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Cristina Rubalcava

Exposición / Sala de exposiciones del Palacio de La Salina / San Pablo, 24 / Salamanca, España
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Cuándo:
04 feb de 2011 - 06 mar de 2011

Inauguración:
04 feb de 2011

Organizada por:
Palacio de La Salina

Artistas participantes:
Cristina Rubalcava

       


Descripción de la Exposición

La mirada -asustadiza, tierna o desinteresada- de algunos animalillos o la actitud inerte de unos modestos juguetes sirven de contrapunto a cientos de personas, llenas de vida, que desfilan por las pinturas de Cristina Rubalcava. No sé si aquellos seres, casi invisibles, constituyen la razón de ser de estos otros o si representan simplemente ese mínimo paisaje necesario para enmarcar las relaciones humanas que pudieran ser el leit-motiv de esta exposición. El hecho es que estos minúsculos protagonistas nos permiten tomar distancias con respecto a unos personajes que parecen haber escapado de un mural. Aunque no por ello servirían para que nos adentráramos por el tipo de realidad que aparece en Los de abajo de Mariano Azuela, sino que nos llevarían al mundo de La región más transparente de Carlos Fuentes o, mejor, podrían ilustrar algunas páginas de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Veamos por qué.

 

Como en gran parte de la pintura mexicana, la Atlántida morena se ha abierto aquí a un cosmopolitismo europeo, tan distante de la pétrea mirada de Solana como de la visión de aquellos seres tan alejados de la cultura urbana de nuestro país en que se fijó Sorolla, para responder al encargo que le había hecho la Hispanic Society. No, el cosmopolitismo de esta pintura se percibe en la forma como ocupan el espacio esos seres, pautados, en cierto modo, por la forma en que aparecen los personajes del Bosco en sus cuadros, si bien matizado esto por la levedad de los rasgos y los blandos colores de la pintura francesa de comienzos del XX.

 

El aire europeo que contagia esta pintura no impide que siga siendo netamente mexicana y que, impregnada de los olores picantes y de los sabores ocres de aquel gran país, se adentre de lleno por la fiesta. Es el estímulo por medio del que la pintora nos lleva al que Octavio Paz ha llamado el «laberinto de la soledad» mexicana, que toda su andadura europea no le ha hecho olvidar. Antes de entrar en la fiesta nos topamos con el paraíso, en forma de niños que posan con sus animales -perros, gatos, gatos, gatos, monos, monos, monos, ratones, mariposas, tortugas, caracoles- y con sus juguetes. Aquí es donde, sin ninguna duda, las flores se convierten en retazos de paisaje, por el que se cuelan obsesivamente tantos y tantos peces, por tierra, mar y aire, hasta llevarnos a un mundo surreal en que los animales, como en las fábulas, desplazan a los humanos. Para que no perdamos de vista dónde se sitúa ese tiempo paradisíaco, no falta aquí un tlacoache o tlacuache, mientras unas cuantas hormigas querrían amenazarnos con hacer la revolución convirtiéndose en cigarras.

 

Empieza el baile, del que el bolero es el rey. Es el comienzo de la pertinaz fiesta que enlaza tantos cuadros, orlada de nuevo por los animalillos y caracterizada por los mil gestos y colores en que puede expresarse una permanente y variada sensualidad. Las mujeres son la parte resignada de esa función. A un español ha de sorprenderle que se cuelen de vez en cuando algunas calaveras, antes de que tomen luego su propio espacio en la exposición -o que latan implícitas en las «ofrendas»-; pero sin ellas no podríamos entender a México, como no lo entenderíamos sin la Virgen -empezando por la de Guadalupe- y sin tantas mujeres esperando. Religión, vida, muerte y resignación se funden así, para darnos las claves de un país que llevaremos bien metido dentro de los ojos cuando salgamos de la exposición.

 

No se le han escapado a Cristina Rubalcava algunos fragmentos de la cotidianeidad ni ha querido evitar, acá y allá, la crítica social, hecha con la contundencia que proporciona una sonrisa a tiempo, ante esas familias que se reúnen a comer o viajan de una manera muy particular en el metro. Y como remate ha querido cubrir su obra con el manto de una realidad onírica, en que se mantienen mezclados, por ejemplo, una vez más, los obsesivos peces con los seres humanos, entre otros animales -si ustedes me permiten que me exprese así-. Todo muy matizado en estos cuadros que son los disiecta membra de un mural de una estética naïf antiépica, cuya simbología nos conduce al punto de partida: a ese país que no ha abandonado a Cristina, donde, sirviéndome de las palabras de Juan Rulfo, «al menos te entretenías mirando el nacimiento de las cosas».

 

Un Bosco que ha viajado a las Américas buscando ese comienzo de todo o una América que se nos ha venido hasta aquí para enseñarnos algo que está atemperado por la ágil levedad de la pintura de Cristina Rubalcava.

 


Imágenes de la Exposición
Cristina Rubalcava

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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