Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- El naufragio maternal. [Especulaciones en torno a la obra de Natividad Navalón] La cuestión decisiva para Natividad Navalón es cómo habitar la ausencia consciente de la dificultad que entraña afrontar preguntas esenciales sin certezas apriorísticas: '¿Dónde estoy?¿Quién soy?¿Se trata de una misma pregunta que solo exige una respuesta sobre el ahí?'. Michel Serres sabe, en medio de esas cuestiones, que solo habitamos en los pliegues y que lo decisivo es saber qué es un lugar o, por lo menos, intentar encontrar una nueva definición que tenga en cuenta nuestros tránsitos y, por supuesto, la experiencia continuar de incertidumbre. El objeto, reencontrado gracias a la pérdida, es ciertamente la clave de nuestra posible forma de habitar, esto es, de unestar-en-el-mundo que no sea un dejarse llevar por lo técnico. Natividad Navalón demuestra en unos honestos ejercicios escultóricos que es posible construir ese espacio vital atravesando la amarga sombra del nihilismo. Gloria Bosch ha indicado que la labor de Natividad Navalón se centra en la búsqueda y selección de lugares 'rincones, estancias capaces de definirse en un intento de atrapar esa historia, esa presencia, su misterio, hacerlas partícipes de nuestra memoria'. El lugar es algo más que un sitio anónimo o un territorio utópico, tiene que ser entendido como el suelo que anhela la memoria, aquel tiempo del que está preso el pensamiento obsesivo de la nostalgia. La forma de despojamiento escultórico que practica Natividad Navalón se asienta en una concepción de la creación como interrogación, frente a esa visión del arte como depósito de respuestas estereotipadas o consignas altamente retorizadas. Nuestra mirada se pone en camino y encuentra lugares marcados con una mezcla de rotundidad y delicadeza, enigmas o cuestiones que no tienen un sentido establecido dogmáticamente. 'Crear -indica Natividad Navalón- sometida a la interrogación ininterrumpida, a la duda del 'valor' de la 'verdad', del no tener respuesta o del seguir buscándolas aun teniéndolas'. El lugar es, entonces, la concreción de las preguntas que, en sí mismas, son trayectos indefinidos. Esta lúcida escultora nos enseña que no hay posibilidad enunciativa sin un radical posicionamiento. En la impresionante exposición que realizó en el Instituto Valencia de Arte Moderno (2009) destacaba una escultura compuesta por una niña que introducía su cabeza en un inmenso bolso, buscando algo que se sustrae a nuestra visión. Acaso ese elemento que se nos sustrae tenga que ver con la cuestión psicoanalítica del objeto parcial y con la conciencia de la aporía que se establece desde el corte del cordón umbilical. La niña busca con entusiasmo, sin mostrar su rostro, algo de nuevo en lo alto de una escalera, esa misma que atraviesa nubes de ensueño. La madre aparece como 'referente de escala', fuente de afecto y figura del conflicto para la hija que puede cosificarla como si fuera meramente un maniquí o emplear su presencia-y-ausencia al modo especular. Si, por un lado, el cuerpo materno suscita la curiosidad infantil, por otro es algo tremendo y siniestro (nunca mejor dicho: familiar y devenido extraño, en la terminología freudiana, por causa del proceso de la represión) pudiendo ser una aparición de lo medúseo. La escritura poética y cuestionadora de Natividad Navalón nos interpela: '¿Quién soy yo primero? contestadme eso primero'. De las telas de la mesa camilla emergen unos zapatitos infantiles, en una alegoría de todo aquello que ahí podría ocultarse: el miedo, el juego, la necesidad de recurrir al camuflaje frente a lo que nos amenaza, la seducción inconsciente o la disolución del yo en una soledad forzada. Conviene tener presente que cuando el sujeto se aproxima demasiado a la fantasía se produce el (auto)borramiento. Queda el arte como aphánisis y, al mismo tiempo, como búsqueda del tesoro secreto que podría tener que ver con el deseo, con la joya que resplandece en la oscuridad y nos seduce vertiginosamente, como el agalma que garantiza un mínimo de consistencia fantasmática al ser del sujeto: el objeto a como objeto de la fantasía que es algo más que yo mismo, gracias al cual me percibo a mí mismo como 'digno del deseo del Otro'. La pregunta original del deseo no es aquella que quiere saber realmente qué es lo que quieres decir, sino esa otra que espera saber qué quieren los otros de mí: ¿qué ven en mí?