Descripción de la Exposición
Cámara de combustión. Català Roig feat. Albert Pinya
Mercedes Estarellas
La libertad debe ser concebida no como estado, sino como fuerza viva que genera un progreso continuo.
—André Breton
En términos de mecánica, «en las cámaras de combustión es donde se produce la reacción química fundamental para el funcionamiento de un motor». La metáfora es sencilla, pero muy efectiva. En el proyecto que estamos presentando, «Cámara de Combustión», de Albert Pinya (Palma, 1985) y Joan Pere Català Roig (Palma, 1973), la reacción química fundamental se da entre los dos artistas que, mediante la desintegración y reintegración de conceptos, alimentan el motor que genera el desarrollo y el progreso de la sociedad, con la fuerza suficiente que le permita seguir construyendo una realidad futura.
«Cámara de Combustión» es una oda a la riqueza que nos brinda la diferencia, entendida como materia primigenia para la creación de la cultura, la fuerza viva que nos empuja a un nuevo entendimiento.
Solo desde la honestidad y mediante el intercambio real de cultura podremos construir nuestro futuro. En esta simbiosis, los dos artistas proyectan un renovado lenguaje universal, desde un punto de partida arraigado en lo ultralocal, que el espectador percibe alto y claro. Tal como en su momento les sucedió a Artigas y Miró, la naturalidad y el saber hacer de los dos confluyen para crear una estética unificada que defiende la comunicación desde la experiencia personal y desde la honestidad en la forma y en el fondo. Durante cuatro años de gestación, Pinya y Català Roig han estudiado y trabajado en colaboración, no han cesado de producir piezas pequeñas y medianas con las que han podido estudiar la dinámica del lenguaje de uno y otro. Así han ido construyendo los engranajes que permiten su funcionamiento mediante formas, volúmenes y signos. El tiempo les ha dado la oportunidad de asimilar los pensamientos recíprocamente, descomponerlos y volverlos a montar entre los dos, materializando este proyecto que demuestra el grado de madurez del proceso creativo de los dos artistas.
El arte no siempre tiene éxito tratando de restaurar el equilibrio perdido, pero siempre intenta dotar de forma y significado a la cultura así perturbada.
—Derrick de Kerckhove Es importante para razonar sobre el discurso que pretende desarrollar este proyecto el contexto histórico en el que acontece, donde el concepto de aceleración ha superado en importancia al de velocidad y los avances tecnológicos en la comunicación están provocando una profunda crisis sociocultural. Históricamente, la humanidad ha conseguido asimilar cambios tan grandes en sus sistemas de comunicación como la creación del alfabeto, la imprenta, la revolución industrial, la electricidad y, por fin, el telégrafo, que marcó el principio de nuestra era. El intercambio veloz del conocimiento llevó a la invención de la televisión y los ordenadores. A partir de ahí, internet y las redes sociales están evolucionando tan rápido que se ha distorsionado el concepto de realidad. La idea de que «el futuro ya no es como lo conocíamos» nos hace entrar en una fase de discordancia entre lo que teníamos como cierto y lo que en realidad está aconteciendo.
En un contexto en el que la sucesión de los cambios es tan precipitada, la sociedad considerada como un todo consciente no tiene tiempo de clausurar la información, lo que provoca la falta de comprensión de su entorno, dando pie a una creciente incertidumbre y, por ende, a la crisis.
En estas situaciones de extremada aceleración, la humanidad echa mano recurrentemente del mito y de la cultura popular para poder explicar de manera sintética la realidad en la que está viviendo. El antropólogo Claude Lévi-Strauss, en su libro Mito y significado [1], nos explica cómo el código de representación artística es indispensable para que nuestras mentes asimilen los cambios y tengan el coraje de enfrentarse a lo desconocido.
Toca, sin dilación, centrar nuestra atención en la simbología de lo ancestral como base de la creación. Como si de un gran demiurgo mecánico se tratara, y al ritmo de la pieza sonora compuesta para el proyecto por Jose Vives, de esta «Cámara de Combustión» nacen tótems de cerámica, sensuales, grandes y fuertes, que simbolizan los principios inmutables por los que se regían las sociedades antiguas.
Siempre que en una sociedad se da un desarrollo del progreso que desplaza al hombre en favor de la máquina, la cerámica sale a flote como técnica de expresión que nos hace retomar la confianza en el desarrollo social. La cerámica como tecnología milenaria, preservadora y representativa de las culturas más refinadas, siempre trae el equilibrio entre tradición e innovación.
