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Cadena de secretos

Exposición / Domus del Pórtico (antes Muralla Bizantina) / Doctor Tapia Martinez, 2 / Cartagena, Murcia, España
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Cuándo:
27 oct de 2011 - 07 ene de 2012

Inauguración:
27 oct de 2011

Comisariada por:
Luís Artés

Organizada por:
Domus del Pórtico (antes Muralla Bizantina)

Artistas participantes:
Iván Araújo Espejel
Etiquetas
Pintura  Pintura en Murcia 

       


Descripción de la Exposición

Me asomo a esta exposición con el vértigo que me produ­ce agrupar un conjunto de treinta piezas que abarcan el periodo comprendido entre el 2003 y el 2010. Sin embar­go, a pesar de la inquietud, reconozco que es una intere­sante oportunidad para observar como conviven unas pie­zas con otras y que relaciones se establecen entre ellas.

 

En el estudio la obra se mezcla y amontona, cir­cunstancia que me ayuda puesto que mi trabajo con­siste en trasladar referen­cias de una pintura a otra y sobretodo ir tejiendo un entramado pictórico y te­mático que se sucede de un cuadro a otro cuadro. La vista recorre la superfi­cie de papeles y telas y las pinturas hablan finalmente de sí mismas y de los secretos y enigmas que suscitan y es la propia excitación de convivir con ellas lo que me empu­ja a seguir pintando.

 

La selección de estas treinta piezas comprende solo la te­mática relativa a la figura y dos series, una completa y otra incompleta, de cabezas. Las temáticas de bodegón y arqui­tecturas, que son parte importante de mi producción, no se ven representadas en esta muestra, puesto que de ésta manera podía dotar de una mayor coherencia al conjunto. Tengo la sensación de que ésta exposición resume un ci­clo de mi trayectoria y una muestra de éstas características permite valorar la evolución y los lugares comunes de mi trabajo. El criterio estrictamente cronológico, en que se dispone la obra en catálogo, no hace sino reforzar éste ca­rácter retrospectivo.

 

Las dos piezas con las que abre la muestra El guardián y Donde está el lobo feroz, realizadas en el 2003, son traba­jos que, a modo de avanzadilla, abrieron en su momento un nuevo modo de hacer y de representar en mi pintu­ra. Estas dos piezas dibujaron un horizonte diferente, en el que mi mirada se asomaba al cuadro y enfocaba una escena concreta. Son herederas aún del mundo poético, obsesivo y saturado del periodo anterior y suponen una ruptura con esa producción en la que la obra se articulaba de forma totalmente abstracta, con mucha presencia de lo constructivo en la forma de componer y estructurar los planos del cuadro.

 

La obra ha evolucionado formalmente desde en­tonces, pero el imaginario y el universo simbólico no han variado sustancial­mente. Mi pintura sigue queriendo contar, 'el afán del contador de historias mezclada con una nítida geometría espiritual'.*

 

La presencia de las arquitecturas, las chimeneas y ciertos símbolos son una constante que refuerza una atmósfera metafísica e inquietante. El contraste entre lo gráfico y lo cromático también es importante en éstas dos piezas, puesto que será algo que desde entonces va a estar muy presente en mi obra. El color saturado y potente convive con los trazos del carboncillo y el pastel en zonas donde el collage ocupa partes importantes de la composición.

 

Las cuatro piezas que se agrupan en el 2004 son todas ellas una evidencia de la entrada en una etapa mucho más figurativa, con 'escenografías contadas o, si se quiere, his­torias escenificadas que destilan silencio y soledad'*.

 

La arquitectura y la ciudad siempre presentes, pero no tan­to como referentes de lo civilizado, sino como en palabras de Oteiza, de lo materno y protector.

 

El pintor que se cura pin­tando y que explora su entorno y lo hace suyo frente al cuadro, inmenso, blanco, silencioso.

 

Esta es la temática en El principiante y en el Pintor de bo­degones, ambos pintados un año mas tarde y es importante de señalar porque será una constante en mi trabajo desde entonces hasta la actualidad. La metáfora del cuadro den­tro del cuadro y del estudio del pintor, como cosmos en el que se desarrolla la actividad, me permitió situarme como voyeur de mi propia pintura, espiando y observando a las modelos y los pintores que desde entonces se intercam­biarán de forma ambigua su condición y protagonismo.

