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Cristóbal Toral

Exposición / Van Dyck - Propuestas / Casimiro Velasco, 12 / Gijón, Asturias, España
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Cuándo:
10 may de 2013 - 11 jun de 2013

Inauguración:
10 may de 2013

Artistas participantes:
Cristóbal Toral

       


Descripción de la Exposición

Una vez más Sala de Arte Van Dyck nos sorprende con la exposición de uno de los grandes maestros de la pintura contemporánea. Siguiendo fieles a su propósito de acercar a Asturias la obra de los grandes artistas del s. XX (Feito, Amadeo Gabino, Guinovart o Farreras son sólo algunos de ellos) la prestigiosa galería gijonesa nos ofrece durante el próximo mes de mayo la primera monográfica de Cristóbal Toral (Cádiz 1940) que se ha celebrado en Asturias en una galería privada.

 

El que es considerado uno de los principales artistas realistas de nuestro país (junto a otros nombres como el de Antonio López o Eduardo Naranjo), expondrá por primera vez en esta sala a partir del próximo 10 de mayo. La muestra tendrá un carácter antológico, pues en ella podrán verse obras que van desde 1982 hasta 2012 (la más reciente), lo que la convierte en un acontecimiento cultural de primera línea para Asturias.

 

Además gran parte de las obras expuestas en Van Dyck provienen directamente de la exposición 'La huella de un recorrido' que acaba de clausurarse en el Palacio de Sástago de Zaragoza el pasado día 29 de abril.

 

Las piezas de Gijón han sido seleccionadas, tal y como nos explica la directora de la galería, teniendo en cuenta tanto la representatividad de cada una de ellas, como su calidad, para atender así las peticiones del coleccionista más exigente. De este modo podrán contemplarse sus ya famosas temáticas de: las maletas y embalajes, los interiores con desnudos femeninos y sus bodegones.

 

Desde el punto de vista plástico, el realismo de Cristóbal Toral está dotado de cierta veladura onírica y surrealista que transporta cada una de sus obras a un universo que va más allá de la aparente sencillez del objeto representado. Como él mismo comenta, la maleta 'está dotada de una belleza plástica extraordinaria que simboliza el mundo del viaje y la necesidad de viajar en busca de un destino mejor'.

 

El artista, que actualmente se encuentra en Boston, llegará a Gijón para estar presente en la inauguración de esta su última exposición, en la que tendrá lugar un encuentro-debate con el escritor y crítico de arte Juan Carlos Gea. Además, tal y como se está organizando desde la galería, en dicho encuentro podrá participar activamente el público, haciendo preguntas y aportando diferentes enfoques para aprovechar la ocasión de conocer en primera persona a uno de los grandes maestros del arte de nuestro país.

 

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Toral y las maletas

 

Cuando Cristóbal Toral supo que el primer hombre había llegado a la Luna se alquiló un traje de astronauta y así ataviado, con escafandra y todo, salió a exhibirse por las calles de Madrid. De este modo quería manifestar su júbilo ante el mundo por esa hazaña de la imaginación, la ciencia y la técnica que permitió al ser humano cruzar los espacios estelares y poner los pies en aquel astro apagado que, desde tiempo inmemorial, azuzaba la fantasía y el sueño y aparecía en todas las metáforas de amor, clásicas o románticas.

 

Me hubiera gustado verlo dando aquel espectáculo. Me lo imagino perfectamente, pequeño, rutilante y fortachón, asombrando a los transeúntes del centro madrileño con su insólito disfraz, y, también, con su jocundidad y su ímpetu vital, esa fuerza contagiosa que transpira su persona y que va precediéndolo en la vida como una proa. Había mucho de pose en aquel gesto teatral, claro está, pero asimismo una genuina exaltación recóndita por aquella aventura que reunía como en un haz tantas obsesiones recurrentes de su pintura: el espacio y la ingravidez, la realidad del conocimiento científico y el mundo fantástico de la imaginación, el desarraigo y los viajes.

