Descripción de la Exposición Serzo es lo más quimérico que tenemos hoy en día en nuestro país, me refiero en el distrito del arte. En sus instalaciones, en sus telas, en el utillaje colateral, en sus dibujos y fotografías, en sus bocetos, en sus animaciones videográficas, en toda esa apasionante cartografía y atrezzo todo es posible. Todo, salvo lo obvio, lo cutre y lo superficial. El hombre solo construye, en su cámara secreta, el andamiaje para dar el salto al más allá. Diseña su propio sueño, pone su mirada en las nubes, bosqueja en una cuartilla las aspas de sus molinos alucinantes o las alas de sus gigantescas mariposas, instala una mullida butaca en la cumbre de un pico, planta un camino de flores casi fosforescentes —un camino que serpentea, como suele serpentear el camino de la belleza y la pureza de las cosas. La obra de Serzo parte siempre de un relato. Es, en el mejor sentido de la palabra, una pintura eminentemente literaria. Su Blinky tiene algo de Lindbergh —el primer hombre en cruzar el gran charco— e intuimos que mucho más de Ícaro —esa mítica referencia del gran batacazo. Lo importante —nos recuerda el artista— no está en el viaje, en nuestra propulsión en el tiempo y el espacio, sino en la elaboración de ese sueño personal, en la secuencia de sus imágenes más significativas. Lo importante de veras reside en la auscultación de ese quejido —a veces convertido en música— de las esferas, el primigenio latido del cosmos. Al disfrutar de su arte total me vienen a la cabeza dos versos de Hart Crane que dicen: “Un hombre dijo al universo: / “¡Señor, existo!” Serzo, creador renacentista que tiende puentes con el Barroco y, más todavía, con el Romanticismo —el hombre en el umbral del mundo, el hombre asomándose al abismo. Los hay que pintan bodegones —bodegones tocados por esa luz mortecina de los objetos estáticos, casi barnizados de polvo. También en la pintura de Serzo se para el tiempo, se congela el gesto, pero con la diferencia de que dicha pintura —el arte todo del autor— está creando incesantemente la ilusión del movimiento. Como nacida de ese vórtice del relato de Poe. A menudo tengo la impresión de que sus óleos eran, en lo primigenio, cuadrantes de oscuridad. Nada más que eso. Y de que sus pinceles, al tocar dicha oscuridad, le contagian la luz. Como ciertas enfermedades nos llenan el cuerpo de sarpullidos y de erupciones, de sangre algo enloquecida que parece querer estallar bajo la piel, el pincel de Serzo pincha la luz en una tela en penumbras, en un telón —palabra, ésta, de todo punto apropiada— que esconde el gran escenario de sombras de la mente humana. El show de la comedia humana. El hombre de genio que pone todo a disposición de su quimera. El artífice total, artista como la copa de un pino y artesano ducho en las artes más complejas. Serzo sabe que la belleza —de la que su obra constituye una interpelación emocionante— deviene en una obsesión inasible y aun así vehicular de todo cuanto proyecta y realiza el hombre de genio.
Exposición. 12 nov de 2024 - 09 feb de 2025 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Madrid, España