Si ya en anteriores exposiciones, Santos Javier, dejó claras las coordenadas de un trabajo visualmente agresivo basado en colores planos y primarios y los procesos digitales industriales, en el que arrojaba su mirada oblicua sobre la ciudad, su posterior evolución le ha conducido hacia un concepto de exposición más próximo al de instalación en el que las piezas 'flotan' en los muros o en el espacio componiendo una secuencias de estímulos que, dada su escala, asaltan al espectador como letreros luminosos de sí mismos, obligando al espectador a modificar sus tradicionales hábitos de contemplación 'a salvo' de unas piezas enmarcadas y sujetas a la pared y obligándolo a circular entre ellas como si fuera parte del espectáculo mismo. Y es que, probablemente, el adjetivo más preciso para las últimas imágenes de Santos Javier sea el de espectaculares, con las connotaciones debordianas presumibles.

... class='' style='margin-bottom:0cm;margin-bottom:.0001pt;text-align: justify;text-indent:1.0cm;line-height:normal'>La ciudad, como marco de referencia de su obra, sigue estando presente a través de las torres de monedas que apiladas simulan pequeños skylines, pequeños Manhattan, islas comunicadas por las imágenes de móviles y de coches, normalmente de gama alta como porsches, que no son sino imágenes derivadas de maquetas, en un juego habitual en su trabajo por el que el cambio de la escala despista del origen de la imagen. Así las imágenes brillantes de coches y montañas de dinero renuevan la tensión en una obra construida sobre el artificio de la comunicación, la imagen y la mirada como una realidad paralela al artificio de un mundo que, como ha advertido Bruce Bégout, cada vez se diferencia menos del modelo Las Vegas.

 

 

 

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