma de la materia y sentir el empuje protector de sus piezas. No se trata de entender al modo convencional, cartesiano, sino de apelar al intelligere incomprehensibiliter («entender no entendiendo») de Nicolás de Cusa, a la comprensión intuitiva, cercana a los actos de inhibición y acción asociados a la práctica creativa tal y como la vive el artista. Y, asimismo, próxima a su interiorización de la naturaleza, tan esencial en su trabajo ―lejos de cualquier trasposición representativa―, por el pulso vital que irradia sobre su producción y arraiga tanto en su comportamiento como en su imaginario. Mies remataba su idea compartida con el doctor Riezler anotando: «La forma real presupone vida real. La vida es lo decisivo para nosotros». En su idealismo, tan austero como depurado, apelaba a las fuerzas que actúan en los procesos creativos y conciernen a las formas y la materia. Pero, asimismo, reivindicaba el inagotable ejercicio de la verdad como fuente sancionadora de la belleza, al modo de Agustín de Hipona: «Lo bello es el resplandor de la verdad». Al modo de San Agustín y al modo del pensamiento visual y la consistencia estética de José Herrera en sus Días deshojados, en el conjunto de su obra. Como Bram van Belde, Herrera se desenvuelve en el ámbito de la imposibilidad y el secreto, persigue crear lo que está fuera de la creación, flanquear el vacío, «ver donde ya no es posible ver, donde ya no hay visibilidad», un impreciso territorio en el que es imposible cualquier saber. Cada pieza de su orden visual, cada paso en su hacer delicadamente poético abre la escala de lo real y se percibe como un impulso tenaz, compartido, hacia la vida verdadera.


Entrada actualizada el el 26 oct de 2020

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