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Cuerpos y almas

Exposición / Centro de Arte Moderno y Contemporáneo Vázquez Díaz / Plaza de Hijos Ilustres, s/n / Nerva, Huelva, España
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Cuándo:
26 oct de 2012 - 26 nov de 2012

Inauguración:
26 oct de 2012

Organizada por:
Centro de Arte Moderno y Contemporáneo Vázquez Díaz

Artistas participantes:
Luis Jurado
Etiquetas
Fotografía  Fotografía en Huelva 

       


Descripción de la Exposición

Formado como fotógrafo de prensa en su tierra natal y apegado al pálpito vivo de las calles persiguiendo la noticia cotidiana y siguiendo la estela de aquellos reporteros de leyenda que convirtieron su trabajo callejero en imágenes legendarias, el trabajo de Jurado deriva hacia un enfoque más pausado y artístico cuando pasan los años y se asienta en lo más profundo del suroeste andaluz -concretamente en Gibraleón / Huelva- con el cambio de siglo. Tal y como afirma Pablo Sycet, que es el comisario de la exposición, refiriéndose al trabajo de Jurado, esa capacidad para capturar la magia del tiempo suspendiéndolo, que nos hace entender que la fotografía puede ser una forma de expresión artística tan intensa y tan completa como lo es la pintura, por ejemplo, no está al alcance de cualquiera que se plante frente al mundo con una cámara en sus manos -por muy sofisticada que pueda ser- sino que, por el contrario, es un privilegio que es consustancial, de la mano del talento, con una forma singular -podría decirse que única- de mirar el mundo . En esta exposición se recogen una treintena de fotografías realizadas en estos últimos seis años y en ellas Luis Jurado retoma los grandes temas de la historia del arte con una visión tan personal como ensimismada: retratos, paisajes, interiores que a través de su mirada se convierten en una mágica baraja de impresiones y sensaciones en las que el tiempo queda para siempre suspendido entre cuerpos y almas.

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La fuerza de una fotografía reside en preservar abiertos

al escrutinio instantes que el flujo normal del tiempo

reemplaza inmediatamente.

Susan Sontag / Sobre la fotografía

 

I

 

Llegará el fin de los tiempos y probablemente seguiremos sin ponernos de acuerdo sobre el concepto de patria, porque aquellos que siempre han vivido allí donde nacieron defenderán a capa y espada que solo se puede ser de allá donde vimos la primera luz, mientras que buena parte de aquellos otros que, por las circunstancias más diversas, han terminado echado raíces lejos de su lugar de nacimiento, por no hablar de aquellos más radicales que defienden que su única patria son sus propios zapatos.

 

Cuando Luis Jurado (Ciudad Real, 1970) dejó sus tierras manchegas para instalarse en Gibraleón por razones sentimentales, que son las más nobles que existen para argumentar un cambio tan definitivo de lugares y costumbres, dejando anclados en el lugar que lo vio nacer todos los recuerdos de infancia y juventud que moldean la personalidad y determinan nuestra vida de adultos, debió pensar que si el circo puede ser una metáfora de la vida él estaba en lo alto del trapecio a punto de dar un triple salto mortal y sin red, ya que además de dejar atrás para siempre toda su memoria, renunciaba de hecho a la cercanía de sus afectos familiares pero también perdía en esa misma vuelta de tuerca los lazos profesionales que hasta entonces habían determinado su devenir como fotógrafo de prensa en activo.

 

Pero ya que fueron los sentimientos los que determinaron su decisión, mientras consultaba con la almohada la conveniencia de esos cambios tan determinantes en su vida, seguro que también circularon por entre sus sienes muchas leyendas de fotógrafos indómitos que con su cámara en ristre -cuando éstas pesaban tanto como el saco de los pecados de juventud- se lanzaron a la aventura de descubrir y fotografiar otros mundos que, por poco que se parecieran a la tierra prometida, para ellos tenían los contornos inequívocos de un paraíso particular, puesto que la historia de la fotografía se ha escrito más de su mano que de la de aquellos otros fotógrafos que no tuvieron necesidad o agallas para jugarse su sombra a la aventura y adentrarse en tierras que desconocían para de este modo, descubriendo otros mundos, descubrirse a sí mismos como creadores de raza.