 

Aunque teme a los aviones y (físicamente) se mueve poco por el mundo, dudo que haya otro pintor, vivo o muerto, más viajero que Toral. Pocos han llegado tan lejos desde unos comienzos tan humildes y difíciles y ninguno ha construido una mitología plástica del éxodo, la partida, el desplazamiento y la mudanza tan rica y tan sugestiva como la que anima sus cuadros. Aunque fuera sólo por eso ya podría decirse de él que está en la cresta de la ola de la modernidad pues ¿no es acaso el nuestro el tiempo del viaje por excelencia, el tiempo en que el mundo se encogió como una piel de zapa y puso sus extremidades más remotas al alcance de todos los mortales, el de las frenéticas hordas de turistas y el de las emigraciones trágicas? Unos en pos del placer y otros huyendo del odio y la muerte, en busca de mejores destinos o perseguidos y expulsados, por elección o por falta de alternativa, los humanos nos movemos hoy como nunca antes en la historia y las fronteras que aún no se han desvanecido están agujereadas como coladeras y se muestran impotentes para atajar a las muchedumbres semovientes. Ese mundo poseído por el demonio del transito, que es el que nos tocó, ha encontrado su santo y seña visionario en los pinceles de Toral. Pero, por fortuna, no sólo de vida contemporánea y experiencias recientísimas está hecha su pintura; ella es también antigua y casi intemporal, como las estrellas que encienden la noche o las retorcidas encinas de las sierras andaluzas en las que se crió.

 

Desde aquella época, la década de los cuarenta, en que ayudaba a su padre a fabricar carbón y vivía, en el campo antequerano, poco menos que como una cabrita salvaje, Toral dibujaba ya, con la furia tranquila y la convicción con que todavía sigue haciéndolo. Aún no había aprendido a leer y a escribir, pero, sin saberlo, ya estaba recorriendo ese arduo camino que lo llevaría, cuarenta años más tarde, a exponer en las más prestigiosas galerías y museos del mundo. No hay nada más misterioso que la vocación, sobre todo cuando aparece con la precocidad y la fuerza rectilínea con que despuntó en este niño agreste y marginal, y que unos cazadores de paso advirtieron un día, sorprendidos, aconsejando al padre que lo llevara a la Escuela de Artes y Oficios de Antequera, donde podría pulir y enriquecer aquella buena disposición.

 

Así comienza esa historia personal de sacrificios y esfuerzos sin cuento, pero también de muchos éxitos, en los que, primero en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y luego en la de Madrid, y por fin en la Babilonia de Nueva York, Toral iría adquiriendo una técnica y familiarizándose con los secretos del oficio, aprendiendo a moverse con desenvoltura en el gran laberinto del arte de su tiempo y a aprovechar la riqueza vertiginosa de los clásicos, sobre todo la gran tradición española, a cuyos pináculos, Velázquez y Goya, homenajearía más tarde en dos de sus más célebres lienzos: D´après Las Meninas ( 1947-1975) y D´après La Familia de Carlos IV (1975).

 

Con ayuda de todo ello y trabajando, trabajando siempre sin tregua, con una disciplina endemoniada, sin distraerse ni sucumbir nunca a la complacencia, se iría perfilando su propio mundo de pintor, esa vasta y original geografía que, pese a su diversidad temática y a sus distintas etapas- los levitantes objetos chagallianos, las frutas ingrávidas flotando en la oscuridad del espacio infinito, la pulverización casi abstracta de los elementos, los bodegones de viciosa perfección realista, los melancólicos desnudos de carne rosada y los cuadros desgarrados o ejercicios de trompe l´oeil, hasta la más profunda y permanente de toda la escenografía relativa al viaje, las maletas, los andenes, los trenes, los cuartos desolados, los muebles ocultos, los personajes que llegan o que parten y los que yacen yertos y mutilados o enfardelados, al final de su camino-se nos aparece tan coherente y trabada como si cada una de sus fases predeterminara la siguiente y fuera fatídica sucesión de la anterior, ni más ni menos que como se ordenan los capítulos de una magnífica novela ( Toral ha dicho alguna vez de su pintura 'que conviene leerla bien').

 

Toral pertenece a una generación de pintores que, cuando el arte no figurativo comenzaba a perder el ímpetu y a desfallecer en el manierismo de los epígonos, se atrevió a retornar a aquello que para los artistas modernos había pasado -por un prejuicio estúpido- a ser sacrílego: la realidad y la anécdota. Pero, decir de él que es un pintor realista no es decir gran cosa, pues realismo y abstracción son categorías demasiado generales para definir nada, meras referencias incapaces de apresar lo particular y lo específico de cada artista. Como ha escrito muy bien José Hierro, la definición de 'realista' no lleva implícita ' la sensación de irrealidad, el aura mágica que rodea y transforma a cosas tan reales' como las que aparecen en los cuadros de Toral.

 

Mario Vargas Llosa

 


Imágenes de la Exposición
Cristóbal Toral

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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