Nacido en Tomelloso como Antonio López, y por cierto ganador no hace mucho del premio nacional de pintura que lleva su nombre, Santiago Lara vino al mundo en el año 1975 pero fue hace casi ya una década cuando, después de cursar sus estudios de Bellas Artes en la Facultad de San Fernando en Madrid, eligió Asturias para vivir y trabajar, lo que hizo primero en Oviedo, en cuya escuela de Arte dio clases, y luego en Gijón donde actualmente reside.

Tras ofrecernos un adelanto sobre el interés y la singularidad de su obra en la anterior exposición celebrada en la galería Dasto de Oviedo, Santiago Lara amplía y confirma ahora tanto las expectativas entonces despertadas como las propuestas conceptuales de una pintura que el artista afronta como meditación plástica sobre la colisión entre lo orgánico –y considerados hombre y naturaleza como una misma cosa– –y la industrialización– mecanización del mundo ... actual que puede llegar a poner en cuestión la misma identidad del ser humano. Estos planteamientos, en los que el artista se implica porque conllevan una opción ética, son expresados por Santiago Lara mediante una compleja y fascinante fabulación iconográfica, visionaria y enigmática, en la que convergen las formas de la naturaleza, apelando incluso a una cierta "inteligencia vegetal", en su parentesco con la condición humana, y las alusivas a la industrialización como amenaza para ambos. La fabulación conduce a una percepción alucinada del fenómeno, imágenes incongruentes, aunque alegóricas, creadoras de tensión en su condición polisémica que entraña el desafío de múltiples interpretaciones por parte del espectador e incitan a la reflexión.

Esta pintura no pretende ser provocadora ni irónica sino apelar a la sensibilidad frente a las agresiones que la naturaleza sufre, pero también ante los peligros de la alienación implacable. Y lo hace mediante la metáfora en cuya construcción utiliza Santiago Lara esa iconización personalísima que es seña de identidad de una pintura muy capaz de hacer compatible la alta calidad de los valores plásticos con los mensajes que por su medio desea expresar. Una pintura que tiene plena vocación de tal por tanto, y no de mero excipiente de un concepto, y que incluye guiños u homenajes no siempre evidentes a distintas manifestaciones o personalidades del arte, desde las miradas al cómic, al pop, al surrealismo o al expresionismo "baconiano", hasta la sugestiva y adivinada presencia, tan intensa en las sensaciones que la figura desprende como escasamente aludida en las formas, del sembrador de Van Gogh en ese otro sembrador que pinta Lara y que va introduciendo huevos a través de un embudo en los tendidos perfiles de configuración antropomorfa apenas inteligible, pieza magnífica que entiendo como parodia crítica de la clonación. No sé si el pintor habrá sido consciente de la paradoja que supone el que este sembrador de clónicos recuerde a una de las figuras más rebeldes y de individualidad más acusada de toda la historia del arte.

Brotes es el título de esta exposición y en toda la obra parece alentar en potencia una extraña y fértil vitalidad interna que pugna por fluir, manar, echar fuera. Un proceso en permanente metamorfosis, secreto y subterráneo, desde la raíz, sobre el que podemos hacernos muchas preguntas y que en algún modo me hizo recordar la pintura de Max Ernst y también aquel "yo no vine para explicar sino para confundir" que se le atribuye. Claro que de esa confusión asumida y meditada puede salir luego para el espectador la mayor aproximación posible a las verdades que nos cuenta la pintura que no suele ni necesita dar demasiadas explicaciones. Mejor que preguntar, ¿y esto, qué significa? Será mirar con atención y detenimiento, sin prejuicios, porque así la respuesta estará en el interior de cada uno.

Es de esperar que Santiago Lara tenga en el futuro muchas cosas que contarnos a su extraña y sugestiva manera y que las sigamos viendo en las galerías asturianas.