Exposición en Valencia, España

Sueño y realidad. Un homenaje a Miguel Agraït

Dónde:
Fundación Chirivella Soriano / Palau Joan de Valeriola - Valeriola, 13 / Valencia, España
Cuándo:
25 oct de 2012 - 30 dic de 2012
Inauguración:
25 oct de 2012
Enlaces oficiales:
Web 
Descripción de la Exposición
Artistas: Equipo Realidad, Joan Miró, Antoni Tàpies, José Hernández Mompó, José María Sicilia, Allen Jones, Salvador Soria, Rafael Canogar, Luis Feito, Karel Appel, Manuel Viola, José Paredes Jardiel, Valerio Adami, Miquel Navarro, Ramón de Soto, Leiro, Juan Genovés, Peter Phillips, Gastón Orellana, Wolf Vostell, Christo, etc.

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El próximo 25 de octubre, la Fundación Chirivella Soriano abre las puertas del Palau de Valeriola a Sueño y Realidad, una exposición homenaje a Miguel Agraït, fundador, junto con su esposa Amparo Zaragozá, de la legendaria Galería Punto, de Valencia. Un importante referente en el panorama cultural desde su creación en 1972 en la calle Barón de Cárcer, como galería pionera en la introducción del arte contemporáneo en Valencia, trayendo por primera vez a España grandes creadores internacionales y la primera galería valenciana en participar en encuentros mundiales. 'Con admiración y desde el corazón debemos recordar y reconocer la ingente labor ... de Miguel Agraït en beneficio de la cultura en general y del arte contemporáneo en particular. Este fin, y no otro, persigue la Fundación con Sueño y Realidad', ha afirmado Manuel Chirivella, presidente de la Fundación Chirivella Soriano.

 

Miguel Agraït hizo de su galería un referente indispensable en la difusión del arte contemporáneo en España. En este sentido, por una parte intentó acercar a distintos artistas de las vanguardias históricas desde Miró y Dalí hasta Picasso. Otra de sus líneas fue exponer a las figuras más representativas del Informalismo español como lo fueron Saura, Tàpies, Lucio Muñoz, Luis Feito, Rafael Canogar, Manuel Viola o Juana Francés.

 

Otra línea de actuación fue el apoyo a los principales nombres del Pop Art americano y británico, como los artistas Lichtenstein, Rosenquist o Warhol hasta Richard Hamilton, David Hockney, Allen Jones o Peter Philips. No obstante, ofreció una especial atención al movimiento surgido en España, conocido como 'Crónica de la Realidad', que distaba de su forma internacional por el uso de un carácter más político, que por el uso del lenguaje de los mass media.

 

En las diferentes exposiciones organizadas por la Fundación Chirivella Soriano, hemos podido encontrar obra de artistas como el Equipo Realidad (una de las apuestas más fuerte de los Agraït), así como también del Equipo Crónica, Juan Genovés, Joan Antoni Toledo, Anzo, Andrés Cillero, Canogar, etc.

 

Su apuesta por el arte internacional también supuso el acercamiento al público valenciano y la recuperación de diferentes movimientos artísticos de nuestra historia, como Josep Renau, pero también artistas como Appel, Man Ray, Leger, Alechinsky, Hartung, Lindstrom o Vostell.

 

Desde sus inicios, los galeristas Miguel Agraït y su mujer Amparo Zaragozá fueron conscientes de la importancia de estar presentes en las ferias de arte, tanto nacionales como internacionales, participando en la fundación de ARCO en 1982 y formando parte del Comité Directivo de tres de ellas. En el año 2006 recibió la Medalla de Oro de la Ville de París, máxima distinción cultural que concede el Ayuntamiento de la capital francesa por su labor en la fundación de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de París (FIAC) donde prácticamente ha participado en todas sus ediciones.

 

Para la muestra Sueño y Realidad se contará con una selección de los fondos artísticos de la galería en los que encontraremos artistas de la talla de Equipo Realidad, Joan Miró, Antoni Tàpies, José Hernández Mompó, José María Sicilia, Allen Jones, Salvador Soria, Rafael Canogar, Luis Feito, Karel Appel, Manuel Viola, José Paredes Jardiel, Valerio Adami, Miquel Navarro, Ramón de Soto, Leiro, Juan Genovés, Peter Phillips, Gastón Orellana, Wolf Vostell, Christo, etc. De la misma manera, el catálogo de la exposición contará con la presencia de gente cercana a Miguel Agraït como Román de la Calle, Ricard Bellveser, Juan Manuel Bonet, Javier Carles, Manolo García, Tomás Llorens, Rafa Marí, Christian Parra-Duhalde, Rafa Prats, José Ricardo Seguí, Salva Torres, Rafa Ventura, Manuel Chirivella y Amparo Agraït.

 

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SUEÑO Y REALIDAD: UN HOMENAJE A MIGUEL AGRAIT

 

'Una Galería de Arte se crea día a día, mes a mes, año tras año, con los ojos bien abiertos a los acontecimientos políticos, sociales y económicos, que se suceden en torno al mundo del arte y de la cultura y que además repercuten de manera directa sobre el individuo, su vida y lo más íntimo de su ser'.

Miguel Agrait.

 

- I -

 

He de reconocer, no sin cierto tono de emotividad personal, que las distintas actividades profesionales de Miguel Agrait Colomer (1929-2010) en el contexto artístico, desarrollada desde Valencia, entre las que figuran las numerosas Ferias Internacionales en las que participó, representando a la Galería Punto, han corrido en buena medida cronológicamente paralelas a mi dedicación como profesor de Estética y Teoría del Arte, desde que en aquel emblemático año de 1968 ejercité mis primeras lanzas como joven docente e investigador en la Universitat de València-Estudi General.

 

Por tal motivo, tras una franca y sincera amistad -en la que no han faltado las numerosas colaboraciones, los frecuentes intercambios de ideas, el respaldo a determinados proyectos, el reconocimiento explícito de los esfuerzos y las dificultades habidas y, sobre todo, un considerable repertorio de entrañables amigos comunes-, al redactar estas líneas, es lógico comenzar puntualizando públicamente, con la debida sinceridad, la reconocida simpatía que me unió y sigue haciéndolo con la activa trayectoria, desarrollada por Miguel Agrait y el relevante equipo familiar que ha hecho posible, desde aquel lejano mes de marzo de 1972, la puesta en marcha y la realización de un sostenido proyecto galerístico, en el que, ante todo, se ha intentado que el protagonista indiscutible y evidente fuese siempre el arte contemporáneo y, a ser viable, el más destacado y pujante de entre las opciones factibles, en cada circunstancia vivida.

