Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Instalados ya en pleno siglo XXI, en un momento en el que el mundo parece estar viviendo una convulsión generalizada, originada en sus indomables e incomprensibles estructuras de poderes políticos y económicos, resulta que el ser humano, como posiblemente no lo había hecho en todo el siglo anterior, vuelve su mirada a su entorno, al espacio físico y natural que habita y, de una forma no prevista pero necesaria, parece desear recuperar el sentido de observar, reflexionar o representar su entorno natural. En las dos décadas que precedieron al cambio de milenio y en lo que llevamos recorrido de este, el género del paisaje natural se ha establecido como uno de los ejes prioritarios en la creación contemporánea que tiene matriz en las antiguas artes plásticas. Posiblemente se ha tratado de la agilidad que la fotografía y el vídeo, por fin instaurados como herramientas válidas, han infligido en la representación de algo que hasta ahora parecía ser propiedad de virtuosos academicistas o estilizados poetas visuales del gesto y el color; o posiblemente no sea una cuestión técnica sino que se trate de una necesidad de observar, contemplar, participar y pensar en el propio mundo que nos rodea ante los violentos cambios a los que una economía de mercado tan atroz como a la que pertenecemos es capaz de generar en él. El artista (de esta forma, en estos años) ha sabido salir de la mirada obsesiva que durante más de un siglo ha fijado en su propio ombligo y ha descubierto que lo que le rodea no es sólo un espacio o un contexto. Dos son las actitudes esenciales que, ante el entorno natural compartido, han tomado los seres humanos en nuestro extraño mundo. En primer lugar están los que han partido del hecho de entender que al pertenecer a la especie dominante de la Tierra toda ella está para su propio uso y disfrute: el ser humano como dueño y hacedor del mundo. Esta es la actitud en la que se basa la ideología esencial de las políticas fehacientes que rigen hoy los principales países y organizaciones mundiales; se trata de ideas que hunden sus raíces en las más conservadoras y retrógradas creencias religiosas, normalmente compañeras inseparables de los regímenes de poderes, tanto totalitarios como demócratas, establecidos por doquier; ideas que han sido capaces de procurar que la maquinaria de destrucción del territorio no tenga límites cuando se trate de generar un beneficio (siempre beneficio exclusivamente económico) normalmente en manos de unas élites privilegiadas que se han acostumbrado a utilizar, de una forma hipócrita, la bandera amoral del trabajo y del progreso para imponer su criterio. En segundo lugar estarían las personas, religiones o estados que han entendido que la Tierra no existe para ser o estar al servicio de la especie humana sino que, muy al contrario, es parte ineludible de ella misma. Según esta idea, el ser humano tiene una responsabilidad con su entorno incluso superior que la que mantiene con su propio cuerpo, ya que entiende que pertenece a una dimensión mucho más amplia en la que se fundamenta la existencia de la vida, en la que el propio ser humano es solo una pieza más y nunca protagonista. Según esta idea, nuestra función sería la de vivir en ella pero siempre sin olvidar que se habita un espacio que requiere ser protegido y preservado para dar sentido a la evolución, no solo de nuestra especie sino de la vida misma en la Tierra. La supuesta superioridad de la especie humana no se entiende así como el aval para la apropiación de la Tierra sino como una obligación ética para con la misma, que obliga a respetarla y mantener su equilibrio. Esta dicotomía de entender el mundo es posiblemente una de las cuestiones peor resueltas y que más diferencian al ser humano actual; situarse en uno u otro de los extremos puede ser entendido como uno de los aspectos más radicales que subyacen entre los opuestos posicionamientos políticos del mundo. Se tiende a pensar que esta problemática es una cuestión que tiene que ver con la aceleración del mundo actual y, por supuesto, que es evidente que desde que Occidente se lanzó a la conquista del mundo, y sobre todo desde la revolución industrial, el triunfo de la idea de que todo nos pertenece ha sido no solo claro sino que en él se ha basado