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Andalucía en el imaginario de Fortuny

Exposición / CaixaForum Sevilla / Complejo Torre Sevilla (Isla de la Cartuja) C/Gonzalo Jiménez de Quesada, 2 / Sevilla, España
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Cuándo:
21 sep de 2017 - 07 ene de 2018

Inauguración:
21 sep de 2017

Comisariada por:
Francesc M. Quílez

Organizada por:
CaixaForum Sevilla, Fundación "la Caixa", MNAC - Museu Nacional d'Art de Catalunya

Artistas participantes:
Mariano Fortuny y Marsal
Etiquetas
Dibujo  Dibujo en Sevilla  Pintura  Pintura en Sevilla 

       


Descripción de la Exposición

Durante dos largos e intensos años, Mariano Fortuny (1838-1874) protagonizó una relación sentimental con el paisaje de Andalucía con el que llegó a sentirse fuertemente identificado y en el que vivió uno de los momentos más felices de su vida, en especial en Granada. Dos años que le permitieron seguir mostrando su querencia por el dibujo, un medio de expresión en el que siempre se sintió a gusto y en el que obtuvo logros muy destacados. Sus trabajos gráficos nos permiten adentrarnos en el andamiaje del proceso creativo y un acercamiento más detallado a algunos de los episodios más representativos del período. La muestra Andalucía en el imaginario de Fortuny organizada por la Obra Social "la Caixa", el Patronato de la Alhambra y Generalife y el Museu Nacional d´Art de Catalunya, está compuesta por un total de 133 obras, con una amplia representación de dibujos y bocetos, junto a algunos de los oleos más representativos realizados por Fortuny durante su estancia en Andalucía entre 1870 y 1872, como La matanza de los Abencerrajes, La Maestranza de Sevilla o Los marroquíes. La exposición cuenta con préstamos de una docena de instituciones de prestigio nacional e internacional como el MNAC, Museo del Louvre, Museo de Orsay, Palacio Fortuny de Venecia, Biblioteca Nacional, Museo del Prado, Museo Goya de Castres y un importante número de coleccionistas privados. El proyecto Andalucía en el imaginario de Fortuny, una exposición producida por la Obra Social "la Caixa", el Patronato de la Alhambra y Generalife y el Museu Nacional d´Art de Catalunya, reconstruye la fascinación que el artista sintió por Andalucía y en especial por la Alhambra tras su estancia en la fortaleza nazarí entre 1870 y 1872. La muestra está formada por un total de 133 obras, la mayor parte dibujos y bocetos realizados por Mariano Fortuny durante su estancia en Andalucía entre 1870 y 1872, complementados por algunos de sus oleos más representativos de esa etapa. Una docena de instituciones de prestigio nacional e internacional como el Museo del Louvre, Museo de Orsay, Palacio Fortuny de Venecia, MNAC, Biblioteca Nacional, Museo del Prado y Museo Goya de Castres, así como un importante número de coleccionistas privados han cedido obras para esta exposición. La muestra, comisariada por Francesc Quílez, llega a CaixaForum Sevilla tras su exhibición en la Alhambra de Granada y CaixaForum Zaragoza. Fortuny ya era un pintor de gran prestigio a su llegada a Andalucía. Sin embargo, se adentró en Granada con la idea de buscar un espacio y un tiempo para la redefinición de su propia pintura, protagonizada hasta entonces por temáticas costumbristas, denominadas de casacón, y que le habían reportado una gran fama, pero de las que el artista de Reus empezaba a renegar. En Granada encontró la inspiración que buscaba y quedó fascinado por los callejones de la ciudad, el descubrimiento de la Alhambra, el interés por el pasado árabe, la pasión coleccionista y el gusto por lo oriental. Andalucía representa para Fortuny una inspiración orientalista donde encuentra los escenarios para la renovación de su pintura, el contexto que le ayuda a reiniciar su andadura creativa. A partir de este momento, su obra contiene referencias a la ciudad, sus paisajes y recorridos urbanos protagonizados por curiosos personajes de la época. Pinturas de la importancia