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Darío Villalba

Exposición / Luis Adelantado México / Laguna de Término, 260 (esq. Mariano Escobedo 196). Col. Anahuac / Ciudad de México, Distrito Federal, México
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Cuándo:
22 sep de 2011 - 04 ene de 2012

Inauguración:
22 sep de 2011

Organizada por:
Luis Adelantado

Artistas participantes:
Darío Villalba

       


Descripción de la Exposición

Darío Villalba se nos presenta ahora muy poco después de su singular y formidable exposición retrospectiva en el Museo Reina Sofía, que sorprendió a todo el mundo. No era para menos, porque en ella logró traer todo su pasado desde el presente, que es como decir que demostró la actualidad de toda su trayectoria. En cualquier caso, hacer de la propia memoria una innovación es un desafío extremo, cuyo coronamiento podría exigir reposo si el superviviente no estuviera en trance o en vena de seguir atravesando el horizonte, como le ocurre a Darío Villalba. No se trata sólo de que la obligación de un artista es serlo hasta el final, sino que la única forma de revalidar este deber es inventarse constantemente finales que remitan a los principios. Desde sus comienzos, que datan públicamente de la década de 1960, Darío Villalba generó una dialéctica artística muy singular entre el expresionismo abstracto, que, en España, había servido para fraguar el primer impulso verdaderamente modernizador de nuestra vanguardia tras la guerra civil, y el Pop-Art, todavía desconcertante en un país que entonces daba sus primeros pasos en pos de su desarrollo económico. Pero lo singular de esa dialéctica artística de Villalba era ya entonces, y luego lo siguió siendo, su capacidad para cortacircuitar sus elementos generatrices; esto és: no sólo para lograr una síntesis superadora de ellos, sino para replantear todo su proceso. En este sentido, el uso que empezó a hacer de la fotografía y su encapsulamiento en metacrilato, dos procedimientos de enfriamiento extremo, generaron unas imágenes de palpitante dolor, que rompían con todos los esquemas a la moda, salvo para quien conociese muy bien la atávica espiritualidad española y su honda huella artística, desde Sánchez Cotán y Zurbarán hasta Goya.

 

Aunque me parece especialmente oportuna rememorar esta, por lo demás, actualizada raíz de Darío Villalba, el problema que ahora nos plantea no es sólo o no es tanto el de su fidelidad al origen, que es personal e histórico, sino su innovadora actualización. Villalba vuelve de forma distinta a lo de siempre, incluso en su método de trabajo, que avecina las contraposiciones más radicales al yuxtaponer lo icónico y lo pictórico, lo espiritual y lo físico, lo frío y lo cálido, lo íntimo y lo ajeno. De nuevo, en fin, aunque de nuevas, vemos ahí zambullirse a Villalba en lo sacramental del ser humano.

 

Villalba revuelve retrospectivamente toda su trayectoria al reinventarse un nuevo final u otra manera diferente, si se quiere, de abordar sus principios. Un contemplador distraído puede, por ejemplo, no percatarse del cambio operado en Darío Villalba tras la muestra del Reina Sofía. Es un cambio realmente profundo y por ello no tan sencillo de percibir. Es un cambio, sin duda, digámoslo así, ?formal?, como luego trataré de explicar, pero con la peculiaridad de que los cambios formales en Villalba son, asimismo, cambios en la forma de mirar y de juzgar lo real. Ese cambio, que está por doquier, aunque creo que resulta más visible en los dípticos, es el engarce simétrico de las figuras. Un cambio, así, pues, clásico; un cambio, por tanto, a la griega. Las imágenes se doblan abriéndose como las vulvas de una concha o como una imagen se refleja en un espejo desde una angulación diagonal, no frontal, de manera que su reduplicación diverge en paralelo. Una segunda mirada nos advierte, por otra parte, que, bien por los juegos de especulación simétrica, bien mediante otro recurso clásico, como el ritmo, la mayor parte de las imágenes, aisladas o no, que ahora compone Villalba, responden a un patrón ideal, a un orden espacial o temporal. Con ello, desde mi punto de vista, Villalba rompe con la monocorde repetición seriada, que, desde luego, aporta cierta intensidad dramática, pero no es lo mismo hacer dos de uno, dos veces el mismo uno, que uno de dos, incluso si el uno es uno; esto es: una misma figura aislada, pues no en balde una cabeza o un cuerpo, recto o verso, no dejan de tener dos partes.

 

Pero si este, por así llamarlo, ?retorno al orden? de Darío Villalba recompone de forma innovadora su lenguaje visual, hay algo también de convulsionante en el tratamiento de la figura, que, nutriéndose de los mismos caladeros existenciales que le son propios, resulta, ¿Cómo lo diría?, de una melancolía diferente y más intensa, un poco como rusa. Cuando hablo de ?melancolía rusa? estoy pensando en muchas cosas, pero, sobre todo, en las imágenes de Andrei Tarkovski, Aleksandr Sokurov y Andrey Zvyagintsev, esos tres cineastas que han actualizado, de forma escalofriantemente sobria, el sentir místico oriental. En efecto, las imágenes de los descarriados por una razón o por otra, tanto da, que siempre han fascinado a Darío Villalba, se nos muestran ahora patinadas por una extraña película de piedad, que no es lo mismo que la compasión, y, aún menos, la conmiseración, aunque sean sentimientos piadosos. La piedad, sin embargo, ha de ser y sentirse a flor de piel, con un estremecimiento que se adelanta a cualquier reflexión. Nunca como ahora, los cuerpos de Darío Villalba me han parecido tan ?encarnados?, tan hechos carne, sea de cuerpo entero, sean rostros, sean simple expresión o gesto. En el fondo, se arriba a la piedad cuando el artista verdaderamente ama la encarnadura del otro, es decir: cuando el amor se hace tan físico que resulta misteriosamente incontrolable. Bien; Esta es la piedad que patina los cuerpos atrapados por la amorosa mirada de Darío Villalba. Es necesariamente una piedad melancólica, que yo he sentido entre los rusos y por esos defino a este Villalba ?griego? también como ruso.

