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Alfonso Gortazar. Dibujos y collages

Exposición / Juan Manuel Lumbreras / Henao, 3 / Bilbao, Vizcaya, España
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Cuándo:
23 may de 2012 - 13 jul de 2012

Inauguración:
23 may de 2012

Organizada por:
Juan Manuel Lumbreras

Artistas participantes:
Alfonso Gortázar
Etiquetas
Pintura  Pintura en Vizcaya 

       


Descripción de la Exposición

La exposición la forman una treintena de óleos junto a una colección de collages.

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'Me temo que el pintor actual -salvo unos

cuantos privilegiados- viven un poco

con cierta sensación de precariedad.'

Alfonso Gortázar

 

DE LO PRECARIO

 

Después de nueve años sin exponer en su ciudad y tras su importante muestra en el Museo Artium de Vitoria, hace cinco, Alfonso Gortázar reaparece de nuevo en Bilbao. La presente exposición, formada por una treintena de oleos y una colección de collages, realizados a lo largo de los cuatro últimos años, describe en su temática el tránsito vital de nuestra convulsa existencia apaleada por las vicisitudes económicas y la crisis de los valores que creíamos inmutables. Con el lenguaje metafórico que siempre ha caracterizado a su pintura, Gortázar traza un recorrido que arranca en aquellos años de plena confianza en nuestras propias fuerzas, hasta los momentos actuales en que nuestra firmeza se precipita en la debacle de lo incierto; desde la seguridad insultante de hace un quinquenio, hasta la actual amenaza inesperada de nuestra precaria fragilidad.

 

Cronológicamente hablando, el primer cuadro de la exposición es un gran mural de 200 x 500 centímetros, completamente rojo, pintado a caballo entre el año 2007 y siguiente, momento que señala el punto de inflexión entre una etapa de prolongado crecimiento económico y otra marcada por la acelerada caída hasta el abismo de la pobreza. Aunque en su concepción el cuadro responda explícitamente a un propósito muy concreto -un estudio pictórico de los mil y un matices de un color primario, el rojo- al situarnos el pintor frente a un gran escaparate repleto de mercaderías de todo tipo, la imagen se nos muestra como la representación del placer de la fiebre consumista, una invitación a la compra de ricas viandas, embutidos y mariscos, hoy vedados a una buena parte de la sociedad, además de otros productos prescindibles por banales. El exultante color rojo refuerza la idea de una vida plena, alegre y confiada, alejada de preocupaciones en lo material, en el que ni siquiera falta el acceso prohibido a un lugar privado etiquetado con 'Rouge', que pone una divertida nota de lujuria en el conjunto del cuadro. El asunto de esta obra que hoy nos puede parecer descon textualizado de la realidad social que nos toca vivir, se convierte, no obstante, en documento gráfico de una época bien cercana, en las que las luces de neón rojo que deslumbraban nuestra arcadia feliz nos impedían ver la cruda realidad de lo que se escondía tras ellas.

 

De ese mismo año 2008 es el cuadro de 100 x 100 centímetros, única pintura de la actual exposición con presencia de seres humanos: el propio pintor y la clienta que llega para solicitar un cuadro al artista. El tema nos remite, asimismo, a tiempos más dinámicos para el mercado del arte, hoy en trance de desaparecer, cuando los creadores podían malhumorarse ante la visita inoportuna de una rica comitente que interrumpía su trabajo, su siesta, o su rato de ocio.

 

También de esa primera época podemos considerar tres obras colgadas en la exposición: un paisaje de Almería con una casa blanca recortada sobre un mar de color azul intenso, un refugio de invierno del pintor al pie de una montaña, y un interior postcubista de la vivienda imaginaria del artista, con predominio de colores cálidos. En estas tres ordenadas composiciones no afloran aún síntomas de desesperanza; antes al contrario, la firmeza de las construcciones y el lugar donde se ubican nos introduce en espacios privados donde disfrutar de la vida familiar y de trabajo.