de La matanza de los abencerrajes, La Maestranza de Sevilla o Los marroquíes, entre otras, pertenecen a esta etapa creativa, una de las de mayor crecimiento de su trayectoria. Durante su estancia granadina nació su hijo Mariano, cuyo bautizo se celebró en la Alhambra, como muestra la foto de toda la familia Fortuny-Madrazo delante de la fachada del Palacio de Comares. Aquí recibió la visita de gran número de artistas y amigos de su círculo como los Madrazo, Martín Rico o Moragas, pero también artistas europeos como Clairin, Regnault o Benjamin Constant y a todos ellos les transmitió su interés por el orientalismo que representaba la Alhambra como etapa tardía del Grand Tour. AMBITOS DE LA EXPOSICIÓN El mapa de una ciudad Con anterioridad al traslado a Andalucía, Fortuny ya había demostrado un interés inusitado por la representación de escenas de calle. Esta curiosidad impenitente arrancó ya en los primeros años de formación, aquellos que transcurrieron en la ciudad de Barcelona, y tuvo su continuidad tanto en las breves visitas realizadas en las ciudades del norte de Marruecos, como en Roma, ciudad en la que realizó las estancias más prolongadas, ya que en ella decidió fijar su residencia. Sin embargo, en el caso de Granada, con independencia de la coincidencia temática y en términos formales, su lenguaje experimentó una evidente transformación que se tradujo en una ausencia del tradicional pintoresquismo ochocentista, la recurrente y tópica estampa romántica. Lejos de estos referentes, la principal aportación de Fortuny a la construcción de la imagen de la ciudad fue la voluntad de recrear el entramado de un lugar laberíntico, formado por un sinfín de calles y plazas sinuosas, serpenteantes, que se entrecruzan entre sí y trazan un escenario de ensueño, hasta el punto de convertirse en una ciudad más imaginada que real. En esta cartografía sentimental de la ciudad, el pintor encontró un espacio para la representación de determinados lugares emblemáticos que, a diferencia del habitual peregrinaje por un trazado de calles entreveradas, incluyó algunos de los enclaves granadinos más populares y representativos. Sitios como el antiguo Ayuntamiento, la Capilla Real y, por supuesto, el conjunto de la Alhambra despertaron en él un vivo interés. Los placeres y los días Andalucía conquistó a Fortuny desde muchos puntos de vista: la tranquilidad, el clima, la belleza natural, la arquitectura, las artes del objeto, incluso sus habitantes y sus costumbres, hicieron mella en el espíritu creador del artista, llevándolo a cultivar una pintura al aire libre que emanaba una nueva esencia renovada. Sin embargo, en la producción de esta época el artistase sintió atraído nuevamente por la pintura de género de casacón, ambientada en el siglo XVIII, que tanto había satisfecho las aspiraciones del público burgués años atrás. El baile flamenco, del que pudo tomar apuntes del natural, tanto en Granada como en Sevilla, fue otro de los puntos de interés en este período, así como la cerámica hispanomusulmana, que reflejó en algunas de las obras de este momento y que, como veremos más adelante, llegó a ser objeto de una colección. Atraído igualmente por las pinceladas vibrantes y minuciosas de las estampas japonesas, Fortuny reflejó esa influencia en diversos apuntes de florespero, por encima de todo, siguió desplegando esa capacidad de análisis del natural que lo rodeaba, indagando sobre los efectos que la luz provocaba sobre las escenas al aire libre, consiguiendo un vínculo emocional y artístico que uniría a nuestro artista con el paisaje andaluz. Entre la realidad y el deseo El contrato establecido con uno de los marchantes más influyentes del momento, Adolphe Goupil, obligó a Fortuny, durante su estancia en Granada, a seguir cultivando la producción orientalista y de casacón de la que el artista reusense ya empezaba a estar cansado porque, según sus propias palabras, no eran «la expresión verdadera de mi talento». Sin embargo, hay que subrayar