Descripción de la Exposición
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta Beckmann, figuras del exilio, la primera ocasión en más de veinte años de contemplar en España una exposición monográfica dedicada a este artista, uno de los más destacados del siglo XX. Aunque próximo en sus primeras etapas al expresionismo y a la Nueva objetividad, Max Beckmann (Leipzig, 1884 - Nueva York, 1950) desarrolló una pintura personal e independiente, de signo realista pero llena de resonancias simbólicas, que se alzaba como un testimonio vigoroso de la sociedad de su tiempo. Tras su presentación en el Museo Thyssen, donde cuenta con el patrocinio de la Comunidad de Madrid, podrá verse también en Barcelona, en las salas de CaixaForum, del 20 de febrero al 26 de mayo de 2019.
Comisariada por Tomàs Llorens, la muestra reúne un total de 51 obras -principalmente pinturas, pero también algunas esculturas y litografías- procedentes de museos y colecciones de todo el mundo, incluyendo algunas de las piezas más destacadas de su producción como La barca (1926), Sociedad, París (1931), Autorretrato con corneta (1938), Ciudad. Noche en la ciudad (1950) o Los argonautas (1949-50), el tríptico que dio por terminado el mismo día en el que falleció prematuramente, en Nueva York.
La exposición está estructurada en dos secciones. La primera, de menor tamaño, está dedicada a la etapa vivida en Alemania desde los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando comienza a ser reconocido públicamente, hasta el ascenso del nazismo en 1933, cuando es destituido de su cargo en la escuela de arte de Fráncfort y se le impide exponer sus obras en público. La representatividad e importancia en el conjunto de la producción del artista ha sido el principal criterio de selección de las obras reunidas en esta sección. En la segunda, más extensa y que recorre los años en Ámsterdam (1937-1947) y Estados Unidos (1947-1950), donde vivió tras verse obligado a abandonar Alemania, la elección de las piezas se ha realizado según un criterio temático: el exilio, tanto en sentido literal, por la propia experiencia vital de Beckmann, como figurado, por el significado que tuvo para él como condición básica de la existencia humana en general y del hombre moderno en particular. Por este motivo, los cuadros alegóricos - a los que dedicó mayor esfuerzo y tiempo de trabajo (todos los trípticos y lienzos de gran formato que pintó son composiciones alegóricas) - son los más abundantes en esta selección. Los retratos, paisajes y naturalezas muertas, géneros tradicionales que practicó a lo largo de toda su carrera, han sido elegidos también por sus resonancias alegóricas.
Esta parte del recorrido se estructura en torno a cuatro metáforas relacionadas con el exilio: Máscaras, centrada en la pérdida de identidad que se asocia con la circunstancia del exiliado; Babilonia eléctrica, sobre el vértigo de la ciudad moderna como capital del exilio; El largo adiós, que plantea la equivalencia entre exilio y muerte, y El mar, metáfora del infinito, su seducción y su extrañamiento.
1. Un pintor alemán en una Alemania confusa.
La convicción de que el arte alemán tenía una personalidad propia, diferente del de Francia o Italia, estaba profundamente arraigada entre los artistas de la generación de Beckmann. Una sensibilidad orientada hacia el “sentimiento de la vida” en lugar de hacia la belleza ideal. Este rasgo, reprimido y difuminado durante siglos, empezó a renacer con fuerza en la época moderna de forma paralela al resurgimiento económico y social de la nación alemana. Sin embargo, el golpe de la Primera Guerra Mundial hizo que la confianza y la autoestima se evaporaran para dar paso a una aguda conciencia de crisis, y el naturalismo fue sustituido por el expresionismo.
La pintura de la primera etapa de Beckmann es ecléctica. Además de a Max Liebermann o Lovis Corinth, recuerda a otros artistas alemanes de la generación anterior. Pero la influencia más importante y duradera fue sin duda la de Cézanne; su preocupación por aunar la representación de los volúmenes con la superficie bidimensional del lienzo se convertiría en una de sus principales obsesiones durante toda su carrera.
