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Clamor de guerra. Esculturas y dibujos de Tomás Ferrándiz (1936-1939)

Exposición / José de la Mano / Zorrilla, 21 / Madrid, España
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Cuándo:
24 may de 2012 - 20 jul de 2012

Inauguración:
24 may de 2012

Comisariada por:
Fernando Castillo Cáceres, Juan Manuel Bonet

Organizada por:
José de la Mano

Artistas participantes:
Tomás Ferrándiz Llopis

       


Descripción de la Exposición

La muestra supone la recuperación de un artista, Tomás Ferrándiz (1914-2010), cuya actividad durante los años de la Guerra Civil fue de extraordinario interés. Se expone un conjunto de 150 obras, entre las que destacan las dos con las que participaría en el mítico Pabellón de la República en la Exposición Internacional de París de 1937.

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Por toda España, la guerra civil deja una estela de obras inspiradas en ella. De un lado, el republicano, una lista corta -la larga sería larguísima- debería incluir a Alberto, Manuel Ángeles Ortiz, Aurelio Arteta, Luis Bagaría, Tonico Ballester, José Bardasano y su mujer Juana Francisca, Salvador Bartolozzi y su hija Pitti, Mariano Benlliure, Ricard Boix, Juan Bonafé, Francisco Carreño Prieto, Alfonso R. Castelao, Modesto Ciruelos, Antoni Clavé, Enrique Climent, Gustavo Cochet, Isaías Díaz, Horacio Ferrer, Carles Fontseré, Antonio García Lamolla, Gabriel García Maroto y su hijo José García Narezo, Enrique Garrán, Ramón Gaya, Helios Gómez, José Gutiérrez Solana, Baltasar Lobo, José María López Mezquita, Ángel López Obrero, Victorio Macho, Cristino Mallo, Francisco Mateos, Manuel Monleón, Juan Antonio Morales, Gori Muñoz, Juan Navarro Ramón, Santiago Ontañón, Ginés Parra, Santiago Pelegrín, Jesús de Perceval, Rafael Pérez Contel, Ramón Pontones, Miguel Prieto, Ramón Puyol, Luis Quintanilla, Josep Renau, Antonio Rodríguez Luna, Arturo Souto, Eduardo Vicente o Miguel Viladrich, entre otros -no olvidemos a Mauricio Amster y Mariano Rawicz, los dos grafistas polacos, ni al ilustrador argentino Aníbal Tejada-, eficazmente secundados desde París por Picasso, Julio González, André Masson, Joan Miró o Alexander Calder. Y los asesinados por los franquistas, como Ramón Acín, Federico Comps Sellés, Camilo Díaz Baliño, Francisco Miguel, o Luis Huici... Y los caídos en combate, como Emiliano Barral o Francisco Pérez Mateos. Y los ajusticiados de la posguerra, como Lorenzo Aguirre, el ilustrador David Álvarez Flores o el caricaturista Bluff (Carlos Gómez Carreras). Del lado franquista, José Aguiar, Emilio Aladrén, Fernando Álvarez de Sotomayor, Mariano Bertuchi, Juan Cabanas, José Caballero, Teodoro Delgado, Moisés de Huerta, Gustavo de Maeztu, Enrique Monjo, Jesús Olasagasti, Pere Pruna, el antiguo anarquista Máximo Ramos, José Romero Escassi, Carlos Sáenz de Tejada, Marceliano Santa María, Joaquín Valverde, Domingo Viladomat, José Villalobos Miñor o Ignacio Zuloaga, que en el exterior contaron con Federico Beltrán Massés, el escultor alemán Georg Kolbe, Enrique Ochoa o José María Sert... Y los asesinados por los republicanos, entre ellos dos falangistas, el arquitecto y fotógrafo José Manuel Aizpúrua, y el pintor Alfonso Ponce de León. Y los caídos en combate, como Nicolás de Lekuona, del grupo vanguardista GU, fundado precisamente por Aizpúrua. En ambos bandos, una mezcla de antiguos y modernos. Personajes, también, que estuvieron poco activos en lo artístico, porque estaban ocupados en otras tareas, político-militares, o culturales, por ejemplo Juan Manuel Díaz-Caneja, Roberto Fernández Balbuena, Eugenio Fernández Granell, Ángel Ferrant, Juan José Luis González Bernal, Timoteo Pérez Rubio, José María Ucelay, Manuel Viola o Rafael Zabaleta en el bando republicano. O Pancho Cossío en el franquista, en cuyo ejército nos encontramos con futuros grandes nombres de nuestra vanguardia, como José Guerrero o Pablo Palazuelo. Estos últimos años todo esto va conociéndose más en detalle. Incluida mucha letra pequeña, y alguna historia rocambolesca que parece nacida de la mente del Max Aub de los Campos: por ejemplo la de los cuadros rojísimos de Perceval, expuestos en Valencia con todas las bendiciones -entre ellas, la de Juan de la Encina-, y enviados al pabellón republicano en la Exposición Internacional de París de 1937, hasta que llegaron informes policiales de su Almería natal, que demostraban que el pintor era católico y conservador, informes que lo condujeron directamente a la cárcel, de la cual sólo salió cuando los franquistas tomaron Almería, en la cual se convertiría de inmediato en mandamás del nuevo régimen, y donde pronto fundaría el grupo indaliano, que tan ensalzado sería por Eugenio d'Ors. Incluidos también los silencios, como los de Genaro Lahuerta, Pedro Sánchez ('Pedro de Valencia'), Benjamín Palencia o Daniel Vázquez Díaz, que tras pasar toda la contienda en Valencia los dos primeros, y en Madrid los otros dos, se convirtieron los cuatro en figuras muy visibles del nuevo estado de cosas, algo que vino a simbolizar el 'retrato urgente' a lápiz de Franco publicado por el último de los mencionados en el primer ABC madrileño de después de la entrada de las tropas franquistas, aparecido el 29 de marzo de 1939, en cuyo interior figura otro, también autocalificado de urgente, de José Antonio Primo de Rivera. Y a la sombra de estas grandes historias, las pequeñas. Por ejemplo: la anarquista (y antes ultraísta) Lucía Sánchez Saornil protegiendo a Genaro Lahuerta y Pedro Sánchez en la Valencia de la contienda, y siendo protegida por ellos tras su retorno del exilio francés.

 

Como un mensaje en una botella, ahora José de la Mano nos propone un conjunto de esculturas y dibujos de Tomás Ferrándiz Llopis (Alcoy, Alicante, 1914 - Madrid, 2010). Hasta la fecha casi lo único que sabíamos de este escultor de perfil borroso, eran dos hechos, y ciertamente no menores: 1) que había participado en la citada Exposición Internacional de París de 1937, y 2) que había sido uno de los ilustradores de un mítico, inencontrable libro de Versos en la guerra, publicado en 1938, en Alicante, la capital de su provincia natal.

 

Lo que empieza a emerger ahora, es, no ya la sombra que hasta ahora era Tomás Ferrándiz, sino la figura de bulto real de un escultor de mucha mayor entidad de la que se podía apreciar a primera vista.

