Exposición en Barcelona, España

Antes del diluvio. Mesopotamia, 3500-2100 a. C.

Dónde:
Fundación La Caixa - CaixaForum Barcelona / Av. Ferrer i Guàrdia, 6-8 / Barcelona, España
Cuándo:
29 nov de 2012 - 24 feb de 2013
Inauguración:
29 nov de 2012
Comisariada por:
Descripción de la Exposición
A partir de más de 400 piezas arqueológicas y reconstrucciones en 3D, la muestra descubre la cultura mesopotámica y revela su influencia posterior.

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Las exposiciones que la Obra Social 'la Caixa' dedica desde hace años a las grandes culturas del pasado tienen como misión mostrar al público las distintas formas en que hombres y mujeres de diversos lugares y épocas se han enfrentado a las grandes cuestiones universales, así como ampliar las perspectivas sobre el mundo a partir de las más recientes investigaciones históricas y arqueológicas.

 

Las muestras dedicadas a la cultura teotihuacana, a la ruta de las estepas, a Afganistán, a Nubia, al Imperio persa o a los tesoros del Reino de Arabia Saudí subrayan los vínculos entre el mundo antiguo y el mundo actual, presentando la cultura como una realidad viva, fruto del conocimiento y los intercambios entre ... pueblos.

 

En esta ocasión, la Obra Social 'la Caixa' invita a los visitantes a realizar un viaje en el tiempo y el espacio -hasta las marismas del delta de los ríos Tigris y Éufrates en el IV y III milenio a. C.- para dar a conocer las últimas investigaciones sobre los pueblos sumerios, así como para mostrar la enorme influencia de esta primera cultura del Próximo Oriente en nuestra forma de vida actual.

 

Antes del Diluvio. Mesopotamia, 3500-2100 a. C. explora qué imagen del mundo tuvieron los mesopotámicos del IV y III milenio a. C., que, en gran medida, nos ha sido legada a través de la Biblia, el Corán y varios mitos y textos griegos. Más que mostrar los tesoros de los sumerios, la exposición se interroga sobre el pasado sobre y la interpretación que han hecho del mismo los historiadores y arqueólogos de distintas épocas.

 

Se trata de la primera gran muestra dedicada a un periodo y un espacio cultural descubiertos a finales del siglo XIX, y que en la actualidad son motivo de preocupación, a causa de las recientes guerras, invasiones y pillajes, que han devastado unos frágiles yacimientos arqueológicos. El poco resistente material de construcción habitualmente utilizado (adobe y barro), las filtraciones de agua que desde la antigüedad empapan los edificios y el salitre han dañado aún más cimientos y muros.

 

Obras de arte y de artesanía, joyas y objetos rituales, textos y símbolos muestran la forma de entender el mundo y la sociedad en el delta del Tigris y el Éufrates: el origen divino de la ciudad, el enfrentamiento entre los dioses primigenios y las nuevas deidades, la creación de la humanidad, el mito del Diluvio, la reconstrucción de la Tierra y el nacimiento de la cultura como consecuencia de un pacto entre dioses y hombres. Las ciudades mesopotámicas ejercieron una gran influencia en el mundo griego y judeocristiano, condicionando de modo decisivo el surgimiento de la civilización europea. La exposición presta atención a este vínculo a través del mito de la fundación de la primera ciudad y de la pervivencia de las leyendas del Próximo Oriente en los textos bíblicos.

 

La muestra ha logrado reunir un conjunto único formado por aproximadamente 400 piezas arqueológicas procedentes de grandes museos y coleccionistas internacionales, entre los que destacan el Penn Museum de Filadelfia, el Vorderasiatisches Museum de Berlín, los Musées royaux d'Art et d'Histoire de Bruselas, el Musée du Louvre de París, el Field Museum de Chicago, el Oriental Institute de Chicago, el Royal Ontario Museum de Toronto, The Ashmolean Museum de Oxford y The Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

 

Además de las piezas sumerias, la exposición incluye algunas obras contemporáneas, fotografías y filmaciones que son testimonio de la fascinación del viaje a las fuentes de la cultura, o de lo que quede de ella: la serie de fotografías Mesopotamia, de Ursula Schulz-Dornburg, el vídeo Shadow Sites II, de Jananne Al-Ani, y Escultura de arena, una fotografía de David Bestué.

