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Desiderátum (Las Vegas vs. La Habana)

Exposición / Museo de Huelva - Sala de Exposiciones Siglo XXI / Alameda Sundheim, 13 / Huelva, España
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Cuándo:
26 may de 2009 - 28 jun de 2009

Comisariada por:
Sema D'Acosta Balbín

Organizada por:
Museo de Huelva - Sala de Exposiciones Siglo XXI

Artistas participantes:
Ángel Marcos
Etiquetas
Fotografía  Fotografía en Huelva 

       


Descripción de la Exposición

I

En los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado, La Habana era conocida por sus casinos. Artistas, mafiosos, políticos y contrabandistas se mezclaban en una encubierta prosperidad de vida nocturna, salsa y fuegos artificiales. Todos reían y se emborrachaban juntos. Atraídos por esa espiral de alegría, los americanos pudientes iban a Cuba a despilfarrar dinero y cerrar negocios, a beber ron y fumar puros, a disfrutar de sus playas y sus mujeres. La población bullía. Después de la Revolución de 1959, tras la llegada de los comunistas al poder y confiscarse las casas de juego, su fulgente brillo se apagó. Fue sustituida por Las Vegas. De la noche a la mañana los estadounidenses construyeron una ciudad en medio de la nada que se convirtió en el nuevo centro de peregrinación de la diversión. Una urbe inventada en el corazón desierto para satisfacer los vicios y los excesos del capitalismo. Un lugar sin historia, vacío, que es la viva imagen de lo artificioso y las ilusiones vanas.

DESIDERÁTUM pretende enfrentar dos maneras contrapuestas de asumir la realidad: por un lado el concepto que representa Las Vegas, paradigma de nuestra sociedad del ocio; por otro La Habana, paraíso desdibujado que se ha convertido en un páramo de expectativas, un lugar extemporáneo que ha sido asolado por un falso sistema igualitario. Es la derrota de los anhelos frente a la cúspide de los despropósitos. La trivialidad venciendo al idealismo, los hombres vulgares anteponiéndose a los esforzados. Es lo inalcanzable de Las Vegas (un No-Lugar en ningún sitio, habitado) midiéndose con lo tangible (un Lugar concreto, en una isla, como deshabitado).

Las comparaciones entre ambas ciudades son inacabables, cada una se sitúa en un extremo. Sólo las vincula un hecho anecdótico, un pequeño detalle que acaba siendo crucial en el éxito de Las Vegas: el juego. La estrella de La Habana se apaga para que comience a relumbrar Las Vegas. Si Cuba no hubiese cambiado drásticamente de sistema político, a lo mejor la ciudad norteamericana no hubiese tomado tanto protagonismo. O sí pero de otra manera. Las luces se apagan en el Caribe para ir a encenderse al desierto. Hasta hoy. Cuando en 'El Padrino' Michael Corleone (Al Pacino) toma el mando de la familia y se convierte en el nuevo Don, traslada su residencia a Reno para volcarse en intentar controlar el entretenimiento, sabe que ese será el negocio más rentable de Estados Unidos en las décadas sucesivas. En el mismo momento en que los barbudos llegan a La Habana, él está allí cerrando un trato fundamental. Es la Nochevieja de 1958 y asiste a la fiesta que Batista da en su palacio presidencial. Todo se viene abajo con el alzamiento revolucionario. Desbaratada la opción cubana, Michael se pliega sobre Las Vegas, se refugia en Nevada...y se convierte en el mafioso más poderoso de Norteamérica. Es idolatrado y temido a partes iguales. Su padre dominó Nueva York; su pujanza se va a extender a lo largo y ancho del país.