 

Hay una serie de cuadros aparentemente alegres, si bien teñidos de esa melancolía que el crítico Juan Manuel Bonet descubre en los trabajos de Gortázar, en los que podemos descifrar vestigios simbólicos de un futuro menos prometedor. El mayor de todos ellos es un óleo de 100 x 200 centímetros, en el que aparecen siete caballetes con sus correspondientes lienzos en blanco esparcidos por un campo de brillantes colores primaverales; los lienzos en blanco que se muestran reiteradamente en las obras de Gortázar, encarnan las dudas de todo artista a la hora de plasmar la pintura en el soporte; la enigmática acumulación de lienzos en pequeños espacios cerrados es frecuente en la obra del bilbaíno, pero es esta la primera vez en que los mismos se encuentran diseminados por el paisaje, como si se tratara de un concurso de pintura al aire libre en un momento previo a la llegada de los pintores, alguno de los cuales, a juzgar por los restos de comida y una paleta de colores en la que el pincel ha sido sustituido por un pimiento verde, ya ha estado en el lugar y es testigo de la escena desde la posición del espectador. Esta pieza se presta a numerosas interpretaciones que sólo su creador nos podría desvelar: desde el abandono de los pintores hastiados de su profesión por la caída absoluta de las ventas, hasta una reivindicación del procedimiento de la pintura, tan denostado en las últimas décadas, pasando por un homenaje a los escasos paisajistas que aún pintan enfrentándose directamente a la naturaleza, entre los que no faltan algunos amigos del propio Gortázar.

 

La obra que sirve de presentación de la muestra, es una composición luminosa de un paisaje soleado con un horizonte muy bajo y un esplendoroso cielo azul, en el que Gortázar ha situado tres elementos muy comunes en sus cuadros: una casita aislada, un lienzo inmaculado y una nube blanca de verano. Es un cuadro alegre a primera vista, que destila ternura, pero en sucesivas miradas se aprecia un deje de melancolía hopperiana: la casa, arruinada, ha perdido el tejado y sus dos grandes ventanas simulan ojos humanos, que miran entre temerosos, avergonzados y airados, según se les enfoque, mientras la nube blanca se aleja por el ángulo superior de la pintura, abandonando la escena. Otro cuadro de similar factura temática presenta un paisaje de intensos verdes tomado desde una carretera, a cuyo borde se sitúan el caballete y la silla del pintor, que parece haberse refugiado en una tienda de campaña instalada en el interior de una chabola destartalada, recortada por una poderosa nube que se cierne sobre ella, ocupando la mayor parte del cielo, que parece poner en peligro la placidez del ambiente.

 

Hay más novedades en los cuadros del pintor bilbaíno que nos invitan a pensar en la precariedad de nuestra existencia: dos temas nocturnos, que son una rareza en su producción, una construcción que ha sido parcialmente destruida por el propio autor a base de poderosos brochazos en un ejercicio de action painting, un pabellón industrial, flanqueado por una torre eléctrica, que empuja literalmente a una pequeña construcción rural, apisonando el mínimo huerto del que se alimenta.

 

Por no hablar de un vendedor de melones en una carretera secundaria, que ha quedado en el paro por la construcción de una autopista, que aparece al fondo del cuadro, metáfora explícita de la destrucción de puestos de trabajo fruto de la competitividad.

 

Entre los cuadros más grandes de la exposición hay bellísimas muestras que expresan la soledad y el paso de un tiempo que fue mejor, como alguno de sus tinglados, un túmulo rojo de enormes proporciones que invade surrealistamente una panorámica abierta bajo un cielo amenazante, o los restos estructurales de lo que fue una construcción, que sirve de enmarque a un paisaje extenso, dentro de la cual el artista ha colocado una mesa solitaria, dibujada con gran precisión, tal vez a modo de ara donde presentar nuestros sacrificios redentores.

 

El artista retrata la crisis del ladrillo de una manera realista en una serie de edificaciones unifamiliares que, sorprendidas por la hecatombe financiera, quedaron sin terminar. Y de una manera más explícita en tres cuadros en los que las construcciones aparecen invadidas por unas grandes manchas negras que amenazan con devorarlas, simbolizando a aquellas capas de la sociedad que aún no han sentido los efectos de la debacle económica, pero que no pueden sentirse seguras de librarse de ellos en un futuro inmediato.

