Exposición en Madrid, España

Derivados de pintura

Dónde:
Fernando Pradilla / Claudio Coello, 20 / Madrid, España
Cuándo:
14 nov de 2007 - 08 ene de 2008
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
En el espacio Proyectos, exposición colectiva de Victoria Encinas, Edouard Prulhier, James Hyde e Ivelisse Jiménez.

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La pintura de César Delgado viene a reflejar, mejor dicho, a fijar, cómo la urgencia del estallido del presente representado aquí por el gesto zigzagueante, enmarañado o en explosión, inmediato y preconsciente, se mide a sí misma por un instante en el cuadro con otra suerte de depósito de signos que parecen responder a un ritmo temporal de ejecución alejado del golpe automático del primer impulso, un ritmo donde cabe el control de la línea recta, de las figuras geométricas elementales y planas, de las retículas varias que se abren ante nosotros incluso superponiéndose en visiones densas y calidoscópicas.

El inicial cuerpo a cuerpo del artista con la tela todavía sin mácula se traduce en descarga de energía primaria y urgente, agresiva incluso, para, inmediatamente ... después, continuar el trabajo con la intervención del ordenador, enfriando así un proceso que se torna racional y luego se trasladará fielmente al cuadro, lo cual no excluye que pueda volver a intervenir en él la gestualidad sin mediaciones antes de ser finalizada la obra. Se trata, entonces, de una dualidad de actuación y procedimiento que nos remite a la complejidad de la apreciación de lo real en un mundo desdoblado por la presencia continua y dominante de las imágenes virtuales.

A mediados de la década de los ochenta, César Delgado iniciaba su andadura como pintor valiéndose de un lenguaje heredero directo del Informalismo, sin poner reparos entonces -y a diferencia de otros artistas jóvenes del mismo periodo en nuestro país- a las aportaciones anteriormente llevadas a cabo en esa dirección por destacados creadores españoles, como Tàpies o Saura, tan distintos entre sí por otro lado. Ya en los inicios de los años noventa, la mirada del artista deja notar ciertas afinidades con algunas propuestas norteamericanas, y hace convivir en el cuadro no sólo el gesto y la pincelada extendida de índole expresionista con la inclusión de palabras y frases, sino además con una libre figuración sincopada y escueta cuyas imágenes, realizadas en la inmediatez, nos recuerdan en ocasiones el universo creativo de Jean-Michel Basquiat. El color, a su vez, se va encendiendo progresivamente, hasta llegar a la eclosión plural de la paleta en el último periodo, durante el cual Delgado centra su obra en un territorio abstracto aglutinante que contiene a propósito la dicotomía de planteamiento antes indicada.

No parece desatinado apuntar aquí que el siglo XX -y lo que llevamos del XXI- ha protagonizado lo que podríamos llamar ruina de la imagen, y ello debido precisamente a una saturación de imágenes a la que han contribuido de manera decisiva la superproducción, velocidad y ubicuidad tecnológicas, aunque la vanguardia histórica en el arte sentó, hace una centuria, precedentes iconoclastas con respecto al legado anterior, movida en buen grado por una necesidad terapéutica de empezar de nuevo. La situación se ha agravado mucho más hoy, cuando el arte figura a pasos agigantados como una mercancía más de consumo para el lujo y el prestigio social, en medio de un bullicio que ha invadido incluso los museos y que a menudo confunde al artista, aplicado, ya no tan raramente, a los designios de la gran factoría dominante. En efecto, la idea romántica y moderna -Schlegel la expresó en su día- de que el artista tiene su centro en sí mismo va siendo cada vez más difícil de materializar en una atmósfera atenta sobre todo al afuera, al tiempo que la noción del arte como medio para la reflexión, para ir adelante en el entendimiento, que alimentara el núcleo de la modernidad hasta hace poco, está viéndose relegada a pasos agigantados por la premura de una contemplación que se hace día a día más indigesta debido a la sobredosis de objetos en exposición a lo largo y ancho del mundo, y a la velocidad del rayo con que se suceden.

De todo ello es consciente el pintor de quien tratamos, como asimismo sabe que la ruina, si se la analiza, transmite aunque sea oscuramente un estado de cosas, que “la ruina es el objeto en tanto que habla, el objeto que se ha vuelto parlanchín, tragado por el parloteo, reducido al estado de trazo, un signo”, según palabras de Gérard Wajcman en su ensayo “El arte, el psicoanálisis, el siglo”. De su parte, César Delgado publicó hace un par de años un texto escrito por él para el catálogo de su exposición en la madrileña Galería Fernando Pradilla donde advierte acerca de que “cada época histórica, a la vez que abre un abanico de posibilidades, precinta para siempre las que fueron propias de otras, cuyos parámetros han cambiado y que los nuevos ya no permiten”. No obstante, el problema planteado en esta época concreta en el arte posee nuevos tentáculos que apuntan a múltiples -y a veces borrosas- direcciones. Por ejemplo, la incursión complaciente en lo banal a fin de ser una voz más en ese gozoso -y lucrativo- parloteo común donde las entonaciones singulares vienen a perturbar, en su extrañeza, la fiesta de celebración de la ruina.

