Descripción de la Exposición
Los mitos son la forma de contar las hazañas y acciones de los dioses. Esas divinidades no solo rigen el destino de los hombres, sino que bajan a la Tierra e interactúan con ellos, dando origen así a complejos mitos en los que se entrelazan las historias de los héroes o semidioses. Arte y mito. Los dioses del Prado es una exposición inédita organizada por la Obra Social ”la Caixa” y el Museo Nacional del Prado, surgida de la alianza estratégica que mantienen ambas instituciones. La muestra ofrece una amplia mirada sobre la mitología clásica y su representación a lo largo de la historia del arte, a través de pinturas, esculturas y objetos fechados entre los años centrales del siglo I a. C. y finales del siglo XVIII d. C. Una propuesta diacrónica, a partir de 50 obras de las colecciones del Museo del Prado, con nombres esenciales de la historia del arte como Rubens, Ribera o Zurbarán, entre muchos otros. La exposición se articula en ocho secciones de carácter temático y ofrece, simultáneamente, distintas representaciones de dioses y variadas interpretaciones de un mismo episodio mitológico, haciendo posible apreciar al mismo tiempo la riqueza iconográfica, geográfica y cronológica de las colecciones del Museo del Prado.
Organizada conjuntamente por la Obra Social ”la Caixa” y el Museo Nacional del Prado, la muestra Arte y mito. Los dioses del Prado se presenta por primera vez y ofrece una amplia mirada sobre la mitología clásica y su representación a lo largo de la historia del arte. Lo hace a través de pinturas, esculturas y objetos fechados entre el siglo I a. C. y finales del siglo XVIII d. C., de artistas de la talla de Francisco de Zurbarán, José de Ribera, Pedro Pablo Rubens, Michel-Ange Houasse, Francesco Albani, Corrado Giaquinto y Leone Leoni, entre otros.
La muestra presenta una nueva forma de dar a conocer la mitología clásica combinando las extraordinarias obras de arte del Museo Nacional del Prado con la danza contemporánea. Una forma de desarrollar plásticamente algunos de los mitos a partir de un montaje audiovisual con las coreografías de Toni Mira, Premio Nacional de Danza 2010, en el que las imágenes de las esculturas y pinturas cobran vida.
La materialización de este proyecto es consecuencia del acuerdo de colaboración que suscribieron, en septiembre de 2015, el presidente de la Fundación Bancaria ”la Caixa”, Isidro Fainé, y el presidente del Real Patronato del Museo del Prado, José Pedro Pérez Llorca, para intensificar la acción cultural conjunta que ambas instituciones ya venían realizando en los últimos años.
El compromiso de colaboración entre ambas instituciones ya se había concretado en 2009 con la puesta en marcha del programa educativo ”la Caixa” – Museo del Prado. El arte de educar, que introducía a los más jóvenes en el placer de conocer las obras de arte. El arte de educar ha permitido, desde su puesta en marcha, que alrededor de 328.000 niños y niñas en edad escolar se beneficien de este proyecto educativo.
Paralelamente al desarrollo de este programa educativo pionero, ambas instituciones firmaron en 2011 un primer acuerdo de colaboración por el que ”la Caixa”, a través de su Obra Social, pasaba a formar parte del selecto grupo de instituciones «benefactoras» del Museo Nacional del Prado. Este primer acuerdo permitió organizar conjuntamente varias exposiciones en toda España para acercar al público parte del rico legado artístico que custodia el Museo del Prado. Entre estas muestras se encuentran Goya. Luces y sombras y La belleza cautiva. Pequeños tesoros del Museo del Prado, expuestas en CaixaForum Barcelona o El paisaje nórdico en el Prado, que pudo verse en la ciudad de Palma.
Tras la reciente presentación de Goya y la corte ilustrada en CaixaForum Zaragoza, Arte y mito. Los dioses del Prado, la exposición inédita que se inaugura en CaixaForum Palma, supone el segundo proyecto que se concreta fruto del citado segundo convenio de colaboración. Se trata de una exposición diacrónica, que permite apreciar al mismo tiempo la riqueza iconográfica, geográfica y cronológica de las colecciones del Museo Nacional del Prado.