 

El retrato simbólicamente más crudo del referido tránsito de lo firme a lo precario, nos lo presenta Gortázar en dos grandes cuadros de 130 x 162 centímetros, que son dos secuencias de una misma escena. En la primera de ellas, el artista bilbaíno ha pintado uno de sus habituales tinglados, firmemente construido, con un fondo de cielo intensamente azul; una manguera de agua, varios cuadros en proceso y uno acabado, testifican la existencia vital y artística que anidan en su interior. En la segunda, el tinglado aparece derrumbado sobre el suelo, completamente destruido, al igual que la manguera y los cuadros, mientras una nube tormentosa ha ocupado todo el espacio celeste.

 

El recorrido se cierra con el que podemos considerar el cuadro estrella de la exposición, una tela de enorme formato, 200 x 350 centímetros, que Alfonso Gortázar ha cubierto en toda su superficie con una especie de favela a medio construir, en la que ha organizado su vida presente. A escala natural, aparecen las estancias más imprescindibles para su desarrollo personal y artístico: un dormitorio, un lugar de estar, una mesa multiuso y, naturalmente, un estudio donde pintar. La fantástica escenografía está situada en una playa al bode del mar, y al observar el cuadro desde una cierta distancia, los espectadores situados cerca de la obra aparecen introducidos en el interior del recinto, como invitados a conocer de cerca la nueva realidad.

 

Pero es mucho más lo que se nos muestra en esta pintura. El propio artista aparece dentro de la edificación; sólo se le ven las piernas recostadas, y las manos, una de las cuales sujeta un pequeño lienzo, mientras con la otra pinta sobre el mismo. La parte retratada del artista nos mueve a pensar que el pintor goza de una gran placidez, alegoría de que, como ser humano, ha llegado a asimilar que hay un antes y un después de esta endemoniada crisis, y de que ha asumido el nuevo género de vida a la que nos ha abocado la cruda realidad económica que nos golpea a cada paso. Así que el artista, que nos representa a todos, ha optado por instalarse definitivamente en la provisionalidad, idea reforzada por las alfombras que adornan el enorme tinglado; si un día conocimos lo que se dio en llamar la calidad de vida, descrito eufemísticamente como el estado del bienestar, hoy contemplamos el futuro desde la precariedad, lo inestable, lo efímero, lo provisional, y cuanto antes nos acomodemos a esta nueva situación, menos sufriremos sus consecuencias. Y una vez aprehendida la nueva realidad, no quedará, como en el cuadro, ningún rastro de nostalgia.

 

Desconocemos si esta lectura que nos sugiere la presente colección de óleos tiene algo que ver con el sentido que le ha dado su autor, pero es seguro que no hay en ella un espíritu reivindicativo. Un antepasado del pintor, el patricio bilbaíno Manuel María de Gortázar, financió la estancia en Roma de su paisano y pintor Anselmo Guinea en 1875. Años más tarde, Guinea pintó dos cuadros con el tema de los sirgadores en la Ría de Bilbao: 'La sirga' (1892) y 'La sirga de frente' (1893). No fueron cuadros sociales, de lucha, al estilo de Vicente Cutanda, o como harían otros artistas vascos de la época, Arteta el más comprometido de ellos; pero el mero hecho de pintarlos supuso una denuncia social en aquellos años marcados por las huelgas de obreros durísimamente reprimidas por las fuerzas de orden público.

 

Asimismo, las obras actuales de Gortázar, aunque exentas de dramatismo, y con toda la carga de ironía y sarcasmo que se quiera -que nunca faltan en la pintura del bilbaíno- suponen una denuncia de la situación a la que hemos sido arrastrados por la ambición sin límites del ser humano, la incuria de nuestros gobernantes y la estulticia de una sociedad cloroformada por la globalización y la economía de consumo. Todo ello narrado con el lenguaje personal y la pintura sabia y deliciosa de uno de los mejores creadores vascos del momento.

 


Imágenes de la Exposición
Alfonso Gortazar

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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