Descripción de la Exposición
La Fundación Gonzalo Torrente Ballester reúne la obra parisina de Darío Basso en la exposición Darío Basso. París, 1987-1992.
La Fundación Gonzalo Torrente Ballester presenta una exposición del artista Darío Basso (Caracas, 1966), recuperando lo mejor de su producción de finales de los años 80, cuando vivió en París y coincidió con pintores como Miquel Barceló, José María Sicilia o Berta Cáccamo.
La muestra se compone de 9 grandes cuadros, pintados con abundante materia sobre gruesas lonas, 3 pinturas sobre papel y 8 grabados. Obras que no han sido expuestas desde principios de los años 90, en las que resalta el gusto por las texturas y el diálogo de elementos iconográficos propios de culturas y épocas distintas. Coincide con el regreso de Darío Basso a Galicia, tras su establecimiento en Vigo.
La exposición, que ocupa la planta baja de la Fundación Gonzalo Torrente Ballester, está abierta los jueves de 12 a 13.30, los viernes y sábados de 12 a 13.30 y de 18 a 20, y los domingos de 12 a 14 h.
Se realizan visitas guiadas, siguiendo el protocolo COVID, previa solicitud en sala o en el correo fgtb@fgtb.org
Permanecerá abierta hasta el 14 de febrero.
Aunque Darío Basso se da a conocer a mediados los años 80, con una irrupción muy temprana en el ambiente artístico gallego y madrileño, son sus viajes y estancias en París, Roma y Nueva York los que le permiten entrar en contacto con los ambientes artísticos más activos, así como las estancias en Senegal, Norte de África, India o América del Sur establecer un conocimiento directo de otras culturas y lenguajes. Modos y vivencias que tendrán reflejo en su obra, marcada por la pasión en el trabajo y el encuentro entre culturas.
Entre 1987 y 1991 se establece en París (con una estancia intermedia en Roma), en un momento de especial ebullición internacional, que vive con intensidad, gracias a la visita a exposiciones que determinaron el discurso de esos años, en especial una, Magiciens de la Terre, celebrada en el Centre Pompidou (1989), en la que se establecían diálogos entre la obra de artistas contemporáneos occidentales con obras de otras culturas y épocas, alejadas del canon occidental. En esta época coincide en la capital francesa con Miquel Barceló, José María Sicilia, Miguel Ángel Campano, José Manuel Broto y Berta Cáccamo, con los que establece intensa relación.
Plantea entonces una pintura densa, en la que al gusto por las texturas y la materia se une una capacidad de resolver los cuadros con sentido y misterio. Cuadros trabajados muy encima, sobre lonas que trata como si fueran tierra o coraza, superficies densas, de presencia muy física, de las que extrae un alto sentido poético.
París, 1987-1992 recupera uno de los momentos más intensos en la obra de Darío Basso, permite volver a ver cuadros que no se exponen desde hace 30 años, muchos de ellos de gran formato y absolutamente claves cuando se habla del desarrollo de los años 80 en España, como Cora, Chemín Arabe, Hari-Jara, Largonaute, Manatraza, Hara o Tortuga de África, pintado en Roma con mezcla de tensión parisina y orden romano, visible en la alusión al interior del Panteón.
La carpeta de grabados Ojo, prologada por Francisco Calvo Serraller, probablemente uno de los trabajos gráficos más sugerentes de su generación, señala el gusto por los matices, las gradaciones, los juegos con fragmentos y la idea del cosmos, que desarrolla cuando abandona París para vivir en la Umbría italiana.
El pasado viernes, tuvo lugar un acto en la FGTB al que asistieron Álvaro Torrente Sánchez-Guisande, Presidente del Patronato de la FGTB, Darío Basso y Miguel Fernández-Cid, anterior director de la fundación, que fue quien dejó organizada la muestra.
Álvaro Torrente resaltó el carácter “singular” de una exposición, en la que “se reúnen obras excelentes, que deberían estar en las mejores colecciones y museos, que permanecían ocultas al gran público y que la FGTB consigue reunir, aunque para mostrarlas hayamos tenido que adaptar las salas”. “La planta baja de la FGTB –prosiguió– es hoy uno de los espacios expositivos más atractivos de Santiago, con un enclave perfecto: un lujo del que no se debiera prescindir”. Recordó que se están realizando las gestiones oportunas para poner en marcha el programa dejado por el anterior director, Miguel Fernández-Cid, antes de su incorporación al MARCO de Vigo: “están preparadas o muy avanzadas exposiciones sobre el Compostela de Torrente Ballester, sobre su relación con Santiago, sobre su presencia en el cine, así como proyectos sobre arte, que tienen un carácter especial, como presentar ahora obras de juventud de un artista como Darío Basso, que está en plena madurez creadora”.
Darío Basso no ocultó “mi emoción al ver de nuevo reunidos a estos hijos a los que no veía desde hace muchos años, y ver cómo dialogan… Me parece un lujo que agradezco, porque a los artistas, volver a ver nuestra obra, pasados los años, nos provoca cierto temblor y nos lleva a la reflexión. Creo, además, que el montaje ha quedado espléndido, y doy gracias a la FGTB porque me consta que ha hecho un gran esfuerzo por hacer posible este sueño, del que me habló Miguel Fernández-Cid hace años…”
El actual director del MARCO, que acompañó a Darío Basso en el montaje, incide sobre ese proceso: “Hace 3 años, o incluso 4, planteamos la conveniencia de realizar una serie de exposiciones en las que se repasase un momento de especial intensidad en la obra de un artista. Para evitar el tono fúnebre, elegimos a artistas vivos de los que somos conscientes que hay una época que no es lo suficientemente conocida por el público, especialmente porque son obras solo expuestas en el momento de ejecución. Nos pareció oportuno propiciar una segunda visión, pasados unos años y algunos cambios estéticos. Como arranque pensamos en Darío Basso y los cuadros pintados durante su estancia parisina, aunque al final incorporamos uno de un viaje a Roma y unos grabados de cuando deja París y se establece en Umbría, porque señalan bien que si su París fue el de la materia y los diálogos culturales al hilo de Magiciens de la terre, Italia le plantea un punto de orden y juego con texturas y veladuras. Para hacer posible la muestra había que reformar las salas y no era un momento fácil. No oculto mi alegría al ver al fin expuesta la obra, en una fundación que tiene un espacio mágico y unas posibilidades inmensas. ¡Qué bien aguantan los cuadros el paso del tiempo, casi 30 años!”
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