Descripción de la Exposición
MANCHAS DE OLVIDO
(Los restos de la hoguera)
El arte clásico es el perfecto equilibrio entre materia y espíritu y en el siglo XX se produjo la ruptura de ese equilibrio en favor del segundo. Toda obra de arte es hija de su tiempo y también Armando Arenillas percibió físicamente la oposición a toda estructura preconcebida y racional. La pintura tiene vida propia y él trata de dejar que su esencia se manifieste. Así, renuncia al lenguaje para reducirlo al acto puro como afirmación espontánea del individuo.
Formado en el estilo tradicional, Arenillas comenzó pintando paisajes, figuras y bodegones, hasta que en 1972, al regresar de Zaratán con unos apuntes del paisaje rural, su atención se detuvo en una mancha que le despertó el interés de materializarla. Al momento comprendió con toda claridad la fuerza insospechada de la mancha y el color. De pronto, la pintura era una fuerza maravillosa y magnífica al tiempo que, inevitablemente, ante sus ojos se desacreditó por completo el objeto como elemento necesario del cuadro. La satisfacción que sintió en ese proceso generó la necesidad de indagar en la materia. A partir de entonces su obra se liberó de la figuración anterior para iniciarse en la experiencia abstracta y, a contracorriente del arte de hoy, se sigue manteniendo fiel a los principios de la poética informalista que es la inspiración de su investigación plástica en pintura y grabado.
La participación en exhibiciones y bienales de los años setenta, como la IV y V Bienal de Pintura de ciudad de Zamora o la Primera Bienal de Pintura Ciudad de Valladolid, ya mostraban el cambio de tendencia. Da un giro que le permite subvertir la concepción tradicional de la superficie pictórica incorporando texturas a las que aplica incisiones, marcas, huellas. En este nuevo lenguaje plástico predominan las gamas ocres, grises con las que el artista recrea una realidad en la que el objeto es inseparable de su propia materia en constante cambio, materia que está regida por la expresión matérica de la vida misma. La introspección, el rigor estructural, la vulnerabilidad de lo efímero forman parte de la exploración de las profundidades del material.
El proceso que le llevó a la nueva práctica pictórica responde al ansia de encontrar una manera propia de comunicarse, que se define por la expresividad acentuada de la elaboración de la materia. La materia es la realidad que se trasmuta en espíritu. En Reseñas (Berlín, 1913) Kandinsky escribía sobre los métodos de creación pictórica y decía que la obra nace en parte o exclusivamente del artista, como sucede en la música. La pintura alcanza en este sentido a la música y ambas tienden cada vez más a crear obras totalmente “objetivas”, que, parecidas a las obras de la naturaleza, surgen por sí mismas como entes independientes, “in abstracto”. Y la música es un elemento que subyace latente en el acto de creación de las pinturas de Armando Arenillas.
Con frecuencia se sirve de la técnica surrealista y utiliza pigmentos finos junto con otros gruesos, el óleo junto con el collage, o el frottage, aplicado en papel sobre una superficie rugosa con mina de plomo para después interpretar las formas según le sugieren erosión, corrosión, meteorización. En algunas ocasiones adopta un estilo abstracto biomórfico, de enfoque junguiano, con unas enigmáticas formas gelatinosas que se mueven en espacios irreales en busca de un sitio donde habitar. La práctica del puro automatismo psíquico permite que aflore el subconsciente en ausencia del control ejercido por la razón y poder enlazar con ese cierto punto de la mente en el que las contradicciones cesan por la superación de los contrarios y la síntesis es el medio de lograr la realización integral del hombre.
Vivamente interesado por la espiritualidad oriental, su trabajo se hace cada vez más depurado, de gran lirismo, y un sentimiento de nostalgia invade la obra. Mira hacia oriente y es tanto el entusiasmo por la filosofía zen y la serena meditación que se puede utilizar el adjetivo “místico” para describir su estética. El acto de pintar es liberación de energía, dinamismo, explotación del azar, del azar controlado que mantiene el ritmo rápido en el sutil trazo gestual y en la mancha mínima a la aguada sobre el fino papel japonés de algunas obras.
En la concepción oriental, el espacio es ilimitado; no es como en el occidental un espacio pintado. Arenillas integra los dos conceptos espaciales en las delicadas áreas de claras tonalidades, en las que se reduce la paleta cromática a un espectro de tonos blancos y grises tenuemente luminosos que obtienen una luz atmosférica por la trasparencia de las capas de pintura. En otras zonas el negro resuena interiormente, luz negra sobre blanco. Las composiciones vacías de todo menos de color y carentes de cualquier impedimento referencial cubren el espacio o configuran una pintura de campos de color negro y púrpura corroída por verticales rasgadas como llamas. Su finalidad es purificar el acto de pintar de modo que pueda trascenderse y llegar a ser una expresión de la búsqueda humana del saber metafísico. Los cuadros son metáforas del contraste entre la vida y la muerte, así como su interrelación.
Las estructuras all-over, con toda la superficie del cuadro cubierta uniformemente, son como recortes de un campo más extenso que se prolonga más allá de los límites del cuadro, lo cual acentúa la impresión de que la obra se encuentra todavía en proceso de gestación. Las pinturas de campo de color ganan en rotundidad mediante una progresiva reducción cromática y formal, y sus pinturas blancas, azules, amarillas, rojas y negras, aparentemente monocromáticas pero ricas y densas en matices, evocan una dimensión espiritual con sutiles contrastes tonales y texturas que enriquecen el tratamiento pictórico y provoca cierto misterio.
Una amplia formación cultural de, junto con su refinada sensibilidad, son el estímulo para que Armando Arenillas esté sustancialmente inmerso en una permanente inquietud intelectual sobre el concepto estético. Pintar procede siempre de la reflexión y es un pintor que pone mucho cuidado en la elección de los materiales que utiliza y este sentido artesanal es ya de por sí la garantía de un compromiso. El resultado es por lo tanto de absoluta sinceridad y su pintura es la afirmación de una estabilidad, de una relación con la existencia. Al analizar la sucesión de exposiciones individuales y en ferias, como la Bienal de Florencia de 1999 o ARCO de 2018, se evidencia que su trayectoria artística es la que se corresponde con una armónica coherencia vital y actúa dentro de los procesos lógicos, mentales, hacia la desmaterialización del arte, en una transición a la estética del proceso.
Ese desinterés gradual por el objeto artístico y guiado por los imperativos de autoexpresión, con un salto increíble que le sitúa al otro lado, ha llegado por la vía lógica a la destrucción de lo material. La acción más reciente ha sido la quema de los últimos cuadros para dar punto final a ese trascurso de su producción artística. El poeta Fernando del Val le ha acompañado con la cámara para fijar la memoria de esta performance que, a través de la hipnótica fuerza del fuego de la hoguera, trataba de eliminar cualquier vestigio que ate a la tierra, conseguir la disolución total para fundirse con el absoluto en un acto de trascendencia.
Ahora muestra Los Restos de la Hoguera con una serie de cuidadas serigrafías a cuatro tintas, además de acrílicos y óleos sobre papel en tabla. Una obra íntima y hondamente sentida. Edmund Burke, en Philosophical Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and the Beautiful, dice que la base de la belleza es el placer, y la de lo sublime, el miedo o el dolor. El espacio, la soledad, la extensión a lo infinito llevan a lo sublime.
Blanca García Vega
Catedrática de Historia del Arte
Vicepresidenta de AICA/Spain
Presidenta de ACYLCA