Las pinturas de Frieda Toranzo Jaeger son agradablemente extrañas, musculosas y seductivas. Lo que a primera vista puede parecer ser solamente sobre automóviles y el cuerpo femenino, rápidamente cede, tras una consideración más sostenida, a un denso entramado de problemáticas e intereses. Motivos cuidadosamente seleccionados son deliberadamente imbricados dentro de una historia de la pintura que incluye todo desde el retablo a tradicionales representaciones femeninas de la naturaleza a preguntas sobre la artesanía por medio del uso de bordado. Estos modos se rozan en contra y devienen en conflicto con significantes más convencionales de la masculinidad, el poder y el gusto, los cuales están encarnados en decoraciones y carros, y por los cuales ella es conocida por retratar fastuosamente con precisión anatómica. Como se puede ver a través de sus densas composiciones y factura, la pintura en sí misma es tanto el sujeto en cuestión de su trabajo como cualquier...cosa que plasma. Las asignaciones convencionales de la masculinidad y feminidad son hábilmente complicadas y colapsadas no solo en su imaginería, sino también en la manera que construye, pinta y borda en sus pinturas. Y mientras este compromiso al medio y su historia puede parecer ofrecernos, como espectadores, un tipo de aplazamiento estético, no necesariamente ofrece una salida. El escepticismo de Toranzo Jaeger es palpable, inclusive espiritual. Donde el infernal interior de un carro puede plausiblemente remplazar una escena de una crucifixión en un retablo, un supuestamente ecológico ni Tesla ni ningún Automóvil eléctrico nos va llevar a una verdadera redención.
Entrada actualizada el el 27 jun de 2018
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