 

Sin duda, Miguel Agrait se encuentra entre aquellas personas -nunca numerosas- que han colaborado y apostado para hacer posible, durante décadas, en el nada fácil contexto de la plástica valenciana contemporánea, que una reducida nómina de coleccionistas, público especializado, investigadores, críticos, estudiantes y artistas pudiesen acentuar sus relaciones, intercambios y mutuos conocimientos, conformando así paulatinamente -desde el declive del franquismo, la llegada de la compleja transición democrática y el dilatado tránsito entre centurias- el marco sociocultural, en cuya interna escenografía se ha escrito la difícil, pero apasionante, historia de nuestro presente artístico.

 

Entrar en el nuevo siglo, con cuatro décadas en el haber profesional, ya justifica, por cierto, este reconocimiento que públicamente compartido queremos ofrecerle, así como los galardones conseguidos a lo largo de su trayectoria, entre ellos el merecido premio que en su momento le fue otorgado por la Diputación de Valencia (Premi Alfons Roig, en la modalidad 'José Mateu' para Galerías). También les fue concedido a los Fundadores de la Galeria Punto, Miguel Agrait y Amparo Zaragozá, 'La Medaille de la Ville de Paris Echellon Bermeill', cuyo lema es 'Fluctuat nec mergitur', otorgado por el Ayuntamiento de París, por su incidencia de más de 30 años en la vida cultural, siéndoles entregado el 15 de Diciembre de 2006. El primer premio de esta institución se creó para dárselo precisamente a Picasso. Asimismo otros galardones significativos, otorgados a la Galería Punto, fueron Camel Award (Milán) y el Michetti por su respaldo al arte italiano.

 

Indudablemente aquellas actividades -como es precisamente el papel de galerista- donde economía y cultura se dan obligadamente la mano, donde las relaciones mercantiles y las humanas sostienen sus propias exigencias y diálogos, donde la dedicación profesionalidad y el entusiasmo altruista se miran de frente y cara a cara, constituyen un sensible y encomiable sector de la vida ciudadana, que a menudo pasa desapercibido frente a otros ámbitos de mayor resonancia política, mayor poder económico e incidencia más inmediata en las necesidades cotidianas. Sin embargo, a veces, por fortuna, el objetivo pragmático de compensar tales olvidos, en determinadas coyunturas, se impone claramente. Y ésta quizás sea una de ellas, no sin reconocer la debida oportunidad y explícita justicia que supone la iniciativa.

 

- II -

 

Conviene constatar que, frente a la ciencia y la técnica -considerados ambos dominios plenamente como eficaces instrumentos y paradigmas del progreso- el ámbito del arte, social e institucionalmente, por lo general, ha sido caracterizado por su clara subsidiaridad, es decir por su relegación a esferas más bien de tipo individualista y, sobre todo, de alcance elitista. A lo sumo, a veces se le ha tomado como documento, como instrumento de prestigio, como rentable mercancía o incluso como extraño objeto de mera curiosidad.

 

Esta atmósfera de relativa o marcada indiferencia ha ayudado, por cierto, a incrementar, en buena medida, la autonomía tanto de las propias prácticas artísticas como de los planteamientos teóricos del arte contemporáneo, aunque los artistas, de algún modo, siempre han sostenido, más o menos, sus aspiraciones a potenciar los enlaces y transvases existentes entre el arte y la vida.

 

Bien es cierto que tratándose, en concreto, no sólo de arte, sino sobre todo de arte contemporáneo, la subsidiaridad o la indiferencia -a las que nos hemos referido- a menudo se han visto alteradas por la drástica presencia de una cierta animadversión, directamente empeñada en deslegitimarlo, considerándolo como ostentación de la nada y, en consecuencia, tachándolo de totalmente irrelevante, desde ópticas tan dispares como puedan serlo, por ejemplo, determinados sectores de la esfera cultural, de la dimensión política o de las prioridades propias del urgente rendimiento electoral. Y, como cabe suponer, las galerías de arte contemporáneo saben mucho de tales dificultades, indiferencias, soledades y sinsabores, tejidos todos ellos al unísono, en torno a las coordenadas de su propia tarea de difusión y legitimación del arte actual, sobre todo en momentos tan críticos como el presente.

 

A menudo, incluso, esta nada fácil situación por la que ha atravesado y sigue cruzando -día a día- el arte contemporáneo, en sus complejas relaciones con la sociedad, se ha querido explicar recurriendo a una doble argumentación: por un lado incidiendo en el hecho de que, al fin y al cabo, las abundantes prácticas artísticas de carácter heterodoxo, -que configuran el principal bagaje del arte contemporáneo- no hacen sino dificultar básicamente su posible reconversión en objetos de cambio, en el marco de la economía; por otra parte, también se ha traído a colación cómo la responsabilidad democrática, frente a la obligada racionalización de las inversiones, los gastos y los esfuerzos de las iniciativas públicas, tiende preferencialmente a propiciar, ante todo, aquello que asegura, de manera inmediata, el logro del máximo consenso

 

Sin duda, ambas argumentaciones (la de la posible rentabilidad y la del deseado consenso) no son sino polémicas puntas de lanza de una cuestión de mucho mayor calado, no siempre bien explicitada, pero que se orienta directamente al núcleo real del problema. Se trata, ni más ni menos, de subrayar y dejar patente que el auténtico sentido del arte contemporáneo no ha sido otro sino el de convertirse en el ámbito propio de la resistencia y el compromiso, es decir en el genuino espacio de la diferencia. Y este reconocimiento socialmente no hace sino generar, en torno a él, un marcado frente crítico, que se abre bien sea hacia el correspondiente intento de domesticación de las propuestas o bien hacia el franco y compartido rechazo de las mismas. Arte y política no son fáciles compañeros de viaje. Lo puedo ratificar personalmente.

