Descripción de la Exposición En las dos últimas décadas, la revisión de los postulados pictóricos predominantes ha fomentado novedosas concepciones del arte actual, armonizando los flujos globales de comunicación y el aliento de lo local y alternando figuraciones y abstracciones, lejos de caducos o dogmáticos debates, marcando el impulso de algunos autores que defienden la pintura con mayúsculas. Eso generó trayectorias tan singulares como la de Abraham Lacalle (Almería, 1962), parte esencial de esa nómina que en los noventa dio el relevo generacional a la pintura española y ejemplo de tales logros, que ahora presenta su primera exposición individual en Asturias con la galería gijonesa Cornión y en colaboración con la galería Marlborough, representante de este pintor inquieto y subyugante que ya mostró su trabajo en numerosos espacios internacionales. La particular visión del mundo de Lacalle partió inicialmente de esas armonías renovadoras, entre simbologías mironianas, surrealismos bien entendidos y ecos expresionistas, con guiños al post-pop y a ciertas transfiguraciones que, lejos de perderse en discursos absurdos, se sirven del color y las energías más puras. Sin amaneramientos, su obra sintetiza la esencia de la pintura moderna: el hedonismo matissiano, el sentido estructural de Picasso o la irónica conceptualización de Marcel Duchamp, bajo un sentido narrativo de lo cotidiano, de sus formas y objetos, que conjuga mediante eficaces eclosiones compositivas. Quizás por eso, el pintor andaluz suele defiende la ironía y la parodia como estímulos claves en su trabajo ('La manera que tenemos de atrapar nuestra realidad, o mejor dicho la realidad de nuestro entorno') y analiza el sentido del aislamiento en el ser humano, que define el grueso de sus intereses simbólicos, en esa ácida y constante crítica a la sociedad occidental que atesoran todos sus cuadros. No en vano, Lacalle pretende cuestionar a través de la pintura la sociedad de consumo ('poner en tela de juicio su desesperación hedonista', dice) y, por ello, sus cuadros son 'caleidoscópicos imaginarios', como indicaba Fernando Castro Flórez en un catálogo reciente, que 'tienen algo de línea de resistencia contra la estética de la banalidad cuasihegemónica'. Lacalle es, en ese sentido, un artista física y psíquicamente comprometido con su tiempo, asumiendo la obra como una puesta en escena de la propia vida. En su reciente exposición El cielo que se repite (Marlborough Madrid y Chelsea-Nueva York, 2008), Lacalle ofrecía los antecedentes de esta exposición que hoy nos ocupa, en ese maremágnum plástico, aparente caos que busca una misma idea y nos hace preguntarnos adónde estamos y cómo son las cosas que nos rodean. En Gijón el pintor reclama de nuevo su interés por la celda como 'metáfora humorística de la torre de marfil o recipiente melancólico' y por el viaje, como 'catarsis del miedo al otro, al extraño', planteando una cotidianeidad que no lo es tanto y asumiendo los cuadros como 'una galaxia de significantes; no hay comienzo; es reversible; se accede por múltiples entradas sin que ninguna sea principal. El sentido no está nunca sometido a un principio de decisión sino al azar'. Las escenografías que pinta son construcciones y deconstrucciones, polimorfismos para la mirada inquieta, dispuestos para descubrir pausadamente, en cada centímetro de tela. 'Entre todos los objetos inanimados, entre todas las creaciones del hombre, los cuadros son lo que me quedan más próximos por tener nuestros pensamientos, ambiciones, indignación social, ilusiones, nuestra fidelidad a la verdad y persistente inclinación al error'. Argumentos expresivos que tratan de dialogar con el espectador, en un complejo equilibrio cuya dificultad apenas percibimos, abrumados por esa rara armonía de elementos disonantes. Ahí la razón del pintor es tremendamente poderosa y plantea un azar perfectamente pergeñado. Por eso, y pese a que en la fascinante pintura de Lacalle todo puede advertirse bajo perspectivas esencialmente plásticas, el pintor asume también un papel reivindicativo y comprometedor, aludiendo a ese concepto 'ontológico' que han defendido algunos grandes artistas y filósofos actuales, como Peter Sloterdijk. Es ahí, en esa utopía de nuestro tiempo, donde Lacalle se replantea la necesidad de constituirnos por medio de la realidad en vez de encerrarnos en un rechazo heroico. La pintura, de nuevo, entendida como forma de existencia, como valor visible o invisible que no se revela ni se exhibe gratuitamente en su absoluta plenitud, sino que subyace tangencialmente al mundo, dejando muchas puertas abiertas, indagando, explorando, vacilando, como diría el propio Sloterdijk, entre dos hipótesis: 'dentro hay algo, dentro no hay nada'. Consciente de que sólo la ironía podrá salvarnos, en un momento histórico donde las modalidades del espíritu del humor son las únicas que pueden liberarnos de la tentación paranoica de nuestras opiniones, Lacalle desarrolla obsesivamente nuevas pinturas, que llena de accidentes simulados, de geografías espirituales que se descomponen o recomponen en un todo común, urbanizando un territorio substancialmente desnudo y siempre abierto a la continuidad del oficio. Aquí, en esta encrucijada, todo es posible. El cielo o el desierto, el hallazgo de un mágico'lugar de la disolución' donde los espacios se articulan unos con otros, envolviendo paisajes y retornando, una y otra vez, al principio. Viajando, en fin, en un ciclo infinito.
Abstracciones que no lo son tanto, porque la pigmentación o las formas alternan planos superpuestos y perspectivas profundas que, a modo de paisaje interior, sugieren o imponen su propio aliento. Formas que estimulan nuestras miradas, más allá de los recursos complacientes. 'Estoy intentando llevar a la pintura a una situación extrema, saturada, donde la figuración está brutalmente sobredimensionada; el color, las formas se amontonan, no son nada pero tienen algo de energía sexual. Radicalmente diferentes, formas y colores, sin embargo, se funden en un solo elemento, que es el cuadro'. Desde el sarcasmo, Lacalle transmuta la cotidianeidad en juego, el significante en significado, en un desorden perfectamente controlado donde una figura puede rellenarse de líneas diagonales y paralelas, de campos cromáticos, goteos o salpicaduras, de geometrías alegóricas, de arquitecturas imposibles, de objetos desordenados, para desarrollar nuevas vibraciones. Ahí descansa, sin duda, esa espontaneidad de su obra, fruto de un adulto que, emulando la pureza infantil, desarrolla su microcosmos frente al soporte.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España