Descripción de la Exposición
BURNING UP (Quemándose)
“Puede que hayas
Nacido en la cara buena del mundo
Yo nací en la cara mala
Llevo la marca del lado oscuro”
Jarabe de palo
Compositor: Pau Donés Cicera
Indagando en los archivos de una memoria muy personal, y acudiendo a la reminiscencia de mi infancia, me encuentro con un divertido juego que se llamaba: las quedaditas, éste modelo de esparcimiento consistía en corretear a los demás participantes, sin que el perseguidor alcance a tocar a su perseguido, el momento que éste le tocaba -con cualquier parte del cuerpo- se convertía en quemado, y automáticamente, el tocado, era quemado y quedaba anulado, tomando la postura de ser el perseguidor y por tanto el que tenía que tratar de quemar a alguien más.
Quemarse entonces, significaba ser un perdedor, (según el juego y según el modelo de éxito de un capitalismo salvaje), pero lo más peligroso no era eso, finalmente el quemado ya estaba identificado como un perdedor, el inconveniente real, es que podía contagiar a los otros, y ese era el verdadero problema, el contagio que ostenta el quemado es, sin lugar a dudas, no solamente un problema particular suyo, es sobre todo un inconveniente grupal que afecta al conjunto, por tanto se convierte en un asunto de importancia colectiva.
Ser un quemado, visto desde esta perspectiva, ostenta un tonelaje de potestad, una vez entendemos el poder que posee su atribución de contagiar al resto, que obviamente no quiere ser contagiado por el quemado, este poder en negativo, llámese: eje del mal, llámese transparencia del mal, llámese historia del lado oscuro, o como quiera llamarse, saca a la luz todo lo despreciable de una sociedad, lo que le incomoda, lo que le molesta, y le molesta porque en su propia lógica se convierte en despreciable, en incómodo, no solamente porque es malo, la maldad incluso la maldad puede ser tolerada si es estética, el problema del quemado es que es eso, un quemado, es un abyecto social, es ese algo muy bizarro, muy visual, muy grotesco, es incómodo, es salvaje y por tanto también, en ese sentido, es nómada, es nómada en relación al civilizado, el civilizado se siente incómodo con el nómada, porque el nómada es libre, mientras el civilizado es ordenado, serio, estructurado, fijo y arraigado a su lugar, el nómada como el quemado es un desventurado social, un "homeless" loser, borderline, paria, homo sacer y demás figura del abismo, un quemado es finalmente ese algo, que la sociedad le desprecia porque en su ser lleva consigo lo mismo que la sociedad quiere ocultar, porque necesariamente sabe que lo tiene y eso le perturba.
Entonces cuando el quemado deduce su poder, éste desestabiliza a una sociedad que no tolera lo abyecto, demasiada biología, demasiada contaminación, demasiada exposición de lo orgánico en una sociedad que oculta desde los órganos sexuales (con la vestimenta) hasta la saliva (con el barbijo pandémico), que detesta la virulencia producto del contagio por contacto, (que detesta quemarse como en el juego de la infancia… corre para que no te quemen), cabe muy bien el ejemplo de la chica que tenía sida y que al iniciarse en la pandilla tiene sexo con todo el grupo, el grupo ahora tiene sida, el sida es un problema, más como un tema de contagio, que como una enfermedad, la discriminación de la enfermedad es producto de esa molestia que ocasiona el contagio por contacto, de sexo, de penetración; es más un tema de repudio social que de enfermedad misma, y es que la sociedad misma, no soporta lo orgánico, es una sociedad aséptica o pretende ser aséptica, porque lo otro, les recuerda lo humanos y débiles que somos, demasiada humanidad imposible.
Dicho esto, el quemarse, el autoinmolarse, es propiedad del que posee el poder y la decisión de entender que al hacerlo está desestabilizando un sistema, por tanto el quemarse es sin duda, no solamente uno de los actos más valientes y aferradamente heroicos, sino totalmente críticos, en donde su poder de contagio ya no se replica por medio de la violencia (como serían los grupos armados) se replica por virulencia, por contagio, pero un contagio inteligente en donde y tal como lo hizo el primer inmolado, el famoso monje vietnamita Thic Quand Duc quien en 1963 se prendió fuego en una transitada calle de Saigón, para protestar por la persecución de los budistas por parte del gobierno de Ngo Dinh Diem. La notable tranquilidad que exteriorizaba mientras las llamas se apoderaban de su cuerpo, dio paso a que ésta dimensión de la protesta adquiera formatos internacionales, por tanto, su radical manera de protestar, que no afecta más que al protestante, es justamente en esa tan individual manera de expresión la que incita al resto a seguir su ejemplo (luego de esta autoinmolación, muchísimos monjes seducidos por este acto siguieron su ejemplo).
Autoinmolarse, visto así, se cristaliza en una entrega de su propia vida a favor de la del otro, de los que vendrán después, es un sacrificio sustentado en el amor por el otro, en el amor por la justicia y en definitiva en el amor por la vida, aún cuando la vida del que se sacrifica está siendo apagada o más bien quemada, para ser exactos.
Pero hay otro tipo de autoinmolación, la autoinmolación parental, la que está al servicio del éxito reproductivo que supone la transmisión de los genes a futuras generaciones, otra vez el sacrificio se hace presente a favor de los otros, esos otros futuros, los que vendrán.
La autoinmolación como sacrificio ritual es un ofrecimiento de una ofrenda en honor a una divinidad, es dar la vida a cambio de un contrato celestial para el bienestar de los demás.
Dicho esto, auto-inmolarse quemándose (burning up), coquetea con la alusión de jugárselas por algo, de arriesgarlo todo, de quemarse en el intento, me he quemado las pestañas estudiando, me he quemado la vida trabajando, son frases del adagio popular que nos clarifican la afectiva y tentativa lógica sacrificial que demanda el ser honesto en su afuero más interno cuya dosis de verdad excreta la más insondable integridad.
Quemárselas tal como lo hicieron los habitantes de Las Palmas de Gran Canaria en el siglo XVI, defendiendo el Castillo de Mata (lugar de la exposición), durante los ataques de los piratas Van der Does y Drake, defender a los suyos, a costa de todo, a pesar de todo, en defensa de su lugar, de su espacio, y es que hoy en día la defensa ya no es tan territorialmente definida, más bien es defensa espacial, defensa cultural, económica y simbólica, hoy tratamos de defendernos de los piratas transnacionales que lo saquean todo (mineras, comida rápida, madereras, centros comerciales, etc.) en lo que cáusticamente se ha dado en llamar mercado global, el cual tiende a hegemonizarlo todo, incluido en ello, la visualidad de obras contemporáneas hacia un estética global, limitando la existencia de lecturas locales y contextos específicos bajo un mismo paraguas conceptual homogenizante y unificador.
Lo que se propone, por lo visto, es una reflexión en torno a la conformación de identidades y memoria local en un universo de convulsiones sociales alineadas a un mismo sentir colectivo, instalado entre la crisis de poder y el sentir de la diáspora, tensionando las diferentes disciplinas y propuestas individuales bajo un prisma curatorial que favorezca los discursos locales según los conceptos nómades reinantes en cada uno de nuestras intervenciones; emplazadas en la figura de un mundo en “llamas” (quemándose) que haga estallar la hegemonía del sistema mundo, hacia un mundo mejor.
Hernán Pacurucu C.
Crítico y curador de arte contemporáneo
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España