 

¿Acaso la propia industria cultural, en su proyección social, no funciona, de hecho, frente al arte contemporáneo, como el instrumento potencialmente más eficaz para equilibrar / compensar / neutralizar sus posibles excesos de subjetividad, sus desvíos frente a las pautas establecidas y sus imperativos de persistente diferenciación? ¿Pero acaso ha cedido, por ello, el arte contemporáneo en sus persistentes búsquedas en favor de la resistencia diferenciada? Más bien ha sucedido lo contrario y, a través de sus plurales investigaciones, se ha convertido en reducto de lo no-idéntico, aspirando siempre a poder consolidar el carácter enigmático de sus valores, atendiendo siempre, a fin de cuentas, a la indómita llamada de la subversión.

 

Sin duda, si tenemos todo esto en cuenta, podremos entender mucho mejor las raíces y el alcance de algunas de las persistentes reacciones de desconcierto frente a las manifestaciones del arte en la contemporaneidad, porque, en el fondo, la propia presencia del arte contemporáneo ya conlleva embrionariamente y siembra / motiva / fomenta por doquier, este tipo de actitudes y recursos de profunda y crítica oposición. No en vano él mismo, en la medida en que genera y propicia una cultura crítica frente al entorno, el progreso o la tradición, se convierte en objeto de permanente confrontación. Esos son sus poderes, sus compromisos y sus metas.

 

Nada de todo ello, como hemos apuntado, es ajeno a la tarea desarrollada por la red de galerías dedicadas a la promoción del arte contemporáneo, las cuales, aunque dentro de los circuitos especializados, no por ello permanecen al margen de las álgidas cuestiones apuntadas, que afectan directamente a la necesidad de una fundada legitimación de las poéticas emergentes, en cada contexto cronológico. Y, en tal sentido, los responsables de la Galería Punto, en este dilatado periodo de amplia experiencia e inmediata participación, saben bien lo que significa el día a día en esa tarea de continuado y franco respaldo a las manifestaciones artísticas. Para ello hay que haber sido contagiado con el virus del arte. Algo difícil de curar ya de por vida, si se ha contraído con radical penetración e intensidad, como es el caso que nos ocupa. Y sus efectos son determinantes, siempre a la expectativa de la novedad y el valor.

 

Diríase, en efecto, que el arte contemporáneo nunca aporta certezas sino más bien sospechas arracimadas, no instituye ni promete oasis de tranquila existencia sino objetos de potencial ansiedad, cuestionando, de este modo, la cómoda ingenuidad de lo establecido. Pero el arte así cualificado no huye de la vida ni, por ello, margina su propia funcionalidad, sino que, más bien, su intrínseca funcionalidad consiste, de forma determinante, en ser profundamente problemático, es decir en levantar constantes sospechas, en prepararnos y disponernos -como sujetos- para la autocrítica, para las dificultades, para hacer viable y mantener, ante todo, la diferencia en medio de lo preestablecido.

 

De ahí, quizás, que el arte contemporáneo no se limite a ser documento de una situación, sino que también asuma, a menudo, papeles activos, fuertemente incidentes en las propias circunstancias vitales. No en vano ese recurrente enigma, esa ambigüedad que le circunda o su compleja existencia, marcada por el signo de la negatividad, también son -todos y cada uno de ellos- rasgos sobrevenidos que forman parte -derivados de su propia mano- de nuestra perpleja cotidianidad, en tiempos de penuria.

 

No extrañará, pues, que la estética contemporánea -por referirnos ahora a nuestro propio campo personal de especialización- necesite redefinir muchos de sus parámetros y también muchos de sus criterios. El ensimismamiento del arte contemporáneo, la acentuación de su carácter inmanente, como reserva enigmática, sólo comprensible en cuanto encarnación/extensión de su propia poética, ha ido acercándonos, a pasos agigantados, hacia la ausencia creciente y cada vez más radicalizada de referencias, hacia una especie de congénita intransitividad del sentido. Nos hallamos así frente a un horizonte donde la historia, la tradición, la experiencia e incluso el bagaje heredado de instrumentos teóricos van quedando como lejanos / alejados, en su conjunto, toda vez que nos hemos introducido directamente en el túnel de un presente continuo y perpetuo, es decir en el 'actualismo' más radicalizado y en el límite que nunca.

 

Pero ese 'actualismo', que afecta tan intensamente al arte contemporáneo, supone una doble perspectiva: en cuanto actualidad / presente radicalizados y en cuanto actividad / funcionalidad potenciadas. Cabría desde esta segunda vertiente, hacer especial hincapié en la función / actividad exhibitiva de las propuestas artísticas contemporáneas. Más que hablarnos o decirnos algo respecto a algo, facilitándonos pautas de interpretación o pistas de su sentido, las obras se limitan directamente a mostrarse, a presentarse en su descarnada flagrancia, en su radical acuidad: tal como son. Y justamente, en / desde ese mostrarse, actúan revulsivamente.

 

Es, pues, esa dimensión performativa la que se privilegia cada vez más, en todos los niveles del hecho artístico. Las obras no hablan de realidades sino que las crean, no dicen sino que muestran, se nos muestran. Lo que, al fin y al cabo, supone un específico modo de 'actuar'. Las obras son puestas en acto, se activan en la mostración inmediata de sus interrogantes, toda vez que tampoco el hecho de interpretarlas es ya un mero descifrarlas, sino, ante todo, se trata de reconstruirlas, por parte del nuevo espectador, desde su propia mostración / actuación. De ahí que 'leer' también sea un modo de actuar y de intervenir, más allá de la mera decodificación, a partir de las tramas lingüísticas. Todos nos sentimos comprometidos frente al arte contemporáneo. Da que hablar y necesita ser hablado. De nuevo, pues, el encuentro entre las imágenes y las palabras.

 

Ese es el reto. Intervenir decidiendo si tras la piel de los enigmas de las obras es posible o no que exista un sentido, optando por la cara o la cruz de la moneda que aún gira en el aire: o pugnar por interpretar desde la puesta en acto de las obras -desde su activa e interna poética- esa posibilidad de sentido y de revulsión, potenciando, para ello, al máximo las habilidades del receptor; o bien asumir la ausencia de sentido no como un límite coyuntural y quizás estrictamente transitorio, sino como una frontera definitiva e insalvable.