 

La muestra se complementa con documentación tal como ejemplares de textos árabes desde el siglo IX y cristianos desde el siglo XVI hasta los años treinta del siglo pasado, de viajeros que recorrieron, a partir del siglo XII, el sur de Mesopotamia. También se han incluido entrevistas filmadas a expertos en el arte sumerio, así como un diario de viaje filmado durante una visita a seis yacimientos sumerios (Ur, Uruk, Eridu, Tello, Tell al-'Ubaid y Ki?), en octubre y noviembre de 2011, a cargo de un equipo de la Universitat Politècnica de Catalunya y la Universitat de Barcelona junto a arqueólogos iraquíes, profesores de las universidades de Bagdad y de Samawa, y policías y militares.

 

Por último, el espectador podrá encontrar varias reconstrucciones virtuales en 3D elaboradas expresamente para la exposición y que recrean la ciudad de Ur y el Templo Blanco de Uruk, entre otros, así como una maqueta de la ciudad de Ur y un cortometraje de animación.

 

La exposición ha sido comisariada por Pedro Azara, arquitecto y profesor titular de estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). También ha contado con un comité científico internacional formado por Béatrice André- Salvini (Musée du Louvre, París), Joan Aruz (The Metropolitan Museum of Art, Nueva York), Amira Edan (National Museum of Iraq, Bagdad), Geoff Emberling (Oriental Institute, Kelsey Museum of Archaeology, Ann Arbor) y Richard L. Zettler (Penn Museum, Filadelfia).

 

El origen de la civilización, una cultura poco conocida

 

Hace unos 5.500 años, en lo que hoy es el sur de Iraq, los pueblos mesopotámicos que hablaban sumerio y acadio crearon las primeras ciudades.

 

La primera organización territorial surgió, desde principios del IV milenio a. C., en un espacio fértil y al mismo tiempo inhóspito.

 

Con la primera ciudad, Uruk, se creó la primera red de comunicaciones, con sus vías, canales y postas, se desarrollaron jerarquías sociales y la división del trabajo, el capitalismo, un poder fuerte (monárquico o imperial), la escritura, el cálculo, las unidades de medida del tiempo y el espacio, el valor de los bienes y el derecho, manifestaciones culturales a través de las cuales el ser humano se fue desmarcando de la naturaleza, al mismo tiempo que la dominaba.

 

La importancia que estos avances han tenido en los siglos posteriores ha hecho que durante muchos años los estudiosos hablasen de Sumeria como la cuna de la humanidad. Sin embargo, las investigaciones realizadas en las últimas décadas han desarticulado algunos mitos con respecto a aquella primera civilización. Todo parece indicar que, más que un pueblo con unas características étnicas, lingüísticas y culturales propias, en Mesopotamia convivieron tribus de distintas procedencias con lenguas y tradiciones diversas.

 

Parece ser que la lengua de aquella civilización era el sumerio, sin conexiones con ninguna otra lengua conocida, pasada o presente. Tras la caída de Uruk, hacia 2900 a. C., un buen número de ciudades-estado independientes crecieron en las riberas sureñas de los ríos Tigris y Éufrates, y en las marismas del delta. Quinientos años más tarde fueron unificadas en un primer imperio, el acadio, con su capital, Acad, asentada quizá en la actual Bagdad. De corta duración, fue reemplazado por un segundo imperio, llamado de Ur III -en el que la lengua de culto (y ya no habitual) volvió a ser el sumerio en vez del acadio-, gobernado desde la ciudad sureña de Ur.

