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Este trabajo nació de la necesidad de documentar los espacios y momentos que en el transcurso de la investigación me fueron llevando, como en una excavación arqueológica en busca de evidencias olvidadas, de un lugar a otro tras las huellas de un Emilio Boggio a la vez familiar y desconocido. Decapando, desempolvando, bajo los estratos del tiempo y el espacio, conjeturas y presunciones en torno a la relación del pintor con la fotografía. Se trata de una constatación visual, testimonial y autobiográfica del itinerario vivencial de Boggio, de su obra, de sus recorridos, de sus experimentaciones, en los espacios que de una u otra forma evocan el espíritu de su obra. Digo autobiográfica por la similitud de aspectos vivenciales de su camino creativo con los que me identifico y que considero oportunos para comprender el sentido de este trabajo.
La aproximación fotográfica a estos espacios parte en primer lugar de una constatación objetiva para luego avanzar hacia una interpretación intuitiva, buscando situarme, no sin cierta presunción y en la medida de lo posible, al Genius Loci de Boggio. Esos lugares habitados por el espíritu de su presencia, puntos de vista y ángulos de sus fotografías, cayendo conscientemente en una especie de fetichismo visual tautológico imposible de satisfacer puesto que la fotografía, cuya esencia no solamente consiste en ratificar lo que ella misma representa, no es de la realidad sino el pasado en tiempo presente. Estar en el lugar de las fotografías de Boggio se convirtió no sólo en una manera de constatar el 'esto ha sido' de Barthes, sino en una oportunidad de penetrar al centro del noema de la fotografía para ver su referente en carne y hueso o incluso en persona. Es el caso por ejemplo de la visita al puente de Auvers sobre el río Oise, desde donde Boggio tomó la foto del remolcador que avanza en mi memoria para pronto desaparecer en la diáfana luz del tardecer.
Este tipo de situaciones se repiten. En ocasiones se producen encuentros fortuitos con referencias a alguna imagen o cuadro, en otras ocasiones el trabajo consistió en una búsqueda, a veces inútil, de lugares que ya no existen, como el caso de la mansión de los padres de Boggio Les Marroniers en Enghien-les-Bains, que junto a Xavier Boggio, su sobrino nieto, tratamos de ubicar en vano durante horas para finalmente encontrarnos con la inexorable realidad del tiempo. Guiados por una vieja fotografía pudimos constatar que en el lugar donde un día Emilio, recién llegado de Caracas, descubriría la fotografía, hoy ocupado por modernas residencias, no queda más que una vieja columna solitaria que se debate entre el tiempo y la adversidad. Igual sucedió, aunque de manera menos devastadora, con la visita a los alrededores de Vaux-sur-Seine donde aún se puede ver en la distancia el taller Le Gibet, ese lugar que tanto significó para Boggio en un momento crucial de su vida, donde concibió algunas de sus obras más importantes, actualmente habitado por un artista coreano casualmente amigo de Xavier.
Otro de esos lugares donde mora el espíritu de Boggio es la Academia Julian, que a pesar del olor a nuevos tiempos aún conserva reminiscencias de su glorioso pasado. Michelena y Rojas pasaron también por esa puerta llevando y trayendo sus dudas y sus triunfos, allí como dijo Junyent a propósito de Boggio, se forjaron como estrellas de primera magnitud en el firmamento del arte. Plantarse delante de esa puerta y fotografiar era una manera de memorializar algo de la patria con aires de victoria. Pero nada como el sabor rústico de la viaja casa taller de Auvers, envuelta en su aura de melancolía, donde las piedras al caer la tarde parecen suspirar todavía la nostalgia de Boggio. Esas tardes nubladas de otoño que lo vieron salir con su cámara y su caballete al hombro, hacia los borde del Oise o las colinas de Chaponval, donde el verde y los ocres rojizos del follaje centenario, parecen susurrar la presencia de Cezanne, Monet, Pisarro, Corot, Daubigny y el inmortal Van Gogh que Boggio ayudó a reunir con su hermano Theo en el cementerio de Auvers.
En el taller Xavier Boggio me fue mostrando rastros aún intactos de lo que fue el espacio más íntimo y fundamental de los últimos días en la obra de Boggio. Bajo el resplandor turquesa y guayaba desvaído de las paredes fueron apareciendo las evidencias de una pasión que parecía estar esperando ser revivida: el chasis para copiar fotografías, una caja llena de placas de vidrio con retratos de amigos y familiares, algunos cuadros aún colgados en su lugar original, los diarios y libretas de notas, en suma sus pertenencias más preciadas y una cantidad de indicios que a medida que se iban relacionando entre sí no hacían más que confirmar, en una suerte de cuenta regresiva, el hecho de que Boggio no solamente había sido pintor sino también fotógrafo.
Sandro Oramas / Auvers-sur-Oise, 2009
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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