 

Esa sería la nueva invitación que, al fin y al cabo, nos lanzan las obras de arte contemporáneo. Y, en el fondo, se trata, ni más ni menos, de pugnar con tales dificultades, de instruirnos en ese perpetuo habitar en la frontera, entre el enigma y la construcción del sentido, reconociendo, a fin de cuentas, que la interpretación misma de las obras no es sino 'una finalidad sin fin', una incentivación efectiva, una inversión de nuestra propia vitalidad, pero sin estar, en el fondo, nunca seguros de encontrar el hilo definitivo en el laberinto. De hecho, sólo se apuntaría, en sus objetivos, a incrementar, en cada caso, la práctica de la diferencia, siendo quizás ésta la única manera arriesgada de participar en la definición del presente, en medio de su complejidad, desde la enigmática y revulsiva perspectiva del arte contemporáneo. Porque, sin duda, el arte contemporáneo se halla más próximo a la aspereza que al placer, pero quizás no menos que realmente lo puedan estar la ciencia, la filosofía o cualesquiera otros medios de conocimiento.

 

Por ello la actividad de una galería, especializada en arte contemporáneo, tiene múltiples flancos que cubrir. Sin duda, ante todo, hay que convenir en el reconocimiento de su principal objetivo económico. Pero, junto a él y en estrecha sintonía con tal finalidad primaria, tampoco se halla ausente su destacado rol educativo y cultural, tanto en el estrecho e inmediato contacto personal con sus clientes -es decir en la obligada atención a sus preferencias y gustos- como en esa otra dimensión, de carácter colectivo, en la que no han faltado tampoco importantes incursiones, por parte de Miguel Agrait. Me refiero ahora específicamente, con la añoranza de quien ya sólo es Profesor Honorario, a la organización explícita de actividades culturales paralelas, dirigidas a un público amplio, pero prioritariamente universitario. Y en esta línea, el propio Departamento de Estética y Teoría del Arte de la Universitat de València-Estudi General, tantos años por mí coordinado, ha colaborado en diferentes ocasiones, durante estas décadas, propiciando conferencias y charlas colectivas con determinados artistas, en los distintos locales de la galería, en sus emplazamientos.

 

Ahí está, para ratificar lo dicho, todo un conjunto de programas editados para constatarlo y darle la debida relevancia histórica, en su favor. Incluso participando directamente Miguel Agrait en proyectos de publicaciones especializadas en Estética, cuando recurrimos a su colaboración. Trahit sua quemque voluptas (Vir. Buc. 2, 65). A cada cual, le arrastra, sin duda, su pasión.

 

- III -

 

A nuestro modo de entender, desde un primer momento, Amparo Zaragoza y Miguel Agrait tuvieron muy claro la necesidad de arrancar de un planteamiento mínimo, que diera estricta respuesta a sus aspiraciones y exigencias profesionales. Dicho planteamiento, resumiéndolo en una estricta formulación, podría consistir, en primera instancia, en disponer de un espacio de exposiciones dedicado exclusivamente al arte contemporáneo, ubicado en un lugar idóneo de la ciudad, y, en una segunda faceta, en contar, lógicamente, con una programación continuada, de rigor y de prestigio.

 

Ciertamente, en lo que respecta a la segunda de las condiciones, hay que recordar cómo, en este caso concreto, la Galería Punto contó con un sólido respaldo en el inmediato y prolongado asesoramiento y amistad que, desde el primer momento y durante una serie de años decisivos, representó muy activamente el recordado crítico Vicente Aguilera Cerni. (Valencia, 1920-2005). Piénsese que en los inicios de la década de los setenta -que es el momento al que específicamente nos referimos, si pensamos en la apertura de la galería- Aguilera Cerni había desarrollado ya un importante y consolidado itinerario personal, de fuerte resonancia nacional e internacional, sobre todo en el contexto italiano y francés. Por otro lado, en el marco valenciano -tan saturado siempre de radicales filias y fobias- y en esa determinante coyuntura histórica, su peso específico, como crítico, vocero y legitimador del arte contemporáneo e indiscutible promotor histórico del mismo, era más que consabido.

 

En esa línea de cuestiones, es justo reconocer, por lo tanto, que la nómina de artistas que articula el currículum de la Galería Punto es no sólo numéricamente impactante sino cualitativamente muy destacada. Y el citado enlace con la figura de Vicente Aguilera, por parte de la Galería Punto, contando con su participación como asesor de la programación de la misma, debe ser justamente subrayado, en estos momentos de compartido reconocimiento para la figura luchadora y entusiasmada de Miguel Agrait. Aunque tampoco estará de más rememorar -y así me veo obligado a hacerlo, por mi parte- la extensa lista de amigos, vinculados al mundo de la crítica, la historia o la teoría del arte, con los que, de manera casi habitual, acabábamos citándonos, en sus visitas a Valencia, en los espacios de la galería Punto, convertidos así, en cierta medida, como oportuno y acogedor lugar de encuentro.

 

En lo atinente, pues, a dichos locales expositivos, es fácil constatar que, en una buena mayoría, recordamos, con parecido interés y afecto, tanto aquella primera planta de la Avenida del Oeste -Barón de Cárcer, 37- donde se fue consolidando la trayectoria del proyecto 'Punto', como también su traslado muy posterior -en el mismo edificio- a las actuales dependencias de la planta baja, contando asimismo con el amplio y versátil espacio del sótano, cuya inauguración, sin duda, se celebró merecidamente, en una significativa fiesta tanto de continuidad del proyecto galerístico como de recurrente matización de objetivos. Miguel Agrait y Amparo Zaragozá, lo recuerdo bien, estaban fuera de sí de alegría y satisfacción en aquella celebrada jornada.

 

En realidad, la Galería Punto ha sabido esforzarse por estar presente en toda una serie de convocatorias y ferias internacionales, algo siempre fundamental e imprescindible si se quiere asumir el auténtico papel, al que obliga justificadamente la profesionalidad respectiva. Y en dicha tarea conjunta, la nueva generación, tan eficazmente activa, en la presencia de sus hijos, Miguel, Nacho y Amparo, aseguraba por completo la esperada continuidad de la empresa, ya compartida. La historia, a menudo, es cruel. Y los 'miguel', padre e hijo, tras su ausencia, permanecen hoy afincados en nuestra memoria, especialmente en estos momentos de directa rememoración y homenaje.