 

La ciudad natal de Ferrándiz fue importante en la historia de la industrialización y del movimiento obrero españoles. Ciudad de tres poetas, dos de expresión castellana, Juan Gil-Albert, y Pascual Pla y Beltrán, natural de Ibi pero en su adolescencia obrero textil en ella, y Joan Valls Jordá, la mayor parte de cuya obra está escrita en valenciano. Siendo todavía un adolescente, entre 1928 y 1934, años en que fue aprendiz en sucesivos talleres de decoración y escultura, Ferrándiz estudió en la Escuela Superior de Trabajo: dibujo de adorno y figura, y modelado y vaciado. Se conservan proyectos suyos de interiores 'déco', con muebles de los que por aquella época en España llamaban cubistas, así como de jardines de atmósfera parecida. Más importante resulta saber que formó parte de una sociedad renovadora, y clave en la vida de la ciudad, la Agrupación Cultural (1932-1936), cuyos miembros estaban vinculados al semanario Proa al Sol, órgano de las Juventudes Socialistas. Ámbitos en los cuales trató asiduamente a Rafael Mengual, durante un tiempo operario en la misma fábrica que Pla y Beltrán, y autor, como 'Rafael M. Soriano', de El azar y la vida (Ensayo) (Alcoy, G.E.L. de la Agrupación Cultural, 1936), que incluye una loa a 'la gesta magnífica de la Rusia roja actual', y que sería reseñado en Mundo Obrero por César M. Arconada, uno de los autores citados en el mismo; y al mencionado Joan Valls Jordá, de cuyo primer poemario, Sol y nervio (1936), prologado por Pla y Beltrán, se conserva un ejemplar dedicado en la que fuera biblioteca de quien fuera dedicatario de una de las composiciones. También al metalúrgico y escritor anarquista Ricard Baldó; al ensayista socialista Copérnico Ballester; a Guzmán Coloma, autor de Creación de imágenes: Juego de fantasía (Ensayo) (Alcoy, G.E.L. de la Agrupación Cultural, 1936); al futuro jesuita Antonio Montava; y a otros nombres más oscuros todavía. Lectores todos ellos, como lo recordaría Rafael Mengual muchos años después, de Revista de Occidente y de Cruz y Raya. El mismo Rafael Mengual ha hablado, en unas memorias inéditas, Crónicas de las horas prohibidas, citadas por Antonio Gracia, que las consultó en vida del autor, en su Pascual Pla y Beltrán (Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1984), de una tertulia a todas luces anterior, y por lo tanto precursora de la Agrupación Cultural. Tertulia que se celebraba en El Trabajo, 'mitad café con aire de familia, mitad escenario un tanto bohemio', y en la cual el autor de El azar y la vida se reunía con José Alcina Navarrete, José Santacreu, y ocasionalmente con Pla y Beltrán cuando venía de Valencia a donde había trasladado su residencia en 1926. Gracia, concretamente, cita unos recitales de Pla y Beltrán, en 1929, presentados por Alcina Navarrete, y uno de ellos en El Trabajo. Por aquella época, otro que estudió en la ciudad, donde frecuentó a Pla y Beltrán, fue el compositor Carlos Palacio, natural de Benisa.

 

En Sol y nervio, que apenas circuló, entre otras cosas porque su colofón es de 4 de julio de 1936, Joan Valls Jordá, que lo firma como Juan Valls, incluye dedicatorias al propio Pla y Beltrán, a Guzmán Coloma, a Tomás Ferrándiz, a Sixto García y a Rafael Mengual, así como a Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre -de cuyo Soledades juntas sabemos había realizado una copia manuscrita, algo muy acostumbrado por aquellos años-, José Bergamín, Alejandro Casona, Gerardo Diego, Juan José Domenchina, Emilio Fornet, Pedro Garfias, Jorge Guillén, Benjamín Jarnés, Juan Lacomba, Ángel Lázaro, Pedro Salinas, y el mexicano Jaime Torres Bodet escritores a los cuales no conocía personalmente -tal vez con excepción de los valencianos Fornet y Lacomba-, y cuya lista es coherente con el carácter veintisietista y formalista del libro. Carácter que no dejó de provocar debate. Copérnico Ballester, en su reseña aparecida en fecha tan tremenda como 11 de julio de 1936 -escasamente una semana antes del estallido de la guerra civil- en la revista socialista alcoyana Orientación Social, emitió no pocas reservas, considerando a su amigo, demasiado purista: 'He de condolerme de su entrada en el cenáculo de la poesía 'egoísta' que olvida los sufrimientos de una humanidad, de una sociedad dolorida, para refugiarse en el empleo sacrosanto de lo personal'.

 

En 1934, Ferrándiz celebró su primera individual, que tuvo por marco la Asociación de la Prensa de Alicante, y en la cual había tanto esculturas -una de ellas, caricatura del periodista alicantino Antonio Ruiz-, como cuadros y dibujos; la reseñó con entusiasmo el periodista y 'foguerer' José Ferrándiz Torremocha en El Luchador. Por las fotografías, se aprecia que el aprendiz de escultor trabajaba en clave tradición figurativa, entre Mariano Benlliure o Julio Antonio, y Josep Clará o Enric Casanovas, por decirlo gráficamente. Al año siguiente fue uno de los ilustradores, con dos dibujos a línea, atormentadamente 'déco', de la primera biografía de Gabriel Miró, publicada en Alicante por José Guardiola Ortiz, uno de los amigos alicantinos de Valery Larbaud, y recordado sobre todo por un libro de gastronomía de aquella 'terreta'. Entre los demás ilustradores, el pintor y arquitecto Miguel Abad Miró; Lorenzo Aguirre, al cual he citado antes por su condición de futuro pintor asesinado; el escultor Daniel Bañuls; Juan Guerrero Ruiz en su faceta de fotógrafo; el caricaturista K-Hito; José Manaut Viglietti, que tres décadas después sería mi profesor de dibujo en el Liceo Francés; Adelardo Parrilla, que había sido el primer retratista del novelista; el fotógrafo Francisco Sánchez Ors; y otro pintor más, el gran Emilio Varela. A varios de ellos vamos a encontrárnoslos bastante a menudo en las líneas siguientes.

 

Como tantos adolescentes españoles, Ferrándiz, en 1934, y gracias a una beca de la Diputación Provincial, 'subió' a Madrid, con la intención de estudiar el oficio. Aquel curso, en Artes y Oficios. Al siguiente, en San Fernando. En sus archivos se conservan papeles de aquel tiempo, firmados por Juan Adsuara, Manuel Álvarez Laviada, el arquitecto Teodoro de Anasagasti, Eduardo Chicharro, José Garnelo y Alda, el historiador del arte y poeta Rafael Laínez Alcalá, Enrique Pérez Comendador, Ramón Stolz Viciano y Daniel Vázquez Díaz. Varios de ellos, profesores suyos, al igual que José Capuz. Por un interesante trabajo tardío de Ferrándiz, realizado a mediados de los años ochenta para un curso de doctorado de la Facultad de Bellas Artes madrileña, dirigido por la historiadora y crítica de arte Ana María Guasch, sabemos de sus intereses de aquel entonces. 'Conocíamos -escribe- la obra de Barral, de [Pérez] Mateo, de Macho, Adsuara, Alberto, Clará y de Capuz'. Cita luego a Gutiérrez Solana y Vázquez Díaz en pintura, y volviendo a la escultura, a Ángel Ferrant, Pablo Gargallo, Julio González y Manolo Hugué. De todos los nombrados, resulta evidente que Capuz es aquél del cual más deudor sería, algo especialmente apreciable en sus papeles. En su archivo, por lo demás, se conserva un ejemplar del catálogo de la exposición de dibujos de Capuz celebrada en la primavera de 1936, en el Museo de Arte Moderno de Madrid.

 

También en 1935, Ferrándiz participa en el concurso de carteles para el baile de Carnaval del Círculo de Bellas Artes.

 

Por aquellos años, Ferrándiz envía artículos a la revista Radio Alicante, dirigida por Antonio Ruiz y publicada por la emisora de mismo nombre, y entre los cuales cabe destacar uno sobre Goya, en el cual cita una conferencia de Jarnés.

 

En la que fuera biblioteca de Ferrándiz, nos encontramos con un ejemplar muy subrayado del Franz Roh, es decir, de Realismo mágico (1927), en traducción de Fernando Vela para la editorial aneja a Revista de Occidente. Un libro que figura en no pocas bibliotecas de artistas españoles de la época, y en algunas latinoamericanas. Un libro que todavía en la posguerra, sería un faro, y recuerdo en ese sentido la pasión que por él sentía Antonio Saura, que había extraviado su ejemplar, y que no paró hasta conseguir otro, vía Manolo Gulliver. Lo más 'Roh' de la obra de Ferrándiz de aquel tiempo, es un papel de un niño tumbado en el suelo, con un coche de juguete al lado.

