El arte italiano desempeñó un papel crucial durante el siglo pasado, tanto por el nivel de la tradición histórico-artística, como por lo que respecta a la innovación más radical, entre Metafísica y Futurismo.

Un puesto de honor en esta historia les pertenece a los hermanos Dioscuri: Giorgio De Chirico y Alberto Savinio, destinados a peregrinar largo y tendido (Grecia, Munich, París, Milán, etc.), pero también a detenerse en Roma. Responsables, según André Breton, de la formación de la mitología moderna; pictor maximus

el primero; músico, escritor genial y director teatral además de pintor, marcado por la versatilidad el segundo. Durante toda su trayectoria De Chirico indaga sobre la naturaleza del mito, mientras Savinio hace lo propio repitiendo la tragedia de la infancia en los lenguajes más diversos.

Tan fundamental resulta la relación del ... clasicismo con los hermanos Dioscuri, como también lo es para Marino Marini y Arturo Martini, quien lleva hasta las últimas consecuencias la lingua morta (según el título de uno de sus libros) de la escultura. Durante los años cuarenta, el ciclo de las Pomone (símbolos femeninos de la fecundidad), iniciado en 1935, tiene gran importancia para el desarrollo de la escultura de Marini.

Mario Tozzi es otro italiano de París, exponente del Valori Plastici y luego del Novecento. Por su parte, en Roma, Mario Sironi se convertirá en el principal protagonista, desde el punto de vista teórico -enfocándose en la importancia de la relación con la ciudad a través de la decoración mural-, del retorno al orden clásico, a través de formas arcaicas con una geometría esencial.

En la posguerra vemos al arte italiano ocupado en la batalla entre la figuración, capitaneada por Renato Guttuso (del cual se exhibe un retrato del escritor Goffredo Parise, quien vivió muchos años en Roma), y los jóvenes del Grupo Forma, seguidores del abstraccionismo. El campo de esta batalla es Roma. Al lado de Attardi (que más tarde mitigará sus furores abstractos), Dorazio, Perilli, Consagra, Maugeri, Guerrini, Sanfilippo y Giulio Turcato, encontramos en este Grupo a una gran protagonista femenina: Carla Accardi, quien en 1954 encuentra su estilo en la fuerza que imprime al pintar en el suelo. A su vez, Turcato perseguirá los colores hasta 'más allá del espectro'; mientras los trazos ligeros de Gastone Novelli aproximan la pintura a la escritura.

El momento mágico, en equilibrio entre el final de los años cincuenta y los rugientes sesenta, llega con la escuela de la Piazza del Popolo: en este ambiente fértil Mimmo Rotella descubre el décollage deduciéndolo del gesto automático e inconsciente de quien pasa y arranca de la pared el manifiesto; Fabio Mauri anticipa la época identificando en la pantalla la forma simbólica del mundo que vendrá: de su blanco monocromo aflora una diversa figuración ligada a la iconosfera urbana, al lenguaje de los medios, a ese universo ya reproducido con Mario Schifano y Tano Festa.

Festa, 'católico, apostólico, romano y además nacido a un paso del Vaticano' había declarado que consideraba Pop la Capilla Sixtina, 'lo siento por los americanos', había añadido. En los años ochenta, tanto él como Schifano, harán un descubrimiento que pondrá en práctica el retorno a la pintura por parte de los jóvenes. De Schifano apreciamos su otrora casa, al lado de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini.

Gino Marotta, siempre abocado a la modernidad, es uno de los primeros en comprender la importancia de la relación del arte con la tecnología, la industria y la cultura empresarial, de tal manera que reinventa su universo a través de un nuevo material transparente: el metacrilato (plexiglás). En su trabajo escenográfico colocará al gran intérprete Carmelo Bene en el interior de diáfanos marcos, creará vestuarios tras los cuales se esconden los actores y, para la película Salomé, trabajará materiales experimentales que captan diferentes tipos de luz.

Al lado de estos nuevos productos, en un clima que precede el Arte Povera, Mario Ceroli utiliza la fuerza primordial de un elemento natural: la madera. A su vez, Jannis Kounellis, griego de nacimiento, pero quizás más italiano y romano que ningún otro, pone en escena la tragedia de un clasicismo perdido que sólo se puede recuperar en pedazos. Sus obras, situadas en una dimensión antropológica, poseen las medidas de la cotidianidad humana: las de una cama, de una mesa, de una puerta, de una hoja de dibujo, actividades a la altura del hombre. Michelangelo Pistoletto combina la escultura de bronce y los espejos en una instalación que se refiere a la cultura etrusca. Pero de entre los protagonistas de los albores del Arte Povera, será el más irregular de ellos quien se trasladará de Turín a Roma: Alighiero Boetti pondrá a punto, entre Roma y Kabul, un nuevo y multiforme lenguaje que expandirá los límites del arte. Sus aviones surcan cielos de tinta azul.

Vettor Pisani recupera el simbolismo del lenguaje en el interior de un imaginario teatro de la mente. Roma se convierte en lugar simbólico, la ciudad de la miste-riosa Pirámide Cestia. También presenta una continua referencia a la historia del arte, a través del retrato que hace Canova de la célebre aristócrata Paolina Borghese, como Venus vencedora, envuelta en un color que recuerda el mercurio, pieza que forma parte de los personajes de este teatro de la mente.

Por último, tenemos la era de la llamada Transvanguardia, que retorna a la pintura, a la manualidad, a la imagen, la cual cuenta con protagonistas como Sandro Chia y Mimmo Paladino, quienes aportan nueva vida y sentido a la figura.