Muy en contra del mito oficial del mestizaje, resulta vital seguir hablando de las múltiples identidades -étnicas, sociales, culturales...- que coexisten, se superponen, chocan y se fecundan en el arte mexicano. Qué distintos entre sí el arte de la Escuela Mexicana de Pintura, que fue al rescate e incorporó lo indígena a la estética dominante -tanto en el nivel visual como en el discurso-, y el arte, sea por caso Rufino Tamayo o Francisco Toledo, que se gesta en el vientre mismo del mundo indígena y asimila desde allí la tradición occidental.

 Un caso más -aunque entendemos que toda tipología es una simplificación- es el del creador que sin dejar de echar mano de técnicas, estilos y elementos externos, propone un arte eminentemente vernáculo. Se trata de un arte que abreva ante todo de las tradiciones populares y de las primeras raíces como ... la mejor ruta que tiene el artista para manifestar su propia identidad. Tal es el caso de José Pool Ojeda Mashka. Los grabados que presenta en esta exposición tienen mucho del diseño unidimensional, la línea recta y curva, la voluntad geométrica y el espíritu lúdico de la gráfica popular -se dirían trabajos de papel picado. Se constituyen una colección libre de las aspiraciones intelectuales y el antropocentrismo que solemos identificar en ejercicios similares de la tradición occidental.

 Sin embargo, no deja alentar en ellos el soplo de la individualidad, no dejamos de ver impresa la firma del dios-artista que toma distancia de la colectividad y renuncia al anonimato. En el acoplamiento de figuras siamesas, en el vértigo de ciertas formas en movimiento, en las posturas inverosímiles de algunas, hay un oculto dramatismo que permea el sello de Mashka, sensible como el que más a la cultura de la que emerge. ¿Es esta afirmación individual símbolo de un tránsito hacia el sincretismo? La respuesta parece estar en su propia obra.

Este País

Malena Mijares-Editora

Ignacio Ortiz-Jefe de Redacción