El muro es, para la representación, el espacio donde la mirada descansa de su trasiego tridimensional, el lugar donde se reduce a dos dimensiones la confusión de la vorágine de la percepción y la experiencia, donde la imagen aquieta el paso para ensayar el corte con lo real: distancia y lentitud.

Detrás del muro nombra la voluntad compulsiva de la imagen de atravesar el plano para transformar ese espacio bidimensional donde aparece en un espacio transitable, cóncavo y subjetivo. Desde hace años albergo la sospecha de que toda representación -cualquiera que sea su especie- tiende al paisaje, a un espacio estructurado por la geometría del imaginario y construido por el lenguaje. Un paisaje con su ecosistema, su horizonte y sus lejanías donde la imagen regresa. Pero la palabra muro nombra también, en su apertura semántica, el drama de un corte ... en ese paisaje: los muros reales que separan a los pueblos, los muros inmateriales que levantan los miedos, las barreras del lenguaje, el paisaje herido. Y soñamos con que esos muros sean los últimos.

Detrás del muro agrupa una serie de pinturas, dibujos y fotografías que remite a las diferentes maneras y registros de mi obra, en la utopía de disolver el estilo. Son bloques autónomos que, como las palabras, dialogan con un todo y pertenecen a la complejidad cada vez más contradictoria de los inputs de nuestra experiencia con el mundo. Con el arte devolvemos al paisaje aquello que le pertenece. Pura ecología del lenguaje. Pero en ese mecanismo subjetivo somos menos autores de lo que pensamos. Quizás sea esa nuestra tarea: acompañar la imagen que vuelve al muro -que es paisaje- en la ilusión de su imposible representación.