¿qué soy para los otros? Como en aquel arcaico enigma que 'resolviera' Edipo, lo inquietante y efímero, aquello que causa la perdición eres tú. Lacan, en su seminario El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica, señala que se produce la aparición angustiosa de una imagen que resume todo lo que podemos llamar la revelación de lo real en aquello que es menos penetrable, de lo real sin ninguna mediación posible, de lo real último, del objeto esencial que ya no es un objeto, sino algo delante de lo cual todas las palabras se interrumpen y todas las categorías fracasan, el objeto de angustia por excelencia; sucede entonces que el sujeto se descompone y desaparece o, en un sueño, se produce el reconocimiento de su carácter fundamentalmente acéfalo. Natividad Navalón llega, a través de sus obras, al 'Tú eres eso' con semblante impávido, sin precipitarse en lo informe: su visión de la angustia es, en buena medida, un reflejo especular. En la muestra De la ausencia y la memoria (Sala Parpalló, Valencia, 1990), Natividad Navalón iluminaba cubos metálicos que contienen imágenes o, mejor, reflejos (una escalera de caracol, un espacio industrial lleno de tierra, extraña geología de la mente), condensaciones de lo especular acontece a mayor escala: situaciones fuera de lugar, manifestaciones súbitas, de lo imposible. Navalón vuelca el reflejo, lo vacía y genera 'un gran pozo o abismo', transformando a veces la intimidad en inmensidad, subvirtiendo las escalas en el tratamiento poético del espacio. Juan Vicente Aliaga indica, a propósito de la obra de natividad Navalón, que 'las cajas, al igual que los espejos, suelen contener retazos ocultos de la identidad'. Al final tenemos más que la presencia del hombre una ausencia, como la que testimonian los lechos metálicos que esta escultura dispone con enorme elegancia en Mar de soledades (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 1995). En buena medida, Natividad Navalón, sin anécdotas ni obviedades, habla de la incomprensión, plantea la memoria de la caída por medio de espacios del vértigo, donde el absurdo de vivir y la inminencia del fin tienen un tono semejante. Una lógica existencial junto a una memoria afectiva se desliza atravesando lo absurdo y lo teatral. Desde la serie de El paraíso de Alicia (1987-93) hasta sus piezas más recientes, Natividad Navalón no deja de presentar historias o detalles de lo que acontece al otro lado del espejo, prestando una lúcida atención al espejo maternal. 'La adolescencia -apunta Natividad Navalón en conversación con Barbara Steffen- es una etapa que pasan tanto madre como hija. En la hija se traduce en un cambio de búsqueda de su propia identidad y en la madre supone verse en un espejo que le obliga a mirar atrás, reconocerse a sí misma comparándose con su hija y valorar a su madre, que un día fue la que estuvo en ese lugar. Es el momento donde una mujer se plantea qué valores transmite a la hija, es el momento en el que se hace más patente, más presente, la huella del paso por la vida'. Natividad da cuenta, por medio de sus instalaciones de gran densidad conceptual, de la soledad individual, de la incomunicación y del desasosiego que acompaña a la madre, tensada entre el conflicto con la hija y la ausencia de la presencia paterna. Aunque mantiene un diálogo estético con Louise Bourgeois, no convierte la histeria en un proceso catártico, ni está afectada por el 'miedo a la caída' que se resolvería, a la postre, en dar rienda suelta a las pulsiones violentas. El recurso simbólico a los objetos le sirve a Natividad Navalón para hablar de la mujer, sin caer en un discurso panfletario o en la 'cultura de la queja'. Imagina y presenta el cuerpo, sin nombrarlo directamente, como aliviadero, atendiendo a nuestra condición enferma. Según esta creadora hay algo de inhumano en el hecho de tener que aceptar la impotencia frente a la soledad 'de este cuerpo que dimite'. Una de las ideas obsesivas que atraviesan este dispositivo estético es la de soledad: una escena