Descripción de la Exposición
LO SÓLIDO
Eduardo Lozano es un hombre joven que vive en un barrio, que tiene hijos y que dispone de un rincón alfombrado sobre el que pinta. Es un hombre que ama la pintura. No las ideas sobre la pintura, o los lugares adonde la pintura o el arte le puedan llevar, sino la pintura. Es cierto que estudió arte en una universidad, pero esto no le llevó a perder su inocencia de pintor, a aborrecer la pintura o a pensar que debe disculparse por saber lo que sabe. En Eduardo Lozano no hay resentimiento. Le va tanto en la pintura que parece que lo demás le sea ajeno. Tiene un sentido práctico del día a día de la vida, desde luego, y no parece tener vocación de mártir del arte, lo que también es muestra de sus buenos modales. Sencillamente, sabe lo que es el arte, y hasta dónde se puede llegar. Eduardo Lozano no ama el arte contra la vida, sino que vive siendo pintor. Un pintor de poderosísimo talento.
Los cuadros de Eduardo Lozano pintan cosas -montañas, playas, ciudades...-, a la vez que el propio pigmento se hace visible hasta rozar un expresionismo informal que no acaba nunca de perder el pie con aquellas cosas que reconocemos. Viendo la mesa de su estudio y sus paletas, todo impregnado de un desorden de disolventes y pigmentos, uno percibe una continuidad entre aquella confusión casi telúrica, de un engrudo magmático, y las telas impregnadas de sus cuadros, con la salvedad de que en el cuadro ha habido una lucha por encontrar un orden, hasta haberse producido cierta clase de milagro, la iluminación de reconocer una parte del mundo que se nos devuelve con una verdad añadida, eso de lo que trata la pintura. Lozano es muy arrojado cuando pinta y muy valiente. Sus cuadros hablan por sí mismos, no se apoya en citas u otras referencias pictóricas, ni en títulos ni en asuntos más o menos episódicos. Todo su asunto es la pintura, ese enfoque preciso entre lo representado y el representante, la untuosidad de un óleo que se hace muy visible para hacerse a la vez invisible. Su pintura no trata de cosas que suceden en el mundo, sino de la propia creación del mundo. El único suceso, en todo caso, es la luz proyectándose de un modo emocionante sobre las cosas.
Eduardo Lozano tiene una relación amistosa con la pintura, lo que significa que le gusta ver cuadros de otros y tener amigos pintores. El pintor Javier Riaño escribió que cuando uno entra en el taller de Lozano se tiene una sensación inmediata de "autenticidad". Y explica con estas palabras lo que yo trataba antes de decir: "Eduardo no necesita temas, todos son una excusa". El pintor Pepe Cerdá, que también ha escrito sobre Lozano, lo dice de un modo aún más simple: "Eduardo Lozano es un pintor". Y, por si hubiese dudas, añade: "Creo que con esta frase debería bastar". Y en aquel texto que prologaba el catálogo de la exposición "Naturaleza", Cerdá, como pintor, pasaba a explicar algo aparentemente tan obvio, y tan lleno de confusión, como qué es ser pintor.
Yo, por mi parte, no soy pintor. Soy alguien que mira cuadros y a quien le gusta vivir acompañado de algunas pinturas. Una pintura, un dibujo, es algo muy serio, a la vez que es lo menos serio del mundo. Tiene que haber en ella algo esencial y que resista el paso del tiempo; tiene que ser a la vez el resultado de un oficio, de un saber que se adquiere y se transmite; y tiene que tener algo de celebración del mundo, de afirmación. Cuando todo esto sucede, esa obra sirve para estar con nosotros a lo largo de la vida, para educarnos, para envejecer bien. Es algo que transmite compasión y que ilumina un lado de nuestro ser humanos. Y aunque a veces, por las razones que sean, demos importancia a lo que aparezca representado en ella, el motivo elegido por el pintor, sabemos a la vez que no es lo más importante. Es la pintura. Y esta evidencia contiene también cierto grado de enseñanza, algo que nos lleva a no tomar demasiado en serio nuestras propias ideas, una dimensión que tiene que ver con lo entrañable y lo corporal. No es al escepticismo, por otra parte, a lo que nos mueve un buen cuadro, sino a un humanismo que viene muy de atrás, del propio momento en que unos homínidos fijaron en la pared lo que veían.
Y esto nos lleva también a tratar del dinero. Hay que hacerlo si la pintura es un oficio, y está ligada al encargo y a cierta demanda de mercado. Un cuadro es algo que despierta un deseo y por lo que se paga. Esta dimensión crematística no es una cuestión lateral en la pintura, un asunto que la ensucie o haya que ocultar. Hacerlo desvirtúa la propia mirada sobre lo pintado y convierte al pintor en algo distinto. El arte no es patrimonio exclusivo de los museos, las iglesias o los centros oficiales de arte, sino algo de lo que nos acompañamos para vivir, una cosa de andar por casa.
En esta exposición de Eduardo Lozano está presente lo aéreo, los cielos nubosos, más que en otras ocasiones. Pero al final, como me decía él en su estudio, necesita "tocar algo sólido", ese suelo que acaba haciéndose presente en el lienzo. Es esa tensión la que explica esta última muestra y su pintura por entero, el arranque del vuelo de quien sabe hasta dónde le es dado a un hombre volar.
Ismael Grasa
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