Descripción de la Exposición
ANDREA RUBIO
Bailar el blanco: estrategias de liberación para una mano subordinada.
Un dibujo, aun esforzándose en saber ver, cuestiona las apariencias, lo meramente contingente y cambiante. Rastrea estructuras subyacentes. Lo explicaba muy bien Berger¹: incluso un dibujo que represente con precisión y verosimilitud la realidad, un instante o fragmento de ese fluir continuo que es la vida, en realidad, es un condensador de tiempo, percepciones y estados de ánimo. Un dibujo en plenitud contiene la experiencia vivida y la experiencia del mirar, muchas horas de examen y contemplación. Por eso el dibujo, al final, habita otro tiempo y su presencia se convierte en un desafío a la desaparición, se convierte en un espacio que nos acoge, denso, profundo y lleno de aprendizajes.
Es paradójica esta doble temporalidad, porque exigiendo una experiencia temporal de contemplación (hacia-entre-dentro-tras) inmensa, su ejecución se puede resolver en segundos. Es la técnica más inmediata de todas, la más desnuda: los dibujos revelan fácilmente el proceso de ejecución, el titubeo, o, por el contrario, la osadía de hacer lo que en realidad uno todavía no sabe. Quizás por todo esto, por su sinceridad, por su corporalidad y su doble temporalidad, el dibujo da miedo y es, en estos tiempos, tan amado como olvidado. Andrea, durante años, lo abandonó.
“Aquí (indicando un punto dentro de una manzana), esto es lo que sabía, aquí cerca sin embargo está vacío, porque aquí todavía no sabía”, nos cuenta Rilke a propósito de Cézanne². Dibujar es conocer, o mejor, es cuestionar lo que sabes para adentrarte en una búsqueda constante hasta que consigues saber algo y hacerlo visible: entonces aparece el dibujo. Transmitir esa búsqueda y las herramientas necesarias para el viaje, es lo que se ha propuesto Andrea, revisando modelos pedagógicos, metodologías, inercias polvorientas… haciéndose responsable como artista y educadora, porque lo más fácil es replicar patrones y lo más complejo hacer autocrítica (tomar conciencia de no saber dibujar, la valentía del no) y ser tu propio conejillo de indias.
Nuestros contextos educativos no es que estén favoreciendo precisamente eso de ensanchar la esfera de lo decible y lo pensable³, sobre todo en el ámbito de las artes y las humanidades (relegadas al cuarto oscuro o a los macarrones coloreados). Escuelas y universidades se mueven entre el sueño de los papeles amarillos (la repetición, como en el dibujo, es la primera de las drogas —nos lo recordaba Michaux⁴) y la asunción de valores empresariales.
Además, hace tiempo que vivimos en plena inflación de imágenes, manejando con fluidez nuestra visión ecológica, obediente y utilitaria (esa que ve rápido y poco, pero práctica y rentable). No sabemos ni lo que vemos y eso que se supone que solo vemos lo que sabemos. Con este fardo entre manos, con este inmenso prefabricado (la historia del arte, por ejemplo) que transmitimos y nos induce a mantenernos fieles ¿cómo es posible dejarse andar, que la mano se lance con hipnótica inocencia, sin esfuerzo o malicia, sobre la superficie blanca de una hoja? ¿Cómo quitarse de encima todo eso? ¿Cómo vencer el miedo? ¿Cómo recuperar el placer del momento creativo? ¿Cómo transferirlo? Cómo hacer que volvamos a experimentar el placer del dibujo, la intensidad del proceso creativo, esos momentos que son apertura y conexión, empatía con lo otro, atención, exploración, identificarse con lo mirado, ser manzana, pájaro, vacío o línea, incorporarlo en nuestro movimiento, en nuestro cuerpo y en nuestros estados de ánimo.
Andrea Rubio se planteó de alguna manera todas estas preguntas, como artista y como educadora, ya que no podemos entender su obra artística desvinculada de su labor pedagógica. La responsabilidad que asumía era mayor. La respuesta fue crear juegos, estrategias de liberación para una mano subordinada. Volvió a la infancia, al garabato primordial, que tiene mucho de pulsión y placer en el hacer, el placer del acto mismo más allá del resultado. Y empezó por donde tiene que iniciar todo, por aquello que entusiasma: volvió a la danza, que es movimiento y dibujo efímero en el espacio. Volvió a dibujar con todo el cuerpo, con dificultad, tanteando. Nada que (de)mostrar. Las obras que presenta Andrea, son solo un hito en el camino, ni el punto de partida ni el de llegada, son dibujos de trabajo resultado de sus propias artimañas. Se concentra en lo más elemental y sin distracciones: líneas que hacen camino y crean contornos en los que se pierde y se encuentra, con un movimiento concentrado, para que le hagan ver, líneas que oscilan entre la duda (pausa, quiebro, inercia) y la afirmación (quiebro, gesto, repetición) y así van generando su propio ritmo. La reflexión reduce velocidad. La mano se va liberando, aunque contenida y reflexiva: va preservando lo que encuentra. Esta oscilación entre la duda y la afirmación, es el ritmo del proceso mismo de aprendizaje.
La muestra es por tanto un proyecto estético y (auto)pedagógico. El acento no está en las obras de Andrea Rubio, sino en los procesos y herramientas creativas que transfiere al espectador/a, a quién involucra y anima a participar de forma activa con su propia experiencia creativa. En el espacio conviven objetos, imágenes y partituras: propuestas de ejercicios posibles ideados y puestos en práctica por la propia artista cuando se propuso aprender (de nuevo) a dibujar.
Luis Camnitzer anota cómo la potencialidad política de una obra de arte, no radica en el objeto artístico, sino en su apertura para relacionarse con el público, incentivando su capacidad creativa. La sala blanca, como un papel por dibujar, está pensada para que nos dejemos bailar y liberemos la mano y el cuerpo entero del aburrimiento y del miedo, serenamente.
Virginia López
Comisaria de la exposición
notas del texto:
¹ John Berger, Sobre el dibujo, editorial GG, 2011.
² Rainer Maria Rilke, Lettere su Cézanne. Passigli editore, Firenze, 2001.
³ Luis Camnitzer. Hospicio de utopías fallidas. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2018. (catálogo de la exposición)
⁴ Henri Michaux. Sulla via dei Segni. Ed. Graphos. Genova, 1998. A cura di Lucetta Frisa
Andrea Rubio_BIO
Andrea Rubio es Doctora en Artes y Educación por la Universidad de Granada y licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. Desarrolla su trabajo artístico conectando los ámbitos del arte, la investigación y la docencia. Es educadora artística en el Proyecto Lainopia y profesora asociada del área de Didáctica de la Expresión Plástica de la Universidad de Oviedo. Entre sus últimos proyectos: La metáfora educativa: El arte como detonante del aprendizaje (Centro Valey, 2017) y Ajardinando. Sobre plantas salvajes y niñxs de interior (sala Borrón, 2020), además de participar en exposiciones colectivas en Asturias, Granada y Madrid, destacando la Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias 2019 y 2021, y Un relato polifónico. Arte Asturiano 2010-2020. En 2021 le conceden el Premio Asturias Joven de Artes Plásticas.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España