Exposición en Barcelona, España

Antony Williams

Dónde:
Artur Ramón Art [ESPACIO CERRADO] / Palla, 23 / Barcelona, España
Cuándo:
15 ene de 2009 - 28 feb de 2009
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

Dibujar en la pintura. No hay pintura sin dibujo, o al menos eso es lo que siempre nos han enseñado. Y hay una verdad que sigue siendo válida, incluso si se olvida o, por comodidad, se le hace caso omiso: «La verdad es grande, y prevalecerá -dice el poeta Patmore- cuando a nadie le importe que prevalezca o no». Se trata de una idea adusta pero curiosamente reconfortante, y en el arte, como en todas las cosas, de tanto en tanto surge algo o alguien que nos trae la esperanza de que no todo está perdido. Porque los tiempos que vivimos son ciertamente duros en muchos sentidos, y se hace necesaria toda la esperanza que seamos capaces de aportar.

 

La obra de Antony Williams, que en los últimos diez años se ha convertido en uno de los pintores más distinguidos ... de su generación, nos aporta precisamente esa esperanza. Es uno de los artistas que aún trabajan esencialmente partiendo de la figura, y su cuadro de 1996, con el que celebraba el 70 cumpleaños de la reina Isabel II, sigue siendo la mejor imagen, y sin duda la más amable, de la soberana en la vejez. Como se desprende de esta exposición, para Williams la pintura y el dibujo son inseparables.

 

En otra época más racional que la nuestra, obras como la suya hubieran sido ampliamente reconocidas y celebradas, no sólo por su patente maestría técnica y sus cualidades específicas de belleza e interés, sino en un sentido más genérico, por su contribución a la larga tradición humanista del arte occidental, que se remonta a la antigua Grecia y más allá. Porque la figura humana, y en particular el desnudo -tanto el que refleja una presencia individual como el tipo idealizado-, ocupó un lugar central en el estudio y el ejercicio de la pintura y la escultura hasta mediados del siglo xx. En resumen, hace sólo una o dos generaciones, de entrada y por norma, se hubiera considerado una obra de interés crítico e incluso insigne.

 

Pero hoy día, al menos en Inglaterra, en la era de la cámara fotográfica ya no se consideran necesarios para el artista el largo estudio y la disciplina técnica que requiere el mero intento de acometer una obra tan ambiciosa. Por tanto, ¿para qué molestarse? El dibujo -es decir, no el dibujo como autoexpresión, gesto o simple esquema, sino el dibujo como estudio y práctica esenciales y disciplinados- ya no se considera la base de un desarrollo posterior. Ya no se otorga ningún valor crítico a la pintura objetiva, ni tampoco al dibujo objetivo, a la larga contemplación del mundo tal como es y de las cosas tal como son. Para los comisarios y administradores, y para demasiados marchantes, simplemente carece de valor, se trata de un arte equivocado en nuestro mundo moderno, regido por los conceptos.

 

Sin embargo, como ha sucedido siempre, y aunque en la actualidad carece de la debida atención crítica y de apoyo institucional, aún se encuentra arte de este tipo con tal de que nos molestemos en buscarlo, y, además, de un alto nivel de perfección. De hecho, nunca desaparecerá. En su generación, Williams no es ni de lejos el único con un manifiesto interés por la figura y el mundo visible. Pero una vez muerto Uglow, y cuando Freud es tan célebre por su permanencia como por su pintura, en Inglaterra Williams es ahora el único maestro del retrato monumental y, en concreto, del desnudo monumental.

 

Así las cosas, lo que le distingue, sin embargo, no es tanto la monumentalidad en sí, con la presencia y definición casi escultórica que otorga a la imagen, como la «simpatía» humana que le imprime. Por supuesto, esa «simpatía» puede interpretarse de distintas formas y, en el caso de Williams, su obra no se presta a la identificación fácil ni al sentimiento asociativo, no ostenta gráciles marcas seductoras ni una gratuita inflexión de la superficie, el signo o la línea. Al contrario, a primera vista todo puede parecer bastante distante, duro e incluso claramente desagradable, tanto debido a su aparente indiferencia subjetiva como por sus cualidades materiales. No. Pero al detener la mirada, lo que encontramos es una «simpatía» de otra índole, la del observador analítico y a la vez desinteresado, aparentemente distante pero con una comprensión profunda, que sólo emerge del análisis largo y minucioso, de un modo más que científico por su estudiosa y mesurada curiosidad.

 

La técnica preferida de Williams es la témpera, tal vez la más lenta y meticulosa de todas las técnicas pictóricas. No admite un movimiento amplio del brazo, ni da cuartel al gesto generalizador, de condensación o síntesis. Su soporte es el gesso, seco y absorbente; su foco, el fino pincel de cibelina y el angosto trazo de pigmento. Y, al igual que con el dibujo, la imagen se consigue mediante una lenta agregación de líneas. Tanto en el dibujo como en la pintura que proviene de éste, el estudio y la intencionalidad estriban en la figura, y no en la producción de Arte. Toda la labor consiste en observar y comparar, medir y ajustar, y en unas condiciones que sólo la obra misma puede dictar, para conseguir que sea lograda.

 

La paradoja, incluso el misterio, es que, a través precisamente de esa cualidad de distanciamiento profesional, trasluce la humanidad más profunda y, por tanto, más potente. Porque todos somos seres físicos, humanos y mortales; y, mediante la autoidentificación innata, instintiva y de alguna manera preconsciente con cualquier imagen semejante del cuerpo humano, sabemos al instante si es acertada o no, ya sea el sujeto la reina vestida con la túnica de la orden de la Jarretera o una modelo desnuda en el estudio. También tenemos cabeza, cuerpos y piernas; sentimos, en nuestros adentros, lo que es estar sentado, acostarse o pasar el día fantaseando. Percibimos un giro de la cabeza, el estiramiento de un brazo o la torsión de la cadera. Y, si somos capaces de determinar al instante que una obra es acertada, es decir, que resulta verídica, antes todavía sabemos cuándo se ha malogrado, cuándo es falsa. Esta es la simpatía más auténtica.

 

De casi cualquier otra cosa del mundo natural -un árbol, una flor, un paisaje, un cuenco de frutas- el artista puede decir: «pero es que fue así», y no tenemos más remedio que confiar en su palabra. Sin embargo, de la figura humana no hay escapatoria, independientemente de la convención gráfica o pictórica que el artista haya elegido emplear, del boceto o estudio más rápido a la afirmación más acabada. Dibujar o pintar la figura humana al natural es el cometido más valiente y ambicioso que un artista pueda asumir, y Antony Williams es tan valiente y tan distinguido en su consecución como cualquier otro.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Antony Williams, Reclining nude, Caroline, 1997

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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