Descripción de la Exposición Eran tiempos de entusiasmo, de esplendor, de vino y de rosas, cuando conocí a Isabel y Oleby, se extinguía ya el siglo XX y su azaroso recorrido. El arte fluía, se comunicaba con emoción y pasaba de manos de los jóvenes creadores al coleccionista, y ahí estaba el galerista esforzado e ilusionado para propiciarlo. Enseguida sentí la consideración y el respeto de Christer por nuestro trabajo y el de nuestros artistas; son varias las obras que desde nuestra galería fueron a detenerse en las blancas paredes de la casa del matrimonio Oleby, primero en Alzuza -allí, donde está el museo de Oteiza, el genial creador vasco, que tuvo estudio-taller en Orio; mientras yo daba clases en el colegio Juan Zaragüeta, al borde mismo de la ría del Oria, y apenas supe de su relevancia- y luego en su casa-estudio de Los Ángeles de San Rafael donde me invitan a comer deliciosas flores de calabacín, y a visitar la Granja embutido en su abrigo de gentelman y la palabra medida, y Segovia con sus tapas en las primeras sombras de la noche; y a comer cochinillo al mediodía en el mesón de los mesones a los pies del Acueducto... Tampoco han sido pocos los amigos de Christer que de su mano se acercaron a nuestros artistas. Fueron al Valle del Jerte a comer cerezas y pasear sus paisajes de robles y bancales, vinieron a la Campiña de Trigueros y nos trajeron su vitalidad de alma vikinga, como mucho tiempo antes lo hicieron los barcos de los hijos de Odin que arribaban a nuestras costas tartésicas; y recuerda -tomando café en la que fue la casa del médico personal de Juan Ramón Jiménez, hoy complejo turístico a las afueras de Moguer- cuando siendo escolar en Estocolmo conoció la noticia de la concesión del Nobel de Literatura a JRJ, y seducido por su poética escribió una redacción sobre el moguereño universal. En los años sesenta, atraído por los San Fermines, se establece en Pamplona, y a modo de mozo de espadas sigue, por las tierras de España, al mítico torero zamorano de Villalpando, Andrés Vázquez. Durante años se encarga de elegir los carteles de toros de los San Fermines, los más contemporáneos, los más singulares, Úrculo, Ricardo Cadenas y Luis Pinto Coelho, y Botero con el que contacta a través de don Mario Vargas Llosa en Londres. Es culto y sagaz. Humano, muy humano... ¿Y la emoción que sentí cuando en nuestro último encuentro en las Parameras de Ávila, en Piedrahita, me devuelve los tres tomos de mi tesis doctoral que hace más de una década le regalé? -'Toma, Fernando, me dijo; yo ya la he estudiado bien. En una ocasión te oí decir que no tenías ningún ejemplar, así que te la devuelvo. Eres tú quien debe guardarla...' Y este último gesto, tan entrañable, mientras tenga memoria no lo olvidaré. Así fue pasando el tiempo, bastante tiempo, y Mr. Oleby empezó a compartir su entusiasmo por la obra de otros creadores con sus propias impresiones de luz, de color, con la pintura de su memoria de infancia de los paisajes polares de su tierra natal, de los templados atardeceres atlánticos de los Gigantes, en Tenerife; y de la fina, de la velazqueña y transparente atmósfera de la Sierra de Guadarrama. Atmósferas, viento del norte y viento del sur, la calima y el aire frío, la emoción del color del trópico. Paisajes en la memoria de un artista que antes de creador fue amante de la creación. La primera presencia en nuestra galería fue en la exposición 'Friends. Amigos', después vino la del 'XX Aniversario' y ahora esta individual en el ciclo 'Úber die Natur. Arte y Naturaleza'. Una serie de pinturas sobre papel hecho a mano y sobre lienzos de pequeño y mediano formato, y con el aire del color de los sprays acrílicos, del aerógrafo, de los difuminados a mano con muñequilla; técnicas que nos acercan a la percepción del hálito de las cosas, de la fugaz respiración de la naturaleza, de su aura.