Descripción de la Exposición Estas cincuenta piezas, entre pinturas, collages y esculturas, presentan un discurso plástico de expresión primitiva, marcada por el uso de la materia, a través de una obra abstracta. La obra genera una visión particular del litoral y de los distintos aspectos de la naturaleza volcánica, donde las formas, las texturas y los colores evocan la realidad por medio de la abstracción dando sentido a lo desconocido. Tal y como cita el crítico Arturo Maccanti, José Luis Santos es de este mundo interior que envuelve al mundo y a los otros mundos y que nadie sabe dónde acaban. El ve hacia adelante, oye también dentro, pues dentro de sí es cuando él descubre todo lo infinito. Nuestra memoria es universal y excede al propio universo, cuando se alía con la imaginación creadora. Tiene el instinto de la Pintura elevado a la mayor altura y posee la fuerza irresistible de la delicadeza. De su pintura saltan flechas de oro, más penetrantes que las del hierro. Apasionado a favor o en contra, no se olvida nunca de sí mismo, porque sabe quién es como todo artista verdadero. En la ausencia es cuando él está presente, el espacio para él no es infinito. Si el cuerpo se distancia su aliento lo llena todo, todo lo rebasa. Lo que realmente hay de asombroso en el creador es esta realidad irreal, ese aire de verdad mentirosa, esa eternidad en un segundo, lo infinito en un átomo, el todo en la nada, algo que Picasso pensaba cuando nos decía que el arte es una mentira que nos acerca a la verdad. Lo que existe en su obra es el acto liberador, la obra artística, y no la libertad. Lo que existe es un esfuerzo contra la esclavitud de la nada, contra la incertidumbre del futuro, y de ahí el trabajo creador, como arma para horadar el misterio, para desentrañar tantas sombras. José Luis Santos, viejo conocedor del mar y tantas veces náufrago afortunado, ha descendido al fondo del abismo por la cuerda de la memoria y de la experiencia. Todo lo que le acontece alcanza los visos y las proposiciones de un raro deslumbramiento, al contrario de lo que sucede a tantos que todo lo tornan mediocridades. La tarea del artista es acercarnos a ella hasta saciarnos. Verla es una alegría para los ojos, aunque la saciedad sea inquietante, porque es el mundo que huye bajo nuestros pies, que nos deja solos como suspendidos en el vacío. La pintura de J. L. Santos, como por milagro, hace revivir paisajes inexistentes por la corrosión del tiempo. Se vislumbra el esplendor de su pintura como en un relámpago. Todo lo demás sea sombra, quede en su arca de piedra. Hay artistas que no alcanzan nunca ninguna playa, ni ésta en la que posamos los pies, ni otra por la que la fantásticamente divagamos. Equidistantes de las dos orillas, fluctúan en la inmensidad sin término. Son como las olas en alta mar. El viento del otoño, que atormenta al mar, resucita ligero en la imagen infantil al contemplar estos fondos marinos, tan próximos que aún duermen también en los fondos de nuestros ojos. Nunca sabremos quien pasa a nuestro lado en el camino, en la soledad de las playas. Ante los cuadros de J. L. Santos los ojos tienen que guardar lo que ven. La memoria es una economía de nuestra consciencia. Sin ella moriría de hambre nuestro ser. El arte nace de la insatisfacción. Es hijo del hambre de ser, del cautiverio y del desierto que es vivir. Los poetas son los que destrozan la poesía. Muere en sus manos como mariposa cazada. No así la pintura que es radiación colorida, que es más un sentimiento que una forma. José Luis Santos, al pintar, vive y respira. Vivir es andar y respirar, absorber el cielo azul y hondura de mar.
Exposición. 14 nov de 2024 - 08 dic de 2024 / Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A) / Córdoba, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España