 

Sin duda, no se trata ahora de desarrollar, quizás extemporáneamente, un estudio, que sería repentizado, sobre el tema de la básica incidencia de las galerías de arte en el horizonte del hecho artístico valenciano, desde los finales del franquismo, pasando por la transición democrática, hasta arribar a la actualidad. Quizás otros lo han hecho o lo llevarán a cabo. Pero las causas que han podido propiciar las dificultades y los esfuerzos permanentes -tanto de las instituciones privadas como de las públicas, que en dicha empresa se aventuraron- a la hora de respaldar colectiva e individualmente la implantación social del arte contemporáneo son, a la vez, plurales y complejas.

 

Por una parte, nunca hay que relegar la importancia y la incidencia del amplio y profundo paréntesis que las experiencias propias de la modernidad tuvieron históricamente entre nosotros. Sólo con la transición democrática comenzaron a aflorar políticas educativas y culturales, deseosas de recuperar espacios de intervención y la memoria perdida. Y será en ese contexto de recuperación de la 'normalidad' cuando aflorarán, no sin timideces y titubeos, determinados proyectos culturales, capaces de señalar conscientemente los huecos y lagunas de la contemporaneidad artística.

 

No obstante, incluso en medio de ese afán de intermitentes recuperaciones, no han faltado tampoco, en el contexto público, las tensiones entre las formas de expresión propias de la cultura tradicional y las manifestaciones propias del arte contemporáneo. Y, en tales casos, la balanza fácilmente se ha decantado globalmente hacia la primera de las opciones. Pero curiosamente, también han entrado en posible competencia, en ese marco escabroso de políticas culturales, -¿por qué casi siempre en competencia?- las más diversas artes del espectáculo frente a las potenciales iniciativas del arte contemporáneo. Y todo ello ha pesado y pesa en lo que podría calificarse como el obligado desarrollo de la educación artística del ciudadano. Paideia y política. Dos engranajes que tanto necesitamos, para no dejarnos ventilar por influencias ajenas acríticamente. Otro gallo nos cantara de habernos bañado, como ciudadanos, más a menudo en tales dominios de la formación humana.

 

En cualquier caso, frente a las dificultades y las causas justificativas del olvido del arte contemporáneo en las políticas institucionales, también conviene traer a colación la presencia de las convicciones comprometidas que, al menos en determinados casos, han hecho no sólo posible sino viable su cultivo. Y, entre tales convicciones, destacan dos móviles, dos principios inspiradores: por un lado, la necesidad de democratizar el saber, en todas sus vertientes, de intentar responsablemente que el patrimonio cultural pueda ser realmente accesible a la gran mayoría de los ciudadanos, es decir que no quede como raptada / secuestrada la cultura en reductos elitistas; y, por otro lado, la necesidad de respaldar y fomentar directamente las actividades artísticas, ayudando a los creadores, empeñados eficazmente en tales tareas, a desarrollar sus potencialidades. Justo en estos momentos de crisis, puede parecernos sorprendente hablar de educación y de cultura, de participación política y compromiso ciudadano. Pero así es. Nunca es tarde, aunque el futuro no sea precisamente halagüeño ni prometedor, sin más.

 

De este modo, desde el horizonte histórico de los ochenta, la aparición del IVAM, como antes el desarrollo de la Sala Parpalló (y sus rotundos programas de inicio, en ambos casos), el persistente goteo de esperanzadas emergencias y luego desapariciones escalonadas de galerías de arte, como la relevancia de determinadas intervenciones de entidades bancarias en este ámbito artístico-cultural, la puesta en marcha del Consorsi de Museus y el sostenido tirón de ARCO -por citar sólo algunas referencias fundamentales de aquellas décadas vividas con celeridad- influyeron aunque sólo fuera transitoriamente en la situación y el contexto globales de nuestro arte contemporáneo y consecuentemente también en el cotidiano sístole y diástole de las coordenadas propias de las galerías de arte. Hoy casi del todo desaparecidas, a golpe de inesperada recesión.

 

De este modo, tengamos muy en cuenta que el hecho de atender al arte contemporáneo, en el marco de una política institucional, supone prestar especial atención, de forma inmediata, a diversos sectores: a los ciudadanos, en cuanto público potencial, a los artistas, como generadores de manifestaciones y objetos culturales, a la iniciativa promocional privada en la que Miguel Agrait participó muy activamente en todos los campos, donde habría precisamente que encuadrar a las galerías como entidades mediadoras de las propuestas expositivas y comerciales pertinentes. Tales posibles actuaciones, sobre los segmentos y ámbitos sociales imbricados, se articula a su vez, en el marco de la política cultural, al menos en tres líneas: un programa de difusión del arte contemporáneo, una línea de respaldo a los artistas y un proyecto patrimonial de arte contemporáneo.

 

En tal entrecruzamiento de cuestiones es donde dialogan necesariamente las iniciativas públicas y las privadas, frente al hecho artístico contemporáneo. Y si las traemos a colación en estas reflexiones, redactadas a manera de espontáneo homenaje a Miguel Agrait, es porque precisamente la historia de esta galería ha discurrido, en buena parte, paralelamente a la aventura normalizadora de nuestra democracia, en cuyo marco es justo encuadrar las reivindicaciones propias de nuestro arte contemporáneo. Aunque, sin duda, ya no es posible ni siquiera recordar la figura de nuestro celebrado galerista, sin sentir el ahogo intenso de la triste situación presente. Incluso parece que recordando ahora el perfil cronológico de aquellas décadas anteriores, nos hallamos muy lejos del agobiante contexto actual. Pero ello no nos va a impedir analíticamente mirar hacia atrás sin ira.

 

- IV-

 

La pregunta fundamental estaba, pues, sobre la mesa de los responsables políticos en materia cultural, encargados de rediseñar las líneas de actuación de la nueva política cultural de la transición: ¿qué es lo que se desea, para el contexto valenciano, precisamente en materia de arte contemporáneo? Y, en concreto, ¿a qué tipo de arte se trata de dar decidido respaldo?