 

No se sabe si los sumerios fueron un pueblo, procedente de la India o de Arabia, hace unos 5.000 años, que se instaló en el fértil delta del Tigris y el Éufrates, o si, en tanto que pueblo o etnia, nunca existieron, sino que lo que hubo fue probablemente distintas tribus, asentadas en dicho territorio desde la prehistoria, que hablaban varios idiomas, entre ellos el sumerio y el acadio.

 

Sin embargo, los estudiosos siguen señalando que la cultura urbana nació en Mesopotamia del sur (antes que en cualquier otro lugar del mundo). Así, parece claro que la ciudad es una estructura física y social inventada o desarrollada plenamente en el sur de Iraq, ya a mediados del IV milenio a. C., como demuestran los restos de la ciudad «sumeria» o «pre-sumeria» de Uruk. En definitiva, sin las poblaciones del sur de Mesopotamia de entre el IV y III milenio a. C., la ciudad quizá no habría existido; es decir, la cultura (moderna) no se habría producido.

 

La cultura mesopotámica es menos conocida que otras culturas antiguas como la egipcia o la griega por distintas causas: las primeras misiones arqueológicas en la zona empezaron casi cien años más tarde que en Egipto; la lengua sumeria fue descifrada -y aún no en su totalidad- hace unos 130 años; las ciudades, construidas en adobe, yacían, y yacen todavía en ocasiones, sepultadas bajo gruesas capas de aluviones fluviales; y por fin, la conflictiva historia política de la región (guerras en Irán, Iraq y Siria, incluso en la frontera turco-sirio-iraquí) ha dificultado o impedido un mejor conocimiento de lo que, muy probablemente, haya sido el origen de la civilización.

 

ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN

 

1. El mito y el viaje

 

Muchos relatos míticos cuentan viajes iniciáticos. Los protagonistas, héroes o personajes legendarios, parten en busca de sí mismos, siguiendo lo que los oráculos habían anunciado, hacia lugares jamás hollados, defendidos por monstruos - cancerberos, ogros, o caníbales- y barreras jamás superadas.

 

A finales del Imperio Romano, cristianos de Occidente emprendieron un viaje a Oriente, cargado de dificultades. Buscaban la tierra prometida. A partir del siglo X, geógrafos árabes, en Oriente y Occidente, siguieron las rutas de los nuevos dominios árabes, y fueron los primeros en describir ruinas babilónicas y asirias. El judío Benjamín de Tudela, en el siglo XII, recorrió las tierras limítrofes, antes de que el veneciano Marco Polo (1254-1328) e Ibn Battutah (1304-1368), de Tánger, empujaran la última frontera oriental que Alejandro Magno, desde Macedonia, ya había cruzado en el siglo IV a. C.

 

Las primeras misiones arqueológicas en el Próximo Oriente empezaron en la primera mitad del siglo XIX: se partía para obtener bienes, ganancias y poder, pero también por el placer de viajar y de olvidarse de dónde uno venía. Ése es el viaje que Antes del Diluvio. Mesopotamia, 3500-2100 a. C. propone, en un montaje inspirado en una travesía por el desierto, punteado por objetos fortuitamente enterrados.

 

2. La creación del mundo

 

Algunos relatos míticos contaban lo que aconteció en los inicios. Unos afirmaban que, tras la separación del Cielo y la Tierra (An y Nammu), fue el Cielo (An) quien creó el mundo y dio a luz a los dioses. Otros defendían la importancia de una divinidad femenina, la diosa de la Tierra (Nammu, la Gran Matriz). Finalmente, también se creía que el universo había amanecido en la Ciudad de los Tiempos Lejanos (URU-UL-LA), situada en los márgenes de un lago o una marisma, una ciudad toda negra, fantasmal, habitada sólo por las almas de los difuntos. La vida se originó en una ciudad. La luz brotó de la oscuridad, del mundo de los muertos.