La Habana languidece asolada por las miserias de un idealismo mal conducido. Muerta, apagada. Esperando. Paradójicamente la ciudad viva (que es pura alma) se muere consumida por el tiempo detenido. 'El sacrificio era la escena cotidiana, como la nada. Morir y vivir: el mismo verbo, como por ejemplo reír. Sólo que se reía para no morir a causa del exceso de vida obligatoria'. Mientras tanto, la ciudad mortecina (des-almada) se aviva por el tránsito infinito que la nutre. Las Vegas nunca para, su identidad está en el cambio, en los anuncios luminosos, bajo las sonrisas fingidas, tras el azar, en lo efímero. Por el contrario La Habana respira esa nada cotidiana, claustrofóbica y rasgable, que retrata Zoé Valdés. Una nulidad palpitante, pesada, densa. Polos opuestos que son la consecuencia final, la última etapa, de dos sistemas vitales irreconciliables y llevados al paroxismo.

Dos mundos sumarios, determinantes en la pulsión del siglo XX, que paradójicamente han acabado significando el vacío, la derrota de las motivaciones, la victoria del ocio sobre el trabajo. Sendas vías muertas hacia ningún sitio. Un desiderátum que no es más que un sinsentido que ejemplifica el fracaso de la ilusión y la deshumanización del hombre.

Primero, el sociólogo Daniel Bell anunció el fin de las ideologías. Advertía que el agotamiento de las ideas nos llevaba por la senda del pragmatismo político. Los resultados empezaban a ser más importantes que los pensamientos. Y eran sobre todo las nuevas derivaciones económicas en materia de crecimiento y bienestar social las que implantaban su supremacía. Luego Francis Fukuyama proclamó el fin de la historia. Literalmente. Para el politólogo la caída de la URSS significaba (y demostraba de facto) que la luchas doctrinales definitivamente habían concluido en este epílogo finisecular. La única opción factible que les quedaba a las sociedades desarrolladas era el liberalismo político, el marxismo-leninismo había naufragado en sus pretensiones. Tras la Guerra Fría, el neoliberalismo económico se acabó imponiendo a las utopías sociales, convirtiendo las democracias libres de hoy en adaptaciones acomodaticias, estructuras estables y seguras que se sustentan en un manejable estado de confort. Arredradas las motivaciones por el pensamiento único (los idearios ya no son necesarios, dispone la economía) vivimos remolcados en comunidades ociosas que desechan el esfuerzo y batallan, reivindicando con despotismo, más tiempo libre. Ahí está el peligro, ése es el problema. El tiempo de ocio no sólo ha sustituido al tiempo de trabajo, sino que también se ha impuesto al tiempo de la familia, al de las relaciones sociales, al de la inteligencia y al de la cultura. Nos dejamos llevar hacia no sabemos dónde. 'Los jugadores no tienen ninguna oportunidad' dice la voz en off del protagonista de 'Casino' en la película de Martin Scorsese. Efectivamente eso es lo que ocurre. Los ciudadanos no tenemos ninguna oportunidad, estamos atrapados entre gobiernos, bancos y grandes multinacionales. A expensas de su demagogia y felicidad engañosa.

Si La Habana, tal como es ahora, no tiene escapatoria, Las Vegas, en su fantasmal euforia, es una huída hacia el extravío. Ya no queda nada contra lo que luchar, las opciones se han convertido en pasadizos hacia la comodidad. Lo que queremos es, llanamente, vivir bien. Sin más. Nosotros. Nos da igual cómo vivan los demás. Si antes nos alienaban con el trabajo, ahora nos alienan con el ocio. Es a partir de él como nos manipulan. Ya no existen lugares de reflexión, ni de debate. Sólo, y cada vez más, lugares de consumo. Los ciudadanos, simples espectadores pasivos, nos hemos convertido en consumidores. De exposiciones, de moda o de videojuegos, da igual. El sistema nos hace pensar que podemos elegir y nos absorbe con su capacidad omnímoda. Ni el capitalismo -en su voraz privacidad-, ni el comunismo -en su pertinaz y acaparador empeño público-, conceden alternativas a los sueños, que se pierden como agujas en un pajar, entre cartillas de racionamiento por el haz y centros comerciales por el envés.