 

Tales preguntas se formulaban explícitamente ya próximo el umbral de los ochenta, cuando en el contexto cultural se vivía una cierta euforia de recuperación y de indudables deseos de normalización. Sin duda esas eran -lo recordamos bien- dos palabras clave: recuperar amplios segmentos históricos de nuestra memoria y normalizar el desarrollo cultural del presente, mirando de frente (o quizás de reojo) las pautas de comportamiento y actuación ejemplificadas en los foros internacionales. Efectivamente hablar de difundir y respaldar el arte contemporáneo podía significar diversas cosas, pero estaba claro que, ante todo, se planteaba como reto, a sabiendas de las dificultades que, sin duda, todo ello acabaría acarreando.

 

Una primera opción podía consistir en atender a determinados artistas históricos, vinculados a las vanguardias de la primera mitad del siglo XX. Al fin y al cabo era a través de ellos como se podía entender perfectamente el desarrollo diacrónico de ese pasado, con sus fundamentales aportaciones estéticas, que ayudaron a transformar los perfiles artísticos de la época. Pero también es cierto que, sin ellos, era bien difícil comprender, incluso, aquella nuestra situación artística coetánea. De ahí el interés de poder releer, redescubrir, desde el presente de entonces, las claves de sus obras. ¿Hay algún otro modo de cumplir con la indiscutible obligación que teníamos -y seguimos teniendo- de reescribir la historia del arte contemporáneo, si no acudimos a dialogar contextualmente con sus protagonistas?

 

Pero, ciertamente, tal opción vanguardista no podía entrar en los planes -siempre limitados- de una política institucional, por muy optimista y esperanzadora que fuere. Sin embargo, bien es cierto que, en aquella coyuntura histórica Josep Renau, por ejemplo, se había convertido en una figura paradigmática, objeto directo de recuperación, junto a otras figuras de nuestra historia artística o literaria (Gil Albert, Arturo Ballester, Tonico Ballester, Pérez Contel) que se transformaron, en los ochenta, en eje de atención compartida, desde la óptica de la cultura valenciana. De hecho, esta sería la apuesta que, más tarde, seguirá el IVAM, también como una de las líneas básicas de su eficaz programa de actuación.

 

Pues bien, justamente en esa concreta línea de actuación, Miguel Agrait había sabido intervenir premonitoria y acertadamente aconsejado, -como una de las primeras decisiones selectivas suyas-, según puede constatarse, con sólo consultar su nómina de destacadas exposiciones, destinadas a recuperar figuras emblemáticas.

 

Una segunda opción -frente a la necesidad de delimitar a qué tipo de arte se trataba de respaldar y difundir, con la política cultural que estratégicamente se estudiaba- podía ser la de atender directamente a una determinada nómina de artistas ya más consolidados de nuestro panorama artístico valenciano. Históricamente se perfilaba como una propuesta segura y fácil de acertar. Contaban, tales artistas, con una trayectoria y una obra maduras y ya configuradas con suficiente prestigio. Entre ellos figuran quienes, desde la posguerra, optaron por una difícil recuperación del espíritu de la modernidad. Son, por cierto, las resistentes neovanguardias que, a fin de cuentas, supieron conformar, de algún modo, las puertas de aquella transición, al menos disponiéndonos para ello.

 

También esta opción se convirtió, por cierto, en programa institucional de distintos y plurales organismos -públicos o privados-, que atendieron expositivamente, de modo paulatino, a muchos de tales artistas, creando determinados galardones y potenciando la publicación de amplias monografías sobre sus itinerarios. Sin duda no nos faltaban artistas en este apartado: Hernández Mompó, Salvador Soria, Alfaro, Genovés, Equipo Crónica, Equipo Realidad, además de artistas españoles e internacionales en un largo etc. Y, una vez más, como era de esperar la Galería Punto se encontraba plenamente en esa línea de actuaciones, potenciando tales propuestas expositivas.

 

La mirada internacional de Miguel Agrait siempre se mantuvo activa, en la medida de sus posibilidades. Por los espacios de su galería desfilaron muestras de Adami, Alechinsky, Appel, Christo, Donald Judd, Dubuffet, Richard Hamilton, Hartung, Hockney, Jasper Jhons, Kenenth Noland, Lindstrom, Man Ray, Matta, Meret Oppenheim, Peter Phillips o J. Rafael Soto...por citar alfabéticamente sólo algunos. Muchas de tales muestras permanecen en mi recuerdo, igual que merecieron mi dedicación como crítico de arte, en determinados medios de comunicación. Fue en su galería donde comencé a escribir sobre arte, siendo joven profesor. Sentí que aquella atención literaria podría mejorar mi rendimiento académico y docente. Y considero que así fue.

 

Una tercera opción se perfilaba ciertamente, en igual medida, como del todo determinante de la situación que comentamos: la atención a los artistas emergentes. Es decir respaldar abiertamente el desarrollo del arte joven, que aún se hallaba en proceso de configurar y definir su propio lenguaje, que necesitaba de la difusión y de la penetración en los circuitos y que, además, podía aportar nuevas concepciones, nuevos planteamientos, nuevas maneras de ver y de expresar la realidad. Y los responsables de la Galería Punto, con perspicacia, no sólo supieron atender abiertamente a esa nómina de nombres emergentes sino que asimismo articularon, durante un conjunto de temporadas, una actividad expositiva, encomendada a un comisario, cada vez diferente, que debía facilitar una lectura selectiva y personal de aquellas aportaciones más destacadas, propias de dicho contexto emergente. Y así hay que reconocer que toda una serie de -hoy- relevantes y activos comisarios, bien conocidos y considerados en el marco del arte contemporáneo, colaboraron eficazmente, en aquella coyuntura, con la Galería Punto en esta concreta tarea de sondeo y promoción de nuevos valores. En realidad, Miguel Agrait siempre se movió como pez en el agua en este contexto de atención al mundo joven y emergente. Y en buena medida esa ha sido una parte de su herencia a las líneas actuales de la galería.