 

Tras la creación, el universo había quedado inconcluso. Le faltaba vida. El mito del Paraíso sumerio cuenta que la tierra no poseía lo necesario para ser habitable y estar habitada. Los canales no acarreaban agua, el territorio no estaba parcelado y las ciudades no poseían murallas nítidamente trazadas. La creación del mundo tuvo que ser completada y corregida. Esta tarea incumbió al dios Enki. Los seres humanos, alentados por Enki, proseguirían con el trabajo.

 

3. Enki, ordenador del mundo

 

Enki era el 'señor' (EN) de la 'tierra' (KI). La tierra sobre la que reinaba era la tierra de las marismas del delta del Tigris y el Éufrates: una tierra cargada de limo. Enki era, por tanto, el dios de las fecundas aguas dulces, llamadas Abzu: 'aguas' (AB) de la 'sabiduría' (ZU). Fue una divinidad favorable a los humanos, a los que enseñó las artes para sobrevivir a las inclemencias venidas siempre del Cielo.

 

3.1. El toro, emblema de fertilidad

 

Signo cuneiforme que significa AM, 'toro'. Los toros vagaban por marismas y deltas. Su potencia sexual era legendaria. Se decía que los dioses creadores, en forma de toro, como Enki, habían llenado el curso de los ríos Tigris y Éufrates con su semen. La tierra daba frutos cuando toros tiraban del arado: su paso por la tierra mágicamente la fertilizaba.

 

En el Mediterráneo, el toro era el animal más poderoso. Superaba en fuerza al león y al oso. Por ese motivo, era el emblema de los dioses creadores, que se manifestaban en forma de toro, y de todas las cosas poderosas, desde las ciudades santas hasta los ríos que bramaban. Una tiara hecha de cuernos de toro superpuestos distinguía a los dioses de los humanos.

 

3.2. La creación del hombre (y su destrucción)

 

Al concluir la Creación, el dios del Cielo y sus hijos se aposentaron en lo alto. Mientras, los dioses más antiguos, los Igigi, tenían que cuidar de la tierra y los canales. Se cansaron, se sublevaron. El Cielo buscó una solución. Enki cogió barro de las Aguas de la Sabiduría y moldeó siete figuritas que insertó en el vientre de su madre, la diosa-madre, donde fueron gestados.

 

Los humanos fueron asignados al cultivo y el riego de la tierra, para producir alimentos con los que ofrendar a los dioses. Se multiplicaron. El Cielo decidió limitar su número porque competían con los dioses y desencadenó un diluvio. El dios Enki, amante de los humanos, ordenó a un sabio construir un arca y proteger a ejemplares de todos los seres vivos. Las aguas anegaron el mundo. Al séptimo día, la lluvia cesó. El arca se detuvo. Los seres vivos descendieron y repoblaron la Tierra, y fueron perdonados por el Cielo.

 

4. La lista real sumeria

 

La Lista real sumeria quizá fuera redactada a principios del II milenio a. C. (ca. 1800 a. C.). Consiste en listas de reyes de las principales ciudades sumerias. Esta sucesión de linajes fue una construcción ideológica que trataba de legitimar dinastías más recientes y con menos «pedigrí», entroncándolas con dinastías ancestrales y prestigiosas.

 

5. Habilitar el espacio

 

5.1. Medir, pautar

 

Estructurar y dividir el espacio era una actividad esencial. Aportaba seguridad física y psíquica. Para eso, fue necesario que el rey ?ulgi (2094-2047 a. C.), de la tercera dinastía de la ciudad de Ur, unificara las distintas unidades de peso y de medida empleadas por las ciudades, a fin de poder organizar todo el Imperio neosumerio. La base era sexagesimal: aún hoy, el tiempo se divide en sesenta unidades.

 

Las compraventas se efectuaban mediante el uso de plata en tiras dispuestas en espiral, que se portaban como brazaletes. Éstos se cortaban y se pesaban gracias a pesos calibrados en forma de animales. Unos diez gramos de plata permitían adquirir una tonelada de cereales.

