Siempre trabajo por series y suelo buscar temas que me permitan dilatar las sesiones hasta agotar mi interés. He fotografiado el lenguaje de los sordos, hielo, fuego, pedazos pintura, mis propias deposiciones, y, últimamente fregonas. Mochos viejos que se asemejan a los filamentos de las anémonas, a las extremidades del pulpo, incluso a los garabatos ingenuos de los niños.

Mientras tomaba fotos de las fregonas utilizadas por el servicio de limpieza de hotel descubrí que algunas de ellas estaban firmadas, abriéndose ante mi un espacio de pensamiento inquietante. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué pretenden? ¿Simplemente identificar sus útiles de trabajo o quieren dejar constancia de su paso por un trabajo casi invisible y siempre menospreciado? En ese momento, una obra que, en principio, no tenía más intención que explorar las cualidades estéticas de los ... filamentos de las fregonas se cargaba de significado. Pensé en las inscripciones que los prisioneros dejan en las paredes de sus celdas, en escopetas expuestas en las vitrinas de las armerías y en la firma que los pintores colocan en un rincón de sus cuadros. De pronto, aquella maraña de cordeles deshilachados, me pareció una peluca, la cabellera descuidada de la señora de la limpieza. La representación de una pelambrera, lisa o rizada, más limpia o más sucia, pero siempre untada de tristeza.