aquí la importancia que la obra gráfica adquiere en este período. Fortuny consiguió ensalzar el valor artístico del dibujo rompiendo con los cánones peyorativos que lo reducían a un valor marginal, como un recurso auxiliar e instrumental de la pintura, para pasar a lograr valor artístico en sí mismo. Estos dibujos permiten reconstruir el largo y reflexivo proceso creativo del artista, reconociéndolos como una forma de expresión propia de Fortuny con la que siempre alcanzó logros creativos y compositivos. En octubre de 1871, Fortuny, Josep Tapiró y Bernardo Ferrándiz emprendieron un viaje al norte de África, concretamente a Tánger y Tetuán. Esta última ciudad ya había sido visitada por nuestro artista en 1860, como cronista de la guerra hispano-marroquí, y este hecho le permitió renovar el lenguaje figurativo que hasta ahora había cultivado, inclinándose hacia un mayor interés por las costumbres marroquíes, una atracción por el color al igual que por la plasmación de los efectos atmosféricos y de la luz. La Alhambra como telón de fondo Durante el tiempo que residió en Granada, Fortuny convirtió el palacio de la Alhambra en escenario habitual de algunas de sus composiciones, no sólo las orientalistas –aquellas que al fin y al cabo eran las más previsibles–, sino también, aunque menos numerosas que las anteriores, las de temática de género. Para un pintor como él, habituado al cultivo de las escenas más tópicas y comunes del imaginario europeo orientalista, la Alhambra vino a representar la materialización de un sueño, a colmar un viejo anhelo. Sin duda, era el marco perfecto para que su orientalismo adquiriera una dimensión escenográfica de la que hasta entonces había carecido. En este sentido, el contacto con el monumento nazarí tuvo un efecto luminoso y revelador, porque representó un cambio de registro temático que lo condujo a un proceso de historización anteriormente ausente en este tipo de composiciones. Fortuny se sirvió de la Alhambra para reorientar y dotar de entidad escénica una de las temáticas que más celebridad le habían otorgado. A pesar de que el mítico escenario estaba connotado del lógico esplendor nazarí y constantemente remitía a este legado andalusí, el artista no hizo un uso unívoco de las posibilidades del espacio, sino que también recurrió a él para ambientar algunas escenas de casacones, pobladas de personajes ataviados con indumentaria de mosquetero o espadachín, en sintonía con la pintura de género de la que era un reputado especialista. El realismo naturalista A lo largo de toda su carrera artística, Fortuny no fue ajeno a un tipo de prácticas naturalistas que le sirvieron de acicate y revulsivo para neutralizar cualquier tentación de caer en una inercia acomodaticia. En términos generales, el interés por la representación de motivos naturales le sirvió para enfrentarse a nuevos retos y a la necesidad de resolver antiguos desafíos, entre los que la incidencia de la luz sobre los objetos, localizados en escenarios al aire libre, tuvieron un gran protagonismo durante la etapa de actuación granadina. Uno de los aspectos en los que mejor se evidenció esta nueva forma de entender el proceso creativo se manifestó en la realización de estudios al aire libre de viejos con el torso desnudo al sol. El contacto directo con el motivo incentivó su capacidad de observación y lo ayudó a transitar por territorios que ya había explorado anteriormente, especialmente cuando tuvo ocasión de trabajar en Marruecos. Al mismo tiempo, la oportunidad de trabajar al aire libre le permitió enriquecerse técnicamente, adoptando, como es obvio, un registro más luminoso, fruto de una relación directa con el objeto pictórico. Sin duda, esta casual circunstancia le ayudó en un proceso de maduración que el pintor parecía anhelar, al sentir el impulso de superar los viejos hábitos adquiridos en el taller y que le habían conducido a la adopción de soluciones mecanicistas y convencionales, por una actitud más receptiva a