 

5.2. Ordenar, edificar:

 

La civilización, en Súmer, existía porque existían las ciudades: centros de orden, poder y legalidad, desde los que se daba fe de lo que acontecía. Súmer era un conjunto de ciudades-estado ubicadas en la baja Mesopotamia. La más antigua, Uruk, llegó a tener, ya en el IV milenio a. C., entre 35.000 y 80.000 habitantes; y la ciudad de Ur - donde según algunas leyendas habría nacido el bíblico Abraham-, entre 200.000 y 350.000 habitantes. Fue la ciudad más poblada del mundo hasta Roma, 2.000 años más tarde. Estas ciudades-estado estaban unidas por carreteras por las que circulaban mensajeros reales que disponían de postas en las que descansar, y por canales de regadío, por los que también se podía navegar en barcas de remo o a vela.

 

5.3. El proyecto

 

Se realizaban planos (plantas, alzados, detalles) casi siempre sobre tablillas de arcilla secadas al sol. Los sistemas de representación eran los mismos que hoy: proyecciones ortogonales, acotadas, aunque la escala no estaba indicada. Se han encontrado proyectos de ciudades, vías y canales, edificios públicos y privados, de viviendas modestas incluso. Las líneas se trazaban con un punzón sobre una superficie húmeda de arcilla, con la ayuda de una regla y un cartabón. Las formas y el emplazamiento de los elementos (muros, por ejemplo) se indican mediante el trazado de los contornos.

 

Se desconoce si existía la figura del arquitecto tal como se entiende hoy: un especialista, responsable del proyecto y de la puesta en obra. En acadio, construir se decía banû, un verbo que resuena, a través del árabe, en nuestro moderno término albañil.

 

6. La construcción

 

6.1. El inspirado rey-arquitecto: Gudea

 

Las tareas de construcción incumbían a seres superiores: divinidades y reyes. En ocasiones, éstos colaboraban. Una vez iniciada la obra, los dioses responsables engendraban a divinidades menores que asumían trabajos muy específicos, desde el cuidado del fuego hasta la fabricación de los ladrillos. Nada se decía de los verdaderos artífices de las obras, los «arquitectos» o los constructores. Eran sólo peones. La razón de esas creencias residía en la importancia que se concedía al acto de edificar.

La elevación de un edificio se asemejaba a la creación del mundo.

 

6.2. Los rituales de fundación

 

La obra, a punto de iniciarse, iba a robar una parte del espacio de los dioses del inframundo. Había que honrarles y comprar su benevolencia a fin que no echaran abajo los muros que se iban a levantar. El primer ladrillo era especial. Lo moldeaba el mismo rey, añadiendo leche, miel o cerveza. Textos con la descripción del ritual seguido, himnos en honor de los dioses y maldiciones contra los demonios eran escritos o inscritos en una de las caras. El rey lo transportaba en un cesto sobre su cabeza en señal de sumisión. También se hincaban unos pesados «clavos de fundación», quizá para ahuyentar a los malos espíritus, en las zanjas de los cimientos. Por fin, al concluir la obra, unos clavos de terracota se hundían en los muros: eran documentos de propiedad.

 

6.3. Amuletos contra la destrucción

 

Los sumerios interpretaban lluvias, terremotos y ataques de enemigos como castigos divinos por la impiedad del monarca. A fin de proteger la obra, se distribuían fetiches de terracota en el interior de los muros: seres guardianes fabulosos que ahuyentaban el mal de ojo, así como «ídolos-ojo». Un elemento constructivo cubría una doble función práctica y mágica: el gozne de las puertas que daban al exterior. Fórmulas rituales se inscribían en la parte superior de la piedra para detener a los malos espíritus.

 

7. Espacios habitables: campos, ciudades y hogares

 

Las ciudades fueron ocupadas durante milenios. Se construían y se reconstruían sin cesar, debido a las destrucciones causadas por las inclemencias y las guerras.

 

Dada la escasa pluviometría, el regadío era necesario fuera de las marismas. Pero la crecida de los ríos acontecía cuando la cosecha, no la siembra. El problema no era la falta de agua, sino su mala distribución, solucionada por una red de canales, gestionados, no antes de finales del III milenio a. C., por un poder central, y que eran utilizados también como vías de comunicación. El regadío intensivo y la fuerte evaporación causaron la subida de las sales y, quizá, el fin de la cultura mesopotámica del sur.