de la mente en la que las conversaciones se han detenido y, en el silencio, se escucha todavía la urgencia de compañía. En esta obra de gran sobriedad hay un tacto muy especial, como si la mirada tuviera que cubrir un difícil trayecto para llegar a la ternura, atravesar el espejo y encontrar ese otro que no es el mismo. Aunque lo que nos quede sea el vértigo y el miedo. En la impresionante instalación Mi cuerpo: aliviadero y miedo (Sala Parpalló, Valencia, 1997), Natividad Navalón se acerca a las personalidades constreñidas, desgarradas e incómodas, plantea un itinerario a través de una estancia apuntalada (mezcla la delicadeza y el peso descomunal) hasta lo que podría llamarse, reutilizando una noción de Gilles Deleuze y Félix Guattari, el Cuerpo Sin Órganos. Este es un trabajo en el que es muy importante, de nuevo, la consideración de lo femenino (alegorizado por los zapatos de tacón fundidos en aluminio sobre cojines de terciopelo) y la articulación de una memoria cordial; la experiencia sensorial de caminar dentro del propio espacio de la intervención escultórica, con esa amenaza de un techo que acaso pudiera hundirse, nos lleva a proyectar nuestras ansiedades. Natividad Navalón piensa en un cuerpo a medio terminar, desajustado desde la piel, tensado en raros deseos: 'Su cuerpo -escribe esta escultora- como víctima y verdugo, lugar de reflexión, momento de despertar, ser de conciencia incómoda, de tanta falsa moral, lleno de contradicciones. Al final un cuerpo marcado, inquieto, molesto, importunado, desasosiego...'. Toda esta estética de la ausencia materializada en una espacialidad inquietante nos lleva a recordar que nadie sabe lo que puede un cuerpo. La memoria de los gestos, de las pasiones y del placer termina por trenzarse con el velo del olvido y la melancolía. Pero, a pesar de todo, una energía vital nos obliga a continuar. El tiempo está sedimentado en los pliegues y repliegues del trabajo de Natividad Navalón; basta recordar las obras del ciclo Sin pedir perdón (1999-2005) donde el acto de plegar, doblar y apilar condensan los rituales domésticos y la posición cosificada de la mujer. La hija aparece como aquella que acrecienta la soledad y además acentúa la desazón por el paso de tiempo. Natividad Navalón plantea una intensa meditatio mortisprestando atención al momento en el que la mujer está obligada a convertirse en madre de su madre pero también nos confronta con aquel deseo de no repetir estereotipos, esto es, con la pugna por no repetir en los hijos lo 'equívoco' que se recibió en la infancia y adolescencia. Se trata de ofrecer una materialización anti-dogmática de aquella noción de matrofobia que propuso Lynn Sukenic en la obra De madres e hijas. Sabemos de sobra que la madre es un espejo para la hija pero también suele convertirse en un víctima de reproches, alguien que tendrá que atravesar un proceso extremadamente complejo en el que se mezclan ferozmente amor y odio, ternura y dolor. 'Para Biruté Ciplijauskaité -apunta Natividad Navalón- el espejo sirve a la vez como un símbolo de continuidad y un instrumento para el cambio, es lo que llama 'espejo de generaciones'. El espejo, que era identificación en el primer caso, le sirve ahora para la concienciación. Pero en este espejo diferencia: El espejo positivo, que refleja la actitud tradicional. Supone la aceptación del modelo de sus antepasadas y el destino que le impone la familia y la sociedad. La mujer actúa, en términos de Jung, como persona, y cuando se mira en él, ve la continuidad de su papel. Este tipo supone la mujer que acepta resignadamente el sacrificio. El espejo negativo, que refleja la reacción de crítica y de rechazo que siente la hija al mirarse en la madre. En ella ve a una mujer sumisa e indefensa. La angustia de la hija la empuja a intentar desligarse, pero el rechazo va unido con frecuencia al complejo de culpabilidad. Y, por último, el espejo sin marco, en el que la mujer no busca en él la imagen tradicional, ni la admiración del yo; el espejo es utilizado para descubrir indicios de su crecimiento futuro'. La obra de Natividad Navalón es un dramático juego especular en el que nos coloca en un marco inquietante, propiamente allí donde nuestra vida asume