II

Al modo en que se mezclan e hibridan los metales en una aleación, las fotografías de Ángel Marcos (Medina del Campo, Valladolid, 1955) reúnen todo el poder de lo icónico, lo denotativo y lo simbólico. La desnudez de sus imágenes, directas y francas, nos hacen reflexionar sobre los menesteres (ora carencias, ora necesidades) del mundo globalizado que cohabitamos. 'Las fotografías suministran evidencias' -comenta Susan Sontag-'el registro de la cámara incrimina' continúa diciendo. Esta convicción, aparentemente manifiesta e inapelable, la reafirma Roland Barthes por vía de la certidumbre: 'la esencia de la fotografía consiste en ratificar lo que ella misma representa'. Aun entendiendo este nivel documental (de constatación) que se ajusta a lo visible, existe un trasfondo latente, como un piélago de insinuaciones, incorporado más allá de esta primera percepción aproximativa. En su serie Alrededor del sueño (2001) el artista vallisoletano indaga en la periferia de lo establecido -y aun admirado-, buscando fallas por las que colarse para desmontar con dudas lo aceptado, convirtiendo Manhattan, ónfalo emblemático de nuestro universo actual, en la plasmación del deseo sublimado. 'El trabajo de Ángel Marcos explora así un territorio fronterizo, limítrofe: un no-lugar, la zona porosa de una permanente transición posible -pero permanente y desigualmente dificultada. Un lugar de transición pero también un lugar de corte, de interrupción y rechazo. El lugar en el que los sueños se proyectan y se cortan, se definen y al mismo tiempo son vueltos imposibles, irrealizables - o cuando menos extremadamente problemáticos.'

Ya José Luis Brea apuntó la alegorización dicotómica en la obra de Marcos, una disyuntiva que enfrenta lo imaginado con lo real (territorialidad explícita y a la vez metafórica) que incide no sobre las apariencias, sino sobre sus ocultamientos. 'No interesa mostrar lo que comparece, sino lo que se esconde bajo ello.' No hay pretensiones documentales en sus imágenes, sino críticas, estableciéndose a raíz de estos trabajos una topografía del fracaso, de la miseria, que rodea como cinturón silenciado este gran teatro del éxito, esta nueva geografía promisoria.

Partiendo de Nueva York, sus series posteriores -menos narrativas y escenográficas que las iniciales pero conservando su inquietud por lo social y el apego por el extrañamiento-, le han llevado por ciudades como La Habana, Pekín o Las Vegas; sitios en expectativas, zonas de cambio o en proceso de transición -algunas veces hacia la emergencia, otras hacia la incertidumbre-, que contraponiéndose al discurso racialmente urbano de los retratistas modernos de la metrópoli, obcecados en lo arquitectónico, se adentra en aspectos más profundos que tienen que ver con las personas, sus modos de vivir y el futuro que les depara. Su mirada rehuye el tópico, rehusa lo superfluo y avanza en pos del paisaje transformado por la pregnancia del anhelo (aspiraciones, deseos, ilusiones...) sin eludir evidenciar los conflictos que en el curso de estos reajustes será inevitable que se produzcan. Prever (en la acepción literal del término, ver con anticipación) es una de las grandes virtudes de Marcos. No llega con antelación, llega en el momento exacto, durante el tránsito nodal previo a la dilucidación. Justo antes que cayeran las Torres Gemelas, él estuvo allí. Justo antes que se fuera Fidel Castro del gobierno cubano, él estuvo allí. Justo antes de los Juegos Olímpicos de China, él estuvo allí. Pura intuición cartesiana capaz de alumbrar un camino.