La mitología como fuente de inspiración
Los mitos son relatos que plasman las historias de dioses y semidioses, y la relación de estos con los hombres. De ahí que se hallen presentes en todas las culturas y sociedades antiguas. De origen incierto en la mayor parte de las ocasiones, tradicionalmente se transmitían de forma oral, modificándose paulatinamente con nuevos añadidos y diferentes versiones. En el caso de los mitos griegos, los primeros testimonios escritos no se remontan más allá del siglo VIII a. C.
Los protagonistas de esos mitos eran los dioses del Olimpo, que no solo regían el destino de los hombres, sino que bajaban a la Tierra e interactuaban con ellos, adoptando en ocasiones una apariencia humana que los hacía más cercanos. Sus historias también servían para explicar un sinfín de fenómenos de la naturaleza o del universo que los rodeaba. Surgieron así infinidad de divinidades que personificaban montañas, fuentes, ríos, mares, vientos, constelaciones..., y también todo tipo de árboles y de especies animales que convivían con los hombres.
A lo largo de la historia, la mitología clásica ha resultado una constante fuente de inspiración para numerosos artistas, y esas fabulosas narraciones quedaron recogidas en cerámicas, bloques de mármol, medallas, tablas y lienzos como los que forman parte de esta exposición. La muestra está compuesta exclusivamente por obras del Museo del Prado, fechadas entre los años centrales del siglo I a. C. y finales del siglo XVIII d. C., y ofrece una amplia mirada sobre la mitología grecorromana y su representación por parte de artistas de la talla de Francisco de Zurbarán, José de Ribera, Pedro Pablo Rubens, Michel-Ange Houasse, Francesco Albani, Corrado Giaquinto y Leone Leoni, entre otros.
ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN
Una historia que contar
Los mitos son relatos maravillosos situados fuera del tiempo histórico y protagonizados por personajes de carácter divino o heroico. La mitología, por lo tanto, es el conjunto de dichos mitos y, al mismo tiempo, su estudio.
Gracias a los mitos, griegos y romanos pudieron ofrecer una interpretación sobre el origen del mundo y sobre distintos fenómenos de la naturaleza o del universo. Surgieron así infinidad de divinidades que personificaban montañas, fuentes, ríos, mares, vientos, constelaciones..., pero también todo tipo de árboles y de especies animales. Dioses y semidioses —siempre con apariencia humana, salvo en el caso de los monstruos— dejaron, junto con los héroes, una huella perenne en el curso del mundo como protagonistas de sucesos ejemplares con un componente simbólico esencial.
En un primer momento, los mitos fueron narraciones no escritas que iban transmitiéndose de forma oral y modificándose paulatinamente con nuevos añadidos. Homero y Hesíodo, en el siglo VIII a. C., fueron los primeros en poner por escrito esas historias, dando nombres a los dioses y señalando sus particularidades. Pero no podríamos conocer y entender los mitos clásicos sin las aportaciones de otros autores posteriores, tanto griegos como romanos. Cabe destacar, entre otros, a Apolodoro, Luciano de Samósata, Diodoro de Sicilia, Filóstrato, Virgilio y, especialmente, Ovidio, autor de las Metamorfosis, que constituyen un auténtico manual de mitología grecorromana.
El acercamiento a los mitos clásicos presenta un importante obstáculo: la terminología. Algunos dioses son conocidos por sus nombres griegos, pero otros son más reconocibles por su designación romana. A lo largo de la exposición aparecen las dos opciones, dependiendo del éxito de una determinada versión de un mito o de los títulos de las obras expuestas, todas ellas procedentes de las colecciones del Museo del Prado.
Los dioses del Olimpo
El monte Olimpo era el lugar donde tenían su morada los principales dioses griegos, los denominados dioses olímpicos. A la cabeza de todos ellos estaba Zeus, que, tras derrocar a su padre, Cronos, se había repartido el dominio del mundo con sus hermanos varones: a él le correspondieron los cielos, a Poseidón los mares y a Hades el inframundo. Teóricamente, los tres dioses tenían el mismo poder, pero Zeus fue considerado como la divinidad suprema del Olimpo y, por lo tanto, del panteón griego, y también del romano, en el que fue asimilado a Júpiter.
