Arramble, una exposición de carácter, “Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá”. Gran frase y mejor lema. Una conclusión vehemente que distingue al que controla una conversación. Himno de toda dejadez. De la que es necesaria y de la que no volveremos. Murmullo de velatorio.
También es el eco de determinados paisajes, o de determinados momentos del paisaje. Aquello que ha sido arrastrado, que ha sido llevado con violencia, un momento de reorganización producido por un caos ineludible, el escenario torcido tras el paso de lo inevitable; de todo aquello que nos supera y que tiene la obstinación de ocurrir, sin poderse detener, al más puro estilo desastre natural, se lo lleva todo por delante en lo que dura la intención de un latido. Lo que queda es la espuma, los crujidos y las piedras.
En ese punto trabaja este artista ceutí de nacimiento, con influencias orientales en sus paisajes que el espectador...debe ir descubriendo a su paso con la mirada puesta en la obra.
Un artista, que induce al espectador a ser participe y descubridor de cada fase de la misma, trabajando escenas estructuradas por rocas totémicas negras que conforman el paisaje, todo lo que acontece sucede alrededor de ellas, son episodios de un paisaje que se intenta reordenar después de que una fuerza lo haya replanteado todo. Algo ha ocurrido, todo se ha desordenado y hay que volver a empezar.
Predominando un color negro leído como estructura, en ningún momento como parte de un todo negativo, si no como algo que condensa lo que está por llegar. Un trabajo sinuoso, muy “sui generis” ya que no trabaja a partir de una tesis evidente o cuantificable sino desde un planteamiento más ambiguo, ofreciendo al espectador escogidos momentos antes de la llegada de la esperanza y su secreción, el futuro. No hay angustia, sólo una especial comprensión del suceder. Y un encuentro con la maravilla más intensa que no es otra que su posibilidad. Una buena ocasión para mirar.
Entrada actualizada el el 30 mar de 2016
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