 

En realidad, una opción por la máxima contemporaneidad supone, en principio, apostar paralelamente por obras comprometidas con su tiempo; además el arte joven, por lo común, es siempre sinónimo de riesgo y experimentación, tendiendo a alterar los límites de lo establecido; no en vano, tales valores emergentes a menudo van unidos a lo alternativo, a posiciones artísticas ubicadas en los márgenes de la oficialidad estética; asimismo el arte joven -en medio del eclecticismo posmoderno de los ochenta- se perfilaba inmediatamente como diverso y plural, coexistiendo sin dificultades con los planteamientos más heterogéneos. Tal era claramente la situación que se perfilaba.

 

Sin duda, el proyecto al cual se daba vueltas, con esta iniciativas intermitentes, de invitar a jóvenes comisarios, apuntaba a que el espacio de la Galería Punto pudiera, de alguna forma, convertirse, por pleno derecho y elección consciente, en un ámbito de fecundos intercambios, encuentros, confrontaciones y debates entre las diferentes opciones emergentes del arte joven contemporáneo.

 

Tal decisión enlazaba directamente con aquel programa que hicieron propio, los responsables directos de la Galería Punto, desde la apertura del espacio galerístico, en 1972, aconsejados acertadamente, como ya hemos comentado más arriba, por Vicente Aguilera, consistente en dejar totalmente a un lado cualquier tipo de propuestas anacrónicas, reiterativas o tradicionalmente miméticas, fundadas en supuestos estéticos manidos; de renunciar a todo atisbo de puro comercialismo ornamental y a los virtuosismos estrictamente tecnicistas; amén de alejarse, de manera decidida, del mero amateurismo, es decir del arte como hobby coyuntural para aficionados.

 

Sin embargo, además de todos estos obstáculos ya indicados, bien es cierto que con esta aspiración a llevar a cabo determinados proyectos y programas, la Galería Punto era consciente de que, en este camino, había que saber enfrentarse, antes o después, tanto con el estricto localismo como con el riesgo de propiciar unilaterales y larvados reduccionismos. Es decir, había que medirse tanto con las posibles presiones dirigidas a difundir las obras de los artistas del lugar, como con las reductivas tomas de partido en favor de determinadas opciones estéticas, amparadas en la tradición y en el mercado habitual, y no de otras, relegando drásticamente el resto de propuestas artísticas a una total ausencia del espacio expositivo.

 

Sin duda el diseño y la gestión de una galería de arte era evidente que exigía un determinado grado de conocimientos en ámbitos tales como la historia del arte, los medios y la situación artísticos de la escena actual, el contexto cultural tanto valenciano como nacional, así como con información amplia de las tendencias estéticas internacionales. Es decir, de hecho se trataba de contar tanto con criterios formados para poder tomar decisiones, como con amplios contactos con artistas, críticos, otras galerías, entidades públicas, museos, asociaciones, prensa y centros especializados. Y todo ello vino paulatinamente consolidándose en el proyecto emprendido, hasta dar sus frutos.

 

Me gustaría traer a colación una cita, algo extensa quizás, que conservo escrita por el propio Miguel Agrait, para un texto de hace algunos años, donde le preguntaba su parecer y apelaba a su experiencia. Parte de ella la he aportado ya en el motto inicial, y quiero retomarla entera ahora: 'Una Galería de Arte se crea día a día, mes a mes, año tras año, con los ojos bien abiertos a los acontecimientos políticos, sociales y económicos, que se suceden en torno al mundo del arte y de la cultura y que además repercuten de manera directa sobre el individuo, su vida y lo más íntimo de su ser.

 

Además, considero que una galería requiere prestar una especial atención a los avances tecnológicos y a las aportaciones culturales de toda índole, así como tomar en consideración las creaciones y opiniones de los artistas, como auténticos cronistas de la realidad, para ver con los ojos de un profeta lo bueno y lo negativo del acontecer y saber así plasmarlo, comunicarlo o denunciarlo. Sin duda alguna, una ardua aunque apasionante labor. Y a ella he intentado dedicarme yo mismo'. M. A.

 

- V -

 

Pero ¿cuáles eran, en grandes líneas, los perfiles socioartísticos de aquella situación, en la que iba consolidándose, paso a paso, el itinerario de la hoy histórica Galería Punto? Indudablemente, desde mediados de los setenta, algo nuevo 'se palpaba' en el ambiente de la plástica valenciana. Pero ese algo quizás estaba excesivamente tejido de esperanzas e ilusiones aún propiamente sin especificar en sus líneas generales. Era, lógicamente, una respuesta coordinada con las expectativas globales que el período, a todos los niveles, propiciaba.

 

En ese sentido, la posterior década de los ochenta, una vez recién estrenada, se convertiría en una especie de prometedor no man's land donde se catalizaban los más dispares proyectos y aspiraciones, tanto personales como colectivos. Y, sobre todo, lo era para amplios estratos generacionales de artistas que paulatinamente se habían ido ya incorporando al panorama cultural valenciano, quizás muy influidos aún por el prestigio de opciones estilísticas precedentes, a las que -como epígonos- parecían adscribirse de momento, mientras que, en el fondo, buscaban, a partir de ellas y con tal apoyatura, sus propios lenguajes.

 

Quizás les unía un nuevo y renacido interés por la pintura misma. Algo así ocurriría, algunos años más tarde, también en torno a la escultura. Pero, en realidad, no había una infraestructura de relaciones que, desde el contexto valenciano, aglutinase y pusiese en contacto esas comunes inquietudes con otros niveles nacionales y, mucho menos, internacionales, de cara a la promoción o el intercambio.

 

Sin duda, en el transcurso de los ochenta, sobre todo en el área metropolitana de Valencia, desarrollando una cierta conciencia de descentralización cultural, tomaron cuerpo diversas iniciativas municipales relacionadas con certámenes, premios, bienales o concursos. Algunas de ellas aún continúan en la actualidad su destacada labor. Y es que, ciertamente, la celebración de un acontecimiento artístico -bien sea exposición, concurso o cita ferial- cuando se basa en una convocatoria de carácter periódico, no deja de generar un recurso complementario de motivación participativa para los artistas y de interés añadido para el público.

 

Tales convocatorias -siempre que se partiese de criterios bien definidos y estructurados, estando además relativamente dotadas y organizadas de forma adecuada- generaron ya entonces, paralelamente a su prestigio, consecuencias beneficiosas para el joven horizonte artístico valenciano. En realidad, una buena parte de la historia de la década, en relación a las artes plásticas, pasa necesariamente por el estudio de este extendido fenómeno de los certámenes periódicos.