Beckmann creía que no podía haber una pintura nueva basada en principios doctrinales nuevos; lo único nuevo en arte son las nuevas personalidades de los artistas. El interés por enlazar con la gran tradición de la pintura se convirtió en objetivo principal de su trabajo durante esta primera etapa, lo que le llevó a enfrentarse con el vanguardismo de los expresionistas de su generación. El profundo rechazo al carácter colectivo, sectario y doctrinal de estos movimientos permaneció como sustrato de sus posiciones individualistas frente a todas las corrientes artísticas colectivas con las que se encontraría hasta el final de su vida.
“La gran orquesta de la humanidad está en la ciudad”
En esos primeros años de su carrera, Beckmann desarrolló un nuevo tipo de pintura, realista y “actual” con la que obtuvo sus primeros éxitos y empezó a ser reconocido en los círculos artísticos de la época. Su consagración definitiva vendría de la mano de su primera exposición monográfica, en 1913. Ese mismo año introdujo una nueva temática en su pintura: las escenas callejeras de Berlín, evocando el carácter metropolitano de la gran ciudad. Una temática que expresionistas y futuristas habían hecho también suya, pero a la que dio un enfoque muy diferente, con una visión objetiva y con la mirada del pintor como testigo fascinado de su agitación.
Los años siguientes estuvieron marcados por la experiencia de la guerra. Como otros artistas alemanes de su generación, se alistó como voluntario, no tanto por patriotismo como buscando una experiencia vital, que acabaría convirtiéndose en aprendizaje artístico. Tras su baja temporal en el ejército por una crisis nerviosa, en 1915 se instala en Fráncfort donde permaneció hasta 1933. Fue el comienzo de una vida nueva, tanto en lo personal -con la crisis de su primer matrimonio y su boda con Mathilde von Kaulbach, conocida como Quappi, en 1925- como en lo artístico, y su reputación fue creciendo rápidamente.
“Creo que amo tanto la pintura justamente porque me obliga a ser objetivo. No hay nada que odie tanto como el sentimentalismo”, escribía en 1918 en un texto en el que explica sus principios creativos. Rechazo del sentimentalismo, objetividad, concentración en la plasticidad del cuadro,… Beckmann fue el primer artista que formuló esos principios básicos sobre los que se funda una de las corrientes dominantes en la poética de la postguerra, aunque cuando esta acabó convirtiéndose en una tendencia de moda bajo el nombre de Neue Sachlichkeit (Nueva objetividad) y él mismo fuera reconocido por muchos como su principal representante, él continuó rechazando cualquier etiqueta.
En los años de ascenso del nazismo la situación de Beckmann fue haciéndose cada vez más difícil. Era una figura pública conocida y destacada en Fráncfort y, aunque su pintura exhibía sus raíces alemanas y su modernidad era moderada, sus contactos con la élite judía no jugaron a su favor. Buscando un mayor anonimato, en 1933 regresa a Berlín. Pero los museos alemanes fueron dejando de mostrar su obra y sus ingresos disminuyendo. El mismo día que se inauguraba la exposición de ‘Arte degenerado’, en 1937, Beckmann cogió un tren con destino a Ámsterdam y nunca regresó a Alemania.
Siguiendo un orden cronológico, esta primera parte de la exposición tiene como objetivo presentar al artista en todos los aspectos de su producción a lo largo de todos esos años, hasta su exilio. La calle (1914), Autorretrato con copa de champán (1919) y Autorretrato como payaso (1921), Doble retrato. Carnaval (1925), La barca (1926), Carnaval en París (1930), Sociedad, París (1931), junto con algunas esculturas y litografías, son algunas de las obras más destacadas reunidas en esta primera sección.