Es oportuno reseñar, dada la paradoja intrínseca que encubre la denominación del proyecto, el doble significado de la acepción desiderátum en castellano, un cultismo que ha perdurado poco evolucionado del latín. Por un lado se entiende como una aspiración o deseo que todavía no se ha cumplido; por otro se interpreta como el no va más, lo mejor que puede existir o imaginarse. Inicialmente, lo bueno que está por venir; después, la cumbre de lo soñado. Es desencantador constatar que tanto el comunismo como el capitalismo son dos doctrinas fallidas, cada una con dispar suerte. El comunismo porque su naturaleza decimonónica, obrera y contraburguesa, es una idealidad fuera de época que en la praxis se ha visto superada por su propia dimensión. Puede funcionar en corporaciones pequeñas y durante un tiempo limitado, pero no en grandes poblaciones, mucho menos en países, y a largo plazo. El capitalismo porque aparentemente nos permite esperanzarnos a gran escala (eso es exactamente lo que representa El sueño americano, curiosamente arquetipo del enriquecimiento, la suposición de poder alcanzar con esfuerzo y convicción cualquier meta), una ilusión falaz como muchos mitos occidentales alimentados por la fantasía o la necesidad. Ni todos somos iguales ni tenemos las mismas oportunidades ni nos desenvolvemos en circunstancias semejantes.

Recurriendo a dos trabajos de Ángel Marcos -En Cuba (2004) y Un coup de dés (2008)-, la idea es sintetizar de modo desdibujado y poco circunscrito, lo que representa el trance exánime que hoy por hoy obstruye al capitalismo y relega al comunismo, dos estructuras capaces de propiciar durante el siglo pasado un orden mundial tenso -pero equilibrado- al mismo tiempo que sostenían, rivalizando vis a vis, una alternativa necesaria. Aunque sólo fuese para comparar y poder diferenciar (los opuestos no se entienden el uno sin el otro; la razón de ser de ambos está en la alteridad). Sin execrar ni condenar, lo que se plantea a través de las imágenes es una reflexión profunda en torno a la contemporaneidad y el epílogo de las ideologías, un periodo de finitud que carece de motivaciones de pensamiento y actitudes críticas.

Una tirada de dados nunca abolirá el azar (un coup de dés jamais n'abolira le hasard) dice el conocido poema de Stéphane Mallarmé. Por mucho que nos empeñemos, el determinismo no existe. Nadie decide, no podemos controlar los accidentes vitales que fijan nuestro camino. Ni en la salud, ni en el amor. Ni en la suerte, ni en la desgracia. Los versos, que se esparcen derramando las estrofas de un lado a otro de las páginas sin orden aparente, son una oda filosófica a la casualidad. Incluso lo causal es imprevisible. De nuevo el juego, crónica marcial sobre la que se bate el destino de Las Vegas, un puntal sobre el que asienta Ángel Marcos su eje invisible.

La serie de imágenes que nos incumbe, Un coup de dés, son fotografías silentes que se agazapan en la amplitud espuria de la roadtown, una ciudad de ida y vuelta que se salvaguarda tras el cartón-piedra. Del lugar público y compartido -recordemos su trabajo Plaza Mayor, espacio y representación (2005)- que intentaba captar corazón y alma de villas históricas, núcleos orgánicos tallados por el pulso del tiempo, escenarios de la vida urbana (proporcionada y antropocéntrica), pasa a retratar la magnitud, desproporcionada, de una ciudad desmedida concebida para impresionar y no para ser habitada. De hecho, tan consciente es de su condición volátil que posee siete de los diez hoteles más grandes de la tierra. Las Vegas es una invención, la invención más inverosímil del siglo XX. En ella se recrea París, Venecia, Luxor, Nueva York....Es una Disneylandia para mayores con licencia para falsear la realidad. 'Por la noche, el Strip de Las Vegas (...) es un espacio amorfo y un conjunto de imágenes simbólicas que destacan sobre la oscuridad. (...) De día, es un lugar diferente, ya no es bizantino. Son visibles las formas de los edificios que siguen resultando secundarias ante el impacto visual y el contenido simbólico de los anuncios. El espacio de la ramificación urbana no está cerrado ni dirigido como en las ciudades tradicionales. Al contrario, es abierto e indeterminado.' La ciudad europea es comunitaria y nuclear, gira sobre sí misma, tiene un epicentro definido (el ágora, el foro, la plaza). La ciudad norteamericana, creada ex novo ecléctica y mimética, no tiene escala, tiene ritmo. Trepida al son de las luces y los reclamos. Detrás de los brillos de neón, sólo hay nebulosas. Cebos incandescentes para turistas despreocupados.