 

Los hogares se estructuraban alrededor de un espacio central, cubierto o al aire libre. En la planta baja se disponían talleres, la cocina y aseos. Las estancias privadas y los dormitorios se ubicaban en el primer piso. Escaseaban los muebles; no así cestos y cajas. Bajo la vivienda, se hallaban las tumbas de los familiares, niños, sobre todo. La casa acogía a generaciones pasadas y presentes.

 

7.1. La ciudad y el campo

 

La invención de la ciudad fue una manera de romper con la naturaleza: un espacio ideal, ordenado por los dioses. La naturaleza era pasto de monstruos y de fieras, y necesitaba ser intervenida. La ciudad no brotaba de la tierra, sino que la explotaba y se defendía de ella. La ciudad era la antítesis de la naturaleza: un lugar de convivencia. Los salvajes siempre vivían solos, en los riscos y los desiertos; por el contrario, los ciudadanos, (bien) vestidos, formaban comunidades y se regían por asambleas.

 

La escritura fue otro medio para apartarse de la naturaleza y crear un mundo propio, controlable por el hombre. Una cultura de ciudades y letras: los sumerios vivieron entre techos y textos, para armarse contra el mundo.

 

7.2. Ur

 

Ur se asentaba cerca del delta del Tigris y el Éufrates. Pudo incluso haber sido fundada en medio de las marismas, hoy retiradas por la bajada del nivel del mar. Canales de comunicación habrían atravesado la ciudad, uniendo dos puertos fluviales. Una extensa área sagrada y palaciega rodeaba la pirámide escalonada del zigurat. El tejido urbano, muy denso, se asemejaba al de un casco antiguo de una ciudad mediterránea. La trama seguía las primitivas vías procesionales que unían distintos santuarios. En el centro de Ur, hace 4.500 años, se ubicaron tumbas reales subterráneas (bien conservadas aún hoy), cerca de las cuales, 500 años más tarde, el rey Ur-Nammu mandó erigir el primer zigurat de la historia. La ciudad fue abandonada en tiempos de Alejandro (siglo IV a. C.).

 

7.3. La destrucción de la ciudad

 

La ciudad era una creación divina. Los dioses escogían el emplazamiento, ordenaban la fundación e incluso participaban en la construcción de templos y palacios. La suerte de la ciudad dependía de la presencia del dios tutelar. Acontecía, a veces, que la divinidad la abandonaba por la impiedad del monarca. La ciudad quedaba entonces a merced de cualquier enemigo, y el habitante, condenado. El lamento por la destrucción de la ciudad se convirtió en un género literario. La ciudad se restablecía cuando una nueva dinastía se congraciaba con el cielo. Esos lamentos tenían una intencionalidad política: legitimaban a un nuevo soberano.

 

7.4. La imagen del otro: el enemigo de la ciudad

 

Para los sumerios, las altas montañas cobijaban monstruos. Eran un lugar temible, comparable con el infierno, por lo que montaña e infierno se decían del mismo modo. La cadena de los Zagros, atravesada por pasos relativamente cómodos, facilitaba la llegada de sucesivas oleadas destructoras de nómadas, atraídos por las riquezas de los valles mesopotámicos: bárbaros que desconocían las bondades y los bienes de la vida urbana, que no tenían un hogar, no enterraban a los muertos ni comían alimentos cocinados, según los sumerios.

 

8. El templo

 

El templo era la casa de la divinidad. En sumerio, casa y templo se decían de la misma manera (É). Los templos terrenales estaban construidos a imitación de los templos celestiales. Eran organismos vivientes, comparados a montañas que llegaban al cielo, árboles cósmicos o columnas que unían el cielo y la tierra. Los templos apuntaban hacia determinadas constelaciones, manifestaciones de divinidades benéficas, como la Osa Mayor, o la estrella matutina.