 

En la primavera de 1936, como lo cuenta en el trabajo para Ana María Guasch, a Ferrándiz le impactó, como a tantos -ver al respecto lo que dice Dionisio Ridruejo en sus memorias-, la retrospectiva de Picasso de ADLAN, presentada en el Centro de Estudios de la Construcción, de la Carrera de San Jerónimo, y con catálogo rojinegro prologado por Guillermo de Torre -el principal impulsor de ADLAN-Madrid- y eficazmente maquetado por Mauricio Amster, autor también de su cartel. Exposición que traía aromas de ese 'Paris bohemio y baudelairiano-, y cubista, en el cual ya soñaba el escultor, que no podía imaginarse que un año tan sólo después, dos obras suyas se verían a orillas del Sena, pero no en un local bohemio, sino en el pabellón de la República en guerra, en la Exposición Internacional.

 

Más época: fechados en Madrid entre febrero y mayo de 1936, una serie de poemas de Ferrándiz, que revelan influencias juanramonianas y veintisietistas. Poemas de contenido invariable, obsesivamente erótico. Habrá otros, fechados en Gandía, en agosto del año siguiente. Y un tono parecido tensará, en junio de 1939, su -Romance de mujer y el arte-. Todo ello, la verdad que no especialmente relevante desde el punto de vista literario.

 

Alcoy, tarde del 18 de julio de 1936: según su meticuloso biógrafo, Adrián Miró (Joan Valls, vida y obra de un poeta, Alicante, CAM, 1989), Joan Valls Jordá, que como hemos visto acababa de sacar a la luz su primer libro, se disponía a leer, en la sede de la Agrupación Cultural, poemas pertenecientes al siguiente, que se iba a haber titulado Romancero vital. Alguien entró en la sala, y anunció que el ejército de África se había sublevado. Quedó suspendido el acto. Es de presumir que Ferrándiz, que se encontraba en Alcoy disfrutando de sus vacaciones, estuviera presente.

 

20 de septiembre de 1936: fundación del Sindicato de Escritores y Artistas de la CNT de Alcoy: escritores y periodistas (Ricardo Baldó, Armando García Monllor, Juan Gisbert Botella, Rafael Mengual, Francisco Mompó, Joan Valls Jordá), pintores (el también cartelista José Joaquín Arjona, Juan Masiá, Julio Pascual -que había sido el maestro de Miguel Abad Miró-, Antonio Pérez Jordá), escultores (Tomás Ferrándiz y Miguel Torregrosa), músicos (José Carbonell).

 

1 de noviembre de 1936: el diario conservador alcoyano La Gaceta de Levante, que desde el inicio de la guerra estaba incautado, se convierte en el 'diario de la revolución' Humanidad, 'Portavoz del Frente Popular Antifascista'. La mayoría de los citados como miembros del sindicato de escritores y artistas, colaborarían en él, actuando como director Juan Gisbert Botella, de Izquierda Republicana. No faltaron, como era habitual en las publicaciones de su signo, los versos de Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, José Bergamín o Pascual Pla y Beltrán, reciclados de otros medios, ni algunos especialmente escritos para la ocasión, como los de Valls Jordá a los aviadores republicanos o a 'Madrid, capital de la victoria', o sus sátiras contra el Obispo de Teruel o contra José María Gil Robles, o sendas sentidas elegías a Emiliano Barral, y al propio Copérnico Ballester, fallecido en combate en 1938, en el frente de Extremadura, y que seguro se había alegrado del giro 'rehumanizado' que había tomado a lo largo de los últimos meses la poesía del amigo cuyo primer poemario había juzgado tan severamente. José de la Mano, que es un galerista que investiga, ha dado, en el archivo de Alcoy, con una página de Humanidad de 5 de febrero de 1937 en la cual bajo un titular a siete columnas, 'Artistas revolucionarios', se reproducen dos potentes dibujos del escultor, uno de ellos para el drama Amor y guerra (1937), del director de la publicación, que firma con sus iniciales (J.G.) la nota de introducción. Drama que sería estrenado el 12 de febrero, en el Teatro Calderón, por la Compañía Proletaria de Emilio Vilaplana. El otro texto de la página, retomado de El Luchador, es una crítica de Ferrándiz Torremocha, nuevamente, de una exposición del escultor inaugurada poco antes en el Palacio Provincial de Alicante, en la cual le han llamado especialmente la atención una cabeza masculina de gran tamaño, una figura de mujer acurrucada, y una serie de dibujos bélicos, entre ellos el de un niño muerto en brazos de su madre, cuyo cliché conocemos. Rafael Mengual, por su parte, también colaboró en el diario, donde nos llama la atención su artículo de 11 de septiembre de 1937 'Clamor a colores', dedicado a los carteles de guerra. Humanidad también dio cuenta del estreno en Novelda, por la sección alicantina de Altavoz del Frente, de la obra de Rafael Mengual El templo de la Paz, que según Adrián Miró es 'una sátira despiadada de la Sociedad de Naciones'. Por aquellos años el propio Ferrándiz, tal como lo ha descubierto José de la Mano, siempre en el archivo de Alcoy, colaboró en el diario con expresivos dibujos firmados 'Mus' -por Tomus-, de un expresionismo geometrizante y una épica que a veces recuerdan a Helios Gómez, y entre los cuales hay uno alusivo a los bombardeos italianos sobre Alicante. Ya Adrián Espí, que mucho sabe del arte alcoyano, había proporcionado la pista 'Mus'. Ferrándiz también publicó en Humanidad al menos dos artículos sobre arte, aparecidos en dos días consecutivos, 8 y 9 de enero de 1937, y que versan sobre una exposición madrileña de dibujos de guerra de Victorio Macho en Altavoz del Frente. El diario, por lo demás, daría noticia de la inauguración, el 4 de septiembre de aquel año, de una colectiva organizada por la sección alcoyana de esa misma organización, en su local de la calle García Hernández. Local incautado al Crédito Mercantil, y colectiva en la cual figuraron, junto a pertrechos de guerra y a trofeos arrebatados al enemigo -algunos de ellos, en el santuario de Santa María de la Cabeza, en la provincia de Jaén-, las estampas, tremendamente satíricas, de dos de los principales artistas con que contaba la organización, Mateos y Puyol.

 

Del Ferrándiz de aquellos años se conservan algunos originales de fantásticos carteles -también algunos bocetos de los mismos- para la industria textil alcoyana, entonces en manos de la CNT.

 

Valls Jordá, por aquel tiempo, era militante de las JSU, en cuyo órgano alcoyano, Joven Guardia, que sólo apareció durante unos meses de 1937 -año de su retrato por Ferrándiz, que éste le dedicaría a su viuda, en 1990, un año después del fallecimiento del poeta-, también publicó muchas composiciones; otros de los colaboradores del mismo fueron Copérnico Ballester, Armando García Monllor, Rafael Mengual, y el compositor Carlos Palacio, activísimo de la guerra civil, durante la cual perteneció a Altavoz del Frente. El poeta también cultivó el teatro de guerra. Una de sus obras fue premiada en un concurso convocado por la Casa del Ejército Popular de Albacete, donde le felicitó el general de aviación Emilio Herrera, padre del poeta José Herrera Petere. Estuvo a punto de ser llevada a escena, con decorados de Gastón Castelló, aunque la fecha ya agónica, septiembre de 1938, terminó dando al traste con el proyecto, al cual el autor, ante las circunstancias adversas para el bando republicano, cambiaría el título, ya que de Victoria, esa victoria que ya se alejaba a pasos agigantados, pasaría a titularla Retablo en rojo.

 

25 de diciembre de 1936. Un oficio de la Diputación Provincial, le encarga a su pensionado Ferrándiz, 'la confección de veinte dibujos que reflejen el gran momento histórico que vive el pueblo ibérico, y que sea esta colección una joya digna del Museo provincial, que exprese a las futuras generaciones, la grandiosa gesta que en la actualidad vive España'. El 19 de junio del año siguiente, el interesado contesta que aunque tiene el encargo avanzado, no puede culminarlo debido a encontrarse movilizado y destinado, hecho cierto ya que se encontraba adscrito a servicios auxiliares en la Comandancia Militar de Gandía.