Zeus contrajo varios matrimonios y tuvo innumerables aventuras con distintas diosas, ninfas, mujeres mortales e, incluso, algún joven efebo. De esas relaciones nacieron algunos de los principales dioses del Olimpo, otras divinidades menores —las horas, las moiras, las gracias, las musas...— y, también, destacados héroes, como Perseo y Heracles, entre otros.
Con la oceánide Metis concibió a Atenea, diosa de la guerra, pero también de la sabiduría, de la música y de la artesanía. De la relación de Zeus con Leto nacieron Artemisa y Apolo, diosa de la caza y dios de la luz, la belleza, la poesía y la música, respectivamente. Con su hermana Deméter engendró a Perséfone, que fue raptada y transportada al inframundo por su tío Hades. De su matrimonio con Hera, también hermana suya, nacieron Ilitía, protectora de las parturientas; Hebe, personificación de la juventud, y Ares, dios de la guerra. Con la pléyade Maya tuvo a Hermes, el mensajero de los dioses, y con la mortal Sémele a Dioniso, dios del vino y la fiesta. Algunos relatos dicen que también era hija suya Afrodita, la diosa del amor, que se casó con Vulcano, dios del fuego, a quien Hera había engendrado sin la participación de su esposo.
Espíritus libres
Los dioses clásicos aparecen en los mitos acompañados de todo tipo de seres y personajes —vinculados a menudo a distintos fenómenos de la naturaleza—, de los que se sirven para satisfacer sus necesidades o apetitos carnales, y a los que también hacen partícipes de sus fiestas y celebraciones.
Entre estos personajes, cabe destacar a las ninfas, deidades menores de la naturaleza que habitaban en los bosques, las cuevas y las aguas, elementos con los que llegaban a identificarse, al encarnar su energía vital. Así, encontramos, por ejemplo, a las náyades, las dríades, las oréades, las nereidas y las oceánides. Presentes en muchos mitos, todas ellas eran mortales y, a menudo, formaban parte del cortejo que acompañaba a algunos dioses, como Artemisa y Dioniso, a cuyo servicio estaban también las ménades. Constantemente perseguidas por los espíritus masculinos de la naturaleza —fundamentalmente el dios Pan y los faunos y sátiros—, también tenían relaciones amorosas y/o sexuales con varios dioses del Olimpo.
Las musas, engendradas por Urano y Gea, o bien por Zeus y la titánide Mnemósine, vivían en el Olimpo, donde cantaban y danzaban en las grandes fiestas de los dioses. Tradicionalmente, aparecían asociadas a Apolo, dios de las artes, y ellas mismas, de forma individual o colectiva, eran consideradas como inspiradoras de artistas, especialmente de los literatos y los músicos, llegando a personificar diferentes disciplinas artísticas y del conocimiento.
Las tres cárites —conocidas como gracias en Roma— eran hijas de Zeus y de la oceánide Eurínome. Integrantes del séquito de Apolo, a veces también acompañaban a Afrodita, Atenea, Eros o Dioniso. Simbolizaban la afabilidad, la simpatía y la delicadeza, y se asociaban con el amor, la belleza, la sexualidad y la fertilidad, como fuerzas generadoras de vida.
Amor, deseo y pasión
Dicen que el amor es la energía que mueve el mundo. Es un sentimiento, un estado de ánimo, una ilusión y una pasión. Pero también es un dios. Así lo creían los griegos y los romanos, que le pusieron nombre: Eros o Cupido. Aunque no está muy claro cuál es su origen, siempre se ha representado como un niño alado que se divierte jugando con los corazones de dioses y mortales, a quienes inflama con su antorcha o hiere con sus flechas. Las de oro provocan amor; las de plomo, en cambio, odio.
Igual que los hombres y las mujeres, los dioses también sufrían enamoramientos repentinos, auténticos flechazos. Es lo que sintió Dioniso al encontrar en Naxos a Ariadna, que había sido abandonada por Teseo, o Hermes al ver a Herse cuando sobrevolaba la ciudad de Atenas.