'Todo el que llega a este no man's land comprende que está ante algo único que es, al mismo tiempo, una alegoría de lo que está sucediendo en el mundo entero.' Los visitantes, por millones, repiten como teleñecos su vals del entretenimiento. Sonrientes, narcotizados por el delirio. La mirada del fotógrafo busca en rededor. No se asienta ni se deja seducir por los cantos de sirenas. Merodea, observa desde la distancia. Como comenta Fernando Castro Flórez, prefiere deambular por las aceras y apartarse del bullicio para conseguir contemplar todo ese espectáculo como un paisaje del desconcierto. En la periferia, en el terreno liminar entre el desierto de Mojave y los barrios suburbanos, ahí encuentra Marcos los resquicios donde la escenografía se convierte en ruinas. Por ejemplo, en un cementerio de letreros abandonados, un lugar donde las palabras arrumbadas (inevitablemente hay que aludir a los wordpieces de Jack Pierson o algunos cuadros textuales de Ed Ruscha) transmiten ese apocado sentimiento de pérdida que nos habla de las aspiraciones y frustraciones del ser humano. Un afecto melancólico, lánguido y apagado, que tiene que ver con el show que se acaba o la decadencia de Hollywood; grupos de letras sugerentes que manifiestan el desastre inherente que conlleva la búsqueda constante del glamour.

III

Hay un subcontinente propio e interesante en los rótulos y carteles que se incluyen en las fotografías de Ángel Marcos (y esto es algo que he hablado con Alberto Martín) que de manera ulterior comunican más allá de las imágenes. Hay muchas fotografías de fotografías, un metalenguaje que apoya también en inscripciones o frases complementarias. Eslóganes políticos en Cuba, anuncios diversos alrededor de Manhattan y grafías desarraigadas en Las Vegas. Distintivamente, también encontramos en Walker Evans esta querencia por los epígrafes y la recontextualización. Constantemente. En una de sus fotos más afamadas dos trabajadores cargan en un camión un inmenso letrero que pone DAMAGED, una articulación muy inteligente entre forma y concepto porque lo que llevan a reparar precisamente es un cartel que anuncia una avería. Para Marcos, al igual que ocurriera con Evans, el espacio urbano es un teatro de signos que envuelve al sujeto. Lo real se convierte en lenguaje y luego en atributo. O viceversa.

En 1933, el fotógrafo americano Walker Evans recibe el encargo de ilustrar The Crime of Cuba, un libro escrito por el periodista Carleton Beals que delataba la pobreza extrema que padecía una parte de la población de la isla bajo la dictadura de Gerardo Machado. La idea del editor era que Evans pusiera imágenes a esta denuncia política, que planteara un fotodocumental sobre la indigencia y la opresión. Evans se niega a hacer periodismo propagandístico, reivindicando su autonomía, e impone sus propias condiciones. Cuando viaja hasta La Habana, lo hace sin una finalidad predeterminada, dispuesto a explorar sus rincones y a conocer a sus gentes. Aunque sólo tenía previsto quedarse dos semanas, seducido por el exotismo tropical y lo argumentos infalibles de Hemingway, 'su compañero de bebida,' decide alargar su estancia sin fecha fija de salida. Deambula sin rumbo recogiendo rincones, retratando tipos sociales y símbolos urbanos. Tal como hacía Atget en París. Le interesa el trasiego, la multitud, la suite rítmica que mueve la ciudad. Le fascina el sujeto y le fascina el entorno en el que se mueve. 'Antes de abandonar Cuba, Evans realiza tres fotografías sobre la brutalidad de la represión de Machado -ajusticiados y torturados-, la clase de material que le demandaba Beals. La particularidad es que estas imágenes no son realizadas directamente por Evans dentro de la supuesta transparencia fotográfica, sino que las toma de la prensa, como un signo urbano más, integrado dentro del discurso fotográfico.'