riesgos, en ese vértigo de los deseos que, literalmente, nos alteran. Tiene razón Luce Irigaray cuando señala que nunca se habla de estadio vulvar, vaginal o uterino a propósito de la sexualidad femenina que siempre estaría bajo el signo dominante de lo fálico. Freud, re-escribiendo una y otra vez el complejo de Edipo, habría ignorado el placer vaginal, o todo aquello que la caricia de la mujer es capaz de conseguir; para la mujer no habría representación posible de la historia de la economía de la libido. Podría incluso decirse que lo femenino es el ejemplo perfecto de lounheimliche que está, de suyo, relacionado con la angustia de la castración. La chiquilla, la mujer no tendría nada que enseñar: expondría la posibilidad de una nada que ver. 'Ella permanece -escribe Irigaray- en el desamparo de su carencia de, falta de, ausencia de, envidia de, etc., que la lleva a someterse a dejarse prescindir de modo unívoco por el deseo, el discurso y la ley sexuales del hombre. En un primer tiempo, del padre'. Esta cruda conciencia del no (ha) lugar reaparece en la obra de Natividad Navalón. En un pasaje Freud apunta que las mujeres no han aportado más que una débil contribución a los descubrimientos y las invenciones de la historia de la civilización: 'No obstante, quizá descubrieron una técnica, la del tejido, del trenzado. [...] La naturaleza misma habría proporcionado el modelo de una copia semejante haciendo crecer sobre los órganos genitales los pelos que los ocultan. El progreso que quedaba pendiente consistía en trenzar las fibras plantadas en la piel y que no formaban más que una especie de fieltro. [...] Nos vemos tentados a suponer el motivo inconsciente de esa invención'. Curiosa descripción del origen del arte de (re)cubrirse; la mujer tejería para sustraer a las miradas lo horrendo que es, también, aurático. El velo y el fetiche se entrelazan en el hilo de Freud que pensaba la sexualidad femenina se encontraba en un estado de dependencia infantil frente a un superyó fálico. Las somatizaciones enigmáticas o los sueños histéricos de las mujeres eran, en realidad, algo semejante a una 'obra de arte caricaturizada', esto es, una mala copia. 'Ella -comenta Irigary- se produciría como una imitación, una parodia, de un proceso artístico. Transformada en objeto estético, pero sin valor y condenable porque pertenece a la simulación. Estigmatizada en tanto que falsificadora'. Frente a las pantomimas histéricas surgía una petición de pudor y decencia, pero sobre todo había que intentar esconder la sangre y, me atrevería a decir, ocultar la 'culpa'. Esa muerte in utero es el reverso de las sublimaciones y especula(riza)ciones de los hombres, en ese poder patriarcal que dispone a la mujer en el perpetuo no (ha) lugar. Natividad Navalón no construye únicamente un lugar sino que piensa en un legado, acaso porque tiene la idea de que el arte funciona como un modo de donar el tiempo.Hace oír la soledad pero, sobre todo, muestra que es urgente aprender a pasar el testigo. La obra de Natividad Navalón como un homenaje al papel de las mujeres que desde su lugar de soledad son 'transmisora del legado y a las que no pudieron elegir la forma de reflejarse a lo largo de tantos siglos. Su obra es un (re)pliegue sobre recuerdos amargos y placeres intensos, una punctualización de rutinas domésticas o de sensaciones casi perdidas como ese olor que, en sus palabras, nos 'abraza cuando estamos lejos'. Trata de recuerdos, indecisiones, sueños y fracasos, consejos, presencia deseos, ilusiones, dudas y naufragios, tristezas y preguntas, rinde testimonio a la incertidumbre porque, a fin de cuentas nunca sabremos dónde poner qué y ni siquiera necesitamos ver qué contiene la maleta de la madre. Ese legado es, valga la alegoría duchampiana, un 'ruido secreto'. Tenemos que introducir nuestra cabeza o, mejor, desplazar nuestro imaginario hasta el borde de lo real (aunque eso no sea otra cosa que lo traumático) y lo podemos hacer gracias al regalo (la experiencia estética como un don o la inminencia de una revelación que no se produce) de Natividad Navalón: la experiencia del arte como un juego arriesgado en el que no hay que teme a la posibilidad del naufragio.
Festival Miradas de Mujeres 2013.