Desde los presupuestos de su radical apuesta por la pintura, sus sucesivas y muy dosificadas salidas al ruedo expositivo nos han mostrado a un artista de conocida genealogía abstracta, fascinado por el color y los materiales. Todo ello, sin olvidar una dedicada atención a los ensamblajes y collages casi siempre de diminutas dimensiones. Su evolución se ve marcada por una atención cada vez mayor hacia las cuestiones espaciales y las texturas, siendo su pintura, ahora, un constante tanteo de los límites de un territorio en el que el pintor se adentra para revelar un espacio que parece haber eliminado todo atisbo de forma o signo reconocible. Monocromos de gran formato que confían su elocuencia a los tonos, a los matices y accidentes de la superficie acompañados de toda suerte de materiales industriales reciclados, elegidos por su capacidad evocadora, o construcciones geométricas llenas de guiños a la pintura centroeuropea de los ... últimos lustros pueblan A la muerte por las flores, exposición que supone un paso más en su carrera de ya casi dos décadas en la que, devociones como Robert Ryman, Imi Knoebel, Blinky Palermo, Adrian Schiess o Helmut Dorner se dejan ver en un ejercicio de apuesta clara por el uso de los pinceles desde una posición de obcecada resistencia y fidelidad hacia una práctica estigmatizada como decrépita ya en tiempos de Baudelaire.