Trasponiendo las distancias y las circunstancias, motivaciones semejantes empujan a Ángel Marcos por las calles de la ciudad caribeña. Después de todo, La Habana no ha cambiado tanto en el último medio siglo. Su serie En Cuba nos muestra los rescoldos de una metrópoli que tuvo que ser deslumbrante en su pujanza. 'Contrariamente a las utopías urbanas de los gobiernos socialistas de ciertos países de Europa Central y del Este, Castro en La Habana no ha intentado hacer tabla rasa del patrimonio arquitectónico, como en Bratislava o en Bucarest. Todo, por el contrario, ha sido conservado tal cual, o más bien abandonado tal cual. Lo que se ha construido es un discurso basado en una ideología omnipresente. Al peso de lo ya edificado, se ha añadido el choque de las fórmulas y los eslóganes.' Un lugar detenido, que no es capaz de avanzar.'Ángel Marcos pone en evidencia la insularidad singular de una Cuba fuera de tiempo, pero hoy también fuera de la Historia. Es en esta confrontación muda donde reside el interés de este trabajo. La verdadera vida parece haber abandonado estas calles y estas casas' comenta Jean-Luc Monterosso. Y desde dentro, masticando a desgana ese tiempo detenido, Yocandra, la protagonista de 'La Nada cotidiana', no para de darle vueltas a eso. ¿Por qué habrá que pensar tanto y tanto en los días que pasan? delibera sumida en la resignación, monótona y tintineante, que sacude la espera de los habaneros todas las mañanas. Sueños que no se alumbran, que se eternizan para convertirse en pesadillas inocuas y permitidas. A fin de cuentas, la misma desazón encubierta que planea sobre Las Vegas. 'Mientras los rótulos de persuasión continúan con su cacofonía gangosa, los turistas, al pairo del espectáculo, completan un sueño que, es en verdad, una pesadilla camuflada.'

La intención de unir estos dos grupos de imágenes, Un coup de dés y En Cuba, es crear significados subyacentes que realcen la fuerza que desprende cada serie de manera autónoma. Al enfrentarlas de modo tan directo, se legitima un lenguaje paralelo que enriquece sus valores icónicos y simbólicos, forzando al espectador a pensar no sólo en lo que ve, sino también, y sobre todo, en lo que no ve. Así, las fotos se cargan de nuevos sentidos, algo que sólo ocurre con las buenas obras porque no se resienten con el paso del tiempo ni se achican en las confrontaciones. Las piezas que son arte de verdad, crecen al cambiarlas de contexto: adquieren nuevas nociones veladas o resaltan aspectos que permanecían en un segundo plano.

Este proyecto no procura moraleja ninguna ni aspira a dilucidar ningún camino. Nos habla de personas y del modo en que las personas construyen su vida en sociedad. No es pesimista, es realista, enfrenta dos ideas en una dialéctica provechosa (según Hegel y Marx la lucha de contrarios, por la cual surge el progreso, hace avanzar la Historia). Estancados en un intersticio hacia no sabemos dónde, esperamos, sin ser conscientes, una nueva etapa. No llegamos a vislumbrar cómo será, pero lo que sí es evidente es que estamos ante el final de algo, que nos hallamos en un período flamígero. A lo mejor, el fracaso de las utopías (ni comunismo ni capitalismo han colmada las necesidades del hombre moderno) es una ventura consustancial al ser humano y nada tiene que ver ni con los designios ideológicos ni con los sistemas políticos. Es, sin dramatismos, el destino de la Humanidad -estigma inevitable de todas las civilizaciones-, alcanzar un cenit ahíto para luego volver a empezar.


Imágenes de la Exposición
Ángel Marcos -1

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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