establecer una relación dialéctica con la naturaleza y poder lograr una mayor verosimilitud poética. El fetichismo del objeto Más allá de la natural dedicación a la creación artística, los años de residencia en Andalucía acrecentaron el interés de Fortuny por el coleccionismo de antigüedades. En realidad, la antigua afición, que ya había practicado en épocas anteriores de su vida, sufrió un proceso de revitalización fruto del contacto directo con los vestigios patrimoniales que aún conservaba la ciudad. Sin duda, la existencia de un rico legado andalusí motivó el deseo de enriquecer la que llegaría a ser una de las mejores colecciones de antigüedades de su tiempo, con objetos materiales de origen árabe. En este sentido, sin llegar a alcanzar el reconocimiento que obtuvieron los grandes eruditos o especialistas de su tiempo, sí que debemos atribuirle un criterio muy superior al que podía reunir un simple aficionado o diletante. Según la apreciación de su amigo, el también pintor Martín Rico, Fortuny gozó de una especial capacidad de discernir los objetos auténticos de los falsos, lo que lo convirtió en un reputado especialista y le abrió las puertas a la consideración de grandes connoisseurs de su tiempo, como fue el caso del barón Charles Davillier u otros grandes eruditos con los que compartió una misma obsesión por la cultura objetual. No en vano, durante estos años, el esfuerzo realizado fructificó con el logro de piezas de un gran valor artístico y arqueológico, entre las que sobresale el magnífico Jarrón Fortuny o el Azulejo que conserva el Instituto Valencia de Don Juan. La colección de dibujos Ya es conocida la querencia de Fortuny por el trabajo sobre soporte de papel. A lo largo de su dilatada trayectoria, el reusense mantuvo una estrecha relación con una de las disciplinas nucleares de la práctica artística. A esta afición se refería uno de sus primeros biógrafos, Josep Yxart, en la monografía dedicada al artista y publicada en 1881: «Dibuja y pinta incesantemente del natural, en la calle, en el campo, emplea en la labor los días de asueto, las horas de ocio: graba, ilumina fotografías, dibuja en la piedra litográfica; su actividad abarca los diversos ramos de las artes del dibujo». De este modo, nos hemos situado en el epicentro de las obras que integran los fondos de la colección de dibujos del Patronato de la Alhambra. Nos referimos al grupo formado por una treintena de obras, la mayoría de las cuales, salvo alguna puntual excepción, se emplaza en la etapa de actividad romana. En términos generales, estamos ante un importante legado patrimonial que documenta uno de los momentos más fértiles del trabajo de Fortuny, el correspondiente a la etapa italiana y más concretamente uno de los más troncales y duraderos de su dilatada trayectoria profesional. Durante estos años, que van de 1863 a 1866, el pintor fijó su residencia en la ciudad y se afianzó como uno de los pintores españoles más reputados de su tiempo. El influjo sevillano A lo largo del recorrido expositivo hemos podido comprobar la estrecha relación que durante dos años mantuvo Fortuny con Granada y la importancia que tuvo la ciudad en el devenir creativo del artista. Sin llegar a eclipsar el evidente protagonismo de la que fuera capital del renio nazarí, también Sevilla, aunque de forma más intermitente, fue una auténtica revelación de sus más célebres rincones, como la Casa de Pilatos o los jardines de los Reales Alcázares, fueron objeto de su interés artístico. Si bien no llegó a fijar residencia en Sevilla –a pesar de que en algún momento expresó la idea de materializar ese deseo-, siempre mantuvo una relación especial con la ciudad, que se convirtió en el escenario de algunas de sus composiciones taurinas más emblemáticas. La pasión por esta temática la encontramos ejemplificada en la excelente representación de la plaza de toros de La Maestranza y en los dibujos preparatorios relacionados con el mundo de la tauromaquia, obras todas elles presentes