Pues bien, la pintura de César Delgado nos habla sin tapujos de la ruina, “evoca la vorágine contemporánea” -siguiendo la afirmación del autor- y nos la muestra mediante la disección, o, como él ha dicho, la taxidermia. Y aquí entra en juego otra dualidad que no coincide con la señalada al principio en lo concerniente al proceso de ejecución de la obra: se trata, en este caso, de construir desde la destrucción, lo cual no significa reconstruir, sino dar luz a una imagen ambigua hecha de mil imágenes fragmentadas de diversa naturaleza, imágenes que han perdido tanto su rostro originario como la capacidad de transmitir hoy lo que en su momento quizá pudieron comunicar, residuos con los cuales se mezcla lo existente en el lúcido sedimento del artista, y que producen ese calidoscopio donde, al menos, se aspira a la unidad viva de la propuesta artística singularizada, a la coherencia que parte de la incoherencia como punto de atención prioritario.

No obstante, conviene aclarar que los fragmentos de imágenes sin rostro que componen la obra de César Delgado se inspiran sobre todo en aportaciones diversas de la pintura contemporánea durante la segunda mitad del siglo XX, cuyo eco, reinterpretado, sigue en vigencia en la obra de numerosos artistas del panorama internacional reciente. En este sentido, la abstracción en doble cauce, expresionista y geométrico, se da la mano en unos cuadros donde además tienen cabida señas del arte Pop incluso en lo que atañe al color, el cual combina en los lienzos de Delgado la impresión densa e irregular con aplicaciones planas y brillantes.

Con oportunidad de esta exposición, César Delgado está proyectando, asimismo, una instalación pictórica que va a realizar “in situ” por medio de distintos materiales, incluyendo el acetato transparente adherido a la pared de la sala y jugando con las superposiciones, aparte de recurrir a la impresión digital recortada y a planos de color en metacrilato, o al spray que aplicará allí de forma directa. Este trabajo, denominado “Pintura trepadora”, es capaz de producir sensaciones pluridimensionales a las que tampoco son ajenos del todo los cuadros desarrollados sin salir de la planitud del soporte. Pero en la instalación a que hacemos referencia los límites de la tela no existen, y la expansión llega a ocupar hasta parte del suelo. El color, de su lado, alterna el gesto en claroscuro pronunciado del blanco y negro con planos rectangulares y homogéneos de predominio azul, amarillo y rojo, sin descartar sugerencias lineales monocromas que discurren en regularidad por el muro para adentrarse en el pavimento. Hay en este proyecto, igualmente, un contrapunto a la línea recta que no sólo viene dado por el desorden del gesto en maraña o por las sinuosas formaciones que se desvelan en parte del acetato empleado, sino también en el ritmo acompasado de pequeños círculos que, en ocasiones, afloran en los cuadros.

Cual suerte de radiografías del caos que nos asiste, en estos trabajos, sin embargo, se pone de relieve un empeño en aunar lo múltiple e incluso lo aparentemente opuesto sin perder de vista en ningún momento el ámbito cultural que compete al arte de manera directa. Ello no quiere decir que la imagen de imágenes fragmentadas propuesta por César Delgado se repliegue en sí misma como una totalidad autosuficiente. Por el contrario, apunta siempre a la expansión y a la explosión, en una dinámica especularia que refleja el trasiego acelerado y la sobrecarga de imágenes de esta época, donde cada vez resulta más raro que algo encuentre asiento más allá del instante.

Las pinturas de César Delgado son espejos de aumento que estallan ante el ojo para que el ojo despierte. Porque, siguiendo a Edmond Jabès en “Eso sigue su curso”, “El ojo es olvido. A la vez olvido de cosas vistas y mirada muerta del olvido”. Y, aunque la retina parezca alcanzar a ver lo que tiene alrededor, lo importante, también a la hora de aproximarse al arte y sobre todo aquí, es no perder la capacidad de penetración en lo que subyace en la imagen o en la ruina de la misma, para lo cual es necesario que la vista posea el vigor de mantenerse conectada con otros resortes de la percepción que incluyen la actividad del pensamiento.

 

 
Imágenes de la Exposición

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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