Aunque con inicios difíciles y tormentosos, muchas relaciones amorosas fueron dichosas y prolongadas en el tiempo, como la del propio Cupido con Psique, o la que mantuvieron Neptuno y Anfítrite, que empezó con un rapto, igual que en el caso de Plutón y su sobrina Proserpina. Pero los mitos contaban también uniones desgraciadas, trágicamente truncadas por la muerte de uno de los amantes. Así le ocurrió a Orfeo con Eurídice, a la que no pudo rescatar del Hades, y también a Céfalo y Procris, que tuvieron un funesto final provocado por los celos cuando Procris fue alcanzada por una jabalina lanzada por su esposo mientras ella le espiaba.
El caso de Narciso es singular, ya que se enamoró de su propia imagen reflejada en el agua. Contemplando ese reflejo, se fue consumiendo de amor hasta la muerte, metamorfoseándose posteriormente en la flor que lleva su nombre.
Faltas y castigos
La violencia es inherente al ser humano, y los dioses grecorromanos, que adquirieron apariencia humana e interactuaron con los hombres, no escaparon a ese principio general. Por eso los mitos clásicos están plagados de pugnas y disputas entre distintas divinidades. Si Cronos castró a su padre Urano y le arrebató el poder, él también fue derrocado por su hijo Zeus. Estas luchas fratricidas dieron lugar a dos grandes enfrentamientos en los que participaron numerosas divinidades: la Titanomaquia y la Gigantomaquia. Esas luchas fueron vistas, ya desde la Antigüedad, como un símbolo del conflicto existente entre el caos y el orden.
Los castigos que los dioses del Olimpo imponían a los hombres o a otros dioses menores que se alzaban contra ellos podían tener un carácter indefinido, eterno. Es el caso de las famosas furias, que sufrían tormentos que se repetían una y otra vez: Ticio, cuyo hígado devoraba cada día un ave rapaz; Tántalo, castigado a sufrir sed y hambre eternas; Sísifo, condenado a mover permanentemente una enorme roca, e Ixión, obligado a dar vueltas sin fin en una rueda. También Prometeo sufría el ataque diario de un águila que le devoraba el hígado, que se regeneraba cada noche.
Mantener relaciones en el interior de los templos constituía una grave muestra de impiedad que los dioses sancionaban de forma contundente. Así le ocurrió al sacerdote troyano Laocoonte, atacado por dos serpientes que, enroscándosele en el cuerpo, acabaron con su vida y con la de sus dos hijos, y también a Hipómenes y Atalanta, convertidos en leones por la diosa Cibeles y uncidos a su carro. Este recurso a la metamorfosis, a la transformación, fue muy empleado por los dioses como castigo.
Metamorfosis divinas y humanas
Metamorfosis es sinónimo de transformación, de engaño y de falsas apariencias. Los principales dioses grecorromanos tenían una extraordinaria capacidad para alterar su aspecto físico y adquirir una nueva identidad. De ese modo alcanzaban sus objetivos, relacionados en la mayor parte de las ocasiones con el placer carnal.
Aunque su hermano Poseidón no le fue en zaga —se transformó en caballo y en carnero para unirse a Deméter y a Teófane, respectivamente—, fue Zeus quien más a menudo usó esa argucia para satisfacer sus instintos más básicos, y a él se dedica esta sección casi de forma exclusiva.
El principal recurso utilizado por Zeus fue adoptar una apariencia animal. Así, metamorfoseándose en águila, su animal emblemático, raptó al joven pastor Ganimedes para llevárselo al Olimpo como su amante y copero de los dioses. En otra ocasión, convertido en cisne, Zeus sedujo a la reina Leda, con quien engendró a Helena y Pólux, y transformado en toro raptó a la princesa Europa.
Pero también adoptó la apariencia de su hija Artemisa para seducir a la ninfa Calisto, y tomó el aspecto del rey Anfitrión para mantener relaciones con su esposa Alcmena, fruto de las cuales nació Heracles. En otras ocasiones, Zeus adquirió la forma de fenómenos atmosféricos para lograr sus conquistas, y se transfiguró en nube gris para tomar a la joven doncella Ío, o en lluvia dorada para poseer a Dánae, quien daría a luz a Perseo, uno de los grandes héroes griegos.