 

Pero hay algo más, que no puedo eludir. Debo comentar también de forma específica la fotografía, ese arte funerario, como todo arte de la memoria. Hiciera lo que hiciera, la fotografía ha acompañado toda la trayectoria de Darío Villalba. La exhibición monográfica de sus documentos fotográficos así lo ha puesto de manifiesto. Este material es un pozo sin fondo, no sólo por su abundancia, variedad y versatilidad, sino porque es el responsable de la hondura del trabajo artístico de Darío Villalba, que, ahora lo vemos, lo tenía muy presente incluso cuando pintaba ?abstracto?. Es algo que, por ejemplo, no se le escapó a Warhol, que apuntó con inteligencia que Villalba hacía un ?Pop del alma?.  O sea: cuerpos y almas. De acuerdo; pero ¿qué tiene que ver esto específicamente con la fotografía y con la fotografía que ahora emplea Darío Villalba?. Que la fotografía es un ritual funerario; es decir: la instantánea mortal de un mortal ya lo advirtió Roland Barthes. Es, pues, un memorial de la muerte entre los vivos. Es así, pero yo no me quiero quedar así, sin más, sino que necesito hablar del ?vértigo? de estas instantáneas. Curiosamente, el título elegido en castellano para la versión del filme De entre los muertos (1958), de Alfred Hitchcock, fue Vértigo, una versión seguramente elegida por la obvia simplificación de que el protagonista sufría esta disfunción corporal, pero, fuera cual fuera la intención de los intérpretes de nuestro país, impremeditadamente casa con el fondo de esta espeluznante película y, sobre todo, con lo que aquí quiero resaltar: el vértigo de la resurrección de los muertos, pero en esta vida, entre mortales. Como la de Lázaro, toda resurrección es milagrosa, algo que produce admiración, pasmo. La fotografía, aunque propiamente no los resucite, de alguna manera los mantiene vivos, puesto que impide que se disuelva su memoria física. Es, no obstante, un milagro ?vicario?, no sólo porque tiene una resolución maquinal, sino porque ?fija? la memoria, que, de suyo, se alimenta, como la vida misma, del fluir. En cierto sentido, la fijación fotográfica de una imagen implica su embalsamamiento: es un anticorrosivo más que un estímulo vivificante.

Por otra parte, la imagen, lo icónico, sean fotográficos o no, nos obligan a mirar más allá de sí mismos, lo que no ocurre tanto a la pintura, que se convierte en un objeto en sí. Le corresponde así al artista, fotógrafo o pintor, lograr cierto ?espesor? para que la imagen no se diluya en lo meramente funcional de la evocación de un muerto o de un momento muerto, sino que nos sobresalte con su vitalidad. La locura de amor que embarga al atribulado inspector de policía de la película de Hitchcock al toparse con la replicación de su amada muerta, que ha perdido por culpa de un ataque de vértigo, es, valga la redundancia, vertiginosa. Es el vértigo ante la indeclinable presencia de lo que se creía definitivamente ausente, Por eso el pasmado amante en duelo, al toparse con la réplica de la amada perdida, trata de ?reconstruirla?, siendo esta loca reconstrucción precisamente lo que da ?espesor?, ?sustancia?, a lo que, si no, sería simple y casual parecido. Pues bien, esto es lo que, a mi juicio, intenta hacer Darío Villalba a partir de sus documentos fotográficos, que ha coleccionado a centenares a lo largo de su trayectoria: que, de repente, sólo unos, y precisamente ésos, dejan de ser documentos y se convierten en un objeto en sí, con toda su densidad y espesor. Hay que suponer que, en cierto momento, le revelan algo sustancial, que le produce vértigo, y entonces Villalba empieza la labor de su ?reconstrucción?, o, si se quiere, de su ?resurrección? artísticas. Esto es lo que da gravedad, peso, a las imágene de Darío Villalba, que no se dedica simplemente a mirar la realidad, sino que la transfigura en una obra de arte. A la postre, también con la fotografía renueva los votos de su peculiar dialéctica artística, porque en ella no sólo se conjugan elementos contrapuestos, sino la honda pugna entre, por decirlo con las palabras de Simone Weil, la gravedad y la gracia, el peso y la ligereza, el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo; en suma: la desgarradura del ser humano mortal. Como ocurre con todo gran artista, la obra de Darío Villalba nos parte en dos o en dos mitades, que bien pueden ser simétricas. No en balde este artista genuinamente español nos demuestra ahora que puede ser muy bien asimismo griego y ruso, pero siempre a causa de la piedad, esa misteriosa pátina que hace refulgir los seres y las cosas.


Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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