el desarrollo absoluto de nuestra civilización actual. Sin embargo, si uno estudia antropología y empieza a ver las diversas actitudes vitales del ser humano en las diferentes épocas del pasado, va a descubrir que han sido muchas las culturas que se han desarrollado bajo la convicción de que debían preservar y, en general, vivir en equilibrio con sus espacios naturales. Eso sí, la batalla entre unas y otras ha sido tan atroz que las primeras han acabado desapareciendo ante la indefensión que la arrogancia de las segundas han generado, de tal manera que han sido prácticamente esquilmadas de la faz de la Tierra. Tal ha sido la destrucción, que incluso si uno estudia la historia de la humanidad (la gran disciplina de la memoria humana) contemplará que es ella, que es solo la historia de las grandes civilizaciones triunfalistas, la que aparece reflejada en esos datos y narraciones y que no hay ni el mínimo espacio para el estudio de la historia de las civilizaciones que han estado arropando o escuchando a la propia naturaleza. Veamos de una forma simple el caso de Norteamérica y la confrontación fatídica, y desgraciadamente ejemplarizante de lo que estoy hablando, entre las tribus indias y los colonos europeos. Vayámonos a Sudamérica ahora y confrontemos la atroz conquista de toda su geografía y todas sus culturas por parte del imperio español unos siglos antes. Pero cambiemos de registro absolutamente y pensemos qué es lo que hace que un fotógrafo español se vaya a ese nuevo continente a ver e interpretar un paisaje natural absolutamente lejano de su propio entorno, concretamente a Bolivia, sin duda uno de los países más olvidados desde la mirada paternalista que se ejerce desde este norte tan contradictorio que es Europa. El lugar: el salar de Uyuni, en el altiplano andino de ese país, una superficie casi tan grande como Madrid y Cantabria juntas y que en época prehistórica fue un gigantesco lago que recogía el agua de los pequeños ríos provenientes de los Andes de esa zona. Un salar considerado como el más extenso del mundo y que, a pesar de estar cerca de la histórica y más que emblemática ciudad de Potosí, no adquirió cierta fama en el mundo hasta que los tripulantes del Apolo, en la primera expedición a la Luna, observaron cómo su fulgor sobresalía en la contemplación de la esfera terrestre desde aquella posición selenita. Así, curiosamente tuvimos que irnos a la Luna para descubrir desde ella un particular paisaje lunar aquí en la Tierra. La singularidad del lugar reside en una visión del horizonte infinita y rugosa como la del mar, pero blanca como la de la nieve y craquelada como la del barro. Unas características que se repiten en los salares del mundo pero que aquí adquiere un significado diferente debido a su gran dimensión. El autor: Miguel Ángel García, un fotógrafo inusual que utiliza la cámara como punto de partida para establecer unas particulares investigaciones poéticas sobre el territorio que habita el ser humano y que suele resolver haciendo uso de elementos provenientes del diseño gráfico o la ilustración. Y es inusual, como la mayor parte de los más interesantes fotógrafos actuales, por el simple hecho de haber descubierto que la cámara o el resultado formal fotográfico no es el objetivo final: el trabajo se desarrolla, esencialmente, desde unos planteamientos racionales iniciales en los que la cámara, aunque protagonista, no deja de ser una herramienta más para llegar a la última finalidad que es la de conseguir no una imagen sino una obra amplia en la que, por supuesto, lo visual consiga establecer una narración abierta repleta de diferentes puertas interpretativas. En su trabajo anterior, In-dependencias, construido a través de una acción concreta de búsqueda de ciertos elementos de evacuación de restos de consumo energético en las veintisiete capitales europeas, se enfrentó de una manera directa a la relectura del paisaje, en este caso urbano, y la utilización de la imagen fotográfica como base o como capa superficial desde la que construir su particular lenguaje visual. En este trabajo, sin duda uno de los proyectos sobre el mundo urbano actual más interesantes realizados en nuestro país en los últimos años, puso de manifiesto una clara intencionalidad política a la hora de desenmascarar el propio concepto de