2. Salida y comienzo.
“Lo que quiero mostrar en mi trabajo es la idea que se esconde detrás de lo que llamamos realidad… Busco, partiendo del presente, el puente que lleva de lo visible a lo invisible…”
La novedad más importante de la etapa berlinesa de Beckmann, entre 1933 y 1937, fue la aparición en su obra de un nuevo formato pictórico: el tríptico. Adoptado también por otros pintores alemanes del periodo de entreguerras, constituía para él una referencia deliberada al arte medieval alemán, enlazando la pintura germánica del siglo XX con su pasado gótico y renacentista. Como pintura destinada al consumo público, el tríptico venía a desplazar al gran cuadro de salón del XIX y, en Beckmann, conectaba también con las telas de gran formato que había pintado en su juventud. Son obras que obedecen a un replanteamiento radical, no solo de su trabajo sino de la relación del artista con el mundo y de su concepción acerca del sentido de la vida y el destino del hombre.
Profundizar en lo visible, en el aspecto sensorial del mundo, para captar lo invisible es lo propio de las alegorías. El efecto principal que el exilio tuvo en su obra fue reforzar la pintura de alegorías, con los trípticos como ejemplo supremo del género. En la exposición se presentan tres de los diez que realizó (uno inacabado), entre ellos El principio, iniciado en Ámsterdam en 1946 y terminado en Estados Unidos en 1949, en el que, evocando sus recuerdos infantiles, Beckmann representa su nuevo comienzo.
Máscaras:
El primer efecto que tiene el exilio es poner en cuestión la identidad natural del exiliado. Quien ha sido expulsado de su hogar ha sido privado también de algún modo de su identidad. Su paradigma es el artista ambulante, el actor de circo o de cabaret, que actúa ante el público revistiéndose de una máscara, de un disfraz. Y también el Carnaval.
Autorretrato con corneta (1938), uno de los dos que Beckmann pintó en los primeros meses en Ámsterdam, el más importante y elaborado y una de sus pinturas más memorables; el tríptico Carnaval (1943), en el que puede reconocerse al artista en la figura del Pierrot blanco del panel central; Begin the Beguine (1946), en el que la atmosfera festiva del baile está contrarrestada por una ambientación que apunta hacia una amenaza latente, o Mascarada (1948), con esa misma combinación de lo festivo y lo siniestro y en la que, como en numerosas ocasiones, la pareja disfrazada es la formada por el artista y su segunda mujer, Quappi, son algunas de las principales obras reunidas en esta sección. Algunas de ellas, realizadas ya en los años relativamente felices de su estancia en los Estados Unidos, muestran que el nudo alegórico que vincula el exilio con el disfraz y con la vertiente más siniestra de la crisis de identidad sigue activo en la conciencia de Beckmann.
Babilonia eléctrica:
El lugar paradigmático de la pérdida de identidad del hombre moderno es la gran ciudad. Históricamente, este sentimiento es un fenómeno que emerge en la transición del siglo XIX al XX, pero tiene también precedentes antiguos. En la Biblia se describe el exilio de los judíos en Babilonia, un lugar donde el enraizamiento divino que constituía la clave de su identidad como pueblo se borra por su inmersión entre una multitud de dioses falsos. De ahí el título de esta sección, ‘Babilonia eléctrica’, la metrópolis moderna, donde se aniquilan las fronteras entre lo rural y lo urbano, entre lo natural y lo artificial, entre el día y la noche. Un laberinto saturado de hoteles, bares, salas de juego, bailes, espectáculos… que se ofrece, como espacio de perdición, al hijo pródigo de la Biblia.
La ciudad, la metrópolis moderna, “donde cada persona es un acontecimiento único”, en palabras de Beckmann, se convirtió en uno de los temas centrales de la sociología alemana del cambio de siglo XIX al XX. El paso del campo a la ciudad es la quintaesencia de la modernidad y la experiencia de esa modernización, traumáticamente coronada por la Gran Guerra y la destrucción de la ilusión, marcará el arte de Beckmann. La metrópolis se ofrece al artista como espectáculo y, de entre las formas que adopta, las que más le atrajeron fueron el circo y la varieté. Gran varieté con mago y bailarina (1942) es el más espectacular de los cuadros que dedicó a este tema; todo es ligereza, confusión, fuegos de artificio, humo y brillo de lentejuelas. Pero la ciudad del exilio, Babilonia, es también la capital de las tentaciones, el lugar paradigmático de la perdición de El hijo pródigo (1949), otra de sus obras fundamentales presentes en este apartado y un tema al que había dedicado ya una serie de acuarelas en 1918.