 

París, 25 de mayo de 1937. Inauguración de la Exposición Internacional de París. Uno de los pabellones realmente modernos es el de la República Española, concebido por el comunista Josep Renau, entonces Director General de Bellas Artes -ministro: el también comunista Jesús Hernández, el futuro autor de Yo fui un ministro de Stalin-, y obra de Luis Lacasa y Josep-Lluís Sert, y cuya inauguración por el embajador, a la sazón Ángel Ossorio y Gallardo, se retrasaría hasta el 12 de julio. Pabellón hoy universalmente conocido debido a las obras maestras especialmente realizadas para su exhibición en él por Pablo Picasso (Guernica), Alberto (El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella), Julio González (Montserrat gritando), Joan Miró (Campesino catalán con una hoz), y el norteamericano Alexander Calder (Fuente de mercurio de Almadén). Póstumamente, estuvieron representados en él los dos escultores caídos en combate, el socialista Emiliano Barral, y el comunista Francisco Pérez Mateo; el Oso y la Bañista, obras ambas del segundo, se exhibieron en el exterior. Es difícil establecer la lista exacta de lo mostrado, pero está claro que en ella han de estar, entre otros, Manuel Ángeles Ortiz, Arteta, Tonico Ballester, Bardasano, Bartolozzi, Benlliure, Ricard Boix, Bonafé, Capuz, Carreño Prieto, Modesto Ciruelos, Climent, Gustavo Cochet, Vitín Cortezo, Fernando Escrivá, Ferrándiz, Horacio Ferrer, Pedro Flores, Gaya, Helios Gómez, Gutiérrez Solana, Mateos, Jesús Molina, Navarro Ramón, Ginés Parra, Pelegrín, Perceval, Pérez Contel, Servando del Pilar, Gregorio Prieto, Miguel Prieto, Puyol, Rodríguez Luna, Cristóbal Ruiz, Souto, Ucelay y Eduardo Vicente. Ferrándiz envió dos papeles: un excelente, severo retrato, sobre fondo de libros, de su amigo el doliente escritor Rafael Mengual, que había sido herido en el brazo en combate acaecido en el frente del Jarama, y que comparece como Rafael M. Soriano, el nombre con el cual como hemos visto firmó su primer libro, mientras en otra efigie, no sabemos si anterior o posterior, aparece con su nombre y primer apellido; y la expresiva y a la vez sobria composición titulada Clamor de guerra -obsérvese el uso de una palabra que acabamos de ver utilizada por Rafael Mengual a propósito del cartelismo bélico- que representa a unos soldados armados con bayonetas, entrelazados en una suerte de baile heroico, con unos obreros atléticos, con el torso desnudo.

 

Mientras el retrato le fue devuelto a su autor tras su exposición en París, Clamor de guerra durmió durante años, al igual que otras muchas de las obras enseñadas en el pabellón, en los sótanos del Museo de Arte Moderno barcelonés, en el Parque de la Ciudadela. Tras descubrirlo emocionado en la exposición sobre el pabellón celebrada en el Reina Sofía en 1990, con Josefina Alix como comisaria, Ferrándiz se sobresaltó al leer el rótulo, que rezaba 'Propiedad del Estado español'. Como otros de los artistas -o en algunos casos, de sus herederos-, lograría recuperarlo, tras gestiones en torno a las cuales se conserva en su archivo abundante correspondencia administrativa, en la cual me encuentro con nombres de amigos como Enrique Baquedano y Luis Jiménez Clavería.

 

Clamor de guerra: el motivo lo retoma en un pequeño y preciosísimo relieve en escayola, que es la pieza central -la joya de la corona, por decirlo coloquialmente- de la presente exposición, y en el cual lo que más nos asombra es el sintético y delicado idioma, entre 'noucentista' -casi por un lado Manolo Hugué-, 'evolucionista' -casi por un lado Ángel Ferrant pre-vanguardia- y realista mágico, con el cual, con alguna variante respecto del papel, pero con la misma atmósfera de entrelazamiento entre cascos, bayonetas y cuerpos desnudos, es evocado el heroísmo de los combatientes, tanto soldados profesionales, como proletarios en armas.

 

De aquellos años, 1937, 1938 e incluso 1939 -a menudo la fecha consta en la firma-, son muchos originales de Ferrándiz que no sabemos a qué publicaciones corresponden, aunque la presencia, al dorso o en los márgenes, de indicaciones de imprenta, dibujo B, dibujo C, dibujo H y la indicación 'Carta testamento', dibujo 12, al mismo tamaño, probablemente permitan, a la larga, dar con ellas. Ilustraciones todas ellas bélicas, aunque con ráfagas líricas, incluso con algún ciprés, y al lado la indicación 'Soledad'. Siluetas de soldados a menudo armados -y en ocasiones con algo muy soviético en el tratamiento compositivo, de una monumentalidad casi a lo Alexander Deineka, y obviamente estoy pensando en su cuadro de los defensores de Leningrado-, de soldados con casco y en el cielo alguna estrella, o de soldado escribiendo en un receso -a sus pies, el fusil-, o de un grupo de soldados enfrascados en la lectura de la prensa o de un libro, o de otros bebiendo. Estilizadas mujeres, también, una de ellas sentada bajo un árbol, con un libro, nuevamente, junto a ella, y otra de espaldas, oteando un mar surcado por una vela latina, y otra más, desnuda, cerca de un cactus, la planta moderna -ver ejemplos en el Roh- por excelencia, que también aparece representada en otras piezas, incluida una de las composiciones bélicas. Y escenas de combate de figuras atléticas y nuevamente con el torso desnudo, fusiles o bayoneta en ristre, o cuerpo a cuerpo y puñales en alto, escenas más expresionistas, de pincelada más ancha, como más expresionista y de pincelada más ancha es la figura de un fornido metalúrgico sobre fondo fabril, a relacionar con un fotograbado de otro operario del mismo ramo, destinado no sabemos a qué publicación. A ese período pertenecen también tres preciosas estampas de pequeño formato, presumiblemente linograbados, de una especial concentración, ya que en ellas el dibujo se recorta, calado en fondo negro: la primera de un rostro de mujer matissiana, la segunda de una mano empuñando un fusil, y la tercera de un soldado durmiendo envuelto en su capote, con el fusil al lado, a mi modo de ver la mejor imagen de las tres, a la cual por algún lado encuentro un sabor muy revolución mexicana. Y una serie de apuntes, realizados sobre papeles con membrete inequívocamente de ese tiempo: 'Gráficas Socializadas, Alcoy'.

 

Febrero de 1938: un texto no sé si édito o inédito de Ferrándiz, contando una excursión a Ifach, cuatro años antes. Nostalgia de la paz, encarnada en un paraje especialmente caro a la modernidad levantina, de Gabriel Miró en adelante. Gabriel Miró, del cual Ferrándiz, como no podía ser de otro modo, tenía varios libros en su biblioteca, y que es la influencia más patente -demasiado patente, diría yo- en este texto.