Una de las pocas culturas que han sabido mantener su identidad como pueblo sin renunciar a las evoluciones de la tecnología es la japonesa. En Japón entienden la belleza como la manifestación más auténtica del conocimiento. Proclaman que la pura belleza es una necesidad primaria para la evolución de cualquier sociedad. Si la comunidad no vive la belleza cotidianamente se quedará sin el conocimiento y, por consiguiente, sin los principios fundamentales de su cultura.
El ceramista es obligado a tener el tacto como sentido principal, como transmisor de la memoria entendida como acumulación de experiencia vital, es decir, como generador de cultura. En un mundo en el que todo se vuelve intangible, donde vivimos esclavizados por el sentido de la vista, es significativa la vuelta a un medio que tenga el sentido del tacto como partida. La desaceleración es obligada, el tiempo necesario no es negociable; para la creación de cada pieza se necesita un tiempo concreto y su calidad dependerá de cada momento que se le ha dedicado.
En este primer estado de creación no hay lugar para la retórica. La cerámica es un medio performático que proyecta de manera natural y desde la más sincera honestidad la sabiduría ancestral que el artista es capaz de contener en su propio cuerpo y que el dominio del propio medio le exige. Nace una toma de conciencia desde lo más profundo. Desde una serenidad infinita intrínseca a la naturaleza del medio, partiendo de las llamadas «verdades inmutables», los artistas quieren rendir homenaje a nuestros ancestros, quieren volver a la base, al principio, a lo genuino.
Ya en el antiguo Egipto se consideraba a los artesanos como continuadores de la labor de los dioses. Se les atribuía una conexión directa con la naturaleza de la creación. Considerados como punto de unión entre el más allá y lo terrenal, el sumo sacerdote recibía el título de «el más grande entre los artesanos». Mediante sus creaciones artísticas, los egipcios no pretendían reflejar la visión inmediata e individual de la realidad, sino más bien el Orden Inmutable de las cosas. Es decir, lo que ellos consideraban «las verdades eternas».
Como el gran Bernard Leach nos enseña en su libro Manual del ceramista [2], no se puede ser artista ceramista si no se tiene una educación en la que la cerámica haya sido un eje alrededor del cual se haya desarrollado la vida del artista.
La suerte de contar con un maestro como Català Roig radica en que él creció en un entorno cultural de sabiduría transmitida principalmente por su madre, Magdalena Roig, maestra ceramista y profesora, que dirigió durante muchos años su propia escuela de cerámica en el centro histórico de Palma. No es entonces gratuita la sensibilidad con la que ha crecido como artista Catalá Roig, aprehendiendo desde muy temprana edad el lenguaje de la cerámica y la capacidad de transmisión del mensaje que posee este medio. Català Roig conoce la importancia y los secretos de lo telúrico. Desde la extracción del barro de la tierra como sustancia primigenia y maleable a la transformación de este mediante la alquimia del fuego en materia concisa y resistente que perdurará miles de años. En este proceso el artista detiene el tiempo y contempla el todo. Durante días enteros y noches en vela dedicados al mimo y a la contemplación de la pieza, mientras el fuego hace su magia, el artista asimila el movimiento de la tierra, la luna y los planetas. El maestro toma conciencia de lo concreto de nuestra existencia y hace posible la poesía en la que el hombre y la naturaleza quedan fundidos en un mismo sentimiento lírico.
De la interacción de todos estos elementos nacen los tótems, representativos de la base real y tangible sobre la que se yergue la humanidad. Llega ahora el momento de la narrativa, el velo que conforma la personalidad de estos tótems y le otorga identidad al mito.
Volviendo al antiguo Egipto, podemos observar el hecho de que los rasgos de las esculturas representativas permanecen inmutables a través de los siglos. Sin embargo, mediante la escritura jeroglífica, su identidad cambia automáticamente gracias a la destrucción de las inscripciones originales y a la inclusión de otras nuevas en el mismo lugar. Mágicamente, la personalidad del anterior individuo es suplantada por la del nuevo sin que el escultor se vea obligado a cambiar la apariencia física de su obra.
Albert Pinya pretende ir todavía más atrás en el uso del signo, tomando en un principio como referencia las pinturas rupestres, con sencillos mensajes claros y cristalinos, para después componerlas a modo de pastillas ideográficas que, poco a poco, nos darán más pistas sobre las proclamas que nos lanzan estos dioses cerámicos.