 

Puede ser que al estar lejos de casa las imaginaciones se ensanchen y el trabajo artístico se abra instintivamente a territorios insospechados, pero también es probable que, cuando se es sensible, por esa circunstancia del desarraigo se acentúen el deseo de introspección y la necesidad de encontrar nuevos ámbitos en una búsqueda natural de sus registros más íntimos, esos que permanecían inexplorados hasta ese momento porque las señas de identidad del creador estaban hasta muy identificadas con la tierra y sus costumbres ancestrales. Quizás ahí residan algunas claves de ese aire ensimismado que impregna toda la producción fotográfica de Luis Jurado, tanto los paisajes desolados que parecen pertenecer un país portátil y lejano como los insospechados personajes que los habitan, ajenos a larealidad que los acoge hasta el extremo de convertirlos en parte de sí mismos.

 

De una a otra tierra, desde la Mancha a Andalucía, puede parecernos a primera vista que el paisaje no es muy distinto y que el tránsito entre dos tierras limítrofes no es significativo pese a la brusquedad de Despeñaperros, que parece marcarlo de forma contundente, pero el paisanaje sí impone cambios señalados para quien llega desde un lugar a otro que no conoce, y más si hablamos de la realidad cotidiana de un pueblo, donde todos se conocen, tienen apodo y saben de la vida y milagros de los demás vecinos: ahí cualquiera sabe que debe partir de cero para conocer a las nuevas gentes que van a poblar su nueva vida, compartir su día a día y eso exige del forastero una labor de observación y análisis de la realidad circundante que termina por afectar -casi siempre positivamente- a su trabajo, imprimiéndole carácter. Y, en el caso de un fotógrafo, aguzando la mirada para descifrar en clave íntima el paisaje humano y también aquel otro que engañosamente parece terminar donde su mirada se diluye y desenfoca, haciéndose horizonte último.

 

II

 

Cuando llega al sur profundo que ahora es ya su tierra, Jurado viene de ejercer en Ciudad Real como fotógrafo de prensa, con la objetividad distante que exige el desempeño de esa labor, y debe sumergirse de golpe en la marejada humana de las bodas, bautizos y comuniones, en la terca cotidianidad de esas nuevas voces y ámbitos que debe desentrañar a través del objetivo y, antes y después, en el trato cotidiano con aquellos que por ser paisanos pasan de facto a ser sujetos y objeto de su trabajo. Y esa necesidad de aprendizaje acelerado, ese testado callejero al que lo empuja su nueva circunstancia vital, junto a la natural maduración según se van asentando sus inquietudes y sus registros artísticos, han conseguido que su mirada de serene, que gane en intención y magisterio para traspasar la piel de los seres vivos y la cobertura de los objetos, para así poder escarbar en su esencia al fotografiar y.desnudar sus cuerpos y almas.

 

Esa capacidad para capturar la magia del tiempo suspendiéndolo, que nos hace entender que la fotografía puede ser una forma de expresión artística tan intensa y tan completa como lo es la pintura, por ejemplo, no está al alcance de cualquiera que se plante frente al mundo con una cámara en sus manos -por muy sofisticada que pueda ser- sino que, por el contrario, es un privilegio que es consustancial, de la mano del talento, con una forma singular -podría decirse que única- de mirar el mundo. Y esta capacidad todavía se pone más de manifiesto ahora que las cámaras profesionales se han popularizado tanto que escasean en el mundo occidental los adultos que no disponen de una, y que hasta los móviles sin cámara incorporada se han convertido en una rareza difícil de encontrar en nuestro primer mundo. Pero la diferencia, también aquí, la marcan el talento y una manera de mirar necesariamente diferente y cautivadora, personal y con ese toque de desenfoque en la mejor tradición de Cartier-Bresson o, más cercano en el tiempo y la geografía, Alberto García Alix.

 

Es de sobra conocida la historia que nos traslada a la llegada de las primeras cámaras a esos rincones del planeta en los que sus habitantes no habían tenido contacto alguno con la civilización: los nativos desconfiaban del fotógrafo y se asustaban ante la cámara por la creencia de que la exposición de su cuerpo frente al objetivo para la realización de un retrato les robaba parte de su alma. Y esta anécdota, que hoy resulta naif relatada incluso en esos países del tercer mundo que combinan la pobreza más lacerante con las nuevas tecnologías, no deja de tener visos de realidad si comparamos el resultado de trabajos realizados por fotógrafos de fuste o por aficionados con cámaras de tecnología similar: Cristina García Rodero o Richard Avedon -por poner solo un ejemplo local y otro foráneo- consiguen extraer un flujo emocional tan intenso y una cantidad de información tan descarnada de los rostros que fotografían que cuesta entender, cuando se comparan sus fotos con las de profanos ante modelos semejantes, que no haya algo de brujería o de posesión instantánea de los registros más íntimos de quien se sitúa ante la cámara.

 


Imágenes de la Exposición
Luis Jurado, Toda una vida, 2008

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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