A menudo, la metamorfosis resultaba una solución para evitar el acoso de un dios, y a ella recurrieron varias ninfas, como Dafne, transformada en laurel para escapar de Apolo, o Siringa, convertida en unas cañas para evitar la persecución del dios Pan.
Héroes
Junto a los dioses y semidioses, los héroes jugaron un papel fundamental en los mitos clásicos. Podían ser hijos de un dios y una mortal, o de una diosa y un mortal; pero también hubo héroes que eran hijos de dos simples mortales. De ellos nos quedan sus hazañas, con las que alcanzaron fama y gloria.
Aquiles, «el de los pies ligeros», es el protagonista indiscutible de la Ilíada. Poco después de nacer, su madre, la diosa Tetis, esposa de Peleo, rey de Ftía, sumergió a Aquiles en las aguas del infernal río Estigia haciéndolo invulnerable, excepto en el talón por el que lo tenía cogido. Fue educado por el centauro Quirón y, años después, tuvo una intervención destacada en la guerra de Troya, donde alcanzó la gloria y donde también encontró la muerte, cuando Paris le alcanzó con una flecha en su único punto débil, el talón.
También Perseo, hijo de Zeus y Dánae, ocupa un lugar destacado entre los héroes griegos. Su principal hazaña fue vencer a la gorgona Medusa, cortándole la cabeza. Más tarde dio muerte al monstruo marino Ceto, que asolaba el reino de Etiopía, liberando así a la princesa Andrómeda, su futura esposa.
Hércules —Heracles en Grecia— es el héroe clásico por excelencia, que encarna cualidades y virtudes que se consideran míticas y modélicas. Hijo de Zeus y Alcmena, sufrió las consecuencias de la ira de Hera, quien le provocó un acceso de locura durante el cual dio muerte a sus hijos. Como castigo, tuvo que realizar los legendarios doce trabajos de Hércules, con los que obtuvo fama y reconocimiento universal, logrando alcanzar la inmortalidad y ascender al Olimpo de los dioses.
La guerra de Troya
La guerra de Troya es el gran enfrentamiento entre griegos y troyanos, pero en ella también intervinieron de forma activa y decisiva muchos dioses que, por distintas razones, decidieron apoyar a uno u otro bando.
Todo empezó con una manzana de oro para «la más bella», título que reclamaban Juno, Minerva y Venus. Para resolver tal disputa, Júpiter eligió como juez a Paris, un joven pastor troyano que debía entregar la manzana a quien considerase que era la diosa más bella. Además de presentarse desnudas para mostrar su atractivo físico, las tres diosas le hicieron interesantes y tentadoras ofertas: Juno le ofreció el poder sobre un amplio territorio; Minerva, la sabiduría y la victoria en todas las batallas, y Venus, el amor de la mujer más bella del mundo. Paris eligió a Venus.
La mujer más bella del mundo resultó ser Helena, esposa del rey Menelao de Esparta. Paris la raptó, o ambos huyeron juntos rumbo a Troya, por lo que los griegos se conjuraron para rescatarla. Así dio comienzo la guerra, en la que tomaron parte grandes héroes y guerreros, como Agamenón, Menelao, Odiseo, Diomedes, Áyax el Grande y, especialmente, Aquiles, que es el principal protagonista de la Ilíada, el gran poema homérico que narra este mítico conflicto armado.
El enfrentamiento entre aqueos y troyanos se prolongó durante muchos años, sin que la victoria se decantase por uno u otro bando, y mientras tanto ambas facciones iban perdiendo a algunos de sus principales guerreros. Finalmente, los griegos decidieron fingir su retirada y abandonar en las playas de Troya un gran caballo de madera, en cuyo interior se escondían varios de sus mejores soldados, encabezados por Odiseo. Creyendo que era una ofrenda a los dioses, los troyanos introdujeron el caballo en la ciudad; de ese modo, los griegos lograron apoderarse de Troya, que fue saqueada y quedó destruida por un gran incendio.
Exposición. 23 nov de 2017 - 18 feb de 2018 / Fundación La Caixa - CaixaForum Palma / Palma, Baleares, España
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