Descripción de la Exposición
BODEGONES PLASTIFICADOS
Por Javier Díaz-Guardiola*
Digamos que lo que Alejandro Calderón (Madrid, 1978) lleva haciendo desde hace más de década y media, volcado en sus lienzos y papeles, es todo un homenaje a la Historia de la pintura desde el pedacito de contemporaneidad en la que le ha tocado vivir y la modestia que siempre le ha caracterizado. Lo era, cuando la crítica encontraba en sus propuestas influencias de las corrientes surrealistas y metafísicas, destellos de autores como Magritte o De Chirico, que él tampoco ha querido negar.
Para este creador nacido en la capital pero criado en tierras extremeñas (y uno al final es de donde pace, y no de donde nace, como bien nos recuerda la sabiduría popular con la que él tanto se identifica), han sido influencia los mundos oníricos y desolados vinculados a estos movimientos de vanguardia, junto a ese deseo por explorar la vida interior de los objetos cotidianos, donde lo inverosímil y lo ilógico, representados en una imagen compuesta, parecen creíbles. De ahí su tendencia a centrar la atención en la simplicidad de las cosas ordinarias y mundanas abiertas a todo tipo de metáforas. Es la representación de lo oculto tras la apariencia de los elementos más corrientes y simples sobre lo que pivota su trabajo. Sin olvidar la exploración de la Naturaleza enigmática de los objetos, que atraviesa lo real y es analizado desde un plano más propio del mundo de la ensoñación.
Curiosamente, en su última entrega, la que presenta ahora en la galería Estampa, este homenaje a la pintura se acrecienta y se concentra, posiblemente sin que su autor sea del todo consciente de ello, en uno de sus géneros por antonomasia. Si hasta ahora sus juegos pictóricos entre realidad y ficción, entre objeto y referente, entre elemento aludido y su inverosímil sombra, parecían incidir en cuestiones más propias del retrato o el paisaje, ahora, el joven creador carga las tintas en el bodegón. Algo, por otro lado lógico en un creador que además tanta atención le ha prestado al objeto en sus composiciones.
Desde sus inicios, Alejandro Calderón incluyó en las mismas objetos que, además, remarcaban su carácter industrial: de aquellas reconocibles figurillas de juguetes infantiles hasta elementos más transversales, con el plástico como materia prima común. Era y es su manera de ilustrar bajo las dos dimensiones su reflexión sobre el mundo que habitamos y la necesidad de vivir en él, aunque este se nos muestre cada vez más esquivo, consecuencia de nuestra propia intolerancia y el hostigamiento al que lo sometemos. Y todo ello conectaba con cierta crítica al consumo innecesario del ser humano actual, que no deja de generar deshechos y de no atribuirle ningún valor a aquello que termina amasando.
En cierta manera, Calderón, que ahora opta por fondos crudos para fijar aún más la atención del espectador ante lo que le propone, apuesta por equilibradas y depuradas puestas en escena que traen a la memoria los bodegones tradiciones de los grandes maestros (él menciona a Morandi, y su espiritualidad pulula por entre sus cuadros, pero qué duda cabe que el extremeño arrastra, y a mucha honra, toda la tradición del barroco español en sus alforjas). Y también los humildes ajuares de nuestras antiguas cocinas domésticas, en los que la loza, ufana, emparentaba con el cobre o el hierro o reflejaba con empaque las vetas de la madera. Estos encuentros esperados e inesperados de antaño, en los que, sin embargo, nada desentonaba y donde cualquier cosa empastaba con naturalidad, son similares a los que el artista genera enfrentando el objeto de plástico -que ahora todo lo unifica- con ciertos referentes naturales (ramas, hojas, flores), que él recupera de sus paseos por la ciudad.
Y de la misma manera que procede la cada vez más arrinconada Naturaleza en nuestros contextos urbanos tan contaminados, es a través del empleo del color -unas tonalidades pastel que lo caracterizan-, de teatralizadas puestas en escenas, y de formas estilizadas que se funden con reflejos imposibles, cómo culmina este creador su propósito. En el fondo, un grito silencioso que desea que de nuevo sea la Naturaleza la que invada de forma resiliente los ámbitos de la que es apartada. Por eso la tendencia en estos momentos, por convencimiento y necesidad, es que el objeto, la estructura geométrica que también se ha convertido en firma de la casa en este autor, sea la sombra del elemento natural.
Da otro salto importante Alejandro Calderón en su nueva serie y no es este otro que su llegada a la escultura. Algo, asimismo, esperado en un autor que tanto se ha preocupado por lo tridimensional en sus composiciones. De hecho, no les hago “spoiler” si les digo que muchos de sus andamiajes en dos dimensiones cuentan con referentes basados en las pequeñas maquetas que el artista genera en su taller, a medio camino entre el laboratorio de un chamarilero y el pintor de toda la vida. Pues bien: Calderón da un golpe sobre la mesa generando ahora abarcables esculturas en hierro de reminiscencias naturales, empapadas de su paleta característica. En ellas, de forma natural, la incidencia de la luz proyecta una sombra que dialoga de tú a tú con sus pinturas, remarcada con una línea de dibujo que pone en pie toda la magia...
Evidencia Alejandro Calderón la necesidad del ser humano de aprender del pasado, de retornar a las esencias, de disfrutar con lo mínimo; de asumir, cada uno desde su contexto, la perentoriedad de revertir tendencias que son literalmente “inhumanas” y “contra natura”. Baste un gesto -no lo consideremos nunca pequeño-. Como el que transforma en sus propuestas una imagen en una proyección imposible. O quizás sí. Es un acto de fe, pero también de rebeldía y conciencia. ¿Quién osó a hablar de la inutilidad del arte y la pintura?
Guadalajara, 23 de enero de 2022
*Javier Díaz-Guardiola es periodista, crítico y comisario de exposiciones. En la actualidad es coordinador de la sección de arte, arquitectura y diseño de ABC Cultural, redactor-jefe de ABC de ARCO y autor del blog de arte
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