en la exposición y que nos adentran en su proceso creativo. Por otra parte, la relación de amistad que mantuvo con algunas personalidades sevillanas le permitió acceder al conocimiento de algunos tesoros artísticos que acrecentaron su reconocida afición coleccionista. Durante dos largos e intensos años, Mariano Fortuny (1838-1874) protagonizó una relación sentimental con el paisaje de Andalucía con el que llegó a sentirse fuertemente identificado y en el que vivió uno de los momentos más felices de su vida, en especial en Granada. Dos años que le permitieron seguir mostrando su querencia por el dibujo, un medio de expresión en el que siempre se sintió a gusto y en el que obtuvo logros muy destacados. Sus trabajos gráficos nos permiten adentrarnos en el andamiaje del proceso creativo y un acercamiento más detallado a algunos de los episodios más representativos del período. La muestra Andalucía en el imaginario de Fortuny organizada por la Obra Social "la Caixa", el Patronato de la Alhambra y Generalife y el Museu Nacional d´Art de Catalunya, está compuesta por un total de 133 obras, con una amplia representación de dibujos y bocetos, junto a algunos de los oleos más representativos realizados por Fortuny durante su estancia en Andalucía entre 1870 y 1872, como La matanza de los Abencerrajes, La Maestranza de Sevilla o Los marroquíes. La exposición cuenta con préstamos de una docena de instituciones de prestigio nacional e internacional como el MNAC, Museo del Louvre, Museo de Orsay, Palacio Fortuny de Venecia, Biblioteca Nacional, Museo del Prado, Museo Goya de Castres y un importante número de coleccionistas privados. El proyecto Andalucía en el imaginario de Fortuny, una exposición producida por la Obra Social "la Caixa", el Patronato de la Alhambra y Generalife y el Museu Nacional d´Art de Catalunya, reconstruye la fascinación que el artista sintió por Andalucía y en especial por la Alhambra tras su estancia en la fortaleza nazarí entre 1870 y 1872. La muestra está formada por un total de 133 obras, la mayor parte dibujos y bocetos realizados por Mariano Fortuny durante su estancia en Andalucía entre 1870 y 1872, complementados por algunos de sus oleos más representativos de esa etapa. Una docena de instituciones de prestigio nacional e internacional como el Museo del Louvre, Museo de Orsay, Palacio Fortuny de Venecia, MNAC, Biblioteca Nacional, Museo del Prado y Museo Goya de Castres, así como un importante número de coleccionistas privados han cedido obras para esta exposición. La muestra, comisariada por Francesc Quílez, llega a CaixaForum Sevilla tras su exhibición en la Alhambra de Granada y CaixaForum Zaragoza. Fortuny ya era un pintor de gran prestigio a su llegada a Andalucía. Sin embargo, se adentró en Granada con la idea de buscar un espacio y un tiempo para la redefinición de su propia pintura, protagonizada hasta entonces por temáticas costumbristas, denominadas de casacón, y que le habían reportado una gran fama, pero de las que el artista de Reus empezaba a renegar. En Granada encontró la inspiración que buscaba y quedó fascinado por los callejones de la ciudad, el descubrimiento de la Alhambra, el interés por el pasado árabe, la pasión coleccionista y el gusto por lo oriental. Andalucía representa para Fortuny una inspiración orientalista donde encuentra los escenarios para la renovación de su pintura, el contexto que le ayuda a reiniciar su andadura creativa. A partir de este momento, su obra contiene referencias a la ciudad, sus paisajes y recorridos urbanos protagonizados por curiosos personajes de la época. Pinturas de la importancia de La matanza de los abencerrajes, La Maestranza de Sevilla o Los marroquíes, entre otras, pertenecen a esta etapa creativa, una de las de mayor crecimiento de su trayectoria. Durante su estancia granadina nació su hijo Mariano, cuyo bautizo se celebró en la Alhambra, como muestra la foto de toda la familia Fortuny-Madrazo delante de la fachada del Palacio de