independencia desde algo tan simple como la propia unicidad de unos elementos en las construcciones de nuestros edificios o el nombre de nuestras calles; por otra parte, fue capaz de abrir una vía de reflexión propia en torno a la dependencia energética que el mundo occidental ha adquirido con el resto del mundo que es el que le proporciona la materia prima que genera esa energía. De esta forma, no es casual que, como consecuencia de este trabajo anterior, recale su atención en un nuevo territorio repleto de energía, en este caso de energía en forma de materia bruta, que es la que reside tras ese paisaje salino que es hoy en día la mayor reserva mundial de litio, el componente esencial de la mayor parte de las baterías energéticas que consumimos en mil aparatos eléctricos en todo el mundo, y que desde hace pocos meses está siendo extraído a través de un megaproyecto que no elude el riesgo de alterar uno de los pocos parajes vírgenes que existen sobre la Tierra. Como ya lo hiciera con las imágenes procedentes de observar los tejados de ciudades como Madrid, Varsovia, Londres o Praga, Miguel Ángel García ha utilizado las fotografías de ese bello paisaje natural como soporte base en el que verter su propia reflexión, entendiendo que es en esta última capa de información, que él aporta a través de sus intervenciones gráficas, donde puede dar un sentido nuevo de relectura a la información visual en la que se asienta. En este caso, y a través de la utilización de una línea de color rosa, como llamada de atención directa sobre las grandes colonias de flamencos que habitan en buena parte de las lagunas de aguas bajas de este salar, dibuja baterías que acaban emborronando ese lugar en principio limpio y puro. El resultado son toda una serie de bellos paisajes en los que, como a modo de amenaza, pende el temor de ser destruidos definitivamente para la consecución de los instrumentos que el mundo necesita para continuar su incesante marcha consumista, en la que las materias primas son extraídas de la naturaleza sin la atención o el respeto necesario que esta requiere. Es la historia de la humanidad reciente, es, a pesar de las proclamas ecológicas constantes, la realidad que ha hecho que en estos momentos nos encontremos al borde de un colapso medioambiental de unas consecuencias imprevisibles y, sin duda, mucho más que catastróficas; es la historia de un mundo que ha hecho que se releguen a un segundo término las problemáticas universales (como es el evidente cambio climático) para centrar la atención en un colapso económico que necesita seguir produciendo sin cesar para que los más de siete mil millones de almas que lo habitamos en este momento podamos tener nuestras baterías de litio a todas horas, a precios baratos, que compraremos en esas grandes superficies comerciales en las que todo aparece deshumanizado y producido en países como Bolivia y tantos otros a los que les exigimos que nos den las gracias pues aunque esclavos al menos les ofrecemos trabajo y ser parte de una industria contemporánea. La sencillez con la que han sido elaboradas estas imágenes suponen un grito de denuncia y de atención a un espacio más que, como especie, amenazamos con deteriorar o destruir. La hipocresía dominante de las grandes corporaciones que rigen el mundo hoy, como siempre en manos de las grandes oligarquías amenazan una vez más, uno de los pocos espacios de pureza de este planeta, con desmedida voracidad. Confundida la evolución con la rapidez, hoy parece que el único diálogo del ser humano con la naturaleza es solo posible desde la disidencia o desde la propia poesía.
La serie High Energy (Un destello de luz desde la Luna), plantea una reflexión crítica acerca de las consecuencias de la explotación abusiva que estamos haciendo de la tierra y la generación de residuos que su uso ocasiona. La liberación de energía que esconde la Tierra da lugar a una nueva ocupación del espacio. Los contenedores de este bien intangible transformarán el paisaje y serán la huella de nuestra propia historia. Esta exposición pretende plantear una reflexión acerca de la búsqueda de nuevas fuentes de energía y la generación que actualmente hacemos de residuos.
Exposición. 17 nov de 2024 - 18 ene de 2025 / The Ryder - Madrid / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España