 

En el Pintor de bodegones hay, como he señalado antes, una voluntad consciente de llevar el cuadro a unos tér­minos más cercanos a lo puramente gráfico, con mayor presencia de la línea, el collage y alusiones directas al bo­degón como motivo central de estudio del pintor dentro del propio cuadro.

 

La quietud casi escultórica de los personajes, la rotundidad de sus volúmenes y formas, y lo que yo llamo su cualidad de hombre-mujer-objeto, les permite transitar con libertad entre la apariencia de esculturas, muñecos y bellas lolitas. En Menina con perro raro se aprecia una dislocación que, lejos de intentar parecer expresionista, viene a mostrar mi fascinación por convertir la figura en andamiaje de ciertas metamorfosis que no entienden de géneros ni sexos. El cuerpo se reduce a volúmenes que muestran lo que es y su contrario al mismo tiempo y es esta esquizofrenia en la construcción de la figura la que le dota de esa apariencia ambigua y multiforme, sexual y provocadora en ocasiones e inquietante y extraña en otras.

 

Este interés por profundizar en la naturaleza abierta, me­tamórfica y polivalente de la figura me empujó a iniciar una serie de diez Cabezas, realizadas en el 2007, y de las cuales he seleccionado cuatro. La cabeza como mascara, que evoca y en cierto modo exhibe algo escondido. Pero también la posibilidad de dislocar, romper y maquillar la imagen, utilizando todos los recursos gráfico-plásticos a mi alcance. En ésta serie, como en tantas otras que he de­sarrollado estos últimos años, me permití unas licencias que en otras piezas yo mismo me había vetado. El soporte del papel (que utilizo muy a menudo) posibilitó que mez­clase collage, acrílicos, guache, acuarelas y muchas otras técnicas directas que, en telas de mayor tamaño, no me es posible. La serie de ocho piezas de Cabezas paranoicas que realizaría en el 2009, y que presento en su totalidad para esta exposición, es el resultado de ésta primera serie germinal.

 

Volviendo atrás en el tiempo, es interesante revisar un conjunto de cuatro piezas que realicé en Toulouse y que suponen la ex­presión máxima de la ambigüe­dad formal de la que hablaba antes y de esa cualidad hombre-mujer-objeto. Son cuatro figuras femeninas en las que el deseo de trascender a la propia forma del cuerpo de la mujer, pero al mismo tiempo sin renunciar a él, me llevó a unificar en un solo cuerpo-objeto lo masculino, lo femenino y lo objetual. Abre esa serie Afrodita, con esa gran cabeza legeriana, esos labios rojos insinuantes y esos pechos pequeños y redondos junto con ese cuerpo que­brado, le siguen Beatriz y Virginia, dos lolitas dislocadas de formas redondas y escultóricas y cierra finalmente Ca­rolina con ese bañador con reminiscencias Kandinkyanas y esas curvas voluptuosas. Las cuatro figuras han manteni­do, y a la vez han perdido, sus rasgos de identidad más importantes, se han visto metamorfoseadas, exacerbando en ocasiones sus atributos femeninos y en otras transformándolos en muñones de apariencia escultórica.

 

La serie de ocho cabezas del 2009, las Cabezas paranoi­cas, lleva al extremo el deseo de otra cosa donde la ima­gen de la cabeza se hace estatua o fetiche. La estructura formal del dibujo, muy presente ésta vez frente a lo pictóri­co, se repite una pieza tras otra y cada cabeza contiene una multiplicación de figuras y rostros encerrados en sí mis­mos. Estas piezas, trabajadas sobre tabla contienen (bajo la piel y apariencia externa de la pintura final) un montón de capas, de lo que yo suelo llamar residuo pictórico. Hasta llegar a ese rostro definitivo se han sucedido un montón de imágenes, muecas, personajes que lejos de desapare­cer, vibran de forma silenciosa bajo esa densa cabeza de aspecto pétreo y escultórico. La pintura, el acto mismo de pintar, se convertía en estas series en residuo de la acción. La superficie del cuadro es el resultado final de la batalla, de la suma infinita y exacerbada de grafías, planos de color, trazos de pastel, carboncillo y fragmentos de collage.

 

Las obras Pintora descocada del 2007 y La habitación vacante del 2008 son representativas de un numeroso grupo de piezas, de formato medio y temática parecida, en las que las modelos-pintoras se ven retratadas y al mismo tiempo sorprendidas en actitudes insinuantes. La modelo que toma apuntes, o la pintora que se transforma en mo­delo, queda retratada en un espacio irreal, metafísico con nuevos guiños a las arquitecturas (esta vez casi infantiles, como si de una casa de muñecas se tratase) y al bodegón que aparece insinuado en primer plano.