Comares. Aquí recibió la visita de gran número de artistas y amigos de su círculo como los Madrazo, Martín Rico o Moragas, pero también artistas europeos como Clairin, Regnault o Benjamin Constant y a todos ellos les transmitió su interés por el orientalismo que representaba la Alhambra como etapa tardía del Grand Tour. AMBITOS DE LA EXPOSICIÓN El mapa de una ciudad Con anterioridad al traslado a Andalucía, Fortuny ya había demostrado un interés inusitado por la representación de escenas de calle. Esta curiosidad impenitente arrancó ya en los primeros años de formación, aquellos que transcurrieron en la ciudad de Barcelona, y tuvo su continuidad tanto en las breves visitas realizadas en las ciudades del norte de Marruecos, como en Roma, ciudad en la que realizó las estancias más prolongadas, ya que en ella decidió fijar su residencia. Sin embargo, en el caso de Granada, con independencia de la coincidencia temática y en términos formales, su lenguaje experimentó una evidente transformación que se tradujo en una ausencia del tradicional pintoresquismo ochocentista, la recurrente y tópica estampa romántica. Lejos de estos referentes, la principal aportación de Fortuny a la construcción de la imagen de la ciudad fue la voluntad de recrear el entramado de un lugar laberíntico, formado por un sinfín de calles y plazas sinuosas, serpenteantes, que se entrecruzan entre sí y trazan un escenario de ensueño, hasta el punto de convertirse en una ciudad más imaginada que real. En esta cartografía sentimental de la ciudad, el pintor encontró un espacio para la representación de determinados lugares emblemáticos que, a diferencia del habitual peregrinaje por un trazado de calles entreveradas, incluyó algunos de los enclaves granadinos más populares y representativos. Sitios como el antiguo Ayuntamiento, la Capilla Real y, por supuesto, el conjunto de la Alhambra despertaron en él un vivo interés. Los placeres y los días Andalucía conquistó a Fortuny desde muchos puntos de vista: la tranquilidad, el clima, la belleza natural, la arquitectura, las artes del objeto, incluso sus habitantes y sus costumbres, hicieron mella en el espíritu creador del artista, llevándolo a cultivar una pintura al aire libre que emanaba una nueva esencia renovada. Sin embargo, en la producción de esta época el artistase sintió atraído nuevamente por la pintura de género de casacón, ambientada en el siglo XVIII, que tanto había satisfecho las aspiraciones del público burgués años atrás. El baile flamenco, del que pudo tomar apuntes del natural, tanto en Granada como en Sevilla, fue otro de los puntos de interés en este período, así como la cerámica hispanomusulmana, que reflejó en algunas de las obras de este momento y que, como veremos más adelante, llegó a ser objeto de una colección. Atraído igualmente por las pinceladas vibrantes y minuciosas de las estampas japonesas, Fortuny reflejó esa influencia en diversos apuntes de florespero, por encima de todo, siguió desplegando esa capacidad de análisis del natural que lo rodeaba, indagando sobre los efectos que la luz provocaba sobre las escenas al aire libre, consiguiendo un vínculo emocional y artístico que uniría a nuestro artista con el paisaje andaluz. Entre la realidad y el deseo El contrato establecido con uno de los marchantes más influyentes del momento, Adolphe Goupil, obligó a Fortuny, durante su estancia en Granada, a seguir cultivando la producción orientalista y de casacón de la que el artista reusense ya empezaba a estar cansado porque, según sus propias palabras, no eran «la expresión verdadera de mi talento». Sin embargo, hay que subrayar aquí la importancia que la obra gráfica adquiere en este período. Fortuny consiguió ensalzar el valor artístico del dibujo rompiendo con los cánones peyorativos que lo reducían a un valor marginal, como un recurso auxiliar e instrumental de la pintura, para pasar a lograr valor artístico en sí mismo. Estos dibujos permiten reconstruir el largo y reflexivo proceso