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La obra de Saalmann es muy personal e invita al tacto, los colores remiten a las tonalidades intensas de los pintores flamencos, pero con un punto de luz que nos sumerge en la intimidad, recreando la relación que se establece entre el vestido y quien ha de llevarlo. Sus obras representan trajes casi arquitectónicos, diseñados para personalidades excesivas, como estructuras que cubren el alma para desnudarla o acaso para ocultarla.

Astrid dice que su forma de pintar es un proceso lento de construcción y de destrucción. Así llego a las formas, a lo que me parece lo esencial, dice Saalmann. Con arenas o tierras construye los cuadros para luego destruir, decapar fragmentos de su superficie, a modo de esgrafiado. Lo que queda son estructuras como relieves. Utiliza fórmulas de recetas antiguas como los pigmentos, el aceite de linaza, ... la caseína, las colas... Trabajar en capas. El oficio le proporciona el espacio para reflexionar, la pintura permite estar al margen del tiempo y concentrar la mirada.

Así, las imágenes se asemejan al agua en el que se reflejaba Narciso- hay que estar atento para que no te atrapen, pues la mirada exige distancia, concluye la artista.