 

Una muralla aislaba el santuario, el cual comprendía las moradas de los dioses y de los sacerdotes, archivos, escuelas, almacenes, y talleres artesanos. Los humanos, salvo sacerdotes y reyes, tenían vetada la entrada. La divinidad estaba presente a través de la estatua de culto. El clero la alimentaba y la vestía diariamente. A partir del 2100 a. C., el santuario incluyó una pirámide escalonada, el zigurat, con siete niveles que recordaban los siete niveles del empíreo, coronada por una capilla que ocupaba la divinidad cuando descendía a la tierra.

 

8.1. El zigurat

 

Una mítica cumbre montañosa salvó a la humanidad: apenas sobresalía de las aguas que cubrían la tierra castigada por el Diluvio, y detuvo el curso errático del arca en la que se habían refugiado el sabio Utnapi?tim (el Noé sumerio) y representantes de todos los seres vivos: descendieron y repoblaron la tierra. La cumbre redentora recibía el nombre de zigurat, que significaba 'construcción en lo alto'.

 

El zigurat -una pirámide escalonada construida a imagen de la montaña sagrada- recordaba los peligros de los diluvios, pero también infundía confianza: refugiados en lo alto, los humanos podían sobrevivir. Los dioses también se beneficiaban del zigurat: les evitaba pisar la tierra embarrada cuando descendían hacia el mundo de los hombres, y descansaban en el santuario que coronaba aquél, evitándoles los peligros mortales del espacio humano.

 

8.2. Las ofrendas

 

El ajuar de los templos era doméstico: vasijas, cuencos, platos, jarras de terracota o de piedra; botellas de perfume, recipientes cosméticos y ungüentarios; estatuillas u objetos de cobre, como unos porta-antorchas. Enseres de uso diario con los que los sacerdotes atendían a la (estatua de la) divinidad como si ésta estuviera en su casa.

 

Cada día se la despertaba, lavaba, revestía y alimentaba. Algunos humanos, representados por estatuas de orantes, situados sobre banquetas, asistían al banquete divino.

 

8.3. Los orantes

 

Los templos albergaban estatuas de culto, pero no se han encontrado. Quizá estuvieran hechas de madera, revestidas de tela y ornadas de joyas, por lo que no se han conservado, puesto que el clima en Súmer era muy húmedo. Los orantes de piedra podían ser efigies divinas, pero es probable que representaran a seres humanos. Se depositaban a los pies de la estatua de culto, para que el dios los protegiera. Las manos juntas expresaban sumisión y piedad ante los dioses, o respeto ante los reyes, y las orejas exageradas, la adquisición de la inteligencia en contacto con la divinidad: el hombre sabio era todo oídos.

 

8.4. Escritura, comunión con lo invisible

 

Parece que la escritura fue inventada en el sur de Mesopotamia, a mitad del IV milenio a. C. La escritura mesopotámica, al igual que la egipcia, fue, en sus inicios, parcialmente pictográfica: los signos gráficos más comunes reproducían los rasgos más característicos de las cosas más habituales designadas. La escritura se habría inventado no para anotar lo visible, sino para acercarnos a lo invisible. Habría servido para otear el destino, una manera de exorcizar temores y esperanzas, de mediar con lo desconocido.

 

9. La última mansión

 

El infierno sumerio parecía una premonición del infierno medieval: gusanos, larvas y espectros se conjugaban en el universo de las tinieblas. Quien penetraba en el inframundo no regresaba; era despojado de sus ataduras terrenales hasta convertirse en un espectro torturado. Seres monstruosos acechaban a los difuntos.

 

Las tumbas sumerias solo contenían un pobre ajuar funerario, signo de la misérrima «vida» que aguardaba al difunto. Un huevo de avestruz, no obstante, quizá suplicara un posible renacer. Las tumbas reales de Ur, del 2500 a. C., contenían, por el contrario, tesoros de oro y plata. Mas éstos no habían sido depositados para hacer la «vida» en el más allá placentera, sino que tenían que servir para comprar la benevolencia de los poderes infernales, lo que expresaba el terror ante una vida espectral.

