La exhibición parte de la premisa de imaginar un futuro distópico en donde el humano está extinto y en donde las artistas visualizan, desde una posición incómoda que las hace retomar el valor simbólico de la imagen como mímesis de la historia, ese mundo pos contemporáneo que construimos desde nuestra subjetividad. A partir de eso, la pintura se desborda del límite canónico a pared y se expande, utilizando el espacio exhibitivo como parte de una instalación más compleja en donde los elementos no pictóricos cobran significación y peso específico en la construcción de un relato apocalíptico y profundamente actual. Las relaciones y las pujas por el poder, el espacio como territorio, la inmensidad del tiempo, la soledad del silencio en el duelo y en la pérdida son puntos esenciales para comprender la hipótesis curatorial que propone esta muestra dual y compleja, pero no como definiciones tajantes sino como repreguntas que quedan a merced del espectador.