Descripción de la Exposición Carlos Marcote es invisible. Ante cualquiera de sus obras, que hablan de algo parecido a lo inexistente, me doy cuenta de que él, su autor, es inmaterial, como un espíritu quieto en apariencia, al que nos impide verlo la velocidad de nuestros días y de nosotros que viajamos en ellos, remando desaforadamente hacia no sabemos dónde. Estamos demasiado ocupados en ver cómo el mundo nos adelanta, se nos escapa, sin que podamos hacer nada, por mucho que nos esforcemos en situarnos a la par. Por esa razón, tengo la impresión de que nos es muy difícil entrar en la obra de Carlos Marcote libres de prejuicios, a pesar de que parezca lo contrario, cuando observamos las cosas de refilón. Yo sólo puedo hacerlo cuando me paro, que es el momento en el que Marcote comienza a corporeizarse hasta plantarse ante mí. Entonces, inmerso e inquieto, con él, en su propio movimiento, miro sus obras y, mágicamente, me lleno de evidencias. Me invade la certidumbre de nuestra insignificancia al mismo tiempo que el orgullo de ser consciente de ello. De ser capaz de verlo o, mejor dicho, de que el pintor sea capaz de situarme en ese momento. De que haya podido pararme unos eternos instantes, para que un brutal silencio me conmueva. Ante estas pinturas, no podemos engañarnos con un discurso banal. Muy al contrario, me parece que tras sus levedades, se nos presenta la condición del ser finito, de su incapacidad para la comprensión de la realidad a la que nos abocamos sin remedio. Son sólo estampas de la soledad del hombre sin hombres y la constatación de la paradoja de la pequeña consciencia que suponemos y que Marcote nos recuerda. Poco más. Precisamente a causa de su pequeñez, sus pinturas para nosotros son descomunales preguntas cuyas respuestas son inabarcables y eso nos obsesiona. Somos casi nada, una brizna, pero intensamente asustados por el poder de los dados tramposos del futuro. Mientras tanto, mientras huimos y nos escondemos entre estas líneas, Carlos Marcote pinta que el vello de la tierra es verde. La pelusa del orbe es de un verde luminoso y matizado. Según describe Carlos Marcote, las postillas son ocres, amarillas, marrones. Las cicatrices abiertas sangran agua clara que se tiñe del azul del cielo. La luz viene y va. Los apósitos son grises y ceniza, sucios pero extrañamente bellos. El crepúsculo rojo silencioso, vacío pero no deshabitado. Vacío vivo. Vacío de nosotros. Uno piensa, sin querer, que algo terrible ha pasado (o no ha pasado aún) cuando vemos estos cuadros como la piel del mundo. No sólo como un paisaje recurrente, sugerente y ensoñador. Sino como la piel del mundo. Pinta Carlos Marcote, que el musgo que cubre la piel de la tierra es suavemente ondulado mientras se extiende por aquí y por allá, como el rizoma. Mira Marcote y ve lo que nosotros no vemos (debe ser a causa de su peculiar velocidad). Hay una mirada incrédula ante la belleza que se muestra limpia y que se mueve, apenas, sin que lo notemos. Y un escalofrío recorre mi piel de ácaro. Daniel Castillejo. Director del Museo Artium Vitoria
Exposición. 12 nov de 2024 - 09 feb de 2025 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Madrid, España