 

Precisamente en este tipo de certámenes coincidí personalmente en múltiples ocasiones con Miguel Agrait, en nuestra tarea compartida como miembros de los respectivos jurados. Siempre despertando la atención hacia los valores emergentes, tales convocatorias, de cara a las galerías de arte, se convierten en interesantes contextos de información, a la hora de conocer y calibrar las nuevas propuestas artísticas del contexto correspondiente. No en vano Miguel Agrait formó parte, durante 12 años, del Comité de Arco. Aunque, al final, los reajustes y revisiones de líneas implantadas en la Feria le causaran serios disgustos y un determinado ostracismo. La vida seguía. De hecho, su responsabilidad como galerista le hizo participar asimismo en otras numerosas ferias de arte, además de Arco. Cito a vuela pluma: Art Basel, Art Cologne, Fiac-París, Art Chicago, Art Miami, Art Toronto, Art Casablanca, Art Berlin, Art Paris o Art Munich. Todo un sostenido esfuerzo, demostrado durante años, en respaldo del arte y los artistas en los que decididamente creía. No podemos referenciar aquí y ahora, aunque me he preocupado de listarlos puntualmente y suman cerca de medio centenar, las instituciones y los centros internacionales y nacionales con los que colaboró a lo largo de estas décadas Miguel Agrait, puesta siempre su mirada en conseguir para su galería -su auténtica obra-- los mayores logros y la presencia de los más destacados artistas y sus obras.

 

Sin embargo, no se trata aquí de extendernos descriptivamente ya más en este breve recorrido histórico, ni tampoco de abordar listas de eventos en los que ha participado la Galería Punto o de aportar otras informaciones que hayan podido afectar a su particular itinerario. En realidad, el guión de su curriculum empresarial y los dossiers de prensa que atesora la familia nos recuerdan sobradamente tales hechos y acontecimientos periódicos.

 

Más sentido tiene en este homenaje a Miguel Agrait, proyectar hacia el futuro nuestros deseos, apostando, por supuesto, en favor de que nuevos lustros vengan a sumarse en la trayectoria de la Galería Punto en su actividad artística y en su sostenida atención al arte contemporáneo. No en vano hay que reconocer que, en este periodo de cuatro décadas, sus diálogos con el arte no siempre han devenido fáciles, pero sí han sido tan esperanzados como fructuosos

 

En esta línea de rememoraciones, también es obligado hacernos eco de los reconocimientos y galardones recibidos por la Galería Punto de aquellas instituciones, que han sabido valorar debidamente tanto el itinerario llevado a cabo como sus posibilidades de futuro. Entre ellos el de los 'Premios Alfons Roig' de la Diputación de Valencia y 'La Medaille de la Ville de Paris Echellon Bermeill', ya citados también al principio de este texto. Por fortuna, esta otra cara afectivamente estimativa de la realidad también existe, aunque a veces se mantenga discretamente oculta, en espera de su cuarto creciente. Y a tal envite a dado respuesta oportuna la Fundación Chirivella-Serrano, planificando, en los excelentes espacios expositivos de su sede, esta muestra de homenaje, en los cuarenta años cumplidos (1972-2012) de existencia de la Galería Punto. Homenaje catalizado metonímicamente en la figura de Miguel Agrait Colomer.

 

Si 'mirar por el espejo retrovisor' tiene -como hemos podido constatar- sus merecidas compensaciones de reconocimiento y orientación, no es menos cierto que, además, estamos obligados a no perder de vista la activa situación que discurre, perpetuamente y siempre nueva, ante el parabrisas. Sólo contando con ambas miradas, de autoestima y de futuro e inmediato compromiso de continuidad, podremos volver a visitar determinados recodos de nuestra memoria colectiva y personal -como encontrándonos ya en nuestra propia casa- a través de este sentido homenaje, capaz de convertir un sueño en realidad, frente a las obras seleccionadas de algunos de los artistas, nacionales e internacionales, que participaron con sus exposiciones en aquella histórica aventura, ahora rememorada.

 

Conocemos la debilidad de nuestro mercado artístico y las limitaciones presentes de nuestro coleccionismo. Sabemos que la crisis actual ha puesto freno y coto drásticamente al entusiasmo de galerías y jóvenes creadores. No ignoramos que los historiadores del arte, los estetas y los críticos no lo tienen tampoco fácil si quieren responder comprometidamente a la sesgada situación actual e ir más allá de la mera dependencia del poder y sus controles. ¿Y qué decir, en esa misma tónica antioptimista, de museos, instituciones privadas y públicas, de centros de investigación y de editoriales? Más vale que respiremos dos veces antes de hablar y que meditemos en silencio.

 

De ahí que cada vez echemos más de menos políticas específicas de ciertos soporte a la creación y las reclamamos ardientemente, sobre todo en determinadas etapas de la vida de un artista, quizás cuando emerge con más fuerza y esperanza, como también igualmente de soporte a la difusión y promoción del arte contemporáneo. Poco es ya viable en este crítico horizonte frustrante en el que vivimos. En esa línea de intervenciones siempre comprometidas -incluso con las posibilidades limitadas- es donde, en determinadas circunstancias, saber estar y resistir en el día a día de la actividad artística y su mercantilización rigurosamente profesional es el mejor de los timbres y méritos a los que quepa apelar, cuando se homenajea a un galerista y amigo como Miguel Agrait Colomer (1929-2010) y paralelamente también a todo su equipo familiar, que sigue persistentemente en la brecha.

 

Sobre todo, cuando ese 'saber estar' y ese 'resistir' ha comportado ya, nada menos, que una prolongada deriva de cuarenta años de permanente y comprometida aventura. Gaudet patientia duris. (Luc. Phar. 9,403). La capacidad de resistencia se complace en las necesidades.

 

Para cuantos hemos vivido de cerca justamente esas cuatro décadas de prolongada aventura es también el momento efectivo de reflexionar, entre el análisis y la emotividad, al hilo zigzagueante del recuerdo.

 

Román de la Calle

Catedrático de Estética y Teoría del arte

Universitat de València. Estudi General

 

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Imagen de la muestra

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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