También se presentan en esta sección algunas obras realizadas en los últimos años, cuando se había cumplido el sueño de instalarse en Nueva York y una época de gran productividad y éxito profesional: Plaza (Vestíbulo de hotel) o Ciudad. Noche en la ciudad, ambas de 1950, son fruto directo de su vida cotidiana en la gran metrópolis, en sus propias palabras, la más grande “orquesta de la humanidad sobre la superficie de la tierra”.
El largo adiós:
Partir es morir un poco, o mucho. Algo se rompe definitivamente en cada partida. El exilio es una figura de la muerte, y viceversa. Por otra parte, si Beckmann es un artista que, desde sus comienzos, se pregunta intensamente por su identidad alemana, en la nueva Alemania configurada por el ascenso del nacionalsocialismo, la equivalencia entre exilio y muerte es una realidad.
Instalados en Ámsterdam tras huir de Alemania, Max y Quappi tuvieron que aprender a vivir en el anonimato del exilio y con un futuro lleno de incertidumbres. Una vez más, era el comienzo de una nueva vida. La primera composición alegórica de gran formato que Beckmann emprendió allí fue Nacimiento (1937). Pocos meses más tarde pinta Muerte (1938). Ambas de formato horizontal y con grandes simetrías compositivas e iconográficas, parecen concebidas como pareja, aunque el artista las vendió por separado. Nacimiento y muerte son las dos grandes puertas de la existencia, el anverso y el reverso de una misma realidad, una misma figura del exilio. Nacemos como artistas ambulantes, ignorando lo que nos deparará el destino. Morimos como viajeros, ignorando también nuestro final. Lo que hay entre uno y otra es puro exilio y, principalmente, dolor. La vida es suplicio y nadie puede escapar a la fuerza del destino. La principal fuerza que nos impulsa en ese largo adiós que es la vida es el deseo, y su manifestación más explícita, el deseo sexual. Vampiro (1947-1948), Gran naturaleza muerta con escultura o Globo con molino (1947), junto con la citada Muerte (1938), son algunas de las obras que ilustran este apartado.
El mar:
El mar es uno de los principales motivos de la obra de Beckmann, una figura del viaje y del exilio, una masa inmensa donde nada permanece quieto y cuya naturaleza es un medio en el que, como ríos, desembocan, se purifican y se renuevan las existencias de los hombres. Destino puro y amenaza pura. Brillo seductor para los argonautas y negrura final para Ícaro. Seducción y amenaza.
El traslado de las esfinges (1945), una de sus obras más enigmáticas; Camarotes (1948), en el que un barco se convierte en la representación de una ciudad en miniatura, y Hombre cayendo (1950), uno de sus cuadros más sorprendentes, son algunas de las más destacadas reunidas en este último capítulo, que culmina cerrando también el recorrido de la exposición, con el tríptico Los argonautas. Beckmann trabajó en él durante más de año y medio, dándolo por terminado el 27 de diciembre de 1950, el mismo día en el que poco más tarde moriría de un ataque al corazón. Había realizado primero el panel izquierdo, concebido como obra independiente y a la que se refiere como ‘el pintor y su modelo’. Más tarde, la completó con otros dos lienzos y empezó a llamar al conjunto ‘los artistas’, con el panel izquierdo convertido en alegoría de la pintura, el derecho de la música y el del centro de la poesía. Pero, según cuenta Quappi, tras haber soñado el pintor con la leyenda griega, pocos días antes de finalizarlo empezó a aparecer el nombre de ‘Los argonautas’, añadiendo quizá entonces algunos atributos antiguos que aparecen en el tríptico, como la espada que sujeta la modelo o las sandalias. Con Los argonautas se cierra un ciclo iniciado 45 años atrás con Jóvenes junto al mar, que marcó el inicio triunfal de su carrera de pintor; en ambos casos, con el mar como fondo.
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