Descripción de la Exposición
Los expedicionarios naturalistas de mediados del s. XVIII tenían una misión precisa: descubrimiento y catalogación. Un mundo lleno de rarezas y especies inimaginables se desarrollaba frente a sus ojos. La necesidad de recolectar y acopiar se enlazaba a la necesidad de conocimiento. Cuanto más exhaustivo el trabajo descriptivo, mayor comprensión y sensación de conquista. Ah! El arte del trabajo descriptivo! Que el dibujante copiase hasta la última sutil sombra de cada pétalo! Y que no quede una familia de Spernia crocantus sin clasificar! Así, las imágenes y sus nombres tipificaron todo lo tipificable por tipificar.
Pero nunca existe un solo modo de acercamiento a los enigmas del mundo.
Mientras un científico tiene un problema a resolver, un artista tiene una intuición a desentrañar.
En la práctica del psicoanálisis por ejemplo, se parte de una premisa incuestionable: es el paciente el que sabe acerca de su enigma y no el analista -aunque ambos en principio lo desconozcan-. El trabajo consistirá entonces en construir un modo de interrogar, de escarbar, de sacar a la superficie esa incógnita.
El trabajo que hace varios años viene desarrollando Vero Orta en relación al mundo de la naturaleza se sostiene en una intriga que no termina de disiparse.
Su producción ha tomado varias modalidades de acercamiento a un universo que no le es propio y la tracciona como un imán.
Su manera de exploración, sus mecanismos y procesos de indagación, intentan entrar en contacto con un material viviente que no sólo la interroga sino que de alguna manera la llama.
En esa tensión se desarrolla una serie de producciones que funcionan como métodos de prueba, intentos de comunicación que oscilan entre lectura y escritura, entre la invención de un símil lenguaje y la interpretación de lo extraño.
Si los sonidos que enviaban los submarinos, con toques y silencios, tac tac espera, tac tac espera, era para saber si en kilómetros a la redonda había algún otro ser humano vivo capaz de reconocer, decodificar y entender que esos golpes entrecortados encerraban un mensaje, en la obra de Vero Orta, el frottage, ese gesto con ritmo, repetitivo, también apela a un tipo de llamado, un cuerpo que insiste sobre otro cuerpo para que aparezca, para que diga que está vivo.
Alejándose de la representación visual como modo de conocimiento, Vero Orta presenta obras donde las cosas están ahí, sobre una mesa, sobre un papel, o dejan su estela, después de un movimiento o contacto directo con otra materia que retiene su paso.
En sus tintas por ejemplo, al igual que en sus exploraciones sobre papel fotográfico
¿Aquello que deja su rastro, es el gesto de una mano o es el impulso que una espina o una rama necesitaban?
Algo así como una escritura delegada.
A modo de código morse, los cianotipos con sus hileras de piedras, sus hileras de espinas, sus hileras de semillas de fresno, hacen su aparición como testigos de un ritmo. Porque una cosa es el grafismo arbitrario de un sonido y otra que la cosa se transforme en el signo de su propio lenguaje.
Cuando ella presiona papel sobre troncos de palos borrachos, esas perforaciones, como constelaciones, podrían también asimilarse a mapas celestes capaces de ser leídos. O será que eso aparentemente tan lejano está, replicado, demasiado cerca?
Si la escritura de los humanos nace en una marca o trazo a la que se le adhiere un sentido y un sonido, podemos fantasear que la huella que dejan las cosas por intermedio de una acción humana (que las organiza o las impulsa) puede no estar surgiendo de una necesidad de expresión nuestra, sino de una necesidad de la misma naturaleza por decirnos, con urgencia, algo.
Existe un fenómeno biológico bastante desconocido llamado Alelopatía que consiste en la capacidad que tienen diversas plantas de comunicarse o interaccionar entre ellas mediante compuestos químicos. Otras vías de investigación revelan que la interacción también sucede a través de impulsos eléctricos de baja intensidad y sonidos de ondas, imperceptibles para el oído humano. Estos organismos envían información a sus compañeros cercanos, ante una plaga, un parásito o diversas amenazas. Dan señales de aviso.
Cuando Vero Orta se dedica a la recolección, una tarea que prácticamente vertebra su trabajo, lo hace desde el pálpito, pero también desde lo formal, porque allí se esconde una ecuación acerca de la estructura de las cosas -que no es la perfección ni mucho menos sino una relación de fuerzas entre el adentro y el afuera, una especie de puente que irradia una tensión invisible.
¿Qué tiene esta piedra que aquella no tiene? ¿Y esta pequeña rama? ¿Qué hace especial a este trozo de corteza entre tantos otros?
Algo palpita cuando eso hace su aparición y se destaca del conjunto, cuando muestra su brillo.
Porque las cosas están allí, aparentemente sin esperar nada de nosotrxs.
Sin embargo ¿es sólo nuestra mirada lo que enciende ese potencial latente cuando encuentra lo que busca?
¿O el impulso de recoger algo podría obedecer a una señal de la cosa, de la cual no nos percatamos, pero que sin embargo ejerce su efecto?
Así, la recolección no sería una práctica sino un encuentro.
El animismo no es sólo cuestión de niñxs y de humanos de la prehistoria, es un modo de creencia -en fase de extinción- que supone que del otro lado hay algo vivo, capaz de respondernos.
En este contexto sociobiopolítico tan difícil, esta muestra nos hace pasar a otro tiempo, un tiempo remoto y futuro en un mismo movimiento, que nos pide regresar a lo más primario para poder avizorar otra manera de estar acá, otro modo de entrar en conexión directa con un retazo del universo no humano. Tomemos estas obras de Vero Orta como una chance, un llamado, una revelación silenciosa.
Cecilia Lenardón
Rosario, marzo 2024
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Verónica Orta es Profesora y Licenciada en Artes Visuales por la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Se desempeña como docente titular en la cátedra "Laboratorio I" - com. "C" de la Escuela de Bellas Artes – F H y A, UNR. Ha asistido a talleres de fotografía con Andrea Ostera, Guillermo Ueno, Gabriela Muzzio y Amado Llarrull. Expone en muestras individuales y colectivas desde el año 1990. Ha participado del programa “Artistas en Residencia” en Les Moulins (Boissy le Chatel), Francia en el año 2011, 2014 y 2023. En 2019 participó de la NO Residencia EN Tránsito, San Martín de los Andes.
Vive y trabaja en Rosario.
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