creativo del artista, reconociéndolos como una forma de expresión propia de Fortuny con la que siempre alcanzó logros creativos y compositivos. En octubre de 1871, Fortuny, Josep Tapiró y Bernardo Ferrándiz emprendieron un viaje al norte de África, concretamente a Tánger y Tetuán. Esta última ciudad ya había sido visitada por nuestro artista en 1860, como cronista de la guerra hispano-marroquí, y este hecho le permitió renovar el lenguaje figurativo que hasta ahora había cultivado, inclinándose hacia un mayor interés por las costumbres marroquíes, una atracción por el color al igual que por la plasmación de los efectos atmosféricos y de la luz. La Alhambra como telón de fondo Durante el tiempo que residió en Granada, Fortuny convirtió el palacio de la Alhambra en escenario habitual de algunas de sus composiciones, no sólo las orientalistas –aquellas que al fin y al cabo eran las más previsibles–, sino también, aunque menos numerosas que las anteriores, las de temática de género. Para un pintor como él, habituado al cultivo de las escenas más tópicas y comunes del imaginario europeo orientalista, la Alhambra vino a representar la materialización de un sueño, a colmar un viejo anhelo. Sin duda, era el marco perfecto para que su orientalismo adquiriera una dimensión escenográfica de la que hasta entonces había carecido. En este sentido, el contacto con el monumento nazarí tuvo un efecto luminoso y revelador, porque representó un cambio de registro temático que lo condujo a un proceso de historización anteriormente ausente en este tipo de composiciones. Fortuny se sirvió de la Alhambra para reorientar y dotar de entidad escénica una de las temáticas que más celebridad le habían otorgado. A pesar de que el mítico escenario estaba connotado del lógico esplendor nazarí y constantemente remitía a este legado andalusí, el artista no hizo un uso unívoco de las posibilidades del espacio, sino que también recurrió a él para ambientar algunas escenas de casacones, pobladas de personajes ataviados con indumentaria de mosquetero o espadachín, en sintonía con la pintura de género de la que era un reputado especialista. El realismo naturalista A lo largo de toda su carrera artística, Fortuny no fue ajeno a un tipo de prácticas naturalistas que le sirvieron de acicate y revulsivo para neutralizar cualquier tentación de caer en una inercia acomodaticia. En términos generales, el interés por la representación de motivos naturales le sirvió para enfrentarse a nuevos retos y a la necesidad de resolver antiguos desafíos, entre los que la incidencia de la luz sobre los objetos, localizados en escenarios al aire libre, tuvieron un gran protagonismo durante la etapa de actuación granadina. Uno de los aspectos en los que mejor se evidenció esta nueva forma de entender el proceso creativo se manifestó en la realización de estudios al aire libre de viejos con el torso desnudo al sol. El contacto directo con el motivo incentivó su capacidad de observación y lo ayudó a transitar por territorios que ya había explorado anteriormente, especialmente cuando tuvo ocasión de trabajar en Marruecos. Al mismo tiempo, la oportunidad de trabajar al aire libre le permitió enriquecerse técnicamente, adoptando, como es obvio, un registro más luminoso, fruto de una relación directa con el objeto pictórico. Sin duda, esta casual circunstancia le ayudó en un proceso de maduración que el pintor parecía anhelar, al sentir el impulso de superar los viejos hábitos adquiridos en el taller y que le habían conducido a la adopción de soluciones mecanicistas y convencionales, por una actitud más receptiva a establecer una relación dialéctica con la naturaleza y poder lograr una mayor verosimilitud poética. El fetichismo del objeto Más allá de la natural dedicación a la creación artística, los años de residencia en Andalucía acrecentaron el interés de Fortuny por el coleccionismo de antigüedades. En realidad, la antigua afición, que ya había practicado en épocas anteriores