 

En la Habitación vacante las mujeres se enmarcan en un espacio que podría ser un interior-exterior. Esto es intere­sante, porque a partir de esta pieza la disolución del inte­rior convencional en un espacio híbrido, entre lo habita­cional (interior) y lo escenográfico (exterior) irá hacién­dose mas presente. En esta pieza la utilización del collage es muy evidente, pero ya no de una forma metafórica, o puramente evocativa, sino que pasa a formar parte de la anatomía de la modelo (ojos, cabello, tacones), creando de nuevo ciertas tensiones, ya que determinadas partes de la figura son tratadas con mayor realismo respecto del con­junto que aún tiene una apariencia de muñeca-objeto.

 

Las tres últimas piezas que reúne la muestra pertenecen al año 2010 y en ellas se puede observar una voluntad consciente de llevar la obra otra vez a un terreno mucho más pictórico. De nuevo el eterno balanceo en el que creo que se inscribe y desenvuelve toda mi producción; tras una serie como la de las Cabezas paranoicas, muy gráfi­ca y desmesurada en sus contenidos y resolución, volve­ría en Cadena de secretos I y II a una factura de la obra más pictórica y silenciosa. Estos dos cuadros forman parte de una serie de tres que fue titulada Cadena de secretos, gracias a la idea que me dio la lectura del prólogo del catálogo de mi exposición en la ga­lería Bambara en el 2008. En él, Luis Artés se refería a que toda obra metafísica es de difícil contempla­ción y que siendo en el fondo mucho más importante lo que se esconde que lo que se muestra, bien podría tratarse de una cadena de secretos.

 

A finales del 2010 pintaría la ultima pieza de esta serie que finalmente se completaría con cuatro obras, de las cuales solo dos concurren a ésta muestra. En ellas sigue presente mucho de lo antes tratado, pero sobretodo la vuelta al es­tudio como microcosmos donde se produce esa actividad que al final tiene algo de iniciático y chamánico, la pintura, a través de la cual los personajes (mudos todos ellos) se interrelacionan no solo entre ellos, sino también conmigo, el pintor-voyeur y el espectador.

 

Tarde en la playa entron­ca con las series del 2007 y 2008, en las que las lo­litas perturban con la re­dondez de sus formas (esa candidez sexual), pero volviendo al concepto de identidad mestiza, plan­teando al espectador más que un enigma una pro­vocación. La mujer-objeto o fetiche es más mujer en esta ocasión que en otras anteriores, pero sin embargo subsiste esa objetualidad, esa densidad casi escultórica que le hace arrastrar su extrañeza a cuestas. El collage sigue presente, como en toda mi obra, acentuando determinados caracte­res de forma explícita (labios, cabellos, etc...) y como esce­nificación poética de ciertos planos pictóricos (el libro, la silueta dibujada al fondo, las notas de color del bañador).

 

Repasando toda esta obra, y rodeado como me encuentro ahora en mi estudio de todos mis trabajos actuales, puedo decir que en mi trabajo hay un cierto humorismo barro­co, pese a la apariencia de control que se aprecia en mi pintura. Seguramente en mí conviven como en las Cabe­zas paranoicas muchos pintores diferentes y contradic­torios y yo soy la suma, a medio hacer, de todos ellos. Mi gusto por la pintura clásica, por lo metafísico, por Picas­so, por Leger, De Chirico, Klee, Lindner está ahí, es indiscutible. Pero también está Torres García, lo constructivo, la Nueva figura­ción, Martín Begué, el cubismo, Balthus, Hopper, la estética pop, etc.

 

Mi pintura, siempre lo he dicho, surge de la propia pintura, de la necesidad de pintar y de contar pequeñas historias que hablan de huir, de la soledad, del miedo, pero también del sexo, del deseo, de la ternura y la esperanza, de ciudades y mundos que están por hacer, a medio camino entre un sueño y una pesadilla.

 

Para finalizar, querría agradecer al Ayuntamiento de Carta­gena la oportunidad que se me brinda al exponer en un espacio tan emblemático como el de la Muralla Bizantina y a Luis Artés, galerista y amigo que ha hecho que esto sea posible.

 

*Mª Luisa Alonso. Texto Catálogo Galería BAT 2005, pags. 3,4

 


Imágenes de la Exposición
Iván Araújo Espejel, El guardián. 2003

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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