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No te ... pido que me comprendas en esta mirada mía a borde de carretera... está lloviendo por detrás del vaho que empaña el cristal; es un paso triste, entorpecido por el viento de otoño, mientras, se destiñen los árboles contra el paisaje y me abandono a la suerte esperando todo de ella. He visto un espacio sin apariencia, un paisaje alterado por el cristal de tu espejo. Es una escala de lo real heredada e inventada en una tradición como en un sueño. Todo es nada en la existencia inevitable de la naturaleza. Las mañanas se suceden en jirones de tu alma; empañadas de pinturas falsas de una realidad excesiva.

Ya hace casi un siglo que el mundo es dadá, tanto en las costuras, como en el forro mismo de la realidad contemplativa y el día se ajusta a sensaciones lejanas de enigmas y recuerdos. Es un paseo desde el amanecer por paisajes de días cortos, a donde vuelvo una y otra vez para ver por detrás de lo visible. Busco una intuición en una fuga del cielo. Miro una y otra vez a un cielo ceniciento y es difícil encontrar palabras; la mañana lleva, en sus gestos de invierno, un cine de verano helado y vacío.

Otras veces, salgo en busca de los ojos azules del día, del reflejo de los estanques en un último desa liento de la periferia. Mirando una estela, he visto los pájaros ocultos detrás del decorado, de las hojas inexistentes y de los reclamos publicitarios. Con las tardes cortas de finales de noviembre, en una inteligencia ajena, el cielo se carga de opiniones. Son criterios y señales, códigos lentos que no logro descifrar... tal vez no te guste este cielo que vi ayer tentado por el diablo de la realidad.