de su vida, sufrió un proceso de revitalización fruto del contacto directo con los vestigios patrimoniales que aún conservaba la ciudad. Sin duda, la existencia de un rico legado andalusí motivó el deseo de enriquecer la que llegaría a ser una de las mejores colecciones de antigüedades de su tiempo, con objetos materiales de origen árabe. En este sentido, sin llegar a alcanzar el reconocimiento que obtuvieron los grandes eruditos o especialistas de su tiempo, sí que debemos atribuirle un criterio muy superior al que podía reunir un simple aficionado o diletante. Según la apreciación de su amigo, el también pintor Martín Rico, Fortuny gozó de una especial capacidad de discernir los objetos auténticos de los falsos, lo que lo convirtió en un reputado especialista y le abrió las puertas a la consideración de grandes connoisseurs de su tiempo, como fue el caso del barón Charles Davillier u otros grandes eruditos con los que compartió una misma obsesión por la cultura objetual. No en vano, durante estos años, el esfuerzo realizado fructificó con el logro de piezas de un gran valor artístico y arqueológico, entre las que sobresale el magnífico Jarrón Fortuny o el Azulejo que conserva el Instituto Valencia de Don Juan. La colección de dibujos Ya es conocida la querencia de Fortuny por el trabajo sobre soporte de papel. A lo largo de su dilatada trayectoria, el reusense mantuvo una estrecha relación con una de las disciplinas nucleares de la práctica artística. A esta afición se refería uno de sus primeros biógrafos, Josep Yxart, en la monografía dedicada al artista y publicada en 1881: «Dibuja y pinta incesantemente del natural, en la calle, en el campo, emplea en la labor los días de asueto, las horas de ocio: graba, ilumina fotografías, dibuja en la piedra litográfica; su actividad abarca los diversos ramos de las artes del dibujo». De este modo, nos hemos situado en el epicentro de las obras que integran los fondos de la colección de dibujos del Patronato de la Alhambra. Nos referimos al grupo formado por una treintena de obras, la mayoría de las cuales, salvo alguna puntual excepción, se emplaza en la etapa de actividad romana. En términos generales, estamos ante un importante legado patrimonial que documenta uno de los momentos más fértiles del trabajo de Fortuny, el correspondiente a la etapa italiana y más concretamente uno de los más troncales y duraderos de su dilatada trayectoria profesional. Durante estos años, que van de 1863 a 1866, el pintor fijó su residencia en la ciudad y se afianzó como uno de los pintores españoles más reputados de su tiempo. El influjo sevillano A lo largo del recorrido expositivo hemos podido comprobar la estrecha relación que durante dos años mantuvo Fortuny con Granada y la importancia que tuvo la ciudad en el devenir creativo del artista. Sin llegar a eclipsar el evidente protagonismo de la que fuera capital del renio nazarí, también Sevilla, aunque de forma más intermitente, fue una auténtica revelación de sus más célebres rincones, como la Casa de Pilatos o los jardines de los Reales Alcázares, fueron objeto de su interés artístico. Si bien no llegó a fijar residencia en Sevilla –a pesar de que en algún momento expresó la idea de materializar ese deseo-, siempre mantuvo una relación especial con la ciudad, que se convirtió en el escenario de algunas de sus composiciones taurinas más emblemáticas. La pasión por esta temática la encontramos ejemplificada en la excelente representación de la plaza de toros de La Maestranza y en los dibujos preparatorios relacionados con el mundo de la tauromaquia, obras todas elles presentes en la exposición y que nos adentran en su proceso creativo. Por otra parte, la relación de amistad que mantuvo con algunas personalidades sevillanas le permitió acceder al conocimiento de algunos tesoros artísticos que acrecentaron su reconocida afición coleccionista.


Entrada actualizada el el 26 dic de 2017

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