 

Alicante, 1 de diciembre de 1938: en esa ciudad y en ese día, mes y año se publica el aludido Versos en la guerra. Por mi parte, supe de la existencia del volumen, del cual en contra de mi deseo no pude conseguir un ejemplar para su exhibición, cuando preparaba mi Alicante moderno: 1900-1960 (MUBAG, Alicante, 2010). Una parte de la muestra versaba, como no podía ser de otro modo, sobre la guerra civil tal como se vivió en esa ciudad y provincia. Pintores como Miguel Abad Miró, Melchor Aracil, Gastón Castelló, Manuel González Santana, Juan Navarro Ramón o Emilio Varela; escultores como Daniel Bañuls o el propio Tomás Ferrándiz; arquitectos como Miguel López, la gran figura del funcionalismo alicantino, y el autor, precisamente, del Parador de Ifach; escritores como Gabriel Baldrich, Carlos Fenoll, Juan Gil-Albert, Miguel Hernández, Eduardo Irles, Rafael Mengual, Vicente Mojica, Manuel Molina, Ramón Pérez Álvarez, Pascual Pla y Beltrán, Miguel Signes, Leopoldo Urrutia o Joan Valls Jordá y por supuesto el resto de los citados a propósito de Alcoy; fotógrafos como Francisco Sánchez Ors, al cual debemos preciosos retratos de aquel tiempo de varios de los protagonistas de esta historia; cineastas como José Ramón Clemente, que programó cine soviético y dirigió teatro en plan La Barraca; músicos como el pianista y compositor alcoyano Rafael Casasempere -autor del premiado Canto a la flota republicana: Seis canciones de guerra (1937), con letra de Félix Vicente Ramos, y al cual creo reconocer en un retrato al carboncillo de Ferrándiz, fechado precisamente ese año-, José Juan (seudónimo de José Juan Pérez), Carlos Palacio, Rafael Rodríguez Albert o Gonzalo Soriano. Todos ellos participaron en mayor o menor medida del esfuerzo bélico republicano en aquella ciudad y provincia. Importancia, sobre todo, de los intelectuales comunistas, entre los más activos de los cuales obviamente hay que mencionar en primerísimo lugar a Miguel Hernández. Importancia de la sección local de Altavoz del Frente, en la cual estuvieron integrados la mayoría de los nombrados, varios de los cuales antes de la guerra ya eran miembros de la Asociación de Amigos de la URSS. Grandes paneles propagandísticos de Altavoz del Frente, en fotos sepia: estrellas rojas, siluetas de Stalin o de Enrique Líster, obra de Gastón Castelló. Importancia del diario comunista Nuestra Bandera (1937-1939), dirigido primero por el puertorriqueño Emilio Delgado, que sería el último director de Mundo Obrero antes del colapso final del Madrid republicano, y luego, a partir de junio de 1938, por Antonio Blanca, que había sido fundador del Cineclub Proletario de la ciudad y corresponsal de Nuestro Cinema, y que además era secretario del Ateneo, transformado en sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. El redactor-jefe de Nuestra Bandera era Eusebio Oca. Su maquetista, el madrileño Ricardo Fuente, caricaturista estilísticamente próximo a Bagaría, con el cual había coincidido en El Sol, y profesor de dibujo en el Instituto de Enseñanza Media alicantino. En Nuestra Bandera colaboraron ilustradores como Miguel Abad Miró, y Melchor Aracil. Ricardo Fuente, por lo demás, estaba casado con la historiadora Carmen Caamaño, también militante del PCE, antigua de la FUE, del Centro de Estudios Históricos, de Misiones Pedagógicas y del Lyceum Club, y que tras ser la secretaria personal de Jesús Monzón, gobernador civil de la provincia, al cual acompañó a Cuenca donde él ocupó idéntico cargo, sería, tras marchar aquél a Madrid, la primera mujer española en alcanzar ese rango, en fecha tan tremenda como marzo de 1939, es decir, el último mes de la contienda...

 

Casualidades de la vida: quien esto escribe frecuentó en su infancia y juventud, tanto a Ricardo Fuente y a Carmen Caamaño, como a Miguel Abad Miró, y a su hermana Marisa, alcoyanos ambos, y sobrinos por cierto de Gabriel Miró, lo cual explica que Miguel fuera, como lo he indicado, uno de los ilustradores de la citada biografía mironiana de José Guardiola Ortiz. Y de labios de los hermanos Abad Miró, y de Fernando Tudela, arquitecto, marido de Marisa, y vinculado en la preguerra a la aventura vallecana -vía su amigo y correligionario Enrique Segarra, gran amigo de Alberto, y precisamente el responsable del mencionado Centro de Estudios de la Construcción donde tuvo lugar la retrospectiva picassiana madrileña de 1936 que tanto impactó a Ferrándiz-, escuchó no pocas historias de aquella España. Incluida la de la hermana de ambos, Gabriela Abad Miró, militante del PCE, que había sido amiga y colaboradora de Tina Modotti, y amante de Mihail Koltzov, y que terminaría sus breves días -había nacido en Alcoy, en 1913- en el México de 1941. Por desgracia uno no es novelista.

 

Versos en la guerra, cuya edición original sigo sin haber visto, pero que manejo en su reedición facsimilar prologada por Aitor L. Larrabide, enmarcada en el centenario hernandiano, y hecha a partir del ejemplar de Vicente Mojica, es un pequeño volumen (64 páginas) que contiene poemas de Miguel Hernández, Gabriel Baldrich (Melilla, 1915 - La Línea de la Concepción, Cádiz, 1998), y Leopoldo Urrutia (Córdoba, 1918 - Madrid, 2005), que en 1942 adoptaría el seudónimo 'Leopoldo de Luis', tomado de su apellido materno. Editado por el Comité Provincial del Socorro Rojo Internacional (SRI) e impreso en Modernas Gráficas Gutenberg, a las que se debieron varias publicaciones modernas alicantinas de los años inmediatamente anteriores a la contienda, Versos en la guerra lleva prólogo del médico bacteriólogo Carlos Schneider, presidente del SRI, cuya revista Socorro Rojo contó con colaboradores gráficos como Miguel Abad Miró, Melchor Aracil, Gastón Castelló, Gabriel García Maroto, Juana Francisca, Manuel González Santana, o Yes (seudónimo de Esteban Vega); en lo literario, ahí estaban Gabriel Baldrich, Pedro Garfias, Miguel Hernández, José Herrera Petere, Antonio Machado, Vicente Mojica, Ramón J. Sender, Leopoldo Urrutia, y seguro que muchos más, que la revista la cito de segundas... Gabriel Baldrich, miembro de la FUE, al cual el estallido de la guerra civil había sorprendido estudiando Medicina en Madrid, y que también fue colaborador de Nuestra Bandera, había llegado a Alicante como herido de guerra. Leopoldo Urrutia, por su parte, que había conocido a Miguel Hernández en la capital, unos meses antes de la guerra civil, compartía la misma condición de convaleciente en la defensa de la misma, y de colaborador del diario comunista y de la revista del SRI. Baldrich y él habían coincidido a finales de 1936 en el hospital de Alicante. Escribieron juntos dos obras teatrales para Altavoz del Frente, La madre espera su vuelta: Romance de ciego, representada el 14 de abril de 1937 en el Teatro Principal de la ciudad, y España al día, representada el 7 de mayo, en homenaje a México, mientras el 13 de diciembre le tocaba el turno a Voces de sangre, de Leopoldo Urrutia en solitario. El 25 de abril, siempre en el Principal, ambos habían recitado versos en un acto de homenaje a Madrid. Aquel mismo año 1938 de Versos en la guerra, había aparecido en Gandía, y en la editorial Soldado del Pueblo, el primer poemario de Leopoldo Urrutia, Romances de un combatiente, que no he visto -no está en la Biblioteca Nacional-, pero que por lo que sé lleva ilustraciones de Melchor Aracil, Tomás Ferrándiz -que había estado destinado, no lo olvidemos, en Gandía-, y Manuel González Santana.