 

10. El legado sumerio

 

La descomposición del burocrático imperio de Ur III, a finales del III milenio a. C., selló el fin del sur de Mesopotamia. Desde entonces y hasta la invasión árabe, en el siglo VII d. C., los centros de poder se desplazaron hacia el norte (Babilonia, Assur, Nínive) y el este (Persépolis). La lengua sumeria dejó pronto de ser una lengua hablada, aunque siguió como lengua escrita, diplomática y de culto, hasta el I milenio a. C.

 

Modos de relacionarse con el mundo, como son el urbanismo y la ciudad, la escritura, la realeza, la economía, las leyes, las unidades de peso y medidas, el sistema sexagesimal -utilizado hoy para medir el tiempo-, vigentes hoy en día en casi todas las culturas, se originaron en Súmer. Las dos grandes fuentes de la cultura occidental, griega y bíblica, están enraizadas en el Próximo Oriente antiguo.

 

11. Súmer y el arte contemporáneo

 

Samuel Noah Kramer (1897-1990), el padre de los estudios sumerios, publicó en 1956 el celebrado ensayo La historia empieza en Súmer. Traducido a un gran número de lenguas y reeditado sin interrupción, cuenta en un lenguaje ameno todas las aportaciones culturales y sociales, esenciales para la vida humana en común (referentes especialmente a la escuela, las leyes, la escritura, el cálculo, la arquitectura, etc.), de los pobladores del sur de Mesopotamia en los milenios IV y III a. C.

 

El éxito del texto fue inmediato y su influencia, incalculable. De pronto, los legados grecolatino y bíblico -que constituían la base de la cultura «occidental» y que los artistas cubistas y surrealistas, fascinados por las «artes primitivas» y por el arte románico, ibérico y celta, no naturalistas, ya habían cuestionado- quedaban relativizados ante las aportaciones de la cultura sumeria. Desde entonces, no han cesado los estudios dedicados a todo lo que las culturas griega y hebrea deben a la cultura del sur de Irak.

 

Súmer parecía ser el origen de todas las formas de cultura. Era muy anterior a Grecia y no estaba marcada, contaminada, por ésta. Era, por otra parte, la primera cultura. Las formas culturales más puras y esenciales tenían que ser, necesariamente, sumerias, antes de que intereses y guerras las hubieran contaminado. Súmer aparecía como un oasis y un edén: el lugar y el momento en el que los hombres se descubrieron como humanos y se respetaron a sí mismos. Súmer adquiría una aureola mítica: la cultura en su estado más genuino. Había que volver la vista a ella, y estudiar sus logros.

 

Un poeta norteamericano, Charles Olson (1910-1970), rector del innovador Black Mountain College -una institución privada dedicada a la enseñanza de las artes, donde se fomentaba el aprendizaje libre, a cargo de profesores como Josep Albers, Robert Rauschenberg o John Cage-, quedó deslumbrado por la cultura sumeria. Olson se dedicó a recrear el Poema de Gilgame? y otros relatos míticos escritos en sumerio. A través de los modelos sumerios, Olson pretendía, como escribía en Human Universe, «restaurar la casa humana».

 

La influencia de Olson fue inmensa. Toda la generación Beat le debe su energía y sus mejores logros. La revuelta social y política de finales de los cincuenta y los sesenta se enraíza en Olson. El arte que da primacía a un contenido originario, casi un grito gutural, ajeno a las formalidades, propias del Letrismo, que tanta influencia tuvo en los movimientos neodadaístas en Europa (desde los Situacionistas hasta e movimiento Fluxus), entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, proviene de la mirada de Olson sobre la cultura sumeria, de sus sueños y fantasías sobre lo que los sumerios fueron y representaron.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Cabeza de mujer devota. Período dinástico temprano, 2900-2334 aC.

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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