Pinya hace uso de las grafías ancestrales para hilvanar la historia del mito, dibujando de forma esquemática, como lo hacían los antiguos. De manera espontánea, en esta fase del proceso de creación, el artista otorga importancia a la memoria como base para la transmisión de los conceptos clave para el crecimiento social.
En estos tótems contemporáneos podemos leer mensajes, aparentemente desordenados, tan concisos y directos que podrían ser utilizados como eslóganes publicitarios. Algunos de ellos, como Climate Action Now; One Earth, One Chance; Future, Stop Bombs y Stop War, responden a la descontextualización y recontextualización de frases recogidas en un archivo de imágenes (que el artista ha ido desarrollando a modo de «caldo de ideas») sobre manifestaciones, marchas juveniles/estudiantiles y protestas donde aparecen frases en carteles y pancartas que hablan de situaciones vinculadas con la crisis climática y con la oposición a la guerra.
Por otra parte, y recogiendo el discurso que Albert lleva desarrollando durante años, también encontramos frases como «Everything is handmade here», que hace referencia a la importancia de la manufactura y a los procesos artesanales en oposición a las máquinas, la tecnobarbarie y el mundo digital. Finalmente, encontramos otras frases que hacen referencia al amor, como «I love Català Roig», que reflejan la generosidad desde la que trabajan tanto Albert Pinya como Joan Pere Català Roig.
Al hilo de esta declaración de amor, y como demostración de la simbiosis total que se ha producido en este proyecto, me parece importante dejar reflejadas aquí las palabras escritas por Català Roig al respecto: La colaboración con Albert Pinya ha supuesto alcanzar un hito largamente e inconscientemente deseado de tener un compañero de «travesuras» artísticas en el taller.
Nuestra relación artística articula una especie de cuadratura que permite que puedan unirse una concepción clásica de la cerámica con una visión conceptual y contemporánea de la pintura, dando como resultado una obra original, actual, fresca y transversal.
Por otro lado, no es posible disociar la relación artística de la personal cuando trabajo con Albert Pinya. Desde el principio ha existido una conexión humana y artística que confiere todo el sentido a la palabra «co-laborar», donde nunca una visión es más importante que la otra y donde los espacios de tiempo durante los que no se trabaja son igualmente importantes.
Pienso, realmente, que tenemos la suerte de vivir uno de estos momentos singulares donde la unión de dos trabajos, de dos mundos, de dos visiones, crean algo digno de perdurar.
Por último, como factor clave de este proyecto, es obligado hacer referencia a lo que el poeta y filósofo Jaume Munar (Felanitx, 1982) denomina «poesía de la inexperiencia» en el micro ensayo El futur. Poesia de la inexperiencia [3], entendida como la belleza que surge de la experimentación y el intercambio de conocimiento, como el fruto que nace de la colaboración que imperceptiblemente forja el futuro de las sociedades.
Munar, en este pequeño y lúcido ensayo, entiende que el poeta debe de ser explorador, debe hacerse preguntas. Afirma que solo en «lo incierto está el origen de lo posible», que es solo mediante la exploración de los límites establecidos y el cuestionamiento de su entorno cuando la raza humana consigue evolucionar su cultura, y es solo mediante el acto de la transgresión de un entorno en vías de fosilización cuando se da la creación artística real y útil para la sociedad.
Por otro lado, nos habla de lo obsoleto y engañoso del arte sentimental, que nos lleva hacia el interior del artista, a la autocomplacencia, al inmovilismo. El artista tiene que pasar a la acción, hacer arte político y criticar su entorno social, debe olvidarse del yo, mirar hacia afuera y enfrentarse al futuro, entendido como todo aquello no experimentado, porque es allí donde habita la poesía.
«Cámara de Combustión» es el fruto de la colaboración de dos artistas que habitan el futuro. Un futuro que se crea todos los días basado en la propia vida, en el enfrentamiento constante a lo desconocido, a la suma de experiencias que acaba componiendo el conocimiento. El futuro es hacia donde miran estos tótems, seres mágicos y benévolos que, en un momento de absoluta incerteza, dotan de forma y significado a la cultura, en inexorable y constante evolución.
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[1] Lévi-Strauss, Claude. Mito y significado. Madrid: Alianza Editorial (2012).
[2] Leach, Bernard. Manual del ceramista. Barcelona: Blume (1981).
[3] Munar, Jaume. El futur. Poesia de la inexperiècia [El futuro. Poesía de la inexperiencia]. Calonge: AdiA Edicions (2018).
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