 

La idea de lo que sería Versos en la guerra había surgido tras una conferencia-recital de Miguel Hernández en el Ateneo de Alicante / Alianza de Intelectuales Antifascistas, celebrada el 21 de agosto de 1937, cuyo presentador había sido José Juan, y que había entusiasmado a los dos poetas convalecientes, así como a sus amigos Manuel Molina y Vicente Ramos. Sabemos por Jorge Urrutia que cuando salió el volumen, tanto su padre como Baldrich ya estaban de nuevo en el frente. De Baldrich se incluyen los poemas 'Romance del molino que no muele', 'Romance de la tragedia feliz', 'Romance negro a la luna blanca', 'Romance de la Unidad Proletaria' y '¡Qué suerte ser miliciano!'. De Miguel Hernández, 'Las manos', el celebérrimo 'Aceituneros' y 'Llamo a la juventud', tomados de Viento del pueblo. De Leopoldo Urrutia, 'Barcelona bombardeada', 'Fragmento de la carta de una madre a su hijo, combatiente', 'A un voluntario', '¡Durruti!', y 'Romances en la muerte de Federico García Lorca', tomados de Romances de un combatiente. Las ilustraciones, todas ellas a línea, son de Miguel Abad Miró, Manuel Albert -activo, antes y después de la guerra, en el ámbito de las populares Hogueras de San Juan-, Melchor Aracil, Tomás Ferrándiz y Manuel González Santana, autor además de las capitulares del volumen, y vocal de finanzas del SRI. Tomás Ferrándiz está presente con un dibujo tan sólo, muy hermoso -el original, único que se conoce de cuantos aparecieron en el volumen, figura en la presente exposición, al igual que su boceto a lápiz- y de gran eficacia propagandística, ya que representa, en clave lineal -líneas blancas esgrafiadas en lo negro-, a un soldado en la trinchera. Lo acompaña una nota sin firma, pero sabemos que de Alejandro Urrutia, y que merece ser transcrita íntegramente porque ayuda a 'leerlo': 'Tomás Ferrándiz, autor de este dibujo, ha dicho en él, con su trazo fino y su técnica sutil y expresiva, del momento bello en que el miliciano al morir, evoca la imagen dulce de la mujer que era su amor de joven ilusionado y fuerte'. No sería nada extraño que ese dibujo, o algunos de los restantes que figuran en el volumen, hubieran sido utilizados con anterioridad en Romances de un combatiente, algo que sólo podremos comprobar cuando demos con un ejemplar. El dibujo va cerrando el 'corpus' poético, enfrentado a la última página de los romances lorquianos de Leopoldo Urrutia, y precediendo la sección de notas sobre poetas y dibujantes. Éstas son sobre Miguel Hernández, Baldrich, y los ilustradores, y están firmadas A.U., es decir, el recién citado Alejandro Urrutia, el padre de Leopoldo, que era catedrático en Alcoy y colaborador de El Luchador, y que fue quien cuidó la edición. La nota sobre Leopoldo Urrutia no la escribe su padre, sino que éste tira de hemeroteca, retomando fragmentos de dos reseñas de Romances de un combatiente, publicadas no sabemos dónde. La primera, del singular Francisco Ferrándiz Alborz, nacido en 1899 en la localidad alicantina de Planes, próxima a Cocentaina, un personaje que se me escapó cuando mi Diccionario, pero que lleva tiempo intrigándome, entre otras cosas porque parte de su carrera literaria de preguerra había transcurrido en Quito, donde firmaba 'Feafa' y frecuentó a Jorge Icaza y a otros grandes de la izquierda literaria ecuatoriana. Vuelto al país natal durante la contienda, entonces dirigía el diario socialista alicantino Avance (1937-1939) y la revista Spartacus (1937-1938). Ferrándiz Alborz sería nombrado director del diario madrileño El Socialista, diez días antes del final de la guerra. La segunda nota es precisamente de un ecuatoriano -y para mí desconocido- Efraín Zaldumbide O'Neill. Es por un fragmento también incluido de éste, a propósito de tres de los ilustradores, que sabemos un dato antes indicado: que el primer poemario de Leopoldo Urrutia llevaba ilustraciones de tres de los artistas presentes en Versos en la guerra. El colofón -en el cual por cierto el volumen aparece designado erróneamente como Versos de nuestra guerra- es del 1 de diciembre de 1938, fecha ya de casi derrota republicana, lo que añade heroicidad a la publicación.

 

La desbandada final del Alicante republicano vio huir a muchos en diversos barcos, el último de los cuales fue el 'Stanbrook', que salió la noche del 28 de marzo de 1939, con destino a Orán. Investigando, para mi recientemente publicada antología de la poesía ultraísta, sobre la vida de Juan José Pérez Doménech, un escritor alicantino (de Villena) que marcharía al exilio americano, di en internet con una relación completa de pasajeros del mismo, en la cual él figuraba. Aunque su marcha fue en otro barco, uno de los que reharían su vida en Argelia fue Antonio Blanca. Otros muchos quedaron atrapados en la ratonera, que se cerró definitivamente el 1 de abril, día de la victoria franquista. Además de Carmen Caamaño y de Ricardo Fuente -que estaban a punto de abordar el Stanbrook cuando el capitán, ante la avalancha, retiró la escalerilla-, y obviamente de Miguel Hernández, cuyo calvario es universalmente conocido, también sufrieron cárcel Miguel Abad Miró, Vicente Albarranch, Gabriel Baldrich, Gastón Castelló, Rafael Casasempere, Francisco Ferrándiz Alborz, José Ferrándiz Torremocha, Manuel González Santana, Miguel López, Eusebio Oca, Ramón Pérez Álvarez, Pascual Pla y Beltrán, Miguel Signes, Joan Valls Jordá, Emilio Varela... A Ricardo Fuente y a Eusebio Oca se deben los dos más tremendos retratos carcelarios de Miguel Hernández. Ferrándiz Alborz, escondido con su hermano Juan en una cueva cerca de Alcoy nada menos que hasta 1942, tras pasar ambos por tremenda experiencia carcelaria, con sendas condenas a muerte incluidas, terminaría marchando definitivamente al exilio: primero Francia (a partir de 1948), y luego Uruguay, en cuya capital fallecería en 1961. También sufrieron exilio Baldó y Mengual. Carlos Palacio, que como tantos militantes del PCE había estado encarcelado, dentro de su propio bando, por los casadistas, al término de la contienda se escabulló, pasando escondido en su Benisa natal los años 1939-1945.

 

Angustiosas postrimerías alicantinas: un drama bélico que es premiado tan cerca ya de la derrota que tiene que dejar de ostentar el título Victoria, un libro publicado cuatro meses antes del final de la guerra a la cual alude su título, un director de periódico nombrado diez días antes de esa misma fecha, una gobernadora civil ejerciendo el cargo durante el último mes de las hostilidades, un barco zarpando en la noche hacia Orán ya al borde del cese definitivo de las mismas y sin algunas de las personas que más necesitadas estaban de subir a él. Todo esto lo dice, novelescamente, Max Aub en las últimas páginas de Las buenas intenciones, una de sus grandes novelas. También el anarquista Eduardo de Guzmán, otro que quedó atrapado en esa ratonera.

 

De todos los implicados en la aventura de Versos en la guerra, el que seguiría, durante y después de la contienda, más en contacto con el poeta de Orihuela, sería Miguel Abad Miró, que a su condición de pintor unía la de estudiante de Arquitectura, carrera que concluiría ya terminada la guerra, al igual que su cuñado Fernando Tudela, con el cual colaboraría primero en Madrid y luego en Sevilla. Unos meses antes de la debacle, llegó a existir el proyecto de un libro tripartito donde hubieran coexistido versos de Miguel Hernández, ilustraciones de Miguel Abad Miró, e ilustraciones musicales de Rafael Rodríguez Albert; libro que contaba con el beneplácito de Alberti. En 1944 Miguel Abad Miró tendría el atrevimiento de presentar al Concurso de la Diputación un cuadro elegíaco titulado El rayo que no cesa. Y en 1951 sería el responsable, con Ricardo Fuente, autor de la viñeta de cubierta, de la primorosa edición de Seis poemas inéditos y nueve más, de Miguel Hernández, volumen perteneciente a la colección Ifach de Manuel Molina y Vicente Ramos, e impreso por cierto, por Gráficas Gutenberg; primera aparición del de Orihuela en forma de libro en la posguerra española, un año antes de la Obra escogida (y muy truncada por la censura) de la editorial madrileña Aguilar, donde trabajaba Ricardo Fuente. También Leopoldo Urrutia, convertido en Leopoldo de Luis y en uno de los principales cultivadores de la poesía social, sería muy activo en el culto hernandiano. A propósito de su vida de posguerra, quiero recordar cierta página del sentido libro de Jorge Urrutia, su hijo, De una edad tal vez nunca vivida (2010): un piso en un barrio obrero de un Madrid con restricciones de luz, piso ocupado por Leopoldo de Luis, por su mujer y su hijo, y por el padre de él, el Alejandro Urrutia anotador de Versos en la guerra, y que en el relato del nieto aparece leyendo siempre libros traspapelados, en esa 'casa de vencidos' iluminada por una acuarela de Ramón Gaya, de una playa, que le había sido regalada al poeta, durante la guerra civil, en la época de su convalecencia alicantina, por Guerrero Ruiz, entonces secretario del Ayuntamiento de la ciudad. En cuanto a Baldrich, es recordado sobre todo por sus letras de canciones folklóricas, la actividad principal de su posguerra andaluza, durante la cual también publicó teatro -alguna de sus obras la publicó Aguilar-, y un poemario tardío, Cartas sin respuesta posible: A Miguel Hernández Gilabert (1992), aparecido en la editorial sevillana Alfar, y que prologaron el hispanista francés Serge Salaün, y Leopoldo de Luis / Leopoldo Urrutia. Ahora, sobre todo después de leer De una edad tal vez nunca vivida, siento haber conocido tan poco a Leopoldo de Luis.

 

En la inmediata posguerra, Miguel López fue el encargado de proyectar un par de Monumentos a los Caídos: el de Alicante, popularmente conocido como El Sacacorchos, y el de la Vega Baja, éste en colaboración con Miguel Abad Miró, que por cierto seguiría siendo comunista toda su vida, y con Daniel Bañuls. También Gastón Castelló sobresalió en encargos oficiales. Y el ubicuo Sánchez Ors fotografió la entrada en Alicante de los italianos de la Littorio, y en 1940 el traslado de los restos de José Antonio, de Alicante a San Lorenzo de El Escorial. Por la misma época, en Almería, Guillermo Langle, arquitecto municipal -y funcionalista- que había hecho los refugios antiaéreos republicanos -luego convertidos en kioscos de bebida-, sería el encargado de hacer el Monumento a los Caídos franquistas. Un poco por doquier, poetas -por ejemplo el manchego Juan Alcaide o el onubense José María Morón- que habían cantado a las glorias republicanas, sin solución de continuidad se pusieron a componer sonetos a José Antonio y demás glorias del nuevo régimen. Son curiosos ciertos reciclajes rápidos de posguerra. Ver por ejemplo, en el ámbito de las artes plásticas, el caso de un Mariano Benlliure que tras haber realizado durante la guerra efigies del General Miaja o de Valentín González 'El Campesino', ya en 1940 hace un busto de Franco para el Casino de Madrid. O el de su colega Manuel Álvarez Laviada, que tuvo que ver con la organización del pabellón de París de 1937, y que en la inmediata posguerra contribuyó abundantemente a la iconografía franquista. O los de Vitín Cortezo, Fernando Escrivá, Juan Antonio Morales o Rafael de Penagos. O el de Eduardo Vicente, que tuvo la fortuna de contar con la protección orsiana, sin la cual no cabría explicar su paso de las páginas de Comisario, a las de Vértice. Protección orsiana todavía más clara en el caso de Zabaleta. Muchas historias de éstas, sobre todo las que afectan al ámbito de la literatura, pueden leerse en Las armas y las letras, de Andrés Trapiello. Otras, de resistencia callada, las hemos de buscar en textos de historiadores de los primeros intentos de reorganización del PCE, por ejemplo los que se acercaron, en su alta edad, a Carmen Caamaño, que vivía sola, ya viuda, en su apartamento próximo a Argüelles, que recuerdo también iluminado por una acuarela de Gaya, probablemente de la misma procedencia que la del apartamento de Leopoldo de Luis.

 

Resulta curiosísimo, pero tras la victoria franquista, en el caso de Ferrándiz, que había pasado el último año y medio de la guerra destinado en Alicante, no parece haber episodio carcelario ni tampoco militar alguno, hecho llamativo teniendo en cuenta su presencia como ilustrador y colaborador literario del 'diario de la revolución' Humanidad, su apoyo a Altavoz del Frente, sus envíos a la Exposición de París, sus ilustraciones para Romances de un combatiente y sobre todo para un libro editado por el SRI como Versos en la guerra, entre cuyos autores estaba un Miguel Hernández que llegaría a estar condenado a muerte. Curiosísimo también que tras el fallecimiento del escultor, hayan aparecido tantos originales suyos del período 1936-1939, cuyo descubrimiento, en la posguerra, sin duda hubiera sido problemático. De su adaptación al nuevo estado de cosas nos habla un boceto de cartel presentado a un concurso de Levante, el diario valenciano del Movimiento, sorprendente adaptación azul de la épica roja por él practicada durante los años de la República en lucha. Retornado a Madrid, en septiembre de 1939 retomó sus estudios en San Fernando, donde contó con la protección de Chicharro, y donde fue condiscípulo de un combatiente del otro bando: José Guerrero, recién desmovilizado, y del cual habla muy cariñosa y elogiosamente en su trabajo para Ana María Guasch. Qué distintas sus respectivas historias a partir de ese momento. El granadino voló libre primero hacia una Europa de la cual había tenido un anticipo gracias a su residencia en la Casa de Velázquez de la Francia libre -una historia que él nos contaba y que no terminábamos de creernos, hasta que leímos las memorias de François Piétri, el embajador de Vichy en Madrid, y comprobamos que efectivamente existió tal Casa de Velázquez bis-, y luego hacia los Estados Unidos, donde se codearía con la plana mayor de la Escuela de Nueva York. El alcoyano se convertiría en profesor de Escultura en la Escuela de Bellas Artes de Tetuán, de donde luego pasaría sucesivamente a los Institutos de Enseñanza Media de Santa Cruz de Tenerife, Gijón, y finalmente la localidad madrileña de San Fernando de Henares.

 

Algunas de las piedras talladas del Ferrándiz de la inmediata posguerra, un Ferrándiz cuyo análisis queda para otra ocasión, retoman cierta problemática 'thirties': Capuz, pero también Pérez Mateo, y entre líneas el 'realismo mágico', sí, a lo Franz Roh, un tipo de cruces nada infrecuente en aquellos años, tanto en escultura -pienso en lo que podría llamarse el 'realismo mágico nacionalsindicalista' del cántabro José Villalobos Miñor- como en pintura. En el archivo de Ferrándiz se conserva un curioso texto de comienzos de aquel tiempo, titulado 'El derrumbamiento de la dignidad artística: Suplantación de la conciencia estética por el mangoneo favoritista de base mercantil'. Texto en el cual se refiere, con melodramatismo un tanto forzado, a la guerra como constante en su vida: la Primera Guerra Mundial que estalló el año de su nacimiento, la guerra civil que había interrumpido sus estudios artísticos, la Segunda Guerra Mundial que todavía rugía cuando escribía aquellas líneas.

 

Ferrándiz, en aquel comienzo de los años cuarenta, volvía a menudo a Alcoy, donde veía a sus amigos Casasempere, Mengual, Valls Jordá y otros, agrupados en una suerte de continuación de la Agrupación Cultural: el Club de los Incomprendidos, un nombre tomado de la novela homónima de G.K. Chesterton, traducida en 1941 por la Editorial Tartessos, de Barcelona. El himno lo compuso (en 1939, fecha que aparece en el manuscrito que era propiedad de Ferrándiz, aunque la anotación parece de este último, y posterior) Casasempere, que fue quien encontró el nombre del Club, al cual pertenecía también gente más joven, como Alfredo Boronat o Luis Olcina, el segundo de los cuales los acogía en su Bar Carlos. Rafael Mengual, años después, evocaría en un par de textos estupendos la atmósfera un tanto fantasmagórica de aquellas reuniones. En un artículo de la revista alicantina Canelobre de 1990 sobre Valls Jordá, se refirió a aquella posguerra de vencidos: 'Malgrat tot, unes circumstàncies tan refractàries i contractives ens van afavorir en alguna cosa. De primeres, la nostra vella passió pels llibres, les passejades nocturnes i els diàlegs no es van gelar. De tant en tant, ens refugiàvem en algún racó de café, atents a la nostra clandestinitat un tant bohèmia. Tot açó va desembocar en la creació d'una tertulia àmpliament literaria, el Club de los Incomprendidos, els components del qual, músics, poetes, pintors i algún que altre escriptor, van donar molt bon joc'. No sabemos si en alguna ocasión se asomaría a ella Pla y Beltrán, con el cual en cualquier caso sí sabemos que Rafael Mengual seguía en contacto, ya que en su biografía del poeta de Ibi, Antonio Gracia reproduce fragmentos de sus cartas al alcoyano desde Valencia, fechadas entre 1947 y 1950, es decir, antes de su marcha a Caracas (donde fallecería en 1961), y en las cuales también menciona, entre otros, a Casasempere, y a Valls Jordá. Miguel Abad Miró había sido uno de los ilustradores de su segundo libro de posguerra, Cuando mi tío me enseñaba a volar (1948), prudentemente firmado, como el anterior, 'Pablo Herrera'. También en esa biografía, se cita una carta de Enrique Azcoaga, de 1953 y desde Buenos Aires, dirigida a Rafael Mengual, en Béziers, a donde había terminado marchando. Y muchas misivas de Pla y Beltrán a Rafael Mengual de los años siguientes; por una de ellas, de 1959, cabe deducir que su corresponsal ha retornado a España. En otra, aflora el pasado más lejano: '¿Te acuerdas de cuando trabajábamos juntos, siendo muchachos, en aquella endiablada fábrica? Me entran escalofríos sólo de pensarlo'. Casasempere, de 1943 en adelante, dirigió una orquestina, la Banda Nueva del Iris, de la cual Valls Jordá, secretario de la misma desde 1937, era percusionista. Casasempere, del cual Gracia reproduce el original de un poema de circunstancias que le dedica Pla y Beltrán en 1947, sería además el primer director de la Orquesta Sinfónica Alcoyana, fundada en 1952, y compondría, al igual que su hermano menor Gregorio, y que el padre de ambos y cabeza de la dinastía, abundante música para las Fiestas de Moros y Cristianos.

 

En 1951, año en que Julio Ramis le dedicó, en Tánger, un ejemplar de su monografía de Clan, con prólogo de Paul Bowles, Ferrándiz participó, sin pena ni gloria -la gloria fue entonces para Benjamín Palencia y otros representantes de la muy protegida Escuela de Madrid, y para artistas emergentes como Manolo Millares o Antoni Tàpies, que pronto se convertirían ellos también, durante un tiempo, en artistas muy protegidos, sobre todo de cara al exterior-, en la Primera Bienal Hispanoamericana de Madrid. Más convencionales, acogieron envíos del escultor las colectivas artísticas del Instituto de Estudios Africanos.

 

Una última referencia, de posguerra, fechada ésta en 1953. Entonces el ICA de Londres, presidido por Herbert Read, convocó el concurso internacional para un monumento al preso político desconocido. La idea se enmarcaba en la naciente guerra fría, por lo que la CIA no andaba lejos. En el jurado participaron también Alfred H. Barr, director del MoMA de Nueva York, y el surrealista inglés Roland Penrose. La convocatoria encontró un eco enorme: 3.500 artistas, procedentes de 57 países. Finalmente fueron seleccionados y expuestos -en la Tate Gallery- 140, entre ellos dos españoles, Jorge Oteiza, y Pablo Serrano, aunque el segundo representaba a Uruguay, que entonces era su país de residencia. El concurso lo ganó el inglés Reg Butler. Los otros once premiados fueron en su mayoría nombres de primerísimo nivel: Henri-George Adam, Alexander Calder, Lynn Chadwick, Naum Gabo, Margel Hinder, Richard Lippold, Luciano Minguzzi, Mirko (Basaldella) Barbara Hepworth y Anton Pevsner. Entre los emergentes del país que acogió el certamen, mencionar la presencia de Eduardo Paolozzi, un futuro 'pop'. Todo aquello provocó grandes debates, principalmente antimodernos. Un artista húngaro, un tal László Szilvassy, antiguo prisionero de guerra, y llegado a Londres en 1948, obtuvo su minuto de gloria al agredir y dañar la obra de Butler, hecho por el cual pasaría un mes en la cárcel. Finalmente la obra premiada finalmente no sería realizada, ni en Berlín, que era el sitio inicialmente previsto, ni en ningún otro. Oteiza en la madrileña Revista Nacional de Arquitectura, escribió un polémico artículo sobre todo el asunto; tan polémico, que una nota anónima de la revista indica que se ha consultado la conveniencia de publicarlo, con el director del Museo de Arte Moderno de Madrid, José Luis Fernández del Amo, que ha dado su visto bueno. Considera el de Orio que la mayoría de los proyectos son de un arte abstracto, algo que en su opinión es signo positivo de los tiempos, pero de una abstracción insuficientemente experimental. Y que casi todos los premiados se han enredado en 'conversiones meramente físicas (sin conversión estética) de jaulas, alambradas, rejas y figuritas de mujeres, prisioneros, flechas, pinchos, escaleritas...' Y que la discusión hubiera debido establecerse a partir de las obras de Max Bill, Chadwick, y él mismo, que nunca la modestia fue rasgo oteiziano. José Camón Aznar, por su parte, publicó al respecto un artículo agridulce en el ABC del 2 de agosto, diario del cual era crítico de arte titular. Artículo en el cual cita a la mayoría de los premiados 'van reproducciones de Butler, Margel Hindel, Minguzzi, Mirko, y Pevsner, pero no mencionando siquiera la presencia de Oteiza entre los participantes, probablemente porque trabajó a partir de una noticia y una iconografía de agencia, sólo centradas en el palmarés' En cuanto al proyecto de Ferrándiz, las fotografías que del mismo se conservan revelan un cierto organicismo y simbolismo -la mano, la telaraña, la figurilla de reminiscencias 'déco' apresada en ella-, acentuados por la nebulosidad casi pictorialista de las instantáneas. Precisamente en 1953, el escultor obtuvo la Beca Conde de Cartagena, que le permitió ampliar estudios en el Royal College of Art, de Londres, donde fue alumno de un escultor importante, Leon Underwood, y donde según cuenta en el trabajo para Ana María Guasch, fue testigo de la invención del 'pop art' por algunos de sus condiscípulos, circunstancia en torno a la cual, desgraciadamente, no da detalles.

 

De ese mismo trabajo de Ferrándiz para Ana María Guasch, en el cual por cierto curiosamente nada dice de sus obras bélicas, cuando hubiera sido el momento de colgarse medallas, me llama la atención la acumulación de referencias al 'pop art', al minimalismo y al arte conceptual. Y que uno de los artistas de los cuales habla con más pertinencia, sea el norteamericano y surrealista Joseph Cornell, del cual había admirado la maravillosa retrospectiva de 1984 en la Fundación Juan March, cuya catálogo prologado por Fernando Huici figura en la bibliografía: 'Dentro de todo este gigantismo, participando y recogiendo de cada ismo lo que a su alma conmovía, un alma llena de intimismos y añoranzas, de poesía y de plástica, están los pequeños formatos de Joseph Cornell. Un mundo aparte, maravilloso, imaginativo, riguroso, con el perfume poético de una lejanía histórica que irrumpe en nuestra época y a la vez es absorbido por ella'.

 

Del Alcoy de los poetas a los microcosmos poéticos cornellianos, pasando por el Madrid republicano, y por el Clamor de guerra exhibido a la sombra del Guernica, y por el Club de los Incomprendidos, y por la amistad con José Guerrero, y por Marruecos, y por el Londres 'fifties' y 'pop': un itinerario, 1914-2010, a través del siglo de siglas (Pedro Salinas 'dixit') y más allá, siglo por él rumiado, y tecleado en su vieja máquina de escribir, en su último y abarrotado estudio, al fondo del jardín romántico con maleza, allá por Ciudad Lineal.

 


Imágenes de la Exposición
Clamor de guerra, 1937.Dibujo